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Amor, Traición y Orgullo por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

En el capítulo de hoy... Todo es rosa y amor <3

 

Capítulo XV

 

 

No quiero ser tu historia.

Quiero ser el libro que jamás terminarás de leer.

 

 

Increíble.

Esa era la palabra exacta que definía su vida en ese momento. De hecho, ni él mismo entendía cómo habían cambiado tanto las cosas en tan poco tiempo, pero ahí estaba, su vida había dado un giro radical gracias a Ryouta Kise.

Había pasado tan sólo una semana desde la muerte de Kuroko y hoy, un soleado domingo al medio día, se estaba arreglando para asistir a un almuerzo en la casa de la madre del modelo, donde no sólo se presentaría a toda la familia como su novio, sino que además asistiría acompañado de su padre.

Definitivamente eso le parecía casi surrealista.

Suspiró cansino cuando terminó de arreglarse la corbata, mirándose en el amplio espejo de su baño. Como era obvio, si iba a asistir a un almuerzo a la casa de su novio, como mínimo debía ir de punta en blanco, pero el gesto de molestia que atravesó su cara en ese momento decía que él no estaba nada conforme con aquello.

—¡Maldición! Este no soy yo —se quitó con un movimiento arrebatado la corbata y la tiró al suelo, presa de un exabrupto propio de su personalidad. Se pasó ambas manos por el pelo, despeinándolo a propósito y se volvió a mirar al espejo—. Esto está mucho mejor.

Sonrió ladino y aprovechó de desabotonarse un poco más la camisa azul oscura que llevaba puesta junto a unos pantalones de tela negros, dejando a la vista más de aquella bronceada y atrayente piel que lo caracterizaba. Al menos estaba seguro que ahora Kise iba a estar más feliz, si hubiera ido con corbata no tendría el espectáculo que iba a tener ahora, insinuándole un poco de su pecho.

¡Y ahí estaba! Pensando otra vez en Kise… Ahora cada estúpida y mínima decisión que tomaba, la hacía pensando en el rubio ¿Cómo era posible que haya pasado aquello? Realmente debía estar enamorado de ese rubio molesto y tonto, era la única explicación que se le ocurría. Suspiró mientras se apoyaba con ambas manos en los costados del lavabo, acercando su rostro al espejo para ver de cerca su mirada.

Ahora había un brillo distinto en sus irises azules, sus ojos destellaban con imperceptibles tonos índigo que sólo denotaban una cosa: pasión.

Estaba seguro que esa pasión sólo la desataba Kise. A pesar de saber que estaba enamorado del modelo, ese sentimiento no le era desagradable ¡De hecho, era muy placentero! Y pensar que él le estuvo rehuyendo por más de un año, si desde un inicio hubiera entendido que no había nada de malo en estar enamorado, muchas cosas desagradables se habrían evitado, pero ya no quería pensar más en eso.

—Daiki, ¿estás listo? —Su padre se asomó en la puerta de su habitación y le habló con su usual voz grave mientras él finalmente salía del baño— ¿Qué pasó con la corbata? —le preguntó al verlo no tan formal como esperaba.

—¡No pienso usarla! Si voy así de formal, el idiota de Kise pensará que quiero pedir su mano —caminó hasta su cama, donde tomó su celular y su billetera, para guardárselos en el bolsillo trasero del pantalón, pero antes de salir aprovechó de darle el último toque a su look y se recogió las mangas de la camisa—. ¡Listo! Así está mucho mejor.

—Daiki… eres igual a tu madre… —el moreno elevó la mirada hacia su padre que aún lo veía desde la puerta. Había un extraño brillo en su mirada oscura, uno que jamás había tenido la oportunidad de ver, parecía nostalgia— ¿Sabías que estuve pidiéndole matrimonio por un año antes que aceptara?

—No lo sabía…

—¡Pues sí! Ella era libre, igual que tú —ahora su padre sonreía, sutilísimamente—. Pero por más libres que sean, siempre llega el momento en que son atrapados.

Ya no respondió más, tampoco estaba dispuesto a reconocer eso en voz alta, pero ya tenía más que claro que Kise no sólo lo había atrapado, también lo había domado. Él ya no era nada sin su molesto rubio al lado.

