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Amor, Traición y Orgullo por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

El capítulo de hoy es completamente un POV de Kise, donde explica un poco su relación con Aomine y cómo y por qué llegó a donde está ahora.

 

 

 

Capítulo II

 

 

El corazón necesita creer algo.

Y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer

 

 

Miraba concentradamente hacia afuera. Las coloridas luces de la ciudad, los carteles de neón, las llamativas propagandas y las balizas intermitentes, siempre le habían producido cierto efecto hipnótico, como si al mirarlas concentradamente pudiera abstraerse de la realidad. Las luces nocturnas le permitían ser consciente de la inmensidad de la ciudad, y esta inmensidad le producía un sentimiento de inferioridad: era tan consciente de su pequeñez y debilidad, como cuando contemplas la enormidad del mar o una majestuosa montaña.

Tokio era así esa noche y todas las noches…

Imponente

Desafiante

Sublime

Tanto que hizo que Kise fuera consciente por primera vez en un año y siete meses, de sus propios sentimientos y de los del chico que lo acompañaba. Y lo hizo recordando…

 

Kise corría agitado por el largo camino que separaba el mini-market del gimnasio de la Secundaria Teiko. La noche ya había caído y ahora inundaba con su densa oscuridad el camino de joven, el que era iluminado sólo por unos escasos faroles separados entre sí por varios metros, dando una lúgubre intermitencia a los apurados pasos del chico. Ese día había olvidado su bufanda dentro de los camarines del Club de Basketball, sólo había notado la ausencia de la prenda cuando el frío nocturno le erizó la piel y buscó refugio en aquel trozo de tela azul oscuro y no lo encontró en su bolso. Recordó entonces haberla dejado derrumbada dentro de su casillero del camarín en medio de la urgencia que le invadía por salir a jugar y no le prestó mayor atención después, sólo hasta el cruel instante de extrañarla nuevamente.

Ese día se había marchado a casa acompañado de dos de sus nuevos amigos. Caminaba tranquilamente junto a Akashi y a Murasakibara hacia la parada de autobús más cercana, pero tuvieron que detenerte en el mini-market para que el muchacho más alto del grupo pudiera saciar sus ansias de golosinas. Recordó que la primera vez que vio a aquel chico que desde secundaria ya era un gigante, era fanático de los dulces, sobre todo después de los arduos entrenamientos. Kise rio divertido al verlo salir con toda una caja de golosinas.

Hasta a él le parecía extraño que hayan podido congeniar tan bien, pero desde que había ingresado a jugar con ellos, sentía que una nueva llama impulsaba su vida. Aunque estaba consciente de que la principal razón para ello era haberlo conocido a él: Daiki Aomine.

Aquel chico que había prendido su vida... Y no sólo deportivamente hablando.

Antes de conocerlo a él, su tediosa vida transcurría monótona y repetitiva. La misma rutina se repetía día tras día, imposibilitándolo de disfrutar. Aunque era un joven de 14 años, no se sentía para nada así.

Y aunque ninguna palabra saliera de su boca, iba pidiendo a gritos auxilio. Como ese día… el día en que comenzó todo.

Caminaba casi tan aburrido como siempre, suprimiendo el bostezo que se había transformado en su compañía diaria desde que había descubierto sus extraordinarias habilidades para los deportes. Él… Estudiante regular, modelo profesional a tiempo parcial, deportista innato. Parecía tener motivos de sobra para ser completamente feliz.

Pero era esa extraordinaria habilidad para los deportes la que se había transformado en su fuente de frustración constante. Amaba los deportes, pero no importaba qué especialidad practicara, siempre terminaba dominándola con facilidad en muy poco tiempo y pronto se encontraba que no tenía rival, perdiendo todo interés.

Siempre se había preguntado si toda su vida escolar transcurriría así. Se preguntaba si habría alguien tan increíble, que lo dejara sin oportunidad contra él. Y creía firmemente que esa persona debía estar en algún lugar ¡Anda, sal ya! Le habría gustado gritar.

Y fue en ese instante que sintió el golpe en su nuca. No lo supo en ese momento, pero ese pudo ser un golpe del destino. La respuesta del cielo a su silencioso grito de auxilio.

Fue recién entonces que se percató que ese golpe había sido dado por el balón de basketball que descansaba en el piso, se agachó y se lo pasó en la mano al muchacho moreno y atlético que lo miraba con una sonrisa en el rostro.  

