DUELO DE DESTRUCCION
La noche estaba oscura y en palacio todos dormían después de los festejos por las nupcias del Faraón cuando un habilidoso ladrón se introdujo en muchos de los aposentos para sustraer lo que le encomendaran. Pero uno de los objetos que debía robar se encontraba en posesión del mismísimo Faraón y no sería fácil hacerse de él.
Iba a penetrar luego de desmayar a los guardias con unos dardos que el hombre de la túnica le diera cuando una voz le detuvo.
Esperaba a alguien pero no a ti de seguro—dijo la voz desde las sombras.
Agarrado in fraganti el peliblanco volteó para observar la cara de quien le hablaba. El sumo sacerdote de Ra.
Entonces 5 soldados salieron de la nada e intentaron atrapar los brazos del individuo quien como una sombra se les escurrió. Todos los persiguieron mientras el Faraón alertado por las voces se había vestido y salía de su habitación para correr en pos de ellos.
En la parte de atrás del palacio junto a dos caballos se encontraba el de la túnica esperando a su enviado. De pronto lo vio aparecer agitado.
¡Hay que huir!—le informó de un grito y corrió hacia uno de los caballos dejando al lado del vestido de negro la bolsa con los 5 objetos milenarios que había conseguido. Entonces los soldados, el sacerdote y, poco después, el Faraón aparecieron por donde Bakura había salido.
¡Detente! ¡Ladrón y asesino, detente!—ordenó el sumo sacerdote mirando a la figura encapuchada. Luego a los guardias ordenó--¡Amárrenle!—los obedientes guardias trataron de acercarse a la figura pero esta hizo una posición con las manos y la arena se levantó de los pies para erguirse en una mini tormenta de arena que cubrió a los guardias que salieron dando pasos hacia atrás.
¿Crees que tus estúpidos guardias pueden atraparme? ¿No te he dado muestras de mi poder antes para que creas que con esos fútiles intentos lograras aprenderme?—dijo el de la túnica. Mientras miraba el único objeto que le faltaba a su colección y que pendía del cuello del Faraón. Este se dio cuenta.
¿Por qué has hecho esto?—preguntó Yami. –No creo que seas un simple ladrón—añadió. Haciendo la pregunta que también carcomía a Seth.
Si quieres saberlo te lo diré. Pues de nada vale ocultarlo y estoy seguro de que mi amo quiere que lo sepas—dijo el extraño.
¿Quién es tu amo?—preguntó Kaiba impaciente. Deseaba saber quien había ordenado la muerte de su padre y del Faraón.
Mi amo es aquel que tiene toda potestad ante la muerte. ¿Es necesario que les diga su nombre?—preguntó el encapuchado.
¡Anubis!—dijeron el castaño y el ojivioleta a la vez.
Anubis, si. Al que ustedes han relegado por Ra. Su culto ya no es admitido en palacio. Sus templos han menguado mientras los de su sol se levantan constantemente. Han olvidado su lugar dentro de las cosas y han olvidado el inmenso poder que él ostenta. Por eso ha decidido castigarlos. El culto de Ra será extinguido lo mismo que tu imperio y tú recuerdo Faraón. Dentro de un tiempo no habrá memoria de todo lo que tú ostentas como sagrado e imperecedero. Tú y los tuyos serán destruidos y para el mundo serán una antigua reliquia. Para eso me ha elegido a mí, su elegido, su chacal—dijo el lúgubre mensajero dejando ver que bajo la capucha llevaba una máscara de ese animal.
Entonces apareció Yugi y el Faraón volteando a verlo molesto le dijo—Te dije que te quedaras en la habitación. Esto puede ser muy peligroso—
Es que estaba preocupado—dijo el más bajo acercándose al otro y tomando su mano. Al ver la escena Seth supo que el otro había logrado conmover el corazón de Atemu porque la mirada del otro se suavizó y luego se endureció al ver a su enemigo mientras ponía protectoramente a su doncel detrás suyo.
Te ofresco una oportunidad de recuperar todo aquello que me he llevado, Faraón. ¿Te interesa?—preguntó de pronto el villano.
¿De que se trata?—preguntó éste.
Un duelo de las sombras. Si tu me vences te doy los objetos sagrados. Si te venzo obtengo el tuyo. Es muy conveniente para ti ya que ganas más que yo—dijo el encapuchado.
