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De Soledad y Recuerdos por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Se empieza a entrever la historia pasada que tiene Jean y las inseguridades y temores que esto genera en su presente. 

 


Capítulo III: El nombre susurrado en la oscuridad 


 


Jean se dejó caer sobre su cama como peso muerto, quedando boca abajo sin poder mover un solo músculo. ¡Ese realmente había sido un día de mierda!


Después de que Hanji lo ayudara a salir en la mañana, distrayendo a los guardias, había tenido que pagar con creces los favores de la castaña y ahora se podía decir que prácticamente era su esclavo personal. Y el desgraciado de Eren se había librado de toda la culpa, excusándose en que no podía actuar sin órdenes de su superior directo: Levi Heichou. Así que como el joven Titán se había lavado las manos convenientemente, él tuvo que hacer las veces de asistente de la peculiar Mayor Hanji Zoe, además de cumplir con el entrenamiento habitual.


Entrenamiento que de habitual no tuvo nada, pues todos los instructores intentaron mejorar la deficiente impresión dejada la noche anterior frente al emisario de Rey: el conde Alexandrus, por lo que el entrenamiento se volvió un verdadero martirio. Más aún para él, que debido a órdenes especiales del Comandante Smith, debía hacer el doble de ejercicios y tareas como castigo por llegar tarde a la formación.


En resumen: su día había sido una real y completa mierda.


Es por eso que ahora, que había terminado todos sus deberes por fin: lavar los platos de todos, encargarse del orden de los espacios comunes, asear los baños, limpiar las pesebreras, etc., etc., etc., se dejó caer sobre su cama con la única intensión de dormir… o tal vez de morir.


En cierto modo, agradecía haber tenido todas esas tareas y castigos, pues ahora su cuerpo exhausto le pedía a gritos un descanso y podría conciliar el sueño sin problemas. Porque Jean desde hace un tiempo venía teniendo serios impedimentos para dormir.


Sueños.


Pesadillas.


Culpas.


Recriminaciones.


Luego de la muerte de Marco, prácticamente vivía en un estado de insomnio casi permanente. Casi, porque había días en los que lograba dormir a la perfección: cuando estaba muy cansado y su cuerpo ya no podía más o cuando dormía junto a Eren.


Aunque él aun no era consciente del cambio que había provocado el castaño en él. Jamás se había detenido a pensar en la extraña relación que tenían ahora, ni en el tipo de vínculo que existía entre ambos y que crecía cada vez más. Tal vez no era más que una forma de negación, una especie de mecanismo de autodefensa para su corazón. Sin embargo, todo esto había cambiado un poco desde la noche anterior.


Pues fue en ese momento que Jean se dio cuenta de lo importante que era Eren en su vida y durante todo el día no paró de preguntarse: ¿Qué pasaría si un día Eren cayera en batalla? ¿Qué pasaría si Eren muriera? El terror que lo invadió fue tan fuerte que lo inmovilizó, pues se trataba de un temor anclado en lo profundo de su alma producto de un conocimiento de causa. Él ya había pasado por algo así, ya había sufrido por la soledad inconmensurable que provoca la muerte y no quería sentir eso nunca más. 


Suspiró con fuerza y se dio la vuelta en la cama para quedar boca abajo, cerrando los ojos. Aunque las oscuras y sangrientas imágenes no cesaban de inundar su mente, trató de obligarse a conciliar el sueño. Trató, como hacía todas las noches, de calmar el millar de gritos de horror que oía en su mente una y otra vez. No supo cuánto tiempo pasó, pues se encontraba en un estado transicional entre el sueño y la lucidez, cuando fue consciente de la presencia de alguien más en su habitación, junto a él.


Sintió el peso de un cuerpo demasiado conocido sobre su espalda. Primero se sorprendió pues no había oído sonido alguno y abrió los ojos enormemente, despertándose de súbito y poniendo en alerta todos sus instintos, pero al ser consciente de quién era, suspiró derrotado y se dio la vuelta para ver al castaño que se había alzado un poco para dejarlo girarse y ahora se sentaba sobre su pelvis.


—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con una expresión de fastidio en el rostro.


