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Hermosos y malditos por Kitana

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Notas del capitulo: Hola de nuevo, aquí esta otro cap de este fic, espero que les guste y si no pues haganmelo saber, mediante reviews o para mayor velocidad, al mail amazing_kitana@hotmail.com, bueno que lo disfruten
 

Eran aproximadamente las doce de la mañana cuando Camus se despertó. Con una sonrisa cínica en su rostro se saludó a sí mismo en el espejo. Estaba convencido de que ese sería un gran día. Volvió a colocar la bocina del teléfono en su sitio y después de bañarse y vestirse, abandonó su departamento con un cigarrillo en los labios. Se decía a sí mismo que aquellas serían las mejores vacaciones de su vida, y había hecho todo lo posible por lograrlo. Tenía una cita en el consultorio del doctor Daniel Delluc, casualmente el médico de la familia Scouros y su tío materno, era particularmente importante para él porque Daniel era el médico encargado de vigilar la salud del menor de los Scouros, Milo. Llevaba meses planeando aquello, y ahora se encontraba a minutos de saber si todo su esfuerzo había valido la pena.

Había echado mano de todo su "encanto francés" como solía llamar a su forma de actuar cuando se proponía seducir a alguien. Había seguido un concienzudo plan para conseguir lo que tenía en mente. La aparición en escena de los gemelos había provocado que sus planes tuvieran que acelerarse. Habría preferido postergarlo un año más, pero dada la situación, se dijo que tenía que asegurar su futuro a como diera lugar y no había mejor manera de hacerlo que atando a Milo a él.

Sin prisas entró en el consultorio, Daniel no se encontraba en ese momento así que adoptó una pose de lo más sensual y se sentó a esperarlo. Iba a encender su segundo cigarrillo cuando vio entrar a su tío, le miró con gesto por demás invitante y se acercó a él.

- Buenos días Daniel... hoy saliste muy temprano de casa... no tuve tiempo de darte los buenos días. - murmuró Camus pegando su cuerpo al de su tío. Suspiró muy cerca  del oído del mayor provocándole un estremecimiento.

-Ah... hola Camus.

- ¿Qué te parece si cancelas tus citas de la tarde y me acompañas a casa? Hoy me siento tremendamente solo.- dijo el muchacho se abrazó al atlético cuerpo de su joven tío sonriendo de esa forma en la que sabía podía enloquecer a Daniel.

- Eh... yo no puedo ausentarme toda la tarde... pero sí quieres podemos comer juntos...

- Eso sería perfecto.- dijo Camus separándose con brusquedad de su tío. Daniel lo miró, Camus solo le sonreía con un cinismo que no pretendía disimular, sabía que una de las cosas por las que le resultaba tan atractivo a Daniel era justamente su retorcida forma de ser. Se sentó sobre el escritorio que estaba detrás de él, con las piernas abiertas, como si le insinuara algo. Daniel lo miró con lujuria, deseaba tremendamente a ese muchacho pelirrojo, idéntico a Thierry, su hermano mayor. Camus disfrutaba el hacer desatinar a Daniel, él era, después de Milo, su juguete favorito, gracias a su intervención estaba fuera del alcance de la supervisión paterna y eso le hacía inmensamente útil.  Sabía que podía manipularlo a su antojo gracias a que lo tenía loco de pasión y lujuria, se divertía prometiéndole entregarse a él, haciéndole creer que en algún momento se decidiría a permitirle disfrutar de su cuerpo, cosa que no había hecho ni pensaba hacer hasta el momento. Daniel por su parte, estaba loco por Camus, le apasionaba el simple aroma que de la piel del chico emanaba y sabía también que tenía que apresurarse si es que quería tenerlo, pronto el muchacho sería mayor de edad y considerando el especial carácter que su sobrino poseía, sabía que era cuestión de tiempo para que se independizara y se perdiera de vista por completo, al menos por un tiempo. Sin embargo no dejaba de sentirse avergonzado por la clase de relación que sostenía con Camus. El chico era especialista en manipularlo, especialista en hacer de él un simple e insignificante títere al servicio de sus maquinaciones. Daniel era hermoso, tenía el cabello tan rojo como Camus, un par de soñadores ojos verdes y un rostro casi perfecto, tenía treinta años, era soltero y bastante conservador, solo que con Camus los prejuicios y las reglas morales se habían ido al infierno. El menor se le había insinuado muchas veces siendo aún muy joven cuando iba de visita a la casa de su hermana Madeleine, la madre de Camus, al principio lo había atribuido a su ardiente imaginación, Camus era un jovencito muy atractivo, ingenuo, risueño, dulce y adorable, o al menos así era como se mostraba ante sus padres y demás parientes. Cuando el chico ingresó al Ateniense, Daniel tuvo ocasión de descubrir que Camus era de todo menos ingenuo, era aún más perverso que muchos adultos que conocía. Daniel recién comenzaba su practica en Atenas, había llegado hasta ahí para sustituir a su abuelo en la práctica que realizaba para una clínica privada a la que acudían las mejores familias de toda Grecia para atenderse.  Su hermana Madeleine había insistido en que Camus pasara con él los días previos a su ingreso al colegio puesto que ni ella ni su marido podrían acompañarlo. De mala gana Daniel aceptó, no le agradaba tener cerca a Camus por la inquietud que el niño despertaba en él. Era lo noche anterior a que Camus tuviera que ser llevado al colegio, el muchacho contaba entonces con 15 años, Daniel creyó que el chico dormía y se metió a la cama pensando que al fin la tentación cesaría. 