Basketball… ese era uno de los pocos deportes que no había intentado.

Siguió al moreno al gimnasio, sólo para constatar que por fin había encontrado a ese alguien que buscaba con desesperación. Lo vio moverse con agilidad por la cancha con el balón en la mano y encestar. El muchacho desbordaba talento, tanto así que él creyó que nunca lo podría superar. Y fue en ese instante, mirándolo a él jugar alegremente en la cancha de basketball, que decidió cuál sería el nuevo club deportivo al cual se uniría.

Se adaptaron el uno al otro desde un principio. No pasó mucho tiempo para que la amistad y la admiración se les convirtieran en amor y antes del mes de haberse conocido, ya salían juntos.  

Lo de Kise había sido un amor fulminante e intenso. Lo supo desde el día en que lo conoció, desde el primer instante en que vio su sonrisa y la dulzura en sus ojos: se había enamorado. Y esa llama de amor que nació dentro de su pecho al verlo se expandió como un incendio voraz por todo su cuerpo, consumiéndolo dentro de un anhelo insaciable de la cercanía del moreno.

Fue un sentimiento que lo cegó instantáneamente, dejándolo sediento y ansioso de un amor que por instantes le pareció imposible y prohibido, pero que la misma intensidad de sus sentimientos le demostró que era incontrolable.

El día en que recibió la confesión del chico, no podía creer lo feliz y afortunado que era. Se creyó alguien bendecido. Creyó haber sido escogido. Creyó ser amado.

Y había sido tan iluso de creer que para el otro muchacho había sido igual.

Hasta ese día, que buscando su olvidada bufanda, entró al gimnasio sin el menor resguardo y se dio cuenta de su error.

Los enormes balones naranja estaban dispersos por la cancha, que era el único lugar del gimnasio que estaba siendo iluminado y era rodeado por las graderías en completa oscuridad. Bajo una de las canastas se encontraban ellos.

La menuda figura de un muchacho de celestes cabellos se encontraba en el piso, siendo aprisionado ahí por la atlética figura de un moreno. Pero el primero no se veía nada molesto con aquella situación. Es más, su rostro siempre inexpresivo ahora se veía turbado por la pasión del momento. Sus pálidas mejillas estaban encendidas, sus ojos estaban cerrados en una expresión de placer y su pequeña boca se veía sedienta de más besos, porque eso estaban haciendo. Ambos muchachos se estaban besando.

Se notaba que el entrenamiento había sido arduo. Las camisetas empapadas de sudor se les pegaban al cuerpo, haciendo que la esencia de ambos chicos se mezclara en una sola en medio de la proximidad del contacto.

El peliceleste se afirmaba de los anchos hombros del moreno casi con desesperación mientras una de sus manos se enredaba entre el corto cabello azulino. El moreno sostenía al más pequeño de la estrecha cintura y recorría la suave y pálida piel por debajo de la camiseta. Ambos se besaban con pasión y sin poder ocultar el anhelo que sentían de devorarse a través de ese beso.

Kise aún dudaba que eso fuera cierto.

Cruzó el umbral con paso incierto y los ojos inundados en lágrimas, buscando asegurarse que lo que veían sus ojos, no fuera más que un espejismo, una ilusión, una horrible broma de mal gusto. La puerta al cerrarse tras él hizo un sonido estridente que resonó por todo el gimnasio, haciendo que los dos muchachos se separaran asustados por la inesperada interrupción.

Aominecchi... Kurokocchi… los nombres de su novio y su instructor personal, salieron ahogadamente de su boca.

Ninguno de los dos muchachos dijo palabra alguna.

El peliceleste se limitó a ponerse de pie y acomodarse la ropa y el pelo, pero su expresión impávida no revelaba ningún signo de arrepentimiento. El moreno en cambio, seguía sentado sobre el brillante piso del gimnasio, mirando con seriedad al rubio, expectante de su reacción. Tuvo que ponerse de pie rápidamente al ver cómo Kise caminaba decidido hacia el jugador de menor estatura y rápidamente lo sostuvo por la cintura justo en el momento en que se le lanzaba encima.

¡Maldito!... ¡Eres un maldito! Kise trató de golpear al peliceleste

Kise cálmate Aomine lo sostuvo firmemente.

¡Tú no me hables!... ¡Eres un desgraciado igual que él!

