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Lost past por Kitana

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Mis días sin ti son tan oscuros, tan largos,

Tan grises mis días sin ti.

Mis días sin ti son tan absurdos,

Tan agrios, tan duros, mis días sin ti.

Mis días sin ti no tienen noches,

Si alguna aparece es inútil dormir.

Mis días sin ti son un derroche,

Las horas no tienen principio ni fin.

 

Tan faltos de aire, tan llenos de nada,

Chatarra inservible, basura en el suelo,

Moscas en la casa...

 

El avión aterrizó puntualmente en París, era la víspera de Año Nuevo. Se sentía extraño. Se dijo a sí mismo que nada iba a ser igual jamás. Se masajeó las sienes. París era hermoso en invierno, se dijo esperando que ese pensamiento bastase para ahuyentar todas las dudas que le habían surgido de camino a allá. Pero no bastaba, quizá había sido una mala idea, quizá había cometido un error al alejarse tanto de casa para dar a luz, pero necesitaba renacer, renacer junto con ese pequeño que se agitaba en su interior.

 

Salió del aeropuerto, Shion caminaba a su lado, no había podido convencerlo de permitirle viajar solo estando tan cerca el parto.

- Dioses, en este país siempre hace demasiado frío, aunque no tanto como en Inglaterra, siempre he dicho que solo los ingleses soportan ese condenado clima infernal, en ese condenado país lo único que hay es niebla, y Dohko lo adora. Al menos en París hay cosas divertidas. - comentó Shion arrebujándose aún más el costoso abrigo de pieles que llevaba puesto.

- Tranquilo Shion, pronto estaremos cómodos y calientes en la casa.

- Esta bien, ¿crees que nos podrían servir un poquito de chocolate y donas? Me muero de ganas de comer eso.

- Por los dioses Shion, se supone que aquí el embarazado soy yo y eres tú quien tiene antojos.

- Es solidaridad cariño, simple solidaridad. Además de que ese bebé es casi como mi nieto. - dijo Shion acariciándole el vientre con suavidad.

- ¿Crees que deba decirle a Dohko que sé que es mi padre?

- No, al menos no por el momento, créeme que él va a decírtelo, algún día se decidirá y te lo dirá. - con el paso de los meses, Milo había llegado a confiar en ese hombre que era en apariencia bastante serio pero cuando se le llegaba a conocer, era tremendamente dulce y gentil.

- A veces creo que me equivoco al decir tantas mentiras.

- No decir lo que sabes no equivale a mentir querido, creí que eso ya lo habíamos aclarado. Y no me hagas sentir peor, si por mí fuera ya le hubiera obligado a sentarse a hablar contigo de todo eso que no quiere decir.

- Dohko es algo testarudo.

- Sí, lo es, pero no hablemos de eso sino de los preparativos que tenemos que hacer para recibir a nuestro pequeño paquetito de alegría. - dijo Shion sonriendo, a Milo le parecía por momentos que Shion estaba aún más emocionado que él por el alumbramiento.

 

Se instalaron en la pequeña casita que Dohko les había conseguido en la zona más pintoresca de París.

-Dioses, mis pies están enormes. - dijo Milo sentándose junto a la chimenea.

-Cariño, eso es condenadamente lógico, tienes casi nueve meses de embarazo.

- Supongo que tienes razón. Aunque eso no es consuelo, me duele.

- Lo sé, esa es una de las peores cosas del embarazo, eso y el infame dolor de espalda. - dijo Shion con una sonrisa.

- ¿Por qué no buscas a tu hija Shion?

- Porque no tiene caso, ella esta bien sin mi, y no tengo derecho a trastornar su vida solo por un deseo maternal frustrado. Tal vez no me comprendas, pero eso es lo que siento, además, ahora te tengo a ti. - dijo Shion volviendo a sonreír.

- Gracias Shion.

- Te repito por enésima vez que no tienes nada que agradecer, hago todo esto con mucho gusto y por que me hace feliz. Así que ya olvídate de los agradecimientos y concéntrate en sentirte bien.

 

Dohko llegó justo a la hora prometida para tranquilidad y alegría de Milo y Shion. El ojiverde estaba demasiado nervioso ante la cercanía del nacimiento del bebé de Milo y la decisión del muchacho de ir tan lejos como pudiera para dar a luz no había facilitado las cosas para él.