—¿Y qué clase de bienvenida es esa? —Eren lanzó una contra-pregunta cruzándose de brazos.


—¿Es que acaso no tuviste suficiente con tu castigo de anoche? ¿Quieres más?


Eren sonrió de forma picaresca, viendo la posibilidad de divertirse con la cara seria y la renovada cautela de Jean. Se notaba que esa noche quería jugar.


—Esa propuesta no suena tan mal.


—¡Ya déjate de bromas! Estoy hablando muy en serio —Jean arrugó el ceño al ver que Eren no paraba de sonreír—. Si alguien llega a descubrir que no estás en tu habitación otra vez, eres Titán muerto.


—Entonces vamos a mi cuarto —Eren propuso como si nada.


—¿Estás loco? ¿Y qué tal si Levi Heichou te hace una visita? —Jean comentó molesto, en cierta forma, le exasperaba la liviandad del chico—. De seguro me mata…


Eren alzó una ceja, en un gesto interrogante.


—No sabía que le tuvieras miedo.


—Eren, tú eres el único suicida que no le tiene miedo.


Eren endureció la mirada y se levantó de la cama. No dijo nada más, simplemente caminó hacia la puerta, la abrió con el mismo cuidado que tuvo para entrar y sin hacer el más mínimo ruido, salió de la habitación.


Jean quedó sentado sobre su cama viendo con expresión atónita la puerta por donde el castaño había salido. No se esperaba una reacción así y realmente no sabía qué hacer. Su mente lógica le decía que se quedara ahí, que tratara de descansar, que lo más importante ahora era salvar su propio pellejo, que no podía volver a arriesgarse por causa de Eren, ya que si bien tenía claro que Eren era alguien indispensable, él por su parte era completamente reemplazable. Trató con todas sus fuerzas que ese lado impulsivo de su corazón fuera acallado por su raciocinio.


Pero aunque eso era lo que su mente decía, su cuerpo hizo todo lo contrario. Poniéndose de pie, salió en silencio de su habitación hacia el largo y vacío pasillo en penumbras para dirigirse al cuarto de Eren. Al girar hacia la derecha según la ruta acostumbrada, se sorprendió de no ver a nadie fuera de la habitación del castaño; pensó que al igual que la noche anterior lo iban a mantener vigilado, pero se equivocó.


Ni siquiera se tomó el tiempo de teorizar al respecto. Aunque estaba plenamente consciente de que ese habría sido su modus operandi habitual: él habría analizado lógicamente todas las posibilidades y las implicancias de cada una de ellas. Pero en ese instante, sólo había una cosa en su cabeza: Eren. Y este único pensamiento era tan poderoso como para nublarle por completo la razón.


Cuando por fin llegó a la puerta, la abrió en silencio y se escurrió dentro del cuarto; la iluminación proveniente de una escasa vela, era limitada. Eren estaba descalzo, pudo ver las botas tiradas en el piso junto a la chaqueta y las correas, lo miraba con el ceño fruncido, con esa expresión altiva tan propia de él y se cruzó de brazos, desafiante.


—¿Qué haces aquí?


—¿Y qué pasó con tus vigías? —Jean evadió la pregunta del castaño— ¿Creí que esta noche también estarían haciéndote guardia?


—¿Y a ti qué te importa? —le respondió cortante.


Jean puso los ojos en blanco fastidiado por la reacción de Eren. Eso era todo lo que necesitaba por confirmación: ellos nunca en la vida se iban a llevar bien. ¡Jamás!


Y al parecer Eren pensaba lo mismo, pues decidió ignorarlo por completo. Se dio media vuelta y quitándose la camiseta, buscó entre los cajones del viejo mueble una prenda limpia para usar para dormir, sin reparar en lo más mínimo en el muchacho que se encontraba a sus espaldas. 


Pero muy por el contrario, este gesto en vez de provocarle repelencia a Jean, le causó magnetismo. Sintió que era atraído hacia el cuerpo de Eren por una fuerza sobrehumana. Se le acercó en silencio y antes de que éste pudiera ponerse la prenda encima, tocó con suavidad la trigueña piel de la espalda, provocándole un brinco.  


