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Bello durmiente por desire nemesis

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Sus ojos azules se abrieron de a poco y sintió que estaba cómodamente acostado sobre un mullido colchón mientras los aromas que su olfato percibía eran dulces y florales. Vio una habitación poblada de blancos y azules y la luz del mediodía entraba por un ventanal.

 

Una mujer vestida de sirvienta estaba ahí recogiendo algo y tapándose la boca salió corriendo. Se sentía tan débil y mareado como no se sintiera en la vida. ¿Qué había pasado?

 

De pronto recordó. El chiflido y la cara del francés mientras caía de su caballo. El silbido debió ser una flecha. ¡Una celada! ¿Estaría bien el francés? Probablemente si. Era un tipo competente y probablemente solo era un arquero porque sino no se explicaba como había llegado a ese lugar en su condición. Aunque el sinsabor de la duda le atacaba.

 

¡Veo que os encontráis mejor!—dijo el pelinegro entrando.

 

Fye sonrió zorrunamente.

 

¡Mala hierba nunca muere! ¿No?—preguntó el rubio mientras veía que tanto Joseph como Seto entraban en la habitación también. Probablemente estaba en el palacio del rey de Constantinopla, se dijo.

 

Yo no sonreiría tanto. Debisteis visitar el infierno en más de una ocasión—dijo Kurogane sorprendiendo y confundiendo a Fye quien también advertía que el rostro del otro estaba más risueño de lo normal.

 

Miró a los demás con sospecha y se sentó.

 

¿Qué hacéis?—se preocupó su amigo.

 

Os he dicho que debo irme. Esos idiotas aún deben estar esperándome aún y…--dijo el rubio.

 

¡Lo dudo!—dijo el ojos rojos.

 

¿Y el que me hizo esto? ¿Sabéis quien…?—preguntó el suizo.

 

Vuestro hermano escapó poco después de ser detenido y os siguió todo el camino. Ni vos ni yo lo percibimos porque pensamos que era el otro y él aprovechó eso para tenderos una trampa—explicó el francés.

 

¿Dónde está? Yo…--dijo Fye.

 

Muerto—respondió cortándole el capitán y el rubio lo miró—Debí hacerlo o…--añadió.

 

¡No me expliquéis nada! Era mi hermano pero se lo merecía—dijo el ojos azules.

 

Nunca fue vuestra intención matarlo. ¿Verdad?—preguntó Joseph descubriendo al fin que su amigo era de verdad la persona que él creía y aliviado por ello. Es que aquella mirada en sus ojos y sus palabras le dieron a temer que el otro se hubiera transformado en otra persona o que le hubiese engañado desde que se conocieran.

 

¡Podéis elegir que creer!—le respondió enigmáticamente el otro rubio.

 

¿Por qué intentáis engañar a vuestro amigo? Una persona dispuesta a ir al cadalso por otra no puede ser tan cruel—dijo para sorpresa de todos Kurogane—Se me ha hecho dificultoso reconoceros por todas vuestras máscaras y sé que sois un mentiroso y hasta un ser muy peligroso pero no eres ni la mitad de cruel que ese tipejo. Apuesto que es por eso que os alejasteis de los vuestros—

 

Fye quedó genuinamente muy sorprendido. El otro lo había estudiado a fondo e incluso le había medido con la precisión de un científico. Sonrió con verdadera alegría y pareció relajarse pero en verdad el otro lo puso nervioso. Jamás se había dejado reconocer ni aun por su mejor amigo. Era esa clase de gente que prefiere ocultar lo que siente y que cree, porque en caso de ser necesario puede engañar aún por su propio bien a sus amigos y que alguien hubiera descubierto su verdadero yo, sin ninguna ayuda de él le resultaba atemorizante. No estaba para nada acostumbrado.

 

De un arranque saltó de la cama y caminó derecho al armario. Lo abrió a pesar de que se sentía horrible antes de que pudieran detenerle y lo que vio le dejó perplejo. Despacio volteó a mirar a los otros y observó preocupación primero y después cierta “diversión” en sus caras.