Bajaron en completo silencio y se subieron al auto. La casa de la madre de Kise no quedaba tan lejos. Antes, cuando el chico aún vivía ahí, solían visitarse a menudo e incluso hacían parte del trayecto a Teiko y de regreso juntos, por lo que calculaba que no se demorarían más de media hora en llegar, lo cual era bueno, porque a cada segundo crecían sus ansias por ver al rubio.

Abrió completamente el vidrio del lado del copiloto en que iba sentado y recostó el codo en la ventana, dejando que el aire exterior le enfriara la piel. Miraba de manera desinteresada hacia afuera, sin reparar en nada en particular, pero era consciente que de vez en cuando su padre lo miraba de reojo, con cierto tinte de preocupación en la mirada que él decidió ignorar.

—¿Cómo te has sentido últimamente? —El hombre aprovechó la detención que hicieron en un semáforo en rojo para ladear el cuello y mirarle el perfil del rostro— No hemos tenido tiempo de platicar ahora con tranquilidad, de lo que pasó ese día.

—¡Basta!

Sabía a la perfección de lo que hablaba su padre: la muerte de Kuroko, de aquel trágico accidente, que de una u otra forma, marcó su vida para siempre. Pero ¿Qué significaba todo eso ahora? Ese discurso del padre preocupado le causó asco y chasqueó los labios, molesto. La distancia que había entre ambos era casi insalvable, y sabía a la perfección que no podía ser menguada por mostrarse preocupado un día… El rencor que le tenía era demasiado.

—¿Qué es lo que pretendes? —Daiki giró el rostro para mirar al hombre de frente— ¿Crees que con mostrar preocupación un par de días voy a olvidar que me dejaste solo la vida entera?

Su padre no le respondió, arrugó el ceño, pero su expresión no era de enfado, parecía triste. El semáforo cambió de color y el auto reanudó su trayecto, el ruido del motor era lo único que se oía, porque la conversación ya había sido dada por terminada, al menos para Daiki. Aun así, su padre susurró una última frase, casi inaudible.

—Espero que algún día puedas perdonarme —Kotaro Aomine mantenía la vista en frente, poniendo atención a la conducción, o tal vez evitando mirar a su hijo a los ojos—. A mí nadie me enseñó cómo ser padre, mucho menos como serlo solo.

—Eso está más que claro —Daiki soltó la frase sin piedad alguna, soltando una risita irónica por la nariz—, hasta el día de hoy aún no lo sabes.

—Espero hacerlo mejor de ahora en adelante.

—Ahora ya no te necesito.

—¡Siempre! Se necesita de un padre.

—¡Como sea! Haz lo que quieras.

Ya estaba cansado de aquella discusión que le parecía absolutamente sin sentido. Prefirió callar antes de iniciar una pelea, porque temía que eso ocurriría si decía lo que realmente sentía en ese momento: dolor… Dolor y recriminación por todo el abandono que vivió de  parte de ese hombre. Pero aun a pesar de lo que dijo, no pudo evitar sentir una agradable tibieza en el pecho al oír esas palabras de su padre, y muy en el fondo de su corazón, albergó la esperanza que el mañana les deparara algo mejor a ambos, que por fin ambos fueran capaces de superar las heridas de su pasado y crecer juntos en el futuro.

Y mientras miraba por la ventanilla los cientos de flores que adornaban el bandejón central de la avenida, recordó una pregunta que él mismo se había hecho días atrás, cuando visitó la tumba de su madre. Antes jamás hubiera pensado siquiera en preguntarle a su padre aquello, pero en ese instante sintió que las cosas empezaban a cambiar entre ambos.

—¿Cuáles eran las flores favoritas de mamá?

—¿Qué? —el hombre lo miró realmente extrañado, ladeando el cuello abruptamente en su dirección al sentirse descolocado con la pregunta.

—Hace unos días fui al cementerio, a visitar su tumba —continuó hablando con la vista fija en el exterior—. Pero no supe qué flores llevarle ¡Terminé comprando azucenas! Sólo porque eran lindas… Pero nunca he sabido cuáles eran sus flores favoritas, ni cuál era su comida favorita, ni qué libros leía, o si le gustaba bailar, qué música escuchaba…

Sus palabras, que habían sido un susurro, finalmente se extinguieron por completo y el silencio cayó otra vez entre ambos. La brisa que entraba por la ventana y le movía el cabello y la camisa era lo único que se escuchaba, pero él no se movió un centímetro en su posición; en esos instantes pensó que no obtendría respuesta alguna y se reusó a mirar a su padre a la cara, hasta que oyó su voz salirle áspera de la garganta y se giró para ver sus ojos ahora acuosos, concentrados en la ruta.