No se enteró como fue, pero Camus se coló en su habitación en la madrugada y le sorprendió aun más de lo que ya estaba cuanto el chico se metió a la cama junto a él completamente desnudo.

- ¿Crees que soy hermoso Daniel?- dijo Camus con una voz extremadamente sensual, Daniel se quedó sin palabras, Camus comenzó a restregar su delicada anatomía contra el cuerpo de su tío. Daniel se quedó helado sintiendo que le faltaba el aliento, habría querido decir algo, hacer algo, apartarlo, pero no podía moverse de la impresión, Camus solo se carcajeo cuando el cuerpo de su tío comenzó a reaccionar a las caricias que con maestría le dirigió. El chico no dijo más, simplemente se levantó de la cama y salió de ahí. Al día siguiente actuó como si nada hubiera pasado. La escena se repitió los siguientes tres fines de semana, hasta que finalmente Daniel se decidió a confrontar al muchacho, cuando le preguntó que se proponía, Camus se limitó a decir: - "Me gustas, pero tendrás que hacer méritos si es que quieres tenerme"- . En sus siguientes visitas, Camus le permitió tocarlo, le permitió acariciar esa hermosa anatomía algo marcada por cicatrices de las continuas peleas en las que el pelirrojo se metía y metía a otros. Daniel se fijo en especial en una cicatriz en forma de cruz que Camus tenía del lado derecho de la cadera. -"¿Te gusta? Esa me la hice yo mismo, creo que se ve genial. - dijo el chico entre risas.

-Crei que eras diestro. - murmuró Daniel.

- Las creencias nos inducen al error querido tío... no debes creer todo lo que ves ni todo lo que escuchas, eso es lo que siempre dice mamá. Anda, bésame. - le dijo y se tendió en la cama en espera de que los labios de Daniel recorrieran su piel, a Camus le gustaba ese juego, le encantaba saber que era él quien tenía el control de la situación y que podía enloquecer a alguien como Daniel que había rechazado a tantas mujeres y hombres, a alguien que parecía ser tan correcto y tan fiel a la moral, le gustaba saber que podía destrozarle la vida sí es que lo deseaba. Pero no lo deseaba... aún. Aún necesitaba a Daniel para algunas cosas, tenía que conservarlo aunque empezara a aburrirle.

Daniel cada vez estaba más loco por ese niño, ese pecaminoso muchacho que le prometía que sería suyo si es que hacia los meritos suficientes. Camus no era virgen, pero para Daniel no importaba, para él era suficiente con que le permitiera poseerlo una sola vez. Estaba convencido que después de probar las mieles de ese cuerpo sería imposible dejarlo y también sabía que tenía todo en contra. Camus no era precisamente alguien de fiar y prefería que las cosas fueran siempre a su modo, cambiaba de opinión constantemente y era el mejor de los mejores diciendo mentiras y engañando a los demás.

Había sido en el consultorio de Daniel que Camus se encontrara por primera vez con Milo. Camus siempre se mostraba interesado en los hijos de los mejores clientes de su padre, Ethienne Mont Claire, un connotado corredor de bolsa, Emmanuel Scouros, el padre de Milo era uno de sus clientes más importantes.  En principio eso era lo que había atraído la atención de Camus sobre el rubio, sin embargo, cuando se enteró de la fecundidad de Milo, ese interés rayó en la obsesión.  Le intrigaba la aparente soberbia del chico, le fascinaba ver esos ojos azules fijos en él, sin pestañear, sin apartarse hasta que él se decidía a girar el rostro y enfrentarlo con sus felinos ojos verdes y una sonrisa tierna que ocultaba sus verdaderas intenciones. Camus pensaba que Milo era el juguete perfecto, hermoso, maleable, algo ingenuo y despistado. Pero no tuvo oportunidad de poner en práctica todas sus locas ideas acerca de Milo hasta que éste ingresó al Ateniense como alumno de primer año en la preparatoria. Había planeado todo cuidadosamente, tenía el lugar ideal para poder ver lo que sucedería. Contempló a Milo luchar y resistir lo más que pudo a la violencia de Death Mask, le escuchó gritar y maldecir, siempre con una sonrisa en los labios. Le encantó ver la forma en que el rubio nunca dejó de resistir. Salió de su escondite para verlo llorar y gritar, maldecir a todos los que lo miraban, estaba decidido a verlo sumido en la inmundicia, estaba decidido a convertirlo en un ser sin voluntad dispuesto a hacer todo lo que él le ordenara.  Se acercó a él y lo tomó con tanta violencia como lo había hecho Death. No tenía otra intención que hacerle saber a Milo que en adelante lo bueno o malo en su vida dependería únicamente de él. Y lo había logrado hasta que Kanon apareciera.  Camus no sabía cual de ellos era el que le interesaba a Milo, en su apreciación esos dos eran idénticos entre sí, e idénticos a su hermano mayor, Alcestes... y Alcestes era el único hombre en todo el mundo que se había resistido a él, el único que había logrado ver detrás de ese disfraz de engañosa ingenuidad que Camus empleaba fuera del colegio.