—¿Qué…? —Eren giró el rostro por sobre su hombro y lo miró con cierto temor— Me asustaste… no te sentí acercarte.


—Esos poderes tuyos de verdad son increíbles —Jean miraba su espalda hipnotizado—. No hay ni una sola marca.


Eren sonrió abiertamente y se volvió a girar para buscar la prenda en el mueble.


—¡Ya quisieras ser como yo!


Pero Jean no contestó nada, en lugar de dejar que sus palabras vuelvan a crear otra pelea con el castaño, prefirió dejar que su cuerpo expresara lo que sentía y pensaba en ese instante. Extendió la mano derecha y con la uña del pulgar, recorrió la columna del chico desde la base de la nuca hasta el fin de la espalda, haciendo que Eren arqueara la espalda producto del contacto. Los finos labios de Jean liberaron un jadeo caliente al ver el sensual movimiento del chico y tomándolo de los hombros, lo inmovilizó para poder besarle la espalda.


El cuerpo del castaño, lastimado la noche anterior, ahora  estaba recuperado por completo.


Sin soltar el firme agarre que mantenía en los hombros, Jean lo movió con brusquedad para arrojarlo boca abajo sobre la cama y se subió sobre él para continuar besándole la espalda. La piel que recorría con sus labios volvía a ser suave, conforme iba besándola podía sentir el olor característico de la piel de Eren, una esencia que se le había quedado grabada, el color canela había vuelto a esa piel y recorría fuertemente con la palma de su mano aquella espalda en la que ya no quedaba ni la más mínima huella o cicatriz.


Lo que lo movía ahora no era el deseo, aunque ese haya sido el sentimiento que recurrentemente compartiera con el castaño, ahora sentía algo muy diferente. No estaba interesado en poseerlo, en someterlo, como siempre lo hacían, ahora quería expresar el alivio de verlo bien, quería sentirlo a salvo. Es por eso que besaba esa espalda de una manera casi demencial, como si estuviera practicando algún tipo de ritual de adoración.


Sus labios finos se dejaban caer con suavidad sobre la piel trigueña de Eren, abría la boca un poco, para cerrarla con lentitud arrastrando los labios, humedeciéndole la piel. Su lengua lamía aquellos lugares donde los huesos se hacían visibles, recorriendo las vértebras, los omóplatos y los hombros. La tibia respiración que salía de su nariz le rosaba la piel como una caricia, provocándole escalofrío.


Eren apretaba las cobijas con fuerza, rindiéndose ante el contacto de la boca del más alto sobre su cuerpo. Se sentía abrumado por la intensidad de las sensaciones que le provocaba el otro chico y su boca no paraba de liberar suspiros de placer. Se sentía tan anulado por el deseo que no se detuvo a pensar en lo extraño y poco habitual de la situación.


Ellos no eran así. Ellos no hacían eso.


Por lo general, los encuentros que ambos tenían no eran más que sesiones de sexo, de sexo intenso y duro. No había sentimientos de por medio, mucho menos amor, la delicadeza era algo que sobraba, algo que nunca estuvo en el menú. Lo de ellos era una unión salvaje y carnal: sangre, dolor y placer.


Pero ahora no era así. Ahora era diferente. Y fue sólo hasta ese momento en que lo comprendió.


Eren detuvo todo movimiento de su cuerpo y se vio obligado a abrir los ojos con impresión. Sintió el tibio aliento sobre su espalda y sintió también la calidez de aquel líquido que cayó sobre su cuerpo.


—Tuve mucho miedo… por ti —la voz de Jean fue acompañada por una solitaria lágrima que rodó por su mejilla y cayó sobre la piel trigueña de Eren—. Temí que algo malo te pasara.


Éste era el terrible sentimiento que ahora embargaba su corazón: temor.


Porque no hay peor temor que la desesperanza e inmovilidad que produce el miedo al amor y a la pérdida. Era una angustia terrible que lo embargaba una y otra vez, sin importar cuánto se empeñaba en superarla.


