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Bello durmiente por desire nemesis

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La lucha en la isla de Britania había terminado tiempo atrás pero las rispideces entre Sajonia y Francia y sus aliados continuaron por al menos dos años. En ese contexto nada supieron los franceses de los sajones y viceversa.

 

Hasta que un día se concordó una reunión por la que se obtendría un armisticio (paz). Como era impracticable que cualquiera de los jefes de estado viajara al país contrario pues no se podía abandonar la idea de una trampa idearon ir, de común acuerdo, con un aliado en común que se suponía deseaba la paz tanto como ellos.

 

Constantinopla era la sede de la Iglesia pues el vaticano no sería creado hasta unos siglos después. Era una hermosa isla y los viajeros que desembarcaron y no la conocían en persona como el Delfín y su padre disfrutaron de ver tan hermoso lugar aunque la visita del más joven estaba empañada por amargos recuerdos lo que hizo que su padre pensara que quizás se sentía enfermo.

 

Por otro lado los sajones enviados en representación del rey de Sajonia ya que este era un hombre viejo y muy enfermo conocían dicho lugar demasiado bien gracias a su camino a las cruzadas. Si, el enviado especial del rey sajón para tal asunto era nada menos que Rudolff Wallenhein von Sturdoff. Le acompañaban en la comitiva tanto su sobrino nieto Joseph Wheeler como Fye y Grötten von Durmond sus aliados de siempre.

 

Desayunaron en la casa de un conocido mientras la comitiva francesa lo hacía en la casa de un comerciante de telas y especias de oriente muy complacido por sus distinguidos huéspedes a los que atendió como si fueran Maharahas (reyes muy ricos y esplendorosos de la India) con quienes estaba acostumbrado a tratar aunque aquellos no se comparaban al poder y esplendor del rey de la potencia más grande de occidente.

 

La citada reunión sería hecha en el palacio del jefe máximo de la Iglesia, el rey de Constantinopla, nombrado protector de la fe, de origen también sajón. Por tal razón el jefe de estado francés llevó en su comitiva un invitado “neutral”.

 

Cuando los enviados sajones y el rey de Constantinopla que aseguraría la paz de la reunión al estar, al menos espiritualmente en los corazones de los europeos, más alto que los otros se encontraban ya reunidos cuando la comitiva francesa penetró en los aposentos acompañados de un mensajero que sirvió para anunciar las glorias del rey Luis V de Francia y sus deseos de que todo esto se resolviera para el bien del mundo.

 

Los ojos mieles y los azules se encontraron en ese salón, los primeros ansiosos de mantener contacto, de saber de las nuevas, de recuperar algo mucho antes perdidos. Los otros aparentemente insensibles a tal situación lo miraron fríamente como si nunca se hubieran conocido antes.

 

Unos rojos escrutaron la figura de un ojos azules muy sonriente y que le saludó con la mano como si fueran ex miembros de la misma academia haciendo enojar a cierto capitán francés.

 

 Os agradezco mucho que vinierais primo Luis (Primo en la fe y en el rango)—dijo el rey de Constantinopla.

 

No podía dejar pasar esta oportunidad primo—dijo el susodicho con ladina sonrisa. Todos lo conocían por ser un depredador ventajista, su mirada y sonrisa coincidían con tal fama.

 

¡Bueno! No esperemos más y sentémonos a acordar los términos de este armisticio—saltó el viejo Rudolff agotado por el viaje y por la pomposidad del rey francés.

 

¡Vos y yo no tenemos nada que discutir!—saltó el francés—Vos firmareis lo que he traído en estos pliegos o sino nada de esto valdrá la pena—dijo el altivo Luis sorprendiendo a todos. Su ayudante de cámara (secretario) se adelantó con  un largo rollo de papel que estiró frente a todos con una pluma y un tintero que dispuso sobre la mesa más cercana.

 

¿Qué farsa es esta? ¿Habéis venido con la intención de tomar ventaja de este encuentro fraterno?—dijo furioso el sajón.

 

¡Explicaos!—dijo algo más calmadamente el rey de Constantinopla.

 

¡Padre!—dijo horrorizado Seto, a las leguas no sabía de los planes de su padre lo que logró alegrar aunque fuera un poco el corazón de Wheeler.