—Narcisos… ella amaba los narcisos —el hombre seguía con la mirada pardo oscura fija en el trayecto. Tuvieron que dejar la avenida para adentrarse en una calle interior más angosta—. Te prometo que te contaré todas esas cosas y más si así lo quieres, pero ahora no es el momento ¡Ya vamos llegando!

—Claro.

Daiki trató de serenarse, no quería llegar a la casa de Kise con la cara descompuesta, se suponía que ese iba a ser un día de felicidad, el día en que iban a reconocer abiertamente la relación que mantenían, así que respiró hondo antes de pasarse ambas manos por el rostro. No se dio cuenta exactamente cuándo pasó, pero tenía un nudo en el estómago y sus manos habían comenzado a sudar, presa del nerviosismo.

El auto dobló una última vez y alcanzó a ver fugazmente la silueta del rubio a lo lejos: Kise estaba sentado en el jardín de la casa de su madre, en una mecedora colgante ubicada entre los grandes rosales. Y lleno de ansias, Daiki se quitó el cinturón de seguridad y bajó del auto antes que su padre terminara de aparcar, sin molestarse siquiera en cerrar la puerta.

Cruzó a la carrera el portón abierto de la entrada esperando encontrarse al rubio en la misma posición, pero antes que pudiera dar dos pasos dentro de la propiedad, se lo encontró de pie y frente a él. Quedaron separados por una distancia de sólo centímetros,  y a su nariz le llegó un olor dulce proveniente del rubio, que estaba impregnado del aroma de las flores a su alrededor.

Ese día Kise se veía resplandeciente, vestía completamente de blanco, con un jeans y una camisa inmaculadas, y su cabello resplandecía bajo el sol del mediodía. Sus vivaces y transparentes ojos parecían captar la luz a su alrededor y reflejarla en tonos dorados. El leve sonrojo que tenía en las mejillas debido al sol que le daba de lleno en el rostro, se intensificó al ver de pie frente a él a Aomine.

—Hola precioso —Daiki lo tomó de la cintura y lo atrajo a su cuerpo, dispuesto a besarlo ahí mismo.

Y Kise, tuvo toda la intensión de corresponderle. Se dejó llevar por las manos de Aomine y correspondió pasándole un brazo por los hombros, sonriendo cuando ambos acortaban la distancia entre sus bocas. No se habían visto en toda una semana, ambos solucionando el caos que se les había venido encima tan de pronto, y ahora, que por fin se volvían a ver, estaban sedientos de besos y caricias. Pero antes que el ansiado contacto se llevara a cabo, el ruido del portón al ser cerrado distrajo al rubio, que se separó enseguida del cuerpo de Daiki al ver ingresar a su suegro.

—Kotaro-san… —susurró apenado arreglándose las ropas y el pelo— ¡Bienvenido!

—Gracias Kise-kun, ¿cómo has estado? —el hombre esta vez no pudo suprimir la sonrisa en su rostro al ser testigo de aquella escena, menos aún al ver de reojo la cara de odio que cargaba su hijo.

—Mejor —admitió ya más recuperado de aquel impase—. Pero por favor, pase.

—Sí, adelántate tú viejo, nosotros te alcanzamos enseguida —Daiki sostuvo del brazo al rubio, porque éste se comenzaba a alejar, siguiendo al mayor hacia el interior de la casa.

—Claro —el hombre entró a la casa con una botella de vino tinto en las manos. La puerta estaba abierta de par en par, así que no hubo necesidad de formalismos, simplemente entró, dejando a ambos jóvenes afuera.

Kise lo siguió con la mirada hasta que desapareció en la oscuridad del interior, sólo en ese instante volvió a girarse para ver al moreno y recorrer su mano hasta entrelazar los dedos con los de él. Pero Aomine lo miraba con ojos serios y una mueca de disgusto.

