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Bello durmiente por desire nemesis

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Agazapados en la oscuridad de la noche, los encapuchados esperaban la señal de su jefe para avanzar hacia el castillo que se aprestaba relajadamente a dar por terminado el día. Todos eran ávidos hombres de recursos llenos, pues habían lucido la cruz en sus pechos no hacía mucho tiempo. La noche anterior debían haber atacado el edificio pero su jefe detuvo todo cuando apareció la guardia pues eso les daba una ventaja considerable a los residentes, pero esta noche nadie les salvaría.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Debo deciros conde que hemos de irnos de vuelta a casa mañana. Agradecemos vuestra ayuda pero es necesario que tornemos a Constantinopla pues ya nada podemos hacer aquí—dijo “la” ojos mieles para sorpresa del ojos azules. No era del todo inesperado pero en su alma descubrió que no quería que se fueran.

 

Nada puedo hacer para evitarlo. ¿No es así?—preguntó el castaño y Fye miró a uno y otro.

 

No—fue la terminante respuesta de “la rubia”.

 

Algo pasaba entre esos dos, concluyó “la” ojos azules.

 

En ese caso, os deseo buen viaje—dijo el conde y se levantó de la mesa, hizo una cortés reverencia y se alejó de ellas después de dar las buenas noches.

 

¿Qué pasó entre vosotros?—preguntó su amigo al príncipe.

 

¿De que…?—trató de aparentar el otro rubio.

 

Se fue molesto. Le disgusta que os vayáis y a vos os pesa el iros—dijo el ojos azules con agudeza.

 

No sé a que os referís. Él de seguro está molesto porque me le escapo y respecto a mí te equivocas al punto. Me alegra más que nada el irme—respondió Joseph sabiendo que era todo mentira.

 

Tras el dintel de la puerta los ojos de Seto perdieron algo de brillo ante las palabras de “ella” y luego se marchó para no oír más. Al oír las palabras de “Fluorite” se había quedado esperando oír una aceptación por parte de “Ladybell” pero eso no había llegado.

 

De seguro no es solo eso lo que le ha puesto así. Él tiene alguna razón muy fuerte para no desear que os vayáis. Después de todo vive pendiente de vos—dijo Fye.

 

¡Ja! ¡Pendiente!—se rió con sorna Wheeler—Si de alguien estuvo pendiente todo este tiempo fue de vos—

 

“Eso sonó a celos”, pensó su amigo. –Si creéis eso estáis tan mal como creo. ¿No habéis notado que si os ignoraba y a mí parecía prestarme toda su atención era para llamar toda la vuestra? Y veo que lo ha conseguido. ¿No os diste cuenta de que estaba pendiente de toda pequeña reacción vuestra? ¿En serio sois tan obtuso?—dijo este.

 

¡Callad! Que alguien puede escucharos y descubrir nuestro secreto—dijo el melado pero en verdad solo trataba de acallarlo porque le estaba causando raras sensaciones, con sus palabras, que no sabía como manejar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La puerta de los abastecimientos estaba abierta. Era el plan. Los intrusos penetraron por ella sin problema. Fuera quedaron los quince cuerpos de los guardias, tendidos en diversas posiciones.

 

Los que entraron lo hicieron de uno en uno con sus dagas prontas para hacer daño y se fueron internando en la semi dormida edificación.

 

Seto leía ante el fuego aunque su mente no lograba concentrarse en lo que leía.

 

Los sirvientes, su príncipe y el amigo de este, charlaban de lo venidero en las habitaciones del melado por la confidencialidad que esta les aportaba aunque una de las sirvientas estaba apostada afuera para evitar que cualquier transeúnte les escuchara.

 

De pronto los que hablaban en conspirativo tono se dieron cuenta que esta volvía a la habitación y después de cerrar la puerta despacio les miraba con lívido rostro.

 

¿Qué acontece Azucena?—preguntó él príncipe.

 

Ella no llegó a contestar pues de pronto la puerta fue empujada desde el pasillo y la joven trastabilló hacia su audiencia que paralizada se encontró ante varios hombres encapuchados que después de mirarles intentaron atacarlos con sus dagas.

 

Pero ni lerdas ni perezosas, las “señoritas” fueron a por ellos y empujándoles, después de tomarles por sorpresa para desenvainar luego las espadas que estos traían al cinto y matar a dos al punto. Los otros les hicieron frente pero también perecieron.

 

¿Pero qué está pasando aquí?—preguntó el príncipe y entonces él y Fye se miraron teniendo la misma idea.

 

¡El conde!—dijeron al unísono.

 

¡Encerraos a cal y canto y esperad a por nosotros!—indicó Joseph.

¡Alteza, quedaos! Si esos hombres le dañaran—dijo el baluarte asustado tanto por la suerte de este como por la de la gente que estaba bajo su comando.

 

¡No os preocupéis, Emerich! ¡Yo le cuidaré con mi vida!—le dijo el ojos azules haciendo que el viejo se preocupara un poco menos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Kaiba se levantó de su sillón y decidió que quería algo de té por lo que tiró de la cuerda atada a una campanilla en la cocina que indicaba que quería algo.

 

¡Yo apagaré vuestra sed!—dijo una voz desde el umbral de la puerta y se lanzó en pos del noble ni bien este volteó.

 

Seto estaba desarmado por lo que solo pudo retroceder y esquivar ante la espada que se aproximaba a su cuello. De pronto entraron más hombres y por un momento, mientras estaba rodeado pensó en las damiselas que descansaban cercanamente, sobre todo en una. ¿Qué suerte les habría tocado? Miró en derredor buscando un arma pero solo encontró un arco sin flechas junto a su escudo de armas apoyado sobre la chimenea.

 

Esto terminará pronto, su alteza—dijo el primero en entrar y entonces el castaño supo a que venían y porqué.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tanto el príncipe como su acompañante no encontraron resistencia en los pasillos y ambos temieron lo peor. Los atacantes se habían dirigido directamente a las habitaciones del dueño de casa y si eso era cierto solo una razón cabía.

 

Habían venido por su vida. Joseph tenía el corazón en un puño. Si algo le sucedía al conde… ¡Qué loco darse cuenta en un momento así de cuan importante se había vuelto una persona que momentos antes se decía que detestaba! Se dio cuenta de cuan verdaderas eran las palabras que el conde le dijera estando a solas la noche anterior. Y de cuan asustado se había sentido al oírlas, tanto que apuró su huída. Se sentía extraño. Como presa de una sensación de urgencia y pérdida a la vez. ¿Sería eso lo que sienten los enamorados? Se preguntó y luego se auto-abofeteó por pensar en semejantes cosas en un momento como ese.

 

 

 

 

 

 

Lejos. En las lindes de las tierras del castillo un corcel exhalaba y de sus fosas nasales escapaban nubecillas de bruma nocturna al compás de su potente galope. Presa de la urgencia de su amo su paso no podía ser más perentorio. Su pelaje negro relucía cada vez que la luna se reflejaba en él, ocasiones pocas ya que cabalgaba bajo una arboleda.

 

Sobre él unos ojos rojos escudriñaban el camino con la mirada de un tigre en persecución de una gacela que no dejará escapar ni con su último aliento. Tras él, un escuadrón entero luchaba por seguirle el paso.

Notas finales:

Y?

se lo esperaban?

verdad que no?

espero disculpen por lo corto pero me gusto dejarlo hasta ahi

ja ne

^^


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