 

Mis días sin ti son como un cielo

Sin lunas plateadas ni rastros de sol.

Mis días sin ti son como un eco

Que siempre repite la misma canción...

 

Tan faltos de aire, tan llenos de nada,

Chatarra inservible, basura en el suelo,

Moscas en la casa...

 

Milo se encontraba listo para dormir en la que sería su habitación mientras estuvieran en París. Se sentía extraño. No podía dejar de pensar en él, en lo solo que estaba y en las frías palabras que le había hecho llegar a través de una carta que le entregó Dohko unos meses atrás. "No me busques más, no hay lugar en mi vida para tí" eso era lo que decía la nota.

 

Aquello había sido la gota que derramara el vaso de su ya escasa paciencia para Kanon. Se dijo que no tenía sentido seguir buscándolo, ni siquiera el hecho de que habían engendrado un hijo era razón suficiente para seguir en una búsqueda que ya había mostrado ser notoriamente infructuosa. Simplemente le había dejado atrás, y él supo que tenía que dejarle atrás también, no había necesidad de seguir así, en la eterna zozobra de no saber que esperar. Tenía que seguir con su vida y no mirar atrás, el bebé que se agitaba en su vientre seria suficiente como para olvidar y arrancarse a Kanon del corazón y del pensamiento.

 

Pateando las piedras,

Aún sigo esperando  que vuelvas conmigo.

Aún sigo buscando en las caras de ancianos

Pedazos de niño,

Cazando motivos

Que me hagan creer

Que aun me encuentro con vida,

Mordiendo mis uñas,

Ahogándome en llanto,

Extrañándote tanto

 

Al fin llegó el día del alumbramiento. Dohko y Shion estuvieron a su lado dándole ánimos y apoyándolo en aquel difícil trance. Sintió una emoción indescriptible cuando escuchó el llanto de su bebé. Era un niño, decidió llamarlo Emmanuel, como su padre. El pequeño se agitaba en sus brazos, entre abrió los ojos y Milo sintió que el corazón le daba un vuelco. No había manera de decir con palabras lo que sentía en ese instante. Lo atrajo hacia sí ante la mirada conmovida de Dohko y Shion, la pareja lo miraba con la ternura que los padres miran a sus hijos porque a los ojos de Shion, ese muchacho no solo era el hijo de su esposo, también era su hijo ahora.

 

- Es hermoso, ¿no es cierto? - dijo Shion abrazándose a Dohko.

- Sí... lo es... - susurró el moreno y recio hombre sintiendo que el corazón se le deshacía al imaginarse al otro padre de Milo en una situación semejante pero solo.

- Todo va a estar bien, ya lo verás, ahora esta con nosotros. - dijo Shion, Dohko volteó a mirarlo, de un modo u otro, Shion siempre se las arreglaba para decir lo necesario en el momento preciso.

 

Llevaron a Milo a su habitación y al pequeño Emmanuel a los cuneros de la clínica. Dohko y Shion permanecieron en la sala de espera, no querían separarse de Milo.

 

- Sigo pensando que deberíamos decirle al muchacho Gemini de esto. - dijo Shion con cierto desprecio al hablar de Kanon.

- También lo pienso... y en realidad ya lo habría hecho de haber encontrado a ese desgraciado, pero no he logrado localizarlo. Parece que se lo tragó la tierra.

- Me parece increíble que con todos los recursos que tienes no hayas dado con él.

- Pienso lo mismo... además... Milo ha dejado bien claro que no quiere volver a verlo más. Después de esa maldita nota que le enviaron a mi oficina, creo que sus intenciones de decirle del embarazo se fueron al demonio.

- Eso fue una canallada... al menos debió tener el valor de decirle de frente que no quería que lo buscara.

- Esos Gemini son pura basura. - siseo Dohko sintiendo que le hervía la sangre al recordar el encontronazo que había tenido con Shura Gemini meses atrás. Detestaba a ese sujeto.

- Lo importante es que nuestro niño y nuestro nietecito están bien. - dijo Shion, Dohko sonrió al detectar ese matiz amoroso en las palabras de su esposo. - Amor, somos unos abuelos muy jóvenes. - dijo Shion sonriendo.