—¿Qué fue todo eso? ¿Acaso pensabas irte sin darme un beso de bienvenida? ¿Sabes hace cuantos días que no nos vemos, Kise?

—Qué idiota… ¿Cómo se te ocurre que voy a besarte con tu padre viéndonos? —el tono de voz del rubio denotaba espanto— Además, él es como un súper policía, podría matarme o encarcelarme si quisiera ¡Prefiero no correr el riesgo!

—¡Eres tonto o qué! Además, él ya lo sabe ¿Por qué rayos crees que estamos aquí?

—Que lo sepa y que tenga que vernos, son dos cosas muy distintas, Aominecchi.

—Agr… ¡Ya cállate y bésame!

Esta vez, Daiki tomó al rubio de la cabeza con fuerza, acercándolo a su cuerpo, hasta que sus narices se tocaron y sus respiraciones cálidas, les rozaban la piel. Esta vez nada lo iba a detener, y cerrando los ojos con lentitud, acercó su boca a los labios rosados y entreabiertos de Kise. Pero cuando se encontraba a milímetros de ellos, el sonido de una garganta aclarándose los obligó a separarse abruptamente otra vez.

¡Qué mierda! ¿El día de hoy nadie quiere que bese a mi rubio?

Kise giró sobre sus talones, sorprendido al reconocer aquella voz y respiró hondo para calmarse. Aomine cerró los ojos con fuerza, tratando de controlar la frustración de la que era presa, y cuando los abrió, pudo ver el suave caminar de Yui que bajaba las escaleras con delicadeza y elegancia y se les acercaba.

—Buenos días Daiki, ¿cómo estás? —la joven lo saludó con un beso en la mejilla.

—Bien —respondió escuetamente, forzando una sonrisa.

—Bueno, ya va siendo hora de entrar —Yui se movía con soltura, se veía totalmente relajada—, Ryouta, ve a buscar a Kana por favor.

—¡Claro Sis!

El rubio se adentró a la casa trotando y en un par de pasos largos, desapareció por completo de vista. Aomine quiso seguirlo, subiendo calmadamente los tres peldaños de la escalera de concreto de la entrada, pero fue detenido por la rubia. Yui, sin que él se diera cuenta en qué momento se movió, le cerró el paso a la casa, plantándose en medio de la puerta.

—¿Qué es esto? —Aomine sonrió de lado, mirando fijamente a la rubia.

—Escúchame bien Daiki, porque esto lo diré sólo una vez —Yui no era de la clase de mujer que se dejaba intimidar, mucho menos lo iba a hacer por causa de un adolescente—. Yo he visto a mi hermano llorar muchas veces por tu causa, y si de mí dependiera, jamás habría consentido que te perdonara —pronunciaba cada palabra con una tranquilidad absoluta, conservando la elegancia hasta cuando daba una amenaza—. Aunque como toda mi familia bien dice, extrañamente, tú lo haces feliz ¡Eso lo reconozco!… Pero si me llego a enterar que lo has vuelto a lastimar, te juro que te mataré.

—Si llega el día en que lo vuelva a lastimar —concordó Aomine con seriedad—, ¡Yo mismo me mataré!

—Me parece bien.

—Entonces está todo claro.

Sin decir más, la rubia se quitó de la entrada y con un movimiento de la mano, lo dejó pasar. Aomine la miró a los ojos por unos instantes, cerciorándose que las cosas hayan terminado ahí efectivamente, y al ver la mirada tranquila de la rubia, supo que la había convencido. Se sintió aliviado, sabía que el hueso duro de roer dentro de las féminas Kise, era Yui, y ahora que había podido mostrarle la sinceridad de sus sentimientos a ella, sabía que ya había sido aceptado dentro de la familia.

—Las damas primero —sacó a relucir su inusual beta de caballero e invitó, extendiéndole una mano, a la joven a entrar con él ¡Si tenía que ganarse el favor de esa chica, lo iba a hacer con todas las de la ley!

Yui sonrió ampliamente y se tomó de la mano extendida que le ofrecía el moreno. Caminaron directamente hasta el comedor, donde ya los esperaban sentados a cada cabecera de mesa, Kotaro Aomine y Sumire Kise, hablando aparentemente de las nuevas políticas en materia económica del país. La rubia tuvo que reconocer que se sorprendió cuando su moreno acompañante le corrió la silla y la acomodó en la mesa como todo un caballero, antes de alejarse y saludar a su madre con un gran beso y abrazo.