 

¡Callaos hijo y observad como un verdadero rey asegura sus planes y detiene a sus enemigos!—dijo el rey, luego respondió al constantinopolense—¡Está claro que los sajones no tienen la fuerza ni los arrestos para enfrentarse a nosotros y nuestros aliados así que en nuestra divina potestad como protector de Francia y sus tierras aledañas me he arredrado (tomado para sí) la protección de esa tan desprotegida nación pues su rey sucumbe y no tiene a nadie que pueda tomar las riendas de tal estado con propiedad, así que para asegurarle un saludable futuro me he encomendado tal misión. Sé que vos, majestad no estáis de acuerdo con tal anexión pero os aseguro que tanto vos como los demás sajones disfrutares de la mejor de las prosperidades bajo el sagrado trono de Francia—

 

¿Yo? ¿Significa esto lo que creo Luis?—preguntó el rey con una sospecha muy fría en su corazón.

 

Tanto Seto como Kurogane estaban perdidos en esa contienda de la que sin querer formaban parte. Aunque el pelinegro sabía de lo taimado que era su rey jamás pudo imaginar… 

 

Los ojos de Seto quisieron esta vez encontrarse con los de Joseph y explicarle aunque fuera mudamente pero esta vez el otro fue el que no quiso mantener el contacto.

 

El sajón no estaba molesto con Kaiba, por supuesto que no, como el otro pensaba que estaba, sino que estaba triste por la situación a la que finalmente habían sido arrastrados. Los dos en lados opuestos de tal contienda.

 

Otro pliego fue desplegado ante todos, todos se dieron cuenta que era la rendición de Constantinopla.

 

¡Esto es imperdonable!—gritó Rudolff desenvainando su espada y tratando de ir por Luis V, sus hombres entre los que estaba cierto capitán se pusieron entre ambos. La situación se hubiera vuelto un caos de metal y sangre si el rey Augustus no hubiera elevado su mano para frenar la embestida sajona.

 

¡Debéis estar muy mal si pensáis que firmaré eso! ¡Aquí no tenéis poder alguno!—lo enfrentó grandilocuentemente el rey de la isla.

 

Luis sonrió con esa clase de sonrisa que hace que a uno le suenen todas las alertas. Claramente traía algo escondido bajo la manga—Tal vez no lo hayáis notado pero últimamente han venido demasiados viajeros provenientes del continente—dijo.

 

Mis hombres no hubieran dejado pasar a tantos franceses como para que logréis intimidarme—dijo el rey sajón (rey de Constantinopla de origen sajón).

 

La sonrisa del otro se ensanchó pareciéndose asombrosamente a la de una hiena que disfruta de la agonía de su presa—Nunca dije que fueran franceses. ¿O si?—exclamó.

 

Seto estaba sorprendido. Su padre llevaba tiempo ideando tal trampa. De un plumazo Francia se anexaría dos reinos. Debía admitirlo, era magistral aunque nada admirable.

 

¿Quiénes son?—preguntó ya casi resignado el constantinopolense aunque pensando una alternativa, tal vez eran…

 

¡Conocéis su fama! Jamás han sido un reino aunque nunca nadie los ha doblegado—dijo Luis mientras Fye tenía un mal presentimiento sobre lo que seguiría—Son terroríficos guerreros y los más caros de comprar. No tienen aliados, solo clientes—

 

Esto se ponía peor y peor cada vez, pensó Fye.

 

¡Suizos!—casi escupió Rudolff con odio y respeto a la vez. Todos conocían la fama de esos bárbaros despiadados y atroces. Esos bandidos sin alma que asolaban cualquier tierra por un precio sin perdonar a mujeres o niños. No eran cristianos ni nada. Ateos hijos del Diablo se les llamaba. Pero en toda Europa eran temidos y su procedencia se decía bajito como si fuera una herejía. Un llamado directo al infierno no hubiera sido peor que nombrar esa procedencia. El salón se revistió con un silencio ominoso (oscuro, que presagia peligro).

