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De Soledad y Recuerdos por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

En el capítulo de hoy, es hora para de Jean de decir adiós también. 

Capítulo V: Un recuerdo imborrable.


 


 


Esa noche su sueño era poco profundo, se podía decir que se encontraba en un estado de duermevela; dormido pero consciente al mismo tiempo. Se removía entre las cobijas, atormentado. Pero este era un tormento muy distinto a las pesadillas que inundaban su mente noche tras noche, ahora estaba seguro de sentir la presencia de alguien más en la habitación.


A pesar de estar dormido, Jean estaba consciente. Sabía que se encontraba en la cama de Eren, y también sabía que el castaño no estaba en la cama con él. Su inquietante lucidez incluso le decía que aquella presencia, de pie junto a la puerta cerrada, tampoco era Eren, era alguien más.


No, no era Eren; a Eren podría reconocerlo a kilómetros por la forma en que electrificaba el aire cada vez que se hacía presente. Esta presencia era alguien conocido y lejano a la vez. No sabía decir con exactitud de quien se trataba, pero tenía la intuición de que cometía un crimen al no saberlo. Era como si esa presencia hubiera sido borrada de su mente y hubiera sido reemplazada por vacío, y ahora era ese vacío al ser llenado el que hacía notar su presencia.


Lo sintió moverse, los pasos ligeros presionando mínimo el suelo de madera, crujiendo apenas audible, hasta que quedó de pie junto a su cabeza. Sólo tenía que abrir los ojos y sabría de quién se trataba, pero sus párpados se negaron a hacerle caso, aunque luchó por varios segundos contra ellos.


La presencia estiró la mano hasta tocarle la mejilla, sólo con la yema de los dedos. Éstos eran firmes, grandes, llenos de asperezas y callosidades; las manos de un hombre entrenado para la batalla. Pero a pesar de ser tan firmes, eran cálidas y suaves a la vez. ¡Tan reales! Su presencia, su tacto…


Quiso moverse, sostener esa mano entre las suyas, pero su cuerpo no se movió. Era justo como la parálisis que caracteriza a las pesadillas, cuando estás consciente de algo y te quieres mover, pero tu cuerpo no responde; en ese instante se sintió prisionero de su cuerpo y tuvo miedo, pero su miedo se esfumó al contacto tibio de esa mano que se cerró sobre su mejilla con dulzura. Ahora estaba seguro que esa presencia no era una amenaza para él, sino todo lo contrario: representaba cariño, protección.


La presencia se acercó de nuevo y lo besó en la frente, la boca que tocó su piel era generosa y suave. Cuando sintió ese cuerpo apegado al suyo, en una cercanía tan familiar, y sintió ese aroma conocido inundar su nariz, no tuvo dudas.


—Marco…


Aquí estoy, Jean —Jean pudo imaginar con exactitud la dulce sonrisa en el rostro pecoso de Marco—. Siempre he estado aquí, junto a ti.


—Pero… No puedes estar aquí —Jean trató de luchar contra el pesado sueño, quiso abrir los ojos para verlo, pero fue inútil—. No eres real.


Todo es posible si crees.


La voz de Marco era tan suave, tan pura, que hizo a Jean sentir dolor, porque estaba consciente que no se trataba más que de un sueño. Su mente lógica se puso en funcionamiento, trató de buscar argumentos para hacer que esa ilusión se esfumara, porque su presencia ahí lo lastimaba.


—Pero… Te fuiste… Ya no estás más aquí.


Estoy aquí ahora.


Pero sus palabras, la tibieza que emanaba de su presencia ahí, el contacto de sus manos, todo le parecía tan real, todo se sentía tan real, que Jean terminó por entregarse a la ilusión.


—Te extrañé, Marco.


Lo sé. Vine porque me llamaste.