 

Milo abandonó el hospital días después llevando consigo a su adorado Emmanuel. Se sorprendió de la intensidad de su afecto por el bebé, así como de esas ansias de protegerlo de quien fuera necesario. Aún de Kanon...

 

Milo decidió establecerse por un tiempo en París. Sentía que no había a que regresar a Grecia y había conseguido matricularse en la Sorbona. Estaba feliz, en la medida de lo posible. Shion y Dohko se quedarían con él al menos un tiempo para encargarse de Emmanuel mientras él continuaba sus estudios, cosa que no resultó difícil dada la peculiar inteligencia del chico.

 

Dohko finalmente se animó a hablar con él. Le contó la verdad. Dohko se sorprendió mucho al saber que Milo lo había sabido desde hacia un tiempo. Había leído uno de los múltiples diarios que en vida escribiera Emmanuel, el último de hecho. Milo lo había tenido siempre consigo pero solo lo había abierto cuando cumplió 18 años, tal y como le había pedido su padre en una carta póstuma. Dohko se sintió feliz al saber que Milo no lo despreciaba ni mucho menos le odiaba, Milo le confesó que al enterarse se había sentido feliz.

 

Los años pasaron y tuvieron que volver a Grecia. Se podía decir que era feliz. Sin embargo había cambiado. Se mostraba serio y frío, incluso llegando a veces al despotismo. Solo en casa, rodeado de su familia, era el mismo de antes, sonriendo a la menor provocación y festejando los pequeños grandes logros de  su hijo con amorosos besos en las rosadas mejillas del pequeño que cada día se parecía más y más a Kanon.

 

Dohko no dejaba de preocuparse por el cambio de actitud de su muchacho. Extrañaba al viejo Milo, esa era la verdad. Pero se dijo que todo aquello no era más que un mecanismo de defensa, el mismo que él y Emmanuel habían llegado a desarrollar después de ser obligados a separarse.

 

Milo había dejado de ser un adolescente hacía un buen rato. Se había convertido en un hombre de 27 años responsable y emprendedor. Era un buen padre. No había nada en su vida por encima de su familia, pero sin duda el centro de su existencia era Emmanuel. Atrás había quedado el chico que se apenaba de ser más inteligente que el resto. En ocasiones parecía que disfrutaba de mostrar que era más inteligente que el resto.

 

A sus 27 años Milo era uno de los hombres más poderosos del país, Dohko siempre le respaldaba en sus decisiones, y al principio, le había ayudado a imponerse frente a los directivos de la armadora y el banco. Juntos eran imparables. La inteligencia de Milo y la sagacidad y experiencia de Dohko les habían servido para posicionar en lo más alto las empresas propiedad de la familia Scouros.

 

Sí de adolescente Milo  había sido sumamente hermoso, de mayor se había convertido en uno de esos hombres que llaman la atención en todas partes donde se aparecen debido a su hermosura. Tenía varios pretendientes, a quienes solía rechazar de forma cortés y educada, aclarándoles que su prioridad era en primer lugar su hijo y su familia, luego el trabajo y que difícilmente con todo eso tendría tiempo para emprender un romance. Aún así, varios continuaban insistiendo. Pero Milo jamás había mostrado interés en nadie.

 

Todo parecía indicar que Milo había renunciado a aquella parte de su vida. Y no estaba interesado en volver a experimentar algo como lo vivido en los buenos tiempos con Kanon.

 

Aquella mañana Milo se encontraba de un humor infernal. Solo Dohko sabía la razón. Ese era el día en que Milo se ponía de un humor insoportable. Y la razón era que ese era el día en que se cumplían ya nueve años de que Kanon lo había abandonado.

 

- Bien, ¿está todo listo para la junta de las diez? - preguntó Milo con su habitual tono autoritario a la secretaria.

- Sí señor Scouros, se confirmó la asistencia de todas las personas convocadas.

- Excelente. - dijo el peli azul sin mirar siquiera a la mujer que permanecía frente a él. - Retírese señorita, ¿o es que cree que los teléfonos vana contestarse solos?

- Sí señor, lo siento señor.

- Deje de disculparse y vaya de una vez a cumplir con sus labores. Vamos. - dijo Milo con gesto impaciente.