Kise forcejeó entre los brazos del moreno, tratando de liberarse, pero éste al ver la fuerza del rubio, lo tumbó en el suelo y con el peso de su cuerpo lo mantuvo abajo para impedir que se desatara una pelea… O más bien una masacre. Kise sin embargo, cegado por la ira, no paraba de luchar por liberarse, hasta que se dio cuenta que liberarse era imposible.

¿Cómo pudiste hacerme esto Kurokocchi? Tú eras mi instructor... Kise se dejó caer al suelo llorando ¿Cómo pudiste tú hacerme algo así, Aominecchi? ¡Me traicionaste!

Será mejor que te marches, Tetsu Aomine habló con una voz demasiado calmada para la situación que estaban viviendo.

Aun frente a la petición del moreno, el peliceleste no se movió de su lugar, sin dejar de mirar a Kise a los ojos y mostrando esa expresión imperturbable en el rostro, que más parecía un desafío.

¡Tetsu! esta vez Aomine tuvo que gritar.

¿Estás seguro? Kuroko desvió la mirada hacia el moreno para dejar de prestarle atención al rubio que continuaba en el suelo llorando.

Sí... Adelántate tú.

Por primera vez en toda la noche, el peliceleste mostró algo en su estoico rostro. Su ceño se arrugó visiblemente y apretó los puños con fuerza, conteniendo la ira que sentía. Ira hacia ese rubio modelo que con su llegada lo había relegado a él a las sombras y a las migajas de un amor que ya no le pertenecía. Pero no dijo una palabra más y como le pidiera el moreno, caminó hacia el camarín, recogió sus cosas con rapidez y salió del gimnasio.

Mientras tanto Aomine aún mantenía a Kise preso contra el suelo, aprisionándolo con el peso de su cuerpo. Aunque esta medida era completamente innecesaria ya que el rubio había dejado de luchar para zafarse y se limitaba a llorar desconsolado sobre el piso del gimnasio. Y aunque éste tenía un físico mucho más desarrollado e imponente que el peliceleste que acababa de salir, era Kise quien mostraba una fragilidad impensada en él.

Ahora, mientras su cuerpo temblaba ligeramente por la rabia que sentía bullir por sus venas y sus hombros se agitaban con violencia por la intensidad del llanto, era Kise quien se veía frágil y delicado, como si estuviera hecho de cristal agrietado que en cualquier momento amenazaba con quebrarse en miles de trocitos.

¡Eres un traidor! soltó por fin con voz ronca por el llanto.

No es así Kise, tú eres el único al que amo la seguridad en la voz del moreno era abrumadora.

Pero Kise no estaba para ser tomado por tonto. Reaccionó girando el cuerpo y encarándolo con ojos iracundos.

¡Bastardo mentiroso!

¡Escúchame bien!... Todos los demás no son nada, no significan nada para mí... Sólo eres tú Kise.

¿Todos los demás? ¿Con cuántos más me engañas? ahora Kise lo miraba horrorizado.

¡Ya basta Kise! ¿Acaso no te basta con saber que tú eres el único a quien amo?

¡No! Quiero que me prometas que de ahora en adelante seré el único, que no habrá nadie más que yo... ¡Prométemelo!

Lo siento... Pero no puedo prometer eso.

¡Maldito bastardo! ¡Te odio!

El rubio logró liberar una de sus manos y trató de lanzarle un golpe, pero su muñeca fue sostenida con fuerza por el moreno que lo miraba con expresión serena en el rostro. Y era eso lo que más le dolía a Kise: su indiferencia. Aomine ni siquiera le pidió perdón. Es más, él ni siquiera consideraba que había hecho algo malo.

Kise…

¡No me toques!

¡Kise tranquilízate!

¡Quítame las manos de encima! ¡No quiero que me vuelvas a tocar!

Esta vez el rubio luchó para librarse del agarre del moreno, aunque no fue por mérito de su propia fuerza que logró zafarse, sino por la propia voluntad de Aomine que decidió dejarlo libre, en un vano intento por menguar su cólera.

Pero Kise se sentía demasiado traicionado y humillado como para dejar que la ira que lo invadía simplemente desapareciera y antes de marcharse haciendo acopio de la poca dignidad que sentía que le quedaba, lo miró hacia abajo con los ojos inundados de lágrimas y rabia, con el dolor atravesado en la garganta y la angustia oprimiendo su pecho.

No quiero volver a verte en lo que me resta de vida, bastardo infeliz.