Aunque estaba consciente de estar dormido, recostado del costado derecho y de tener los ojos cerrados, supo que Marco estaba de pie a su lado, completamente desnudo. Incluso podía verlo, era como si ahora no necesitara de los ojos para ver, porque aun con los ojos cerrados, su figura aparecía con claridad ante él. ¡Tan vívido y real! Su piel blanca y sana, sus mejillas con el sonrojo mínimo de la salud y la vida, el brillo intenso de la ternura y el amor en sus ojos…


Marco levantó la cobija y se metió en la cama. La tela era rústica, gruesa y áspera, hecha con lana cruda de oveja, ideal para las noches de frío invierno. Pero era tan áspera al tacto, que el contacto directo contra la piel causaba picazón, por eso no podía usarse sin una sábana de por medio, pero aunque Marco estaba sin la protección de la ropa, no se quejó, en vez de eso, se acurrucó a su lado, transmitiéndole la tibieza de su cuerpo desnudo. Jean sólo tuvo que darse la vuelta para quedar posicionado por completo sobre su cuerpo, y sintió cómo el muchacho unía sus bocas en un delicado beso.


El dulce sabor de su boca se le hizo exquisito a Jean. No sabía cuánto lo había extrañado hasta ese momento, hasta que recordó de golpe todos los placenteros momentos de paz que vivió junto a él.


Los labios de Marco sobre su boca, las manos de Marco acariciándole el cuerpo por debajo de la camisa, el olor de Marco, tan dulce y embriagante… Todo le parecía tan real que Jean trató de convencerse desesperadamente que de verdad estaba ahí.


—¡Te extrañé tanto! Marco, te quiero.


Marco en lugar de responder movió los labios con lentitud pero con maestría, intensificando el beso, volviéndolo voraz y salvaje. Lo besaba con la urgencia de alguien que extraña intensamente.


Jean se sobresaltó de tan arrebatadora pasión en el muchacho que siempre se había destacado por su dulzura. Él siempre había sido delicado con Marco; en cada uno de sus encuentros, había tratado de tener el máximo cuidado con él. Cada vez que habían hecho el amor, él se había preocupado de no ser brusco, de prepararlo adecuadamente, de tratarlo con ternura y amor. Por eso se sentía tan sorprendido de sentir esa premura en Marco.


Porque ahora Marco lo besaba con una pasión salvaje; hundiendo sus cortas uñas en la piel de su espalda, haciéndole sentir ardor. Su miembro, acostumbrado gracias a Eren a responder ante el dolor, se tensó dentro de sus pantalones preso de la excitación. Y de forma innata, sus caderas se movieron entre las piernas de Marco, restregándose contra su delicada piel íntima.


Te quiero dentro de mí, Jean —la mano de Marco se movió desde su espalda hasta su miembro, acariciándolo por encima de la tela del pantalón—. Igual que siempre —le susurró muy despacio en el oído—. Quiero que esto dure por siempre.


Jean no pensó ni de cerca en negarse a su petición. Volvió a unir sus bocas en un beso, esta vez más húmedo que el anterior, y con su derecha acarició el miembro ya erecto de Marco. No recordaba la forma tan perfecta que éste cabía en su mano, como si estuviera hecho a la medida de su cuerpo, hecho para ser acariciado por él.


Su dedo pulgar recorrió con lentitud toda la extensión de la carne íntima de Marco, disfrutando de sentir de nuevo entre sus dedos la suavidad extrema de esa piel y toda su gloriosa longitud. De a poco, sus dedos restantes se movieron de forma circular en torno al glande y sin previo aviso, rompiendo de manera magistral el delicado momento, Jean sujetó con fuerza el pene de Marco entre su mano, para comenzar a masturbarlo.


Jean supo por el gemido largo que soltaron los labios de Marco que era el momento de prepararlo y se movió raudo; siempre había disfrutado mucho de hacerlo, le encantaba sentir cómo el cuerpo de Marco respondía a sus caricias y se acomodaba para recibirlo. Pero ahora, cuando jugueteó con sus dedos en la entrada del muchacho, descubrió que éste ya estaba húmedo y dilatado.


