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Bello durmiente por desire nemesis

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Estaba por acostarse cuando los vidrios estallaron y por ellos penetraron dos figuras oscuras armadas de afiladas dagas. Joseph tomó la suya que tenía escondida bajo la cama. Siempre es bueno prevenir, se había dicho.

 

No es necesario que os compliquéis mi petit mademoiselle—dijo uno de ellos—No pretendo haceros daño—añadió con una sonrisa que indicaba lo contrario.

 

“Ella” les mostró que no tenía nada que temer de ellos abatiéndolos en cinco pasos. Lo mismo hizo su “hermana mayor” en sus habitaciones. Se reunieron en el pasillo. Fye no llevaba sus extensiones pues estaba durmiendo cuando los hombres penetraron en la suya.

 

Han venido de nuevo a por él—dijo el ojos azules.

 

La contienda se volvió furiosa al otro lado del pasillo pero Kurogane actuó rápido y logró salvar la vida de su protegido como la vez anterior. Luego perseguidos acudieron al pasillo para escapar del asalto y al doblar una esquina se encontraron con una de las jóvenes peleando de igual a igual con uno de los hombres y atravesándolo con su daga.

 

Lo más sorprendente fue que al ver su rostro sin ese pelo largo todo se iluminó para el capitán. Fye lo miró un segundo antes de que este se le fuera encima y colocara su espada en el cuello del ojos azules.

 

¿Qué está sucediendo aquí?—preguntó el otro ojos azules pasmado.

 

¡Es el príncipe sajón!—gritó Kurogane—No le reconocí de mujer pero es él. Nos ha engañado todo este tiempo y esa mujer le ha dado cobijo en vuestras narices—dijo señalando a “la melada”—Ella es su cómplice. ¡Debéis aprenderla también!—añadió.

 

Seto la miró por un segundo. El otro príncipe estaba alelado de cómo la situación se había vuelto en su contra con tal rapidez. Kaiba lo tomó del brazo y colocándolo a su espalda como en la otra ocasión dijo al ojos rojos—¡A ella no la tocaréis!—haciendo que el corazón del sajón se partiera en mil pedazos pues sabía que el otro estaba siendo engañado por él y que le protegía víctima de ese engaño. El otro era en todo más noble que él.

 

¡Vos volveréis al cadalso mañana!—aseguró furioso el capitán al estafador. Se sentía usado, engañado y burlado de la peor manera. Además se sentía de lo peor consigo y con su rey por no haber visto antes la semejanza y el engaño. Estaba ciego por la lujuria y eso era imperdonable.

 

Fye enfrentó esos ojos de magma encendido con un sentimiento de haber perdido algo muy grande pero con su habitual entereza. No apartó la vista ni dijo nada para excusarse.

 

Wheeler vio todo eso sintiéndose culpable por la protección del Delfín y la de su amigo quien aún en esas circunstancias pensaba en él más que en si mismo y por toda su cobarde actuación.

 

¡No! ¡Él no irá a ningún lado!—dijo el sajón despojándose de sus extensiones un momento antes de dar un paso al costado del Delfín y amenazar su garganta con la propia espada—Porque él no es el príncipe Wheeler. ¡Yo soy Joseph Wheeler, príncipe sajón de Britania, heredero de la casa de mi padre y de los Wallenhein de Sturdoff!—aseveró con la voz potente con que afirma la realeza dejando sin palabra a los franceses.

 

¡Tú!—le miró estupefacto el Delfín.

 

No quería llegar a estos extremos pero a menos que deseéis que vuestro príncipe muera…--dijo el melado.

 

No tenemos ningún problema con eso—acotó una voz tras el melado y el castaño y ambos voltearon para ver a unos atacantes.

 

¡Alejaos!—les gritó el sajón.

 

¡Que bríos! ¡Nos reta un hombre que viste polleras!—todos rieron y fueron por él. Tanto los rubios como el morocho y el castaño unieron sus armas con un fin común.

 

Cuando terminaron con los agresores Kurogane pretendió volver sus armas hacia Fye pero este ya le apuntaba a él como Joseph a Seto.

