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Hermosos y malditos por Kitana

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Camus apagó el televisor furioso. Aquello no podía ser nada benéfico. Acababa de saber por el noticiero que Luigi Altovelli había sido asesinado en lo que a todas luces era una venganza entre mafiosos.

Aquella era la segunda mala noticia de la semana. La primera era que tendría que volver a casa con sus padres. Daniel había sido arrestado y sentenciado a varios años de prisión después de que Camus fingiera el intento de violación. Se estaba quedando sin opciones. Y aún le faltaba por recibir la tercera mala noticia de la semana.

Se apresuró a salir del departamento, no quería tener que encontrarse tan temprano con su madre, Madeleine había anunciado que lo buscaría a primera hora para recoger juntos los análisis que la semana anterior se había practicado Camus para presentarlos en la universidad a la que iba a inscribirse en las próximas semanas.

No tenía la menor intención de ver ese día a su madre. Se sentía fatal, no solo por las malas noticias, también físicamente. Hacía días que se sentía extrañamente cansado. Era como si doce horas de sueño no le resultaran suficientes.

No le dio importancia, por el momento tenia que encontrar la manera de deshacerse de sus padres hasta cumplir la mayoría de edad, luego podría ir y venir a su antojo sin que su madre insistiera en saber cada uno de sus movimientos. Comenzaba a arrepentirse de haberse deshecho de Daniel, pero ya no había marcha atrás. Ahora tenía que buscar la manera de hacerse de un nuevo amigo útil. Deathmask estaba completamente descartado, era simplemente desagradable y estaba seguro de que el resto de los Altovelli no verían con buenos ojos que él tomara el sitio de su hermano. Así que tenía que estar cerca en el momento preciso para poder tomar ventaja llegada la oportunidad.

Se dirigió al laboratorio para terminar con ese enfadoso asunto lo antes posible, no tenía idea de porque demonios la universidad le exigía análisis como requisito para ingresar, pero era realmente molesto.

Cuando llegó al laboratorio la recepcionista le dijo que debía esperar un poco ya que el médico encargado quería intercambiar unas palabras con él. De mal humor y con gesto furioso espero a que el dichoso médico lo recibiera. Encendió un cigarrillo para aligerar la espera. Estaba poniéndose cada vez de peor humor. Y las miraditas indiscretas de las enfermeras no hacían sino empeorarlo.

Finalmente el medico lo recibió. Camus se sentó frente a él con gesto fastidiado y el cigarrillo en los labios.

- ¿Te molestaría apagar el cigarrillo? - le dijo el médico con voz un tanto molesta.

- En realidad sí. - le espetó Camus con una sonrisa burlona. - ¿Quiere decirme de una vez que es lo que quiere? Mi tiempo es condenadamente valioso y no puedo darme el lujo de perderlo tan estúpidamente como ahora.

- Está bien, te diré lo que resultó en tus análisis. Estás esperando un hijo muchacho.

- Esta debe ser una broma de muy mal gusto, eso es imposible... - dijo Camus totalmente fuera de sí.

- No es imposible... dada tu condición. - dijo el médico. La mente de Camus se quedó en blanco... nunca había estado en sus planes esa posibilidad, en especial porque se suponía que eso era imposible, al menos en su caso. Se suponía que eso no tenía que suceder jamás... no a él.

- Usted debe estar confundido... yo no puedo estar embarazado. - dijo Camus con un hilo de voz.

- Lo estás, hemos repetido la prueba, no hay duda, estas esperando un bebé.

- ¿Por qué me hicieron una prueba de embarazo para empezar? - dijo Camus.

- Tu madre lo pidió, y dado que eres menor, no se requiere más que el consentimiento de ella para practicar la prueba.

- Esa maldita  bruja. - siseó el muchacho cerrando con fuerza los puños. - Es obvio que aunque le pida que no se lo diga lo hará, ¿cierto?

- Debo hacerlo.

- Comprendo... será mejor que me largue de aquí inmediatamente. - la confusión inicial estaba dando paso a la furia. De aquello pudo concluir solo dos cosas. La primera, que sus padres le habían mentido durante los últimos diez años y la segunda, que el padre de su hijo era un hombre muerto.

Estaba en problemas, graves y espinosos problemas que tenía que resolver de la mejor forma. Se dijo que no había vuelta de hoja, tenía una buena carta en las manos y la utilizaría.

Regresó a su departamento aún iracundo. No le gustó nada ver a su madre sentada cómodamente en su cama doblando algunas camisas suyas para meterlas en la maleta que reposaba a unos centímetros de ella.

- Tardaste mucho, hasta pensé que sería necesario que fuera a buscarte. - dijo la mujer sin siquiera mirarlo.

- ¿Por qué pediste que me hicieran una prueba de embarazo cuando los dos sabemos que eso es imposible?

- Querrás decir era, el médico me  ha dado las buenas noticias. - dijo la mujer con una sonrisa que a Camus simplemente le enfureció todavía más. - No me mires así, después de todo son buenas noticias, ya no eres mercancía dañada. - dijo Madeleine.

- Vete al demonio madre... - siseó Camus deseoso de borrarle aquella sonrisa.

- La cuestión es que ahora necesitas un buen médico... y decirme quien es el padre.

- Púdrete Madeleine. - susurró el chico. La mujer se puso de pie, era alta, pero no tanto como su hijo.

- Escúchame bien pequeño cretino, no he llegado hasta donde estoy por tomarme en serio a los imbéciles que creen que tienen el mundo en sus manos. Estás embarazado, y sabiendo como eres, apuesto a que ni idea tienes de quien es el padre. Así que solo dime un nombre y yo me encargaré del resto. Por supuesto que ni palabra de esto a tu padre, ¿me has entendido? No quiero que lo eches a perder como lo hiciste con el asunto de Milo Scouros.

- Te vas a arrepentir de esto Madeleine.

- No tanto como tú si no haces lo que te diga de ahora en más.

- Está bien, ¿quieres un nombre? Te lo daré, a ver que puedes hacer con él. - dijo Camus en tono burlón. - Luigi Altovelli. Aunque lo dudes, sé quien es el padre de esto que llevo en las entrañas, y es, o tal vez debería decir, era, Luigi Altovelli.

- ¡Imbécil!- gritó Madeleine y le asestó una tremenda bofetada. - Me encargaré de esto, y tu padre tendrá que saber con que clase de alimañas te has liado.

- Tal vez era una alimaña... pero era mil veces mejor que tú. - escupió el pelirrojo mientras sentía deseos de borrar del planeta todo rastro de Madeleine Delluc.

Tres días después