Ya estoy listo para ti —Marco habló antes de que Jean pudiera seguir pensando en lo extraña e irreal de la situación—. Tómame, Jean.


Jean se posicionó entre sus piernas y se deslizó sin problemas hasta el fondo. La única respuesta de Marco fue un pequeño gemido. El interior de Marco estaba tan húmedo y era tan cálido, incluso más de lo que él recordaba, que Jean sólo pudo jadear cerca de su oído, aturdido por las fuertes sensaciones. En ese instante, se sintió protegido, aceptado en esa conocida y deliciosa estrechez; Jean se sintió en casa. Después de meses de ausencia de ese cuerpo y esa sensación, se volvió a sentir en la gloria. 


Jean, te quiero —Marco pronunció cada palabra con lentitud, ahogado por sus propios gemidos—. Quiero que seas feliz.


—Soy feliz ahora, contigo, Marco.


Jean buscó con nuevas ansias los labios de Marco; estaba desesperado por sentir que ambos estaban juntos otra vez, y la boca dulce de Marco lo recibió gustoso. Sus manos bajaron por los costados del cuerpo pálido del muchacho. ¡Todo era justo como recordaba! Cada músculo, cada cicatriz, cada hueso exactamente en el lugar que recordaba, hasta los estremecimientos del cuerpo de Marco bajo sus caricias eran iguales; parecía como si él no se hubiera ido jamás, como si Marco siempre hubiera estado ahí.


Estiró la pelvis y en consecuencia, su pene salió casi por completo del cuerpo del muchacho, y extrañándolo al instante, Jean lo volvió a deslizar en la exquisita cavidad que era el cuerpo de Marco. Lo embistió con fuerza, profundo y lento, pero a la vez había un cuidado especial en cada movimiento: toda embestida era acompañada por un beso, todo gemido era recompensado con una caricia.


—Marco… —Jean susurró despegándose por segundos de los labios del muchacho—. Te quiero.


Cuídate, Jean —Marco hizo una pausa y su cuerpo pareció perder materialidad de un momento a otro—. Cuida de Eren. Quiérelo como me quisiste a mí.


Con la sola mención de ese nombre, Jean pareció convertirse en piedra. Detuvo todo movimiento y el aire de sus pulmones lo abandonó; el dolor de la culpa y la aflicción oprimieron su corazón y lo atravesaron como una daga. 


—¡No, Marco! —intentó disculparse. Quiso alejarse y hablar con el muchacho, decirle que lo que tenía con Eren era algo distinto, puramente carnal, que Eren no significaba nada porque sólo lo quería a él. Pero Marco se aferró con más fuerza a su cuerpo, aprisionándolo con los brazos y las piernas, sin mostrar intensiones de dejarlo hablar y menos alejarse.


Está bien, Jean —Marco susurró con mucha dulzura. Su rostro no se veía molesto, se veía en paz—. Quiero que seas feliz.


—¡Marco! Lo siento, yo…


Te quiero, Jean —Marco apretó su interior con fuerza, haciéndolo jadear—. Quiero unirme a ti una última vez.


Jean trató de resistirse, pero los impulsos de su cuerpo fueron mayores a la fuerza de su voluntad. Con el último exquisito apretón de las entrañas de Marco, su adolorido miembro pudo liberarse al fin, y quedó jadeante y estremecido sobre su cuerpo, sacudido por el éxtasis del orgasmo.


Te quiero, Jean —el agarre que mantenía Marco sobre su cuerpo se debilitó; la fuerza de sus brazos se aflojó—. Siempre…


—Marco —al susurrar una última vez su nombre, su imagen se disolvió ante sus ojos—. ¡Marco!