 

Kise cerró los ojos con pesadez dejando que el paisaje nocturno de la ciudad se perdiera por un instante, teniendo ahora la certeza en el corazón de haber errado. Si en ese entonces hubiera hecho acápite de sus intenciones iniciales, no habría sufrido más de un año por las constantes traiciones de Aomine.

Sintió ganas de gritar por la frustración contenida ¿Por qué recién ahora se daba cuenta que había desperdiciado parte de los mejores años de su vida? ¿Por qué recién ahora se daba cuenta que había sido un cobarde? ¿Por qué le había tenido tanto miedo a la soledad? Si al final de cuentas, todo este tiempo había estado solo.

Fue en ese instante en que Kise abrió los ojos, entristecidos más por la vergüenza que sentía de sí mismo que por el desamor del moreno. Ahora se sentía empoderado como nunca antes lo había estado y ya no había más dudas en su corazón, así que habló.

—Aominecchi… ¿Tú crees en nosotros?

Parecía irónico, pero aún tenía curiosidad por saber qué respondería el moreno a esta pregunta. No eran esperanzas, no. Era una necesidad de saber si en algún lugar, aunque sea recóndito del corazón de Aomine había un lugar para él y para su amor. Tal vez porque no quería creer que todo el tiempo que habían pasado juntos no era más que tiempo perdido.

—¿Ah?

Pero ese monosílabo apático, indiferente y altivo que salió de la boca de Aomine fue lo último que necesitó para asegurarse que su decisión era correcta. Ya no había marcha atrás. Ya no había salvación.

—¿Crees que nuestra relación se puede salvar?... porque yo no.

—¿De qué estás hablando?

—Esta relación se terminó, sólo que ni tú ni yo nos habíamos dado cuenta.

Aomine lo miró detenidamente unos segundos, como si estuviera reflexionando sobre sus palabras. Su expresión facial era de completa seriedad, pero de un segundo a otro, ésta se transformó en una de diversión y agregó con voz segura.

—Eso es muy poético… pero no tengo idea de qué mierda significa.

Kise se giró dentro del taxi para encarar al moreno con una determinación pocas veces vista en él. Sus ojos dorados brillaban con intensidad, dándole más seguridad a sus palabras.

—¡El juego se acabó!... aquí y ahora.

—Escucha, no sé si me gustas, o te amo, o te quiero, o te necesito. Todo lo que sé… es que me encanta la sensación que tengo cuando estoy contigo.

—Eso no es suficiente para mí… y de todos modos, ya no tiene caso.

—Te vas a arrepentir de lo que estás haciendo Kise.

—De lo único que me arrepiento es no haberlo hecho la primera vez que te descubrí con alguien más.

—Y si no lo hiciste esa vez ¿Por qué habrías de hacerlo ahora?

Silencio.

—¿Por qué no terminaste conmigo esa primera vez?

¿Y por qué no había terminado con él? Si él había dado esa relación por terminada ¿Por qué lo perdonó esa vez? ¿Por qué lo perdonó esa vez y todas las veces que la siguieron?

Porque fue tan estúpido de comprenderlo. Porque estaba tan enamorado que escuchó las razones, las comprendió y las aceptó… Manteniendo en el corazón la ilusión de conseguir que algún día Aomine lo amara sólo a él. Que algún día desapareciera todo el mundo y sólo existieran ellos dos.

Pero no había sido así… Desde el principio esa había sido una relación entre cuatro, sólo que el único que no lo sabía era él.

Fue Akashi quien se encargó de explicárselo al día siguiente del dramático episodio vivido en el gimnasio. Kise nunca supo cómo se enteró el pelirrojo, pero sólo había dos posibilidades: o Aomine o Kuroko le habían contado. Él ni siquiera quiso averiguar quién había sido, quería olvidarse de todo aquello, dejar el basketball y olvidar que alguna vez conoció a alguien llamado Daiki Aomine. Pero su capitán tenía otros planes.

 

Kise se encontraba en su salón de clases, absorto del resto del alumnado que permanecía a esa hora en el salón. Como era la hora de almuerzo, había poca gente ahí, la mayoría eran admiradoras del rubio que mientras almorzaban, aprovechaban de mirarlo tranquilamente. El día de hoy sin embargo, el modelo se veía diferente. Miraba por la ventana a un lugar indefinido en el horizonte, completamente abstraído de la realidad.

Ni no fuera porque todos sabían que el joven modelo, que acababa de ser elegido “la promesa del modelaje nacional” por ser el modelo más joven en ser nombrado el rostro exclusivo de campaña de Hummel Japón y sus constantes apariciones como referente de la moda en Fudge magazine, no tenía en apariencia el más mínimo motivo para ello, podrían haber pensado que estaba triste.