—Mi niño, ¿cómo estás?

—Bien —aunque Daiki sabía a la perfección al punto que iba la pregunta de su suegra, le sonrió con sutileza y evadió el tema, tomando asiento al lado de Yui.

A los segundos de sentarse, bajaron a la carrera los hermanos menores de la familia Kise, y Daiki no alcanzó a ponerse de pie cuando la efusiva rubia se le lanzó al cuello en un abrazo apretado y afectuoso muy propio de ella. Ryouta había caminado con tranquilidad hasta sentarse frente a él.

—Daiki-chan, qué alegría verte y ahora oficialmente como un miembro de la familia —la chica se despegó de él para mirarlo a la cara. Ahora él sonreía y estaba seguro de haber oído a Ryouta atorarse con el vaso de agua que tomaba—. Estás más bronceado, ¿fuiste a la playa?

Sólo pudo rodar los ojos moviendo la cabeza, sin siquiera considerar en responder a esa pregunta: Kana a veces se parecía demasiado a su hermano menor. Entre risas, ambos tomaron asiento y el almuerzo por fin empezó.

Como él nunca había sido muy bueno para conversar, no participó demasiado, por el contrario, se pasó el almuerzo devorando con la mirada a su novio, sentado estratégicamente frente a él. Por supuesto que aún no se había olvidado que el chico le debía su beso de bienvenida, y durante el almuerzo se encargó de dejárselo en claro: aprovechándose de lo concentrados que estaban todos en la conversación, usó una de sus piernas para acariciar descaradamente al rubio, que apenas pudo controlar su sonrojo.

Estaban en medio de esas jugarretas cuando la pregunta de Kana lo sobresaltó en su asiento.

—Daiki-chan, ¿me ayudarías en mi proyecto en la Universidad? —La estudiante de Artes, preguntó mirándolo con ojos suplicantes— Necesito un modelo para pintar… desnudo —aclaró.

Demás está decir que no supo cómo reaccionar frente a aquella propuesta y se limitó a mirarla impresionado con la boca abierta, trató de modular algo, pero ningún sonido salía de su garganta. Fue su novio el que se encargó de dejarle las cosas en claro a la chica.

—¡Ni lo sueñes! —Kise miró a su hermana con ojos iracundos.

—Ryouta, necesito a alguien de cuerpo escultural para poder pintarlo, si es un tipo cualquiera, no tendría sentido.

—¡Pues búscate otro modelo!

—Kana-chan… ¡Yo conozco a alguien que te podría servir! —Yui comentó desinteresadamente, esbozando una sonrisa leve— Aunque no sé bien si vaya a aceptar.

—¿De quién estás hablando? —la chica preguntó intrigada mirando a su hermana mayor.

—De cierto pelirrojo escultural, amigo de Ryouta.

—¡Sis! —Kise gritó espantado, completamente consciente que Aomine casi se ahogó con el vaso de jugo natural que bebía.

—No es mala idea, pero… —Kana se veía pensativa, evaluando la situación— no sé cómo poder convencerlo.

—Tiene cierta debilidad por la gente de pelo rubio —Yui comentó con absoluta naturalidad mientras tomaba un trago de vino—. Eso debería bastar.

—¡Por los hombres de pelo rubio, querrás decir! —Kana rectificó a su hermana.

—¡Basta! ¿Cómo es posible que hasta tú te hayas prestado para sus bromas, Yui Sis?

—Yo no estaba bromeando, hablaba muy en serio.

—Lo que yo no entiendo es por qué a ti te importa tanto, Kise —Aomine comentó con voz absolutamente seria, mirando fijamente al rubio.

—Porque gracias a mí, el pobre Kagamicchi conoció a esta loca —Kise señalo con el tenedor a Kana—. Es mi deber librarlo de ella.

—¡Mas te vale que sea sólo por eso!

—¿Qué quieres decir?

—Sabes muy bien qué quiero decir, Kise.

Mientras ambos muchachos estaba enfrascados en su discusión, no se dieron cuenta que se habían transformado en la entretención de toda la mesa, que ahora los miraban como si de una obra de teatro se tratara.