Jean abrió los ojos de golpe y vio las toscas vigas de roble del sinnúmero de habitaciones exactamente iguales del castillo. Todo vino a su cabeza de pronto y no tuvo dudas de dónde se encontraba: Estaba en la habitación de Eren, pero éste no estaba con él. Tampoco estaban los guardias que se aseguraban de vigilarlo y el pasillo estaba en completo silencio, incluso afuera del castillo reinaba la quietud ¡Al menos ahora había dejado de llover! Estaba en el cuartel general de las Tropas de Reconocimiento a las que se había unido después de graduarse, y Marco… Marco estaba muerto.


Se sentó en la cama. Estaba empapado en sudor; sus pantalones estaban sucios con el semen recién expulsado y el amargo sabor que tenía en el paladar no se lo podía quitar; la culpa que sentía era como si hubiera tragado bilis. Tuvo asco de sí mismo y se puso de pie con dificultad para encaminarse a su habitación. Suspiró con pereza; ahora tendría que darse un baño antes de dormir.


Se encaminó hasta los baños antes de irse a su cuarto, pero ahora tanta quietud en el castillo le produjo un estremecimiento; sabía que detrás de tanto silencio se escondía algo más, los guardias que habían vigilado a Eren desde la llegada del conde Alexandrus, habían desaparecido de un momento a otro, y eso estaba lejos de ser un comportamiento normal.


Y como si fuera poco, Eren había desaparecido misteriosamente en medio de la noche, aunque Jean sabía que tenía que estar agradecido por eso. Después del sueño del que acababa de despertar, no tenía valor para mirar a Eren a la cara. No sabía qué pensar ni qué sentir.


—¡Maldición! Ya sé lo que quiso decir Marco cuando me pidió que cuidara de Eren —Jean soltó un bufido y abrió la puerta de los baños comunes—. De seguro sabe que el muy idiota ya se metió en otro problema.


Se quitó la ropa y se metió dentro de una de las regaderas. El agua siempre había sido fría, pero bañarse en plena noche en mitad del invierno hizo que Jean maldijera a los mismísimos infiernos y saliera tiritando luego de un par de minutos de haber entrado. No había sido el baño ideal, pero al menos ahora estaba limpio.


Se fue a la carrera a su habitación y luego de ponerse ropa de cama limpia, se metió bajo las pesadas colchas de lana, tratando de regular otra vez su temperatura corporal. Pero aunque su cuerpo y su mente se sentían cansados y anhelaba dormirse, sabía muy bien que no lo conseguiría. Aun sentía el estremecimiento en su cuerpo, pero estaba seguro que éste no sólo se debía al frío, era debido a la visita que había recibido esa noche.


Jean sabía que no se trataba de un simple sueño, pero él tampoco era de los que creían en fantasmas ni mucho menos. ¿Sería su subconsciente el que estaba jugando con él? ¿O era la culpa la que lo atormentaba? Aunque ahora sabía que no era culpa por creerse responsable de la muerte de Marco, era otra culpa la que carcomía su alma: la culpa de estarlo reemplazando con otro.


No quería pensar más en ello, pero a la vez no podía quitarse de la mente las palabras de Marco.


Cuida de Eren. Quiérelo como me quisiste a mí.


¿Por qué Marco le habría dicho algo como eso? Él nunca podría llegar a querer a Eren de la misma forma y también estaba consciente que Eren no lo quería como Marco lo había hecho; la relación entre ambos era sólo carnal, nada de sentimientos, pero… ¿eso era cierto? Porque desde la noche anterior había comenzado a darse cuenta que pensaba en Eren de una forma en que no lo hacía antes, en realidad se sentía preocupado por él.


¿Acaso él había empezado a querer a Eren?


Soltó un suspiro cansado y cerró los ojos con fuerza, sintió que éstos le ardían por el sobreesfuerzo. Se giró en la cama, buscando una posición más cómoda que le permitiera dormir, pero no la halló. Todo parecía indicar que esa sería otra noche más que pasaría en vela.