Aunque si hubieran podido ver a través de él se habrían dado cuenta que Kise no sólo se encontraba triste… era más que eso. No sentía el corazón roto, sentía que su corazón lo estaba rompiendo a él.

Akashi se le acercó por detrás con aquel rostro serio e imperturbable que acostumbraba mostrar, pero Kise estaba tan absorto de la realidad que no se dio cuenta de su presencia hasta que éste le habló.

Ryouta… Necesito hablar contigo.

Kise se dio la vuelta extrañado al reconocer la voz, pero no respondió.

Sólo ahí Akashi se dio cuenta de cuán afectado estaba el modelo. Muy leves ojeras ensombrecían su mirada, sus ojos dorados estaban enrojecidos e hinchados, revelando que el insomnio y el llanto hicieron presa de él toda la noche anterior. El suspiro cansado que salió de su boca le hizo ver a Akashi que también tenía el ánimo por el suelo.

Sé cómo te sientes Ryouta.

¡No intentes psicoanalizarme!

Es verdad. Yo lo sé todo, así que sé exactamente cómo te sientes ahora.

¿Cómo lo sabes?

¡Ryouta!... Pareciera ser que no sabes con quién hablas.

Lo siento… es que… yo…

Vamos a la azotea eso no fue ninguna petición, fue una orden.

El pelirrojo no esperó respuesta alguna y con movimientos fluidos, dio media vuelta y caminó rumbo a la azotea. Kise no pudo hacer otra cosa más que levantarse de donde estaba y seguirlo. Después de todo, no tenía tanto valor como para desobedecer a Akashi.

Tomó el resguardo de ponerse los lentes de sol estilo aviador de Gucci con un leve ahumado en color marrón, que le cubrió a la perfección los ojos y le dio un toque de distinción y elegancia, haciéndolo parecer más modelo aún.

Cuando Akashi y Kise caminaban juntos, un aura distinta y extraña parecía envolverlos. Un aura invisible, pero percibida por todos, que les decía al sinnúmero de chicos corrientes y poco influyentes que inundaban el colegio, lo lejos que estaban de esos dos muchachos. Muchachos que a pesar de tener su misma edad y asistir al mismo colegio, estaban a un nivel completamente distinto, eran inalcanzables. La muchedumbre de los pasillos les abría el camino al paso seguro de ambos, susurrando y riendo nerviosos a su pasada indiferente y altiva.

Llegaron a la azotea desierta donde el sol alumbraba con fuerza al mediodía, haciendo brillar con intensidad el cabello del pelirrojo. Akashi tenía la vista fija en Kise, quien se mantenía de pie frente a su capitán con ambas manos en los bolsillos, tratando de parecer indiferente, aunque bastaba con ver su cara para saber lo afectado que estaba.

¿Y bien? el rubio comentó impaciente, desviando la mirada hacia el cielo.

Quiero hablarte acerca de Daiki… y Tetsuya… y Satsuki.

¿Qué tiene que ver Satsuki en todo esto?

Akashi no respondió, se limitó a mirarlo imperturbable.

No puede ser… esto tiene que ser una broma… comentó con voz triste entendiendo el comentario del pelirrojo.

Kise se quitó las manos de los bolsillos y se las pasó por el pelo, despejándose la frente por breves segundos, ya que las sedosas hebras doradas volvieron a caer sobre su rostro, ocultando parcialmente su mirada. Sentía un punzante dolor de cabeza justo detrás de los ojos, cómo si su cráneo mismo estuviera siendo taladrado. Sus ojos ardían y su garganta estaba apretada. Sintió ganas de llorar nuevamente, pero el orgullo le impidió liberar los sentimientos de desilusión que se quedaron atorados en su pecho.

Akashi volvió a tomar la palabra

Sólo quiero decirte lo que nadie tuvo el valor de decirte a la cara. Daiki y Satsuki se conocen desde pequeños. Sé que muchos ven su relación como de hermanos, pero es más que eso, hay un amor muy particular entre ellos. Su relación no es simplemente carnal, no se trata de simple deseo o calentura. Tal vez, el ser tan unidos desde pequeños hizo que los vínculos entre ambos se estrecharan, naciendo ataduras que los han mantenido unidos todo este tiempo. No tengo grandes detalles, pero sé que Daiki fue el primer hombre en la vida de Satsuki, así como ella ha sido la primera mujer en la vida de él… Creo que hay una promesa de por medio que los ata.