 

El único feliz ahí era el rey de la potencia cliente de esos feroces engendros—Son un pequeño ejército pero son más de los necesarios para destruir vuestro palacio y a vos, rodean ahora el lugar bajo el mando del jefe de su clan y a una orden mía destruirán a todos excepto a mí y a los míos—

 

Los que no pertenecían a su comitiva fueron a las ventanas para cerciorarse de que lo que decía era verdad y todos vieron cientos de hombres apostados fuera de los muros de roca del palacio, esperando en mudo silencio. No llevaban ropas de guerrero sino ropaje normal pero no era necesario para que les identificaran como lo que eran. Todos llevaban esas espantosas y monstruosas espadas suizas, pesadas y tan grandes como un niño.

 

Seto fue a la ventana a ver el espectáculo aunque Kurogane intentó detenerle sin éxito y el mismo pelinegro atisbó la ominosa multitud. No había forma que los demás salieran vivos de ahí si no era la intención de Luis con esos hombres respaldándoles, pensó el capitán mientras los demás pensaban más o menos lo mismo. El rey había ganado con honores esa sucia partida.

 

¿Quiénes son?—preguntó sin ánimos de luchar el rey de la isla. Solo era curiosidad.

 

¡DauContress!—anunció el rey.

 

Una sonrisa se dibujó en los labios de un ojos azules, llevaba mezcladas tristeza y resignación mientras oía tal respuesta y veía a los apostados fuera. Joseph que lo miró no entendió el porqué de la sonrisa de Fye.

 

¡Traedlo aquí!—ordenó el rey francés.

 

¿Qué traeréis aquí?—preguntó nervioso y furioso Rudolff.

 

No es qué sino a quién—respondió Luis—Quiero que conozcáis al jefe de esos hombres. Es un interesante líder. Su padre murió hace un año y desde entonces comanda su clan. Elric DauContress es una persona muy interesante y creo que verlo les hará ver que lo mejor es firmar este… tratado—

 

¡Bien! Con que así vive la realeza de las islas—dijo un hombre nervudo y algo bajo, con pelo casi blanco y ojos azules como el cielo. Era musculoso y con pinta de tener gran experiencia en combate y a nadie le sorprendió. El clan DauContress era una egemonía donde no exitía un poder real o un cabeza de estado. Era el clan más viejo y el más temido. Se decía que incluso los otros clanes le debían deferencia en una tierra sin leyes escritas que solo se guiaba por el valor del dinero y que solo tenía a sus hombres para sostenerla pues no disfrutaba de ningún recurso que la hiciera sustentable—Ahora vamos a terminar con esta parodia y vosotros nobles firmad lo que quiere el rey de Francia antes de que pierda la paciencia—dijo el muy confiado DauContress.

 

Dio varios pasos casi pavoneándose cuando algo que vio le paralizó y de súbito su buen humor se fue al caño. Respiró con fuerza como un toro de lidia dispuesto a embestir y se tensó de tal modo que casi todos en la habitación temieron que fuera un hombre fuera de sus cabales y que en una rabieta mandara a atacar a sus hombres.

 

¿Qué acontece?—preguntó el rey de Francia.

 

Seguiré con lo vuestro luego—le respondió displicentemente el castaño con un tono que el francés no estaba acostumbrado a escuchar pero que a último momento dejó pasar porque no era un hombre que actuara por impulso y sabía medirse cuando era preciso. El otro tenía cientos de sus hombres fuera y él solo tres--¡Afuera, ahora! ¡Y no me hagáis esperar o acabaré aquí mismo con vos!—dijo el suizo antes de salir por la puerta sin mirar atrás.

 

Todos quedaron impresionados. ¿Estaba loco? ¿Con quien estaba hablando?

 

Para especial sorpresa de Kurogane, Seto, Joseph, Rudolff y Grötten, Fye empezó a caminar hacia la puerta.

 

¿Qué haces?—preguntó el rubio ojos mieles corriendo tras su amigo.

 

Lo que él dijo. No quiero que intente matarme aquí dentro. El espacio es reducido y podría acertar por ensalmo. Mejor no le doy esa oportunidad—contestó el ojos azules.

 

Joseph se quedó de piedra, luego corrió tras él y todos fueron tras ambos para ver como se resolvía el misterio y la contienda.

 

Varios pisos más abajo los rubios salieron de los portales del palacio. Siendo seguidos por los demás.

Notas finales:

espero les agrade este reencuentro y se viene algo emocionante

el pasado de Fye sera revelado

ja ne


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