—Y además… ¿qué fue eso de “pobre Kagamicchi”? —la ironía y la molestia eran palpables en las palabras de Daiki, pero el rubio decidió ignorarlo mirando hacia otro lado y cambiando rotundamente de tema.

Hasta el momento, Daiki apenas había tenido tiempo para recordar al pelirrojo, pero ahora no podía contener el arrebato de celos que lo invadió, por supuesto que no había olvidado el tiempo que su chico había pasado con el As de Seirin, y ya era tiempo de poner un punto final a esa historia ¡Eso no lo podía dejar así!

Mientras tomaba tranquilamente de su vaso, fijó su mirada azulina e intensa en el rubio que se dedicaba a comer, dándole pequeñas miradas de vez en cuanto, sólo le tomó un par de segundos elaborar su plan, ese tema lo arreglaban hoy mismo y él se iba a encargar que todo el mundo supiera que Ryouta Kise tenía dueño.

El almuerzo terminó tranquilamente luego de más de una hora. En definitiva, nunca se discutió lo de su noviazgo, porque la relación de ambos ya era dada como un hecho por ambas familias, esto no era más que un formalismo ¡Y él que venía preparado para prácticamente tener que pedir la mano de su rubio!

Cuando llegó la tarde, fue la hora de la despedida, y Daiki usó como excusa precisa el acompañar a Kise a su casa para llevar a cabo el plan que se había propuesto. Se despidieron entre sonrisas de la familia y subieron al taxi que habían llamado previamente, porque para su desgracia, él no andaba en su motocicleta.

Al subir, le susurró la dirección al taxista lo más discreto que pudo, cosa de la que Kise jamás se enteró debido a lo concentrado que estaba hablando. Y como siguió así todo el camino, tampoco se dio cuenta del momento que el vehículo se desvió de la ruta hacia su departamento. Aomine realmente no lo estaba escuchando, más bien iba perdido en la contemplación de su rostro: estaba seguro que nunca había visto a una persona tan expresiva como Kise, que parecía guardar mil gestos distintos en su delicado rostro. La forma en que movía las cejas, acentuando así sus palabras, poniendo énfasis en una u otra idea; el brillo de sus ojos y el movimiento de sus pestañas que cargaban de sensualidad su rostro; la forma en que movía la boca al hablar; las líneas sutilísimas que se formaban en la comisura de sus labios al sonreír suave, más marcadas en el lado derecho de su rostro. Daiki no se dio cuenta cuándo había comenzado a sonreír de sólo ver el rostro de su sol.

Hasta que el taxi se detuvo, sacándolo del sueño en que se había sumergido.

—¿Dónde estamos? —Kise bajó del taxi y miró en todas direcciones, extrañado. Cuando reconoció que se habían detenido a las afueras de uno de los más grandes centros comerciales de Shibuya, miró al moreno indignado— ¿Por qué vinimos a este lugar? ¿No te das cuenta que no puedo estar aquí? Alguien podría reconocerme.

—¡No seas exagerado, Kise! No todo el mundo anda pendiente de ti.

—Si al menos me hubieras dicho, me habría puesto unas gafas y un sombrero para pasar más desapercibido.

—¡Nadie te está viendo! —Aomine cerró la puerta del taxi que previamente había pagado y tomó de la mano al rubio para adentrarse al centro comercial.

—¿Qué haces? —Kise trató de soltarse del agarre del moreno, pero fue inútil: éste lo tenía fuertemente sujeto— ¡Al menos podrías decirme qué estamos haciendo aquí!

—Tenía ganas de tomar un helado y sólo aquí venden la variedad que quiero.

—¡Mentiroso! A ti no te gustan las cosas dulces.

—¿Cómo que no? —Aomine sonrió girándose para verlo. A estas alturas ya subían por las escaleras mecánicas hasta uno de los tantos patios de comida, coincidentemente iban al más grande y concurrido de todos— Cómo se ve que no me conoces, Kise.

—Sólo dime una cosa dulce que te guste y veremos quién conoce a quién.

—Tú. Y debo decir que eres lo más dulce que he probado.

—¡Aominecchi!