Yo combatiré en lugar del Faraón—dijo Kaiba.
El otro iba a contestar pero el Faraón se adelantó—Yo combatiré por mi cuenta. ¡Sé muy bien defenderme por mi mismo!—
El de la capucha sonrió.
Llamo a mi “Esfinge”—dijo el Faraón. Y una poderosa presencia con cara de mujer y cuerpo de león apareció entre ambos. Era una de las bestias más poderosas en el haber de Yami.
Muy bien. Entonces yo llamo a la bestia que causa temor en las almas no dignas. Una de las bestias más poderosas de mi amo. Llamo a la “Devoradora de almas” Devoradora ataca a su Esfinge—dijo el retador y ante ellos apareció una bestia con cara de lagarto, cuerpo de león y cola de escorpión. Las dos bestias se atacaron pero como su poder era parejo ambas desaparecieron.
Ahora llamo a mi “Dragón guardián del castillo”—dijo haciendo aparecer al menor de sus dragones.
Has de creer que con eso es suficiente, y lo sería de no ser porque yo poseo un ser muy superior que no necesita que tenga a dos monstruos en mi cementerio para invocarle. Te presentaré lo último que verás Faraón Atemu, te presento a mi “Dragón negro de ojos rojos”. Ojos rojos ataca a su dragón—dijo el mortal enemigo del Faraón.
El ataque se llevó a cabo y el mayor de los dragones despedazó al menor ante los azorados ojos de la concurrencia que creía que Yami era imbatible hasta entonces.
Atemu estaba anonadado al igual que su nuevo esposo y comenzó a sacarse el puzzle cuando el otro dijo— ¡Me llevaré tu alma también Faraón! No la pondré entre3 mis servidores ¡Quedará por siempre en el puzzle que llevas!—anunció un momento antes de que levantara su mano para cumplir su cometido.
¡No!—exclamó lleno de dolor el doncel aproximándose a su amado Atemu con la intención de salvarlo.
¿Qué haces?—preguntó este cuando lo vio interpuesto entre su enemigo y él.
¿Darías tu alma por la suya?—preguntó la figura encapuchada y el otro asintió con valor y con miedo entremezclados en su mirada. --¿Y tú, Faraón?—preguntó a Yami quien le miró absorto un momento. El de la máscara sonrió tras ella. –Jamás cambiarás. ¿Verdad?—De inmediato los ojos violetas de Atemu se opacaron y cayó primero de rodillas y luego de cara al piso como un muñeco al que se le acabaron las baterías.
Motou abrazó el cuerpo inerte mientras las arenas del desierto le llevaban al enemigo de Ra, el puzzle milenario.
¡Ten un duelo conmigo!—exigió el sumo sacerdote de Ra desesperado por recuperar las reliquias que el otro se llevaba.
Este le miró por un momento antes de responder— ¡Tú no tienes nada que me interese, sacerdote! ¡No perderé mi tiempo contigo!—
El encapuchado volteó la espalda dispuesto a irse, seguro de que nadie se atrevería a detenerlo tras su muestra de poder.
Desesperado por recuperar los preciados objetos sagrados el castaño miró en su derredor buscando una forma de detenerle con su mente nublada por el desconcierto y la humillación recibida y fue entonces que vio la lanza cercana de uno de los guardias y tomándola la arrojó contra la espalda del otro, atravesándola con ella, la cual salió por su pecho en parte.
El atónito chacal miró el objeto punzante mientras caía de rodillas. De inmediato la figura de Seth se puso delante suyo y tomó la bolsa en que el otro había metido los objetos tan deseados.
Con su último aliento, lleno de ira para con aquel el chacal dijo levantando hacia él, que lo miraba, su mano derecha--¡Te maldigo Seth Kaiba! Para siempre carecerás de fe. La fe es la fuente de tu poder y yo te niego esta por la eternidad. Vivirás sin fe y vivirás solo porque ese es el destino de los que no tienen otro apoyo que si mismos. Solo alguien que en verdad desee tu bien, que te ame logrará devolver tu fe—después de un momento su vista se nublo y luego vio negro pero lo último que logró ver fue la fría mirada del otro al cual la maldición no parecía afectarle.
Kaiba ordenó a los guardias que quemaran al insurrecto y fue al lado del Faraón que yacía en brazos de Yugi.