 

La chica le dejó solo. Se entretuvo estudiando algunas cifras que no le convencían del todo. Sí, era un buen trato, pero había detalles que quería discutir con Dohko en cuanto éste y Shion volvieran de su décima luna de miel. Sonrió al recordar lo emocionado que estaba Shion por aquel viaje y la cantidad de mails que le había hecho llegar desde cada punto de su recorrido por el Caribe.

 

Contempló un momento la fotografía de la familia completa que tenía sobre su escritorio. Las sonrisas de los cuatro rostros eran enormes. Sintió una oleada de ternura al ver la forma en que Emmanuel se acurrucaba en los brazos de su imponente abuelo. Dohko era un gran padre, pensó.

 

Lanzó un suspiro, no podía evitar sentirse miserable. A pesar de tener una familia tan hermosa como la que tenía, a pesar de ser una persona de éxito, no podía evitar rememorar lo que consideraba el año más maravilloso y a la vez el más terrible de toda su existencia. El año que había pasado junto a Kanon.

 

No había dejado de amar al hombre que aún era su esposo. Jamás se resignaría a perderle de la forma en que le perdió... pero estaba seguro de que jamás iba a perdonarlo. No iba a perdonarle jamás que hubiera jugado con él. Nunca le perdonaría haberlo echado de su vida de la forma cruel en que lo hizo, que se negara a saber de él durante todo el tiempo que lo buscó para avisarle de la existencia de Emmanuel. Pero aún así no podía odiarlo. Simplemente no podía hacer algo semejante.

 

Exhaló un suspiro cansado, no tenía caso seguir pensando en el pasado. Tal vez era hora de escuchar los consejos de Shion y permitirle a alguien más acercársele con intenciones románticas. Sonrió, ¿a quién quería engañar? Kanon era sin lugar a dudas el amor de su vida y no iba a olvidarse fácilmente de él. Aunque bien podía intentarlo.

 

Se dijo que su hijo merecía una familia feliz, no los retazos de nada. Estaba cansado de mentirle a su hijo cada vez que preguntaba por su padre. Estaba cansado de querer estallar cada vez que se llegaba la fecha en que rememoraba el abandono de Kanon.

 

Se dijo que no había sido él quien fallara sino Kanon, a nueve años de distancia se sintió liberado con aquel pensamiento. Había tomado una decisión, no volvería a dejarse caer por causa de Kanon.

 

Tenía veintisiete años, una buena edad para comenzar de nuevo. Contempló la fotografía de su hijo, una enorme sonrisa apareció en su rostro. Había mucho más en la vida que el trabajo, había mucho más en él que esa actitud hosca y fría que había adoptado desde que se separara de Kanon.

 

Tenía que ser él mismo de nuevo y dejar de lado esa mascarada que había montado para protegerse de todo y de todos. Ya no había necesidad, nunca la había habido. Finalmente había comprendido que su actitud no había sido la más correcta.

 

Se dijo que con el tiempo ese día no sería más que otro  día cualquiera, así de simple. Kanon le había dado algo bueno, a su hijo. Emmanuel era sin duda el sol que iluminaba sus días, lo mejor de su existencia y se lo debía a él. Tal vez nunca lo perdonaría, tal vez nunca podría dejar de sentir dolor por su abandono, pero ya había sido suficiente tiempo sufriendo por algo irremediable. Su hijo estaba a punto de cumplir nueve años. Era un niño feliz, un niño que tenía lo único que el dinero no puede comprar: amor, eso que a él le había hecho tanta falta después de la muerte de su padre.

 

Tenía que olvidar, por el bien de su hijo y el propio. Por Dohko... su padre. Como disfrutaba de llamarle padre, como disfrutaba de saber que contaba con él, que de alguna manera siempre estuvo ahí. No le reprochaba nada, su vida no había sido fácil... la de nadie es fácil. amaba a su padre, a Shion y a su hijo. Tal vez un día volvería a amar a alguien de la misma forma en que había amado a Kanon. No podía saber. Kanon se había ido hacia nueve años de su vida y no había mirado atrás, no se había preocupado por lo que él sentía, ni por el hecho de que en su vientre se gestaba el hijo de ambos. No tenía caso seguir viviendo atado a un recuerdo, a algo que se esfumó cual neblina ante la deslumbrante luz del sol.