 

Despacio bajó los ojos hacia el fino camisón de seda que estaba usando, todo lleno de volados y cintas y algo de su largísimo pelo dorado cayó hacia delante.

 

¿Qué rayos?—preguntó nervioso.

 

No creí que os importara—dijo Kurogane.

 

Os veíais tan cómodo en Britania—dijo su “amigo” Wheeler.

 

Fue hacia un espejo y mirando su esbelta figura de princesa con unos ojos asesinos preguntó--¿Cómo ha pasado esto?—

 

Debéis saber que han pasado varias semanas de vuestro ataque. En un principio quedasteis muy  mal y no sabíamos como manteneros a salvo y mantener alejado a vuestro clan, así que inventamos que vuestro hermano os mató y que le matamos en represalia. Sacaros en vuestro estado de Constantinopla solo lo pudimos hacer aludiendo a que erais una de las doncellas del Delfín y aquí dijimos que erais una de sus conocidas con una imperiosa enfermedad. Algunos de los empleados de Joseph se han encargado de vos conociendo el secreto—dijo Kurogane.

 

Miró furibundo su figura en el espejo—Por eso dijisteis que debí visitar varias veces el infierno—dijo Fye y Kurogane asintió. 

 

Todos temieron que lo tomara a mal hasta que empezó a reír con bríos.

 

¡Como voy a divertirme a vuestras costas!—dijo tan alegre que la sensación de haberle dado un escarmiento desapareció del ojos rojos. Ahora lamentaba terriblemente el haberle traído a París.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Creo que va a estar bien—dijo el rubio entrando en su recámara acompañado del Delfín.

 

¡Así es! ¡No creo que debáis preocuparos por él!—dijo el ojos azules con un tono peculiar que el otro detectó y se volteó a mirarlo.

 

No estaréis de nuevo preocupado por eso—le dijo el ojos mieles. Seto en verdad se veía ofuscado aunque intentaba no parecerlo.

 

Es imposible que lo vea de otra manera—dijo el castaño. En verdad no le gustaba que el suizo permaneciera cerca del melado.

 

¿En verdad me amáis, cierto?—preguntó el otro príncipe muy feliz acercándose al distante Kaiba.

 

¿No os lo he demostrado ya?—preguntó Seto mirando en sus ojos.

 

Pues quiero que volváis a hacerlo—dijo el sajón un momento antes de unir sus labios y que sus brazos ciñeran el cuello del más alto levantando un poco su cuerpo para darle caza a los del chocolate que de inmediato reaccionó besándole con intensidad.

 

Sus manos bajaron a las caderas de Joseph mientras su lengua buscaba con ansia todo rastro de alguien más en la querida cueva que ahora habitaba, marcando ese territorio como propio de nuevo.

 

El sajón sintió sus muslos golpear contra la madera del cercano escritorio mientras se derretía por el calor que despedían él y el ojos azules, sus manos estaban fijas en donde la quijada se pierde para evitar que sus rostros fueran separados mientras con los ojos cerrados disfrutaban de la emoción de sentir al otro.

 

Despacio el francés lo subió al mueble sin apartar sus brazos del derredor del otro. Wheeler puso sus manos sobre el pecho del otro mientras sentía como las piernas del castaño se hundían entre las suyas. Kaiba lo fue llevando hasta que quedaron recostados sobre la madera.

 

El deseo comenzó a pulsar haciendo que sintieran cierta molestia y sin preámbulos el rubio empujó suavemente al otro hasta que su mano pudo llegar a la calza ajustada que vestía al otro y comenzó tenazmente a despojarlo de la susodicha.

 

La dicha que Seto sentía de estar así con su cachorro como él mismo le había apodado era inconmensurable. El otro no era solo solícito con él sino que no le restregaba en su cara su experiencia o rango superior en muchas discusiones aunque si no estaba de acuerdo en alguna decisión lo perseguía incansablemente hasta que cambiaba de opinión. La pareja se había consolidado en esas semanas debido a cierta admiración que el ojos mieles provocaba en el otro. Además que había descubierto que lo necesitaba a su lado para estar completo. En su ausencia se había sentido vacío, inquieto.