Después de haber tenido una sesión de sexo oral con Daniel, Camus se acomodaba el cabello. Daniel aún estaba tendido en el piso con el rostro vuelto hacia el techo. Respiraba agitadamente y contemplaba con minucioso detalle las irregularidades del techo. Camus se sentó a su lado, esa sonrisa depravada adornaba sus labios sensuales.

- ¿Hiciste lo que te pedí?- dijo Camus mientras se entretenía enrollando un mechón de su rojiza melena en uno de sus finos dedos.

- ¿Alguna vez he dejado de hacerlo? - dijo Daniel entre arrepentido y furioso.

- Oh vamos, solo es un pequeño favorcito que te pagaré con creces, tú sabes...

- Llevas dos años prometiéndome que me dejarás poseerte y hasta ahora no lo has hecho. No se sí debería creerte, estás tan acostumbrado a mentir que todo lo que tu dices debería ser imposible de creer.

- Umm, si no te gusta lo que hacemos, fácil, búscate a otro, a mí no me faltará con quien  entretenerme... por ejemplo...

-¡Cállate! Cuando hablas y te comportas como una ramera me enfermas Camus.- dijo Daniel, la única respuesta que consiguió de Camus fue una carcajada burlona.

- Oh vamos, yo no soy tan correcto y buenito como lo eres tú... y eso es precisamente lo que te gusta de mí, sabes que aunque lo desees no puedes apartarte de mí, te intoxico, eres adicto a mí, ansías tenerme y te enloquece pensar que eso que a ti te niego bien podría estar dándoselo a otros sin reparo alguno, ¿es cierto o me equivoco? - Camus le miraba con una sonrisa de satisfacción, Daniel solo apartó el rostro. - Lo sabes... no puedes vivir sin mí, me llevas aquí y acá.- dijo Camus señalando primero al pecho de Daniel y luego a su cabeza. - No soy estúpido querido tío, no lo soy, tú me amas y ese es tu peor error, tu peor pecado, porque yo jamás te amaré a ti, ¿sabes por qué? ¡Por que eres débil! Insignificante y débil, nunca me enamoraré de alguien que sea tan débil como para dejar que yo lo domine como te he dominado a ti en estos dos años. Lo único que tendrás de mí será mi cuerpo, nada más que eso y tal vez ni siquiera eso. - dijo Camus sin dejar de sonreír. -Ahora se un buen chico y dime, ¿cambiaste la ampolleta de Milo como te lo pedí?

- Sí, lo hice, ¿ahora me dirás que es lo que estás planeando? - dijo Daniel mientras se incorporaba.

- Oh es muy sencillo, simplemente pretendo acrecentar a la familia, solo eso.

- Estás demente Camus... no puedo creer que estés planeando algo así.

- ¿Y por qué no? Es decir, tú mejor que nadie debería saber que cuando quiero algo lo consigo, así que no me vengas con mojigaterías, tú también saldrás ganando con todo esto.

- No te entiendo Camus, sí él de verdad te interesa deberías ser más...

- ¿Más qué? No me estarás proponiendo portarme bien, ¿o sí? la verdad es que eso no se me da más que como farsa. No soy una buena persona ni me interesa serlo, ya deberías haberlo aceptado. Además, sí fuera un chico bueno no tendrías oportunidad conmigo. - dijo Camus y se echó a reír. - Bien Daniel, mí tiempo es exageradamente valioso, así que me voy, tengo que hacerle una visita a Milo. - dijo el pelirrojo, antes de irse le dio un apasionado beso a Daniel y con una sonrisa cínica le dijo adiós con la mano desde la puerta.