 

Simplemente tenía que seguir adelante. Olvidar, aferrarse a lo bueno y desechar de una vez por todas lo malo. Era el momento de cambiar. El momento de retornar a ser el viejo Milo.

 

Eso era lo que decidió aquella tarde, y pronto tendría ocasión de ponerlo en práctica.

 

El teléfono sonó, era su secretaria. La chica le anunció con voz nerviosa que tenía una llamada de alguien de París. Milo decidió atender la llamada con cierta curiosidad y extrañeza debido a que no tenía idea de quien podía ser.

 

- ¿Hola? - dijo al levantar la bocina.

- Hola Milo. - dijo una voz que reconoció de inmediato, ese marcado acento francés era único.

- ¡Camus! - exclamó el griego francamente emocionado. Hacía tiempo que no sabía de él.

- Que gusto saber que estas de buen humor. - bromeó el francés.

- Tonto, me da gusto saber de ti.

- Y sabrás mucho más de mi muy pronto. - dijo el francés, en ese momento alguien tocó a la puerta de Milo.

- Espera que están llamando a la puerta. - dijo el griego, cubrió la bocina con una mano y indicó al visitante que podía entrar.

- Sorpresa. - dijo un sonriente Camus. Milo salió de detrás de su escritorio para ir a abrazarlo. Camus se sorprendió con aquel gesto, no recordaba que Milo fuera tan efusivo.

- Me da tanto gusto verte. - dijo el peliazul con una enorme sonrisa. El hombre frente a él clavó sus profundos ojos verdes en él y también sonrió.

- Y a mi me da gusto ver que has vuelto a sonreír. - dijo el francés sinceramente feliz.

- Tenemos mucho de que hablar.

- Es cierto, ¿Cuánto ha pasado desde la última vez que nos vimos?

- No lo recuerdo con exactitud, un par de años tal vez.

- Lo que sea, te invito a almorzar, ¿cómo está tu hijo? - dijo el francés jalándolo en dirección al pasillo, Milo se dejó llevar. Estaba feliz de volver a Camus.

- Muy bien, ha crecido bastante desde la última vez que lo viste, y cada día se parece más a... él. - dijo Milo sintiendo un nudo en la garganta.

- Tranquilo, conmigo no es necesario fingir y lo sabes.- dijo aquel hombre de larga cabellera verdosa con una sonrisa franca-  Sabes que a mi no necesitas explicaciones. - dijo y lo abrazó una vez más.

-Gracias... siempre sabes que decir.

- Es que a tu lado me vuelvo filósofo y poeta. - los dos rieron.

 

Fueron a almorzar a un muy concurrido restaurante cerca de la oficina de Milo, ahí era donde solía realizar las comidas de negocios.

- ¿Cómo te ha ido? No pregunto por los negocios porque sé que sabes hacerlo bien, sino por lo otro.- dijo Camus mientras agitaba una cucharilla en los restos de su helado.

- Todo sigue igual... tengo a mi hijo, a papá y a Shion, no me hace falta más.

-¿Por qué será que no te creo? Sospecho que la sombra de cierto fantasma sigue atormentándote.

- Tal vez... pero no por mucho tiempo... - esa simple frase hizo que despertaran todas las esperanzas que los dos años que llevaban sin verse habían adormecido.

- Eso espero, de verdad. Te mereces algo mejor que languidecer en pos de un recuerdo. - dijo Camus evitando mirar al peliazul frente a él.

- Supongo que es lo correcto, es decir, él no es el único hombre en el universo, ¿cierto?

- Cierto.

- ¿Cuánto tiempo te quedarás?

- Oh, ¿no te lo he dicho? Vine para quedarme, me ofrecieron una cátedra en una universidad muy importante. No me resistí y he aceptado, estaremos más cerca, ¿qué te parece?

- ¡Excelente! - dijo Milo con una sonrisa sincera. Después de una larga charla recordando los viejos tiempos en la universidad, y de que Milo logró convencer a Camus de aceptar su oferta de hospedarse en su casa mientras conseguía un departamento, Milo volvió a su oficina y Camus a su hotel para recoger sus pertenencias.