¿Dónde estaría Eren ahora? Con toda probabilidad ya había cometido otra imprudencia; ese chico era un problema andante que terminaría por acabar con él de una crisis de nervios y preocupación.


—¿Dónde estará ese idiota? —Jean se volvió a remover en la cama—. Ahora por su culpa no puedo dormir.


En ese instante a Jean se le hizo innegable la preocupación que sentía por el chico de ojos turquesa. Él sinceramente se preocupaba por Eren y eso sólo significaba una cosa: el a Eren lo quería.


Y recién ahí se dio cuenta de la forma en que Eren había cambiado su vida; justo ahora que soñó con Marco, se le hizo más evidente que nunca.


Cuando Marco murió, el dolor que sintió fue terrible. Aunque siempre había vivido en una época funesta donde la muerte era natural, donde cada día era un sufrimiento, una lucha por la sobrevivencia, el verdadero significado de la agonía sólo lo conoció al perder a Marco; fue como si su alma se hubiera rasgado en dos, como si le hubieran extraído todo el aire de los pulmones y hasta respirar día a día se transformó en un suplicio. Estaba completamente perdido… Su único motivo para seguir con vida fue la venganza, el deseo de querer hacerle pagar al culpable de la muerte de Marco con la misma moneda: su deseo de matar a Annie con sus propias manos. Eso era lo único que lo sostenía en pie.


Cuando Eren la dejó cristalizarse, escapar, sintió que su mundo volvía a hacerse trizas, que después de eso ya nada tenía sentido para él; su mundo, sus expectativas, su vida, nada de eso tenía importancia y sólo esperaba la muerte inminente que sabía, llegaría pronto. Nunca creyó que pudiera volver a sonreír otra vez, porque la pena que llevaba consigo era como un puño que le estrujaba el corazón en todo momento.


No fue sino hasta que empezaron los encuentros con Eren que sintió que ese puño aflojaba, que esa pena a pesar de estar ahí, siempre presente en su corazón, ahora al menos lo dejaba volver a respirar. Y con el pasar del tiempo, esa sensación sólo se había ido acrecentando. Ahora el dolor ya había desaparecido por completo, cuando pensaba en Marco ya no sentía dolor, sentía nostalgia y añoranza de los bellos momentos que pasaron juntos; había empezado a recordar a Marco por el amor que le tuvo y no por el dolor de su muerte. Y ahora incluso, había empezado a disfrutar del tiempo que pasaba junto a Eren, no sólo del tiempo en la cama, sino que simplemente le gustaba compartir las horas con él, a pesar que peleaban la mayoría del tiempo.


Había comenzado a desarrollar sentimientos por Eren: algo que nunca quiso admitir, porque sería como admitir que se estaba olvidando de Marco, y eso sería como perderlo otra vez. La negación a esos sentimientos por Eren era su última defensa de su historia junto a Marco.


Pero ahora era consciente que a pesar de haberse opuesto, de haber luchado todo lo que pudo contra su corazón, el recuerdo de Marco se estaba desvaneciendo; estaba empezando  olvidarlo, porque estaba siendo reemplazado por Eren.


Cuando conoció a Marco, tres años atrás, era un chico muy distinto, apenas un niño iluso e infantil con absurdos planes de grandeza. Pero ahora, aunque habían pasado unos cuantos meses desde su muerte, sentía que era una persona completamente distinta ¡Cuánto había crecido desde ese día! Y Eren era parte de su vida ahora, lo quiera o no. Tal vez no era lo que le habría gustado ni lo que habría escogido, pero era lo que el destino deparó para él.


Marco era su amor de juventud, un amor lleno de ilusiones e ingenuidad. Y permanecería en su memoria para siempre; como un hermoso e imborrable recuerdo. Pero su presente era de Eren. 

Notas finales:

Gracias a quienes leen y comentan. 


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