 

¡Vendréis con nosotros! ¡Él Delfín será nuestro salvo conducto para llegar a Sajonia!—les dijo Wheeler.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Partieron más tarde después de que los enemigos habían desaparecido. De pronto dos hombres aparecieron, rubios y albos conduciendo a su príncipe y su capitán como rehenes, los soldados creyeron que eran parte de la conjura y a regañadientes les dejaron partir por el mandato del pelinegro.

 

Cruzaron en caravana por los amplios bosques que conducían al canal de la Mancha y por allí hacia el mar y a la tierra madre.

 

Sabéis que nos seguirán, buscarán el momento oportuno y os atacarán como perros salvajes. Me dan pena sus mujeres—dijo el ojos rojos mirando la comitiva de sirvientes. Sus manos como las de Kaiba se hallaban atadas a la silla y Fye conducía su montura.

 

Deja de hablar idiota que nosotros conocemos muy bien tu juego. Fraulains no teman que este individuo solo busca amedrentaros pero confiamos en vosotras que habéis cuidado tan bien de nuestras vidas y las protegeremos sin dudar. ¿O acaso piensan lo contrario del gentil Joseph Wheeler? Le conocéis desde niño y sabed de su probada hombría—dijo el rubio de ojos azules y los murmullos que empezaran con las palabras del pelinegro cesaron como por ensalmo.

 

Kurogane pudo ver la confianza que sus hombres tenían en el príncipe, igual que Seto se impactó con ello. Era apenas de la edad del otro pero inspiraba sin duda más respeto que este entre sus hombres.

 

Hablan como si fuerais un gran dirigente pero apenas ostentas el mando—dijo el castaño al melado. –Sois tan joven como yo—añadió el cabreado Delfín.

 

Aún así dudo que hayáis ido a las cruzadas—retrucó el ahora reposado Wheeler, tenía que pensar en muchas cosas importantes y esa charla intrascendente solo le ponía de mal humor.

 

¿Y vos cuanto habéis ido?—preguntó Kaiba furioso por tan cruel comentario. Por supuesto que él no había tenido oportunidad de llegar a Tierra Santa. Era muy joven y además era el heredero del trono de Francia y no se podía enfrentar a tales peligros.

 

Tres años—respondió el joven sajón sorprendiendo a los franceces. –Un príncipe sajón debe probar su valor para dirigir a los suyos. El derecho divino no basta. Hay que probar merecerlo—añadió.

 

Por unos minutos reinó el silencio. Seto se sentía rebajado por el otro y comía su rabia y desconcierto en silencio.

 

¿Vuestro padre dejó marchar a su único hijo a un lugar tan peligroso?—preguntó el capitán sin creerles del todos y se dio cuenta de que algo más había cuando los ojos de ambos perdieron brillo.

 

¡Éramos dos!—respondió Joseph—Perdí a mi hermano en la rivera del Éufrates—

 

Entonces Kaiba se dio cabal cuenta de las diferencias entre él y el rubio. A él todo le había sido dado justificado en el derecho divino. El otro había de ganarse ese derecho con sudor y sangre. No era de extrañar que sus hombres le fueran tan leales. De hecho su amigo se había propuesto perecer en su nombre.

 

Pensando en eso el pelinegro miraba la espalda de Fye.

 

¿Qué se os perdió Kurorinrin?—preguntó el otro volteando de repente con una gran sonrisa.

 

¡Ese no es mi nombre!—le increpó el rehén.

 

¡Pero si es muy mono!  ¿No habéis pensado en cambiároslo por ese?—preguntó el otro.

 

¡No!—respondió el susodicho.

 

¿O a Kuropon?—preguntó el ojiazulado.

 

¡No!—

 

¿O a Kuroropon?—

 

¡Que no!—

 

Kurorin estaría mejor—

 

¡He dicho que no!—gritó el capitán de la guardia real de Francia fuera de sus cabales mientras el otro se divertía de lo lindo. Joseph miró hacia atrás para verlos y sonrió como sus sirvientes ante la trifulca pero su sonrisa se esfumó cuando al volver la cabeza sus ojos se encontraron con los zafiros de quien cabalgaba un poco atrás suyo y tragó con dificultad.

 

¿Qué había sido eso que vio por un momento en los ojos melados? Se preguntó el castaño.

Notas finales:

espero no os decepcione

^^

mata ne


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