 

Camus pasó por la oficina a recoger a Milo, volverían juntos a la casa del peliazul. El pequeño Emmanuel fue quien les dio la bienvenida, recordaba perfectamente a Camus, el francés sentía una especial adoración por el niño. Cenaron juntos y cada uno se retiro a su recamara. Milo le dio las buenas noches a su hijo y se recluyó en su dormitorio sin saber exactamente como sentirse.

 

La visita de Camus le había hecho tanto bien... y saber que lo tendría cerca todo el tiempo no hacía sino hacerlo sentir mejor.

 

Camus había sido una de las personas más agradables que conociera durante su tiempo en París. Se habían hecho amigos apenas unos días después de que el griego arribara a París, eran vecinos y asistían a la misma universidad y compartían algunas clases. Camus solía alabar el agudo intelecto de Milo y gustaba de compartir con él  ciertos temas de interés y en algunos otros simplemente desarrollaban verdaderas batallas campales por obligar al otro a aceptar su punto de vista, pero dichas batallas generalmente terminaban con un café y un trozo de pastel en algún café cercano a la universidad.

 

A solas en su habitación Milo no pudo más... tenia que aceptarlo, lo amaba todavía, a pesar de todo, a pesar de sí mismo lo amaba.

 

Tenia que olvidarlo de una vez por todas. Era lo que se requería para dejarlo de una vez en el pasado como él había hecho con su persona. En nueve años Kanon no había dado señales de vida, o al menos no ante él.

 

Lo había sufrido durante nueve años, lo había extrañado, lo había maldecido. y le había amado durante todo ese tiempo. Se dijo que era suficiente, que alguien que se había negado a seguir a su lado, no merecía tener un sitio en el corazón que se había encargado de destrozar sin miramientos.

 

Los meses pasaron y su cercanía con Camus había aumentado. Salían juntos a todas partes, ellos y Emmanuel. A Camus le hacía ilusión que el peliazul se fijase en que él no solo deseaba ser su amigo. Camus aspiraba a ese corazón esquivo. Y aspiraba a él con seriedad.

 

Conocía la historia previa de Milo con Kanon y decidió esperar a que el peliazul fuera quien le diera la señal de que era el momento apropiado para intentar algo. Esperaría, esperaría lo que fuera necesario a que Milo sanara de las heridas que le había causado ese amor al que se negaba a dejar atrás a pesar de todo el dolor que le había causado.

 

Habían salido a cenar solos, Emmanuel se había quedado en casa al cuidado de Shion y Dohko. La noche había sido espléndida para ambos. Milo se sentía feliz, la compañía de Camus era agradable y sentía que si se daba la oportunidad, bien podría llegar a amarlo si se daba la oportunidad.

 

- Milo... hay algo que quiero decirte...

- Adelante. - dijo el peliazul sin idea de las intenciones de su hasta el momento amigo.

- Yo... yo sé que esto no es fácil para ti, que tal vez no estás listo pero... quisiera pedirte que me des una oportunidad, yo quiero que tengamos un futuro juntos. Déjame amarte Milo, deja que sea yo quien te ayude a borrar a ese fantasma que te atormenta. - dijo Camus, tomó el rostro de Milo entre sus manos y le dio un beso tan suave como un suspiro. Milo no lo rechazó.

 

Cuando se separaron, Milo sonreía y Camus le miraba con ansiedad.

 

- Yo...- susurró Milo

- Tranquilo... sé que querrás tiempo para pensarlo y esas cosas, no te apresures.

- Yo quiero decirte que... quiero intentarlo, quiero que estemos juntos, quiero rehacer mi vida y olvidar lo malo, y sé que tú eres la persona perfecta para hacerlo.

- Te amo Milo, te he amado prácticamente desde que te conocí, y te prometo que todo será diferente conmigo, nunca te abandonaré...

- Lo sé... tú no eres él. - dijo el griego, Camus buscó nuevamente sus labios

 

Ninguno de los dos tenía idea de que el fantasma se encontraba mucho más cerca de lo que imaginaban. Esa noche, mientras Camus le revelaba sus intenciones a Milo, un avión aterrizaba en el aeropuerto de Atenas trayendo consigo al hombre por el que el peliazul había esperado nueve años
Notas finales: Hola!!!! un nuevo capi de este fic, a ver que les parece, la canciòn es Moscas en la casa de Shakira, ¡se notra que soy fan? ja ja , bye¡¡¡¡

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