Satisfecho de saber que todo iba según sus planes, Camus se dirigió a la casa de la familia Scouros. No le fue difícil conseguir que lo dejaran pasar, a ojos de la familia de Milo, él era un gran muchacho y muy digno de visitarlos, además de que el padre de Milo lo consideraba completamente inofensivo. Se instalo en la sala para esperar a Milo, pero le informaron que el rubio no estaba en casa.

- ¿De casualidad sabe a donde ha ido? - preguntó a la empleado que lo atendió haciendo gala de esa sonrisa ingenua que usaba para convencer a alguien de hacer lo que él deseaba.

- Pues... la verdad es que no sé, salió muy temprano esta mañana, su amigo el joven Mu se fue con él. Vino por ellos un joven muy distinguido, muy alto, de cabello negro y ojos azules, la verdad es que a mí me pareció que ese caballero no esta muy bien de la cabeza.

- Dime algo, ese joven con el que se fueron Milo y su amigo, ¿te llamó princesa?

- Si, eso fue lo que me dijo. - murmuró la empleada algo sonrojada, a Camus le bastó atar cabos para descubrir que el que había pasado por Milo y Mu no era otro que Alcestes Gemmini, el hermano mayor de los gemelos. Eso le enfureció, era obvio que si Alcestes había pasado por los chicos, era simplemente para llevarlos con sus hermanos. Además estaba el detalle de que si había ido hasta la casa de Milo a recogerlos había sido porque contaba con la aprobación del padre de Milo.  Eso definitivamente no estaba en sus planes.

Furioso volvió a su departamento, tenía que pensar en la mejor manera de deshacerse de los gemelos. Ellos eran definitivamente un obstáculo que tenía que eliminar ala brevedad posible.

Mientras Camus planeaba la mejor manera de deshacerse de Kanon y Saga, ellos se divertían de lo lindo con Milo y Mu.  Habían ido a pasear a un bosque cercano a la ciudad donde se suponía que acamparían con algunos amigos de Alcestes que por cierto jamás llegaron, de manera que solo estaban Milo, Mu, los gemelos y Alcestes.

-Maldición Alcestes, ¿no se te ocurrió un peor lugar que este? - protestó Saga.

- No te quejes, podría ser peor.- murmuró Kanon, a él tampoco le agradaba el sitio que Alcestes había escogido para acampar, estaba demasiado alejado.

- Ustedes dos no tienen espíritu de aventura... amargados. - dijo Alcestes mientras asaba un enorme bombón en la fogata que había encendido con ayuda de Milo.

- Alcestes maldito bastardo te voy a...- dijo Saga. Solo se contuvo cuando vio que Mu lo miraba detenidamente. Kanon bajó la cara algo avergonzado mientras Alcestes miraba a Saga con gesto reprobatorio.

- Mmm ¿y con esa bocota besas a mamá? Si ella te escuchara te lavaría la boca con jabón. - dijo Alcestes.

- Mejor cállate que el que me enseñó a maldecir, entre otras cosas, fuiste tú.- dijo Saga.

- Bueno ya dejen de pelear y tratemos de pasar un buen rato.- dijo Milo.

- Tú si que sabes lo que dices, a propósito, ¿no tienes un hermano o hermana de mi edad que pudiera ser mi pareja? - le dijo Alcestes.

-¡Alcestes!- le gritó Kanon algo sonrojado. Milo solo lo miró como a un bicho raro y se disculpó. Mu fue con él. Cuando estuvieron algo alejados, Saga y Kanon se lanzaron sobre Alcestes que solo reía de lo enfadados que estaban sus hermanos mientras haciendo gala de velocidad y agilidad esquivaba todos los golpes que ellos le lanzaban sin dejar de reír.

La noche estaba cayendo, Saga y Mu se habían quedado dormidos. Milo dormitaba en los brazos de Kanon. Alcestes se entretenía lanzando ramitas secas a la hoguera que crepitaba frente a él, Kanon estaba a su lado sosteniendo a Milo en brazos.

-¿Sabes? Nunca creí que alguien te hiciera cambiar como lo ha hecho él. - dijo Alcestes mirando a Milo.- Siempre supe que no estabas hecho de piedra hermanito, pero no me imagine que tuvieras ese corazón que tienes...

-¿A que te refieres?

- A que lo amas sabiendo lo que es él, lo que tiene que hacer en el colegio...

- Así que tu ya sabes, ¿él te dijo?- Alcestes negó con la cabeza.

-Claro que no. Uno jamás confiesa que es un imposible.

- Alcestes, me asustas, ¿de que hablas?

- De nada... de nada... no me hagas caso. Solo desvarío, como de costumbre.  - la sonrisa de Alcestes se le antojó falsa, lo conocía bien y sabía que había muchos secretos que Alcestes jamás había confesado ni confesaría.
Notas finales: Se los diej, aqui Camus va a ser un maldito infeliz, pero así es como me gusta, bueno bueno, nos leemos pronto, bye bye¡¡¡

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