Y por más que lo intentara, él aún no podía dejar de pensar en Marco. Cuando cerraba los ojos por la noche, la imagen de él se le venía a la cabeza: veía su cálida sonrisa y la paz de sus ojos, pero al segundo, no veía más que un cuerpo sin vida, un cadáver. Su sangre roja y espesa manchaba las paredes, su rostro desfigurado por el dolor de una muerte atroz, el olor a muerte que inundaba el lugar. Tal vez la peor recriminación que se guardaba Jean era que él ni siquiera lo vio morir.


No quería volver a vivir algo así otra vez.


Eren se dio la vuelta y quedó sin palabras. Jean se sostenía sobre los antebrazos para no aplastarlo, le dirigía aquella mirada dorada, cristalina de lágrimas, con una inusual preocupación


—Prométeme que nunca volverás a hacer algo tan estúpido —Jean pidió en un susurro—. No quiero ver más muertes inútiles.


Pero el castaño no pudo responder. Se sentía realmente descolocado con la actitud de Jean. Primero prácticamente lo había echado de su cuarto, luego iba tras él para comenzar a besarlo como un verdadero desquiciado y luego salía con esta petición. Su conducta ya estaba siendo demasiado errática, lo que era preocupante si consideraba que Jean era un tipo demasiado lógico para su gusto.


—¡Eren!


El castaño tragó saliva y lo miró con seriedad.


—Lo prometo.


Y con esa promesa, los brazos del castaño se enredaron en el cuello de Jean y lo apegaron a su cuerpo. Su pierna izquierda se encontraba entre las piernas del otro, mientras que la derecha estaba flexionada y la dejaba caer casualmente sobre la cadera del chico más alto. El tibio aliento de Jean le hacía cosquillas en el cuello, donde pudo sentir también la calidez de sus escasas lágrimas. Podía sentir el contacto con él en todo su cuerpo, pero esta vez ya no se sentía excitado en lo absoluto.


En realidad no sabía cómo se sentía… No sabía qué era lo que sentía por Jean.


Su corazón latía acelerado y sus manos temblaban. Se sentía nervioso, pero no era sólo por el hecho de sentirlo tan cerca de su cuerpo, era por ser cada vez más consciente de las palabras que había oído de la propia boca de Jean y por la promesa que él mismo había hecho.


Hasta ahora no se había dado cuenta de cómo habían cambiado las cosas entre ambos.


Subió su mano derecha con lentitud hasta el cabello de Jean, acariciándolo con suavidad y enredando sus dedos en pequeñas hebras, mientras su mano izquierda recorría descendentemente la larga espalda a través de la delgada tela de la camisa. Quería calmarlo. Necesitaba calmarlo. Quería hacerlo sentir tranquilo y en paz, que su compañía fuera como un calmante y poco a poco se fue dando cuenta que había logrado su propósito.


La respiración de Jean se había vuelto acompasada, respiraba con suavidad y regularidad. El peso de su cuerpo lo había dejado caer por completo sobre su cuerpo. Sus lágrimas habían cesado. Y Eren supo que se había quedado dormido.


Lo movió con delicadeza sobre la cama, poniendo cuidado de no despertarlo y se levantó. Le quitó las botas lentamente y lo cubrió con una pesada manta de lana para acomodarse a su lado, abrazándose al cuerpo inmóvil de Jean. Sólo hasta ese momento se dio cuenta que él nunca antes había compartido una experiencia tan íntima con el muchacho, a pesar de todo el tiempo que se conocían, de todas las experiencias que pasaron juntos, nunca antes se había sentido tan cercano a él como en ese instante… Pero este descubrimiento sólo le provocó temor.


Sentía que a cada paso que daba se estaba perdiendo en medio de un laberinto de sentimientos.


Ya no sabía nada con certeza.


Ya no había nada claro en su vida, ni en su corazón.


Se giró para ver el rostro dormido y relajado de Jean, y no pudo evitar que su boca se curvara en una sonrisa: se veía diferente cuando no estaba tan serio o enfadado. Estiró el brazo y delineó con la yema de los dedos las facciones marcadas y varoniles de Jean: la geométrica línea de su mandíbula, sus cejas delgadas, su nariz recta, su boca fina.


Y fue en ese instante que oyó el nombre susurrado por esa boca. Un nombre que le quitó el aliento.


—Marco…


 

Notas finales:

Gracias por leer y comentar. 


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