 

El ojos azules tomó su propia calza en sus manos evitando que el otro pudiera sacársela. Como esperaba, Joseph detuvo su intento y le miró con ojos inquietos lo que sirvió de mil maravillas para atraparle por sorpresa con otro beso mientras sus manos se perdían en las caderas del otro, deslizándose dentro para buscar su virtud.

 

Cuando tocó el falo bajo la tela del pantalón, el otro se arqueó y dejó escapar un pequeño gemido que fue música para los oídos del Delfín que acarició a lo largo de este provocando que el otro intensificara su arco y que sus manos se arrebataran sobre los brazos de Kaiba.

 

¡Di que me amas!—exigió el más alto y el otro entreabrió sus ojos al borde de la sinrazón para musitar con la poca voz que podía controlar la frase pedida. Al oír tales palabras el castaño se arrojó del todo por sus labios mientras arrebataba de las caderas del otro su calza exponiendo así el erecto miembro del más bajo que rozó la tela del pantalón de Seto con agonizante toque.

 

El ojos azules elevó las piernas colocándolas entre ambos para luego arrebatar su propio ropaje inferior. Las palmas con los dedos hacia abajo acariciaron las nalgas del otro príncipe mientras este no quitaba sus manos de su cara para evitar que el beso se rompiera.

 

Con un movimiento ascendente, descendente el francés acarició la piel cercana a la sutil entrada y en uno de los movimientos descendentes su dedo medio acarició el interior de ella. Joseph empujó su cara con la propia cuando sintió la penetración repentina pero no deshizo para nada el contacto de sus labios. Así estuvieron un rato mientras el sajón era preparado.

 

La enrojecida piel acariciaba la piel de los muslos de Wheeler mientras los dedos de Seto estaban dentro haciendo su trabajo. La sensación tanto de la preparación como la del falo que rozaba su piel fue demasiado para el rubio que con voz entrecortada pidió--¡Hazme tuyo, Seto!—

 

La gota que rebalsó el vaso de la pasión para el ojos azules fue el oír su nombre en labios de su amante. Ambos sabían que al decirlo no había vuelta atrás. Rápidamente los dígitos fueron sustituidos por el miembro de Kaiba que pulsó dentro de su amante en las repetidas embestidas llenas del poder de la marea embrabecida. El escritorio comenzó a chirriar y moverse víctima de tal trato al que no estaba acostumbrado pero a ellos no les importó y el castaño continuó hasta que dentro del estrecho pasaje su erecto falo no aguantó más tiempo y soltó su semilla en una explosión directa que dejó exhaustos a ambos pues al sentir el derrame dentro de sí, con sus manos apretadas a más no poder para no gritar el sajón expulsó la misma entre ambos vientres, manchándolos así con la prueba del pecado.

 

Joseph abrió un tanto los ojos y un poco después el francés hizo lo mismo, pues le costó tranquilizar su agitada respiración. Se miraron en silencio unos segundos y…

 

…el escritorio se vino abajo. Terminaron entre astillas en el suelo pero sin ánimos de levantarse.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Vos que decís? ¿Me sienta este color?—preguntó el rubio agitando su falda como si bailara un  couple.

 

¡He tenido suficiente de esto!—exclamó el pelinegro y se dirigió a la puerta.

 

El otro le dio alcance antes de que llegara y le dijo--¡Ah, no, guapo! Yo quiero bailar—

 

¿Qué dem…?—preguntó el capitán mientras era halado de improviso hacia el cuerpo del otro que empezó a valsear abrazado a él con una sonrisota.

 

Algo estaba mal. Esas sensaciones estaban volviendo y no era aceptable. Se dijo el pelinegro mientras se movía al compás del otro por un momento mientras recuperaba el sentido. Intentó deshacer la pareja pero el otro era más astuto y lo agarró mas fuerte, luego, batiendo sus doradas pestañas dijo—Esto no está bien caballero, se supone que vos debéis guiar a la dama—

 

¡Ya basta de vuestras absurdas bromas sin sentido!—gritó colérico el confundido pelinegro para después empujarle y deshacerse de él.

 

Otra vez fue hacia la puerta y otra vez fue detenido de un jalón, otra vez quedó muy junto a Fye y otra vez se miraron a los ojos pero esta vez el rubio no sonreía.

 

Puede que sean absurdas pero no son sin sentido—dijo el ojos azules y sus labios tocaron apasionadamente los del otro mientras con una mano se deshacía de las extensiones de cabello.

 

¿Qué era de nuevo esa sensación tocando a su puerta? Se preguntó el ojos rojos con desazón mientras, aunque quería con toda su lógica irse de ahí, sus manos se apoderaban del cuello del otro que ahora lo abrazaba con fuerza. Rápidamente lo condujo al cercano lecho donde Fye ocupó la posición de arriba y comenzó a desabotonar su camisa sin separar su boca de la de él.

 

¡Esperad!—dijo el pelinegro separando sus manos de la ropa y terminando el ósculo—Esto no está bien—

 

Pues se siente bien y no me digáis que vos no lo queréis porque no podéis engañarme—le dijo el ojos azules.

 

El otro le empujó de manera repentina y fuerte haciendo que cayera al piso desde su precaria posición y le gritó—Sabéis que no es lo correcto, que no es lo natural, es una depravación y aún así continuáis insistiendo, sois como una maldita sirena intentando perder a los hombres en vuestro camino—

 

¿Os dais cuenta que acabáis de llamarme “sirena”?—preguntó el otro evidentemente divertido con que le identificara con una dama. Molesto Kurogane no respondió y solo salió azotando la puerta. La sonrisa de Fye se desvaneció de poco para dar paso a un semblante triste y opaco.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al rato uno de los sirvientes especiales le dijo al capitán que la herida del rubio se había abierto, que la estaban suturando de nuevo y él se dio cuenta que debió ser por el empujón. Luego le anunciaron que el “invitado” pretendía irse y sin demora fue a su habitación donde encontró que estaban terminando con las puntadas.

 

La sirvienta se fue y quedaron solos.

 

¿Qué creéis que…?—preguntó molesto el ojos rojos.

 

¡Me voy!—respondió sucintamente el otro—Ya debíais saber que en cuanto estuviera recuperado lo haría—

 

¿Y que haréis?—preguntó Kurogane.

 

Ya se me ocurrirá algo por el camino—dijo el otro mientras terminaba de vestirse de hombre pues le había solicitado a los sirvientes la ropa necesaria. No había necesidad de seguir con esa fachada.

 

¿Por qué no os quedáis hasta recuperaros por completo?—preguntó el ojos rojos tratando que no notara la preocupación que sentía. Era frustrante que el otro no diera marcha atrás por si solo. Parecía que ya no consideraba “gracioso” permanecer allí, haciéndole la vida imposible como él había esperado después de la discusión.

 

¡No os preocupéis! He sobrevivido cosas peores. ¡Podéis creerme!—dijo el suizo dándole la espalda mientras se colocaba la espada al cinto terminando así con su vestuario. Se negaba a mirarle a los ojos para dar por concluido así todo contacto con él. De pronto sintió una mano en su mejilla que le forzó a voltear la cara y sintió unos labios presionar los suyos. Se sentía tan bien esa sensación. El otro colocó el cuerpo de Fye entre él y la pared y sus manos se acariciaron mutuamente mientras sus labios no paraban de buscarse con tesón.

 

¡Te deseo!—admitió el francés.

 

¡No digas más!—susurró el otro mientras era conducido al lecho donde esta vez fue recostado debajo.

 

Las manos del otro eran fuego sobre la helada piel y arrancó suspiros de éxtasis de los labios del rubio mientras los labios del moreno recorrían una fina línea por el cuello y el hombro ahora desnudo del ojos azules.

 

Fye apretó los labios ante la exquisita sensación de esos labios recorriendo su ahora fervorosa piel.

 

¡Di que te quedarás!—exigió el ojos rojos.

 

Si me haces tuyo lo haré—le condicionó el ojos azules entonces recibió la embestida de los labios de Kurogane.

 

Las manos del mayor desvistieron el cuerpo del rubio con rapidez y minuciosidad mientras depositaba besos cada vez más osados y cada vez más abajo del menor quien con sus manos agarrotadas apretaba las telas de la cama debajo de ambos. Usualmente era atrevido y desenfadado pero ahora, no entendía porqué, se sentía una damisela en brazos de su primer amante. O tal vez se imaginaba porqué. Este francés era algo especial. Por alguna razón desde que le había hablado en aquella oscura celda, siendo el único contacto humano, la única persona que le hablara, había surgido un lazo especial que el tiempo y la distancia no había logrado romper. Al parecer el otro aunque nunca había dado claras señales de ello sentía lo mismo que él pues sino nunca hubiera llegado a tal punto.

 

Cuando desnudo y tendido sobre el lecho vio al otro despojarse de sus ropas frente a él una sensación única le invadió haciendo que sus mejillas ardieran. Su cuerpo era macizo pero grácil, tenía varias cicatrices como las suyas pero estas solo le daban un toque más varonil, más deseable.

 

Kurogane observó la alba figura yaciendo en la cama, con las mejillas coloradas y una mirada de deseo que le llamó poderosamente la atención. Como un rayo se tendió sobre él y le besó mientras con una mano levantó una de las piernas para colocarse en posición.

 

¡Esperad! ¿Qué hacéis?—preguntó Fye y el otro le miró confundido. ¿No era eso lo que le había exigido minutos antes? ¿Se habría arrepentido? --¿No pretenderéis hacerlo sin prepararme, verdad? ¡Me lastimaríais!—le dijo luego el otro. 

 

¿Cómo…?—preguntó Kurogane con una duda vaga en mente.

 

¿No pensaríais que sois el pri…?—preguntó con un tono algo burlón el ojos azules pero se cortó cuando el otro se alejó de él molesto. ¿Pretendía ser…? Se detuvo de pensar cuando le vio tomar su calza y acercándose a él le detuvo con sus manos.

 

¡Dejadme! Vos no tenéis ningún der…--trató de alejarlo el capitán.

 

¡Lo tengo! Porque os deseo como vos me deseáis a mi—dijo antes de besarle. El pelinegro soltó la ropa y lo abrazó con fuerza mientras lo conducía a la cama donde se recostó sobre él. El rubio tomó una de sus manos e introdujo los dedos del ojos rojos dentro de su boca, paladeándolos con la lengua en una forma muy sugestiva que no dejó de enardecer al otro quien lo observaba. Luego llevó sus dedos hasta abajo--¡Introdúcelos de a uno! Hasta que halla espacio—díjole antes de besarle de nuevo. Kurogane se preparó para hacerlo como el otro le había indicado.

 

Cuando llegó el crucial momento el francés se sentía tan nervioso como excitado, retiró sus dedos de una vez para escuchar el gemido de protesta del rubio que fue muy breve porque él lo acalló con sus besos. Kurogane estuvo dentro en un momento y sus embestidas se hicieron fuertes y rápidas a medida  que llegaba a la culminación. Cuando esta llegó fue repentina y duradera y tomó  a ambos desprevenidos. El rubio se dobló hacia delante agarrado fuertemente de sus antebrazos para exhalar un grito en ese momento. El pelinegro se arqueó hacia detrás haciendo que su bajo vientre empujara su miembro y su semilla lo más hondo posible en el ojos azules.

 

Luego de culminado el acto se quedaron abrazados y el suizo tapó al otro con las mantas.

 

¡Lo habéis hecho fantástico!—dijo al francés.

 

¡Callaos!—retrucó el otro molesto porque el otro le adulaba como un profesor a un alumno lento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fye y Joseph se encontraron en los pasillos la mañana siguiente. El primero sonrió.

 

¿Qué os ha sucedido?—preguntó el DauContress.

 

Tuve un… accidente—respondió con un poco de mal talante el sajón.

 

Unos metros más adelante el ojos azules observó una extraña situación. El Delfín también cojeaba—Pues no habéis sido el único—rió el suizo. Wheeler le miró disconforme con su actitud y el otro no pudo evitar preguntar--¿Habéis tenido el accidente juntos?—ante la muda respuesta el rubio rió con ganas—Me alegro por vos. Es lindo cuando estás con la persona que quieres—adujo después.

 

Joseph sabiendo de los sentimientos del otro se sintió culpable  por lo que el otro podía estar sufriendo—Yo…--dijo.

 

Fye lo paró en seco con una mano y sonriendo—No os preocupéis por mí. Yo también tengo a alguien—dijo el ojos azules. El otro le miró sorprendido. ¿Quién podía ser? Hacía poco de su despertar y para él nadie encajaba en el perfil salvo el capitán y era sabido cuanto lo detestaba a su amigo. ¿Le estaría mintiendo para que no se sintiera mal? Probablemente. Torturado por tales pensamientos llegaron donde el príncipe de Francia y su seguidor más devoto.

 

¡Os saludo majestad!—dijo el rubio más alto.

 

Yo no soy el rey—retrucó el otro ojos azules.

 

Pero como si fuerais—dijo el rubio--¿Habéis revisado vuestras heridas? ¡Os podéis infectar!—

 

El pelinegro miró preocupado al delfín.

 

Estoy perfectamente bien—respondió ominoso el francés y miró con reproche al rubio. Kurogane supo que algo de lo que no tenía información se estaba cociendo a su alrededor.

 

¡Dejad eso! Comportaos como adultos—dijo el capitán al ver que la rivalidad de ambos se alzaba. En el castaño por celos. En el rubio por diversión.

 

¡Deseo hablar con vos a solas!—le dijo el castaño al sajón.

 

¿No habéis hablado lo suficiente ayer?—preguntó Fye.

 

¡No os entrometáis en cosas que no os incumben!—ordenó Seto ya molesto.

 

Pero si me incumbe porque Joseph es “mi amigo”—retrucó el otro haciendo enfadar más al príncipe francés. El mencionado se sintió muy incómodo porque sabía que mientras los celos de uno se elevaban, el otro se divertía a su costa. De inmediato asintió y ambos se fueron cojeando sin más.

 

Al ver la escena el ojos rojos entendió la mención a las heridas un poco.

 

¡Os divierte enojar a la gente! Con los años ganaréis muchos enemigos—le advirtió el capitán mientras miraba a los principescos irse.

 

Y algo más—dijo de pronto desde muy cerca Fye, el aliento en su oído hizo estremecer la fibra más íntima del moreno que de un salto se alejó. El otro se había acercado sin él detectarlo cosa que también le puso los pelos de punta.

 

¿Qué dem…?—preguntó airado.

 

¡Os amo!—dijo el otro tomándolo por sorpresa.

 

¿Qué diantres os ocurre?—preguntó Kurogane apabullado acercándose al rubio.

 

¡Que os amo! ¿Vais a golpearme por decirlo aquí donde pueden escucharme?—preguntó divertido el ojos azules.

 

¡Rayos no…—dijo el otro muy sorprendido antes de comenzar a alejarse--…digáis cosas tan embarazosas!—sus mejillas ardían por alguna extraña razón.

 

 

 

 

 

 

FIN

 

 

Notas finales:

 

 

Gracias a todos por leer mi fic y un beso gigante a Milena D`Fluorite pues pasa por un mal momento. Todo mi apoyo vaya con ella y los suyos. Le dedico este fic.


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