Aomine sonrió ampliamente, tanto que Kise permaneció viéndolo hipnotizado. Hace muchísimo tiempo que no contemplaba esa sonrisa en sus labios; grande, sincera, tranquila… era de esas sonrisas que al contemplarlas, te hacen sentir en paz. Tal vez fue por eso que Kise no se dio cuenta del momento en que se detenían para tomar asiento en una de las pequeñas mesas y un camarero se acercaba para pedir su orden.

El moreno parecía hablar en serio con respecto al helado, y pidió dos copas medianas para ambos, de un sabor demasiado corriente para que tuvieran que haber ido precisamente a ese lugar para conseguirlas. Kise lo miró con el ceño fruncido, estudiándolo detenidamente antes de hablar; la sonrisa que aún no se había borrado de su rostro no auguraba nada bueno.

—¡Suéltalo de una vez por todas! ¿Qué es lo que pretendes? —ahora era consciente que ya habían comenzado a llamar la atención a su alrededor: oía los cuchicheos de varias voces femeninas y uno que otro sonido de una cámara al sacar una foto.

—Te voy a dar una orden y es mejor que la cumplas sin chistar, si no quieres que te vaya muy mal —Aomine se cruzó de brazos y se recostó en el respaldo de la silla, mirándolo y hablando con seriedad.

—A mí no me impresionas con tu actitud de matonero, Aominecchi —Kise le sonrió de lado, retándolo—. Y bien… ¿qué es lo que quieres?

—Quiero que me beses.

—¡Estás loco! —Kise lo miró espantado, elevando las palabras por la sorpresa, pero el camarero al entregarles sus órdenes lo hizo moderar su tono y cuando volvió a hablar, lo hizo con voz medida— Sabes que no puedo hacer eso aquí.

—¿Por qué no?

—Pues… —Kise calló, repentinamente se había quedado sin argumentos.

—Quiero que me beses —volvió a repetir moviendo las copas hacia un lado y estirándose en la mesa para quedar a palmos del rostro del rubio—. O más bien, lo que quiero decir es que quiero que todo el mundo sepa que tienes dueño, y que tu dueño soy yo.

—Yui me va a matar.

—¡Me importa una mierda lo que piense Yui! Yo no me quiero volver a esconder.

Kise tragó duro, mirando fijamente los orbes azules que lo miraban fijo. Estaba consciente que el grupo de personas que los miraban había aumentado considerablemente, al igual que las fotografías que estas alturas no tenían nada de discretas, pero una vez más no encontró motivos para negarse. Aunque esto pudiera traerle repercusiones en su trabajo, él tampoco quería seguir escondiéndose.

—Te amo Ryouta… y quiero que todo el mundo se entere.

Eso fue toda la inspiración que necesitó ¡Su decisión estaba tomada!

El moreno no se había movido en su posición: estirado sobre la mesa muy cerca de su rostro, por eso sólo tuvo que levantar las manos, tomar los costados de su rostro bronceado entre sus pálidos dedos y estirar la espalda hasta que sus bocas se conectaron.

El beso fue suave, una caricia entre ambos labios apenas abriendo las bocas, disfrutando a ojos cerrados del momento. Aomine había recorrido con las manos por sus brazos, y ahora, afirmándole las muñecas, le acariciaba la piel con los pulgares que movía de arriba abajo. Lo sintió ladear el rostro a la vez que intensificaba sólo un poco el dulce beso del que eran víctima, y él lo correspondió ladeando la cabeza en dirección contraria, haciendo que sus bocas calzaran a la perfección.

Se habría perdido completamente en la magia del momento si no fuera por los chillidos que escuchó de pronto, y renuente, se separó de la boca de su moreno, que negándose a romper definitivamente el contacto, depositó un par de sonoros besos más en sus labios cerrados.

—¿Estás contento ahora? —preguntó tratando de ignorar el barullo que se formaba a su alrededor.

—Mucho —Aomine sonrió ampliamente otra vez, y volviendo a poner las copas frente a ellos, se decidió por tomarse el helado, tranquilo, como si no se percatara de lo que pasaba en torno a ellos—. Ahora me he asegurado que cualquier buitre que te tenga en la mira, sepa perfectamente que ya tienes dueño.

—Tú siempre has sido mi único dueño, tú y sólo tú.

 

 

Notas finales:

Besos a todos!!!


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