Kise sólo escuchaba casi en estado de shock.

Del mismo modo Tetsuya y Daiki se conocieron a través del basketball y comparten un amor por este deporte que yo describiría como sin igual. No conozco a nadie que ame tanto el basketball como ellos dos. Y ese amor en común, los unió a ellos también… Y tú… llegaste de pronto y en tan sólo un mes, lograste que Daiki se te confesara y hasta te pidiera salir juntos. Tal vez no te has dado cuenta, pero lograste casi un milagro. Siendo un recién llegado has logrado lo que ninguno de ellos dos pudo… Es lógico que te miren con cierto resentimiento

—¿Qué me estás diciendo? ¿Que yo no soy nada más que un intruso? —Kise se veía incrédulo.

Es que realmente no lo podía creer. Todos los miembros de la “Generación de los Milagros”  eran unos bastardos egoístas ¿Cómo tenía Akashi el valor para venir y decirle todo eso mostrando ese rostro tan inexpresivo? Realmente no tenía corazón.

Sólo estoy tratando de justificar lo injustificable… Y con respecto a tu dimisión al Club, no estoy dispuesto a aceptar una renuncia por motivos tan pueriles, así que te espero en el entrenamiento y más te vale no llegar tarde.

El pelirrojo se dio la vuelta, dando por concluida la conversación, ya que ÉL ya había dicho la última palabra y se marchó de la azotea con el mismo paso tranquilo con que había llegado. Kise suspiró con pesadez y recostó la espalda en la reja de seguridad que rodeaba la azotea. Le costó un poco entender el punto de Akashi, pero finalmente terminó por aceptarlo y más que eso… entenderlo.

Como si verdaderamente una traición así tuviera justificación.

Perdonó a Aomine, porque creyó entender que él era aún un intruso dentro de la vida del chico. Alguien que invadió su vida repentinamente cambiándola de rumbo, porque comprendió que cuando él llegó, el corazón de Aomine ya le pertenecía a alguien más ¡A dos personas más! Que él no era más que un ladrón de amores ajenos.

Así, sus traiciones constantes se le transformaron en costumbre y pasaron a ser parte de su relación.

Pero mantuvo siempre la esperanza de lograr un día trascender el amor que el moreno sentía por esos dos… Y finalmente transformarse en el único.

Y esperó… Y esperó… Hasta hoy.

 

—¡Dime! ¿Por qué no terminaste conmigo esa primera vez?

Aomine volvió a preguntar por segunda vez, sacando a Kise de sus pensamientos. No le dio tiempo al rubio de responder siquiera y tomándole la cabeza entre sus manos, lo obligó a mirarlo de frente, separando sus rostros por sólo centímetros, tanto así que ambos podían sentir cómo sus respiraciones chocaban y les acariciaban el rostro.

—Yo te diré por qué no lo hiciste… Es porque me amas, por encima de todo.

—¡Corrección! Te amaba… Ya no más.

—Ten cuidado Kise… Estás jugando con fuego.

—Te equivocas Aominecchi. Tú jugaste con fuego y te creíste inmune a las quemaduras… Creo que ahora veremos si eso es cierto o no.

El taxi, indiferente a todo, se detuvo en la parada solicitada y sólo el rubio modelo bajó con movimiento autosuficiente del vehículo sin esperar por la reacción del otro muchacho, pero antes de cerrar la puerta, se agachó y le dijo.

—Es mejor que esta noche y todas las noches que sigan a esta, duermas en tu casa —y sin esperar por la respuesta del moreno, cerró la puerta del taxi.

Kise caminó con paso tranquilo de vuelta a su hogar y sin mirar atrás. Respiró hondo, dejando que el frío aire nocturno llenara sus pulmones de oxígeno, y ahora el helado ambiente no le molestaba en lo absoluto, pues parecía ser todo parte constitutiva de aquel momento. El hielo que ahora le calaba los huesos fue un recordatorio de aquel amor que sólo le trajo sufrimiento y casi ninguna alegría. Era el escenario adecuado para ese último adiós.

Se alejó por primera vez en mucho tiempo sintiéndose libre.

Esa noche Kise se dio cuenta que caerse del cielo no duele tanto como parece.

 

 

 

Notas finales:

Los espero en los comentarios.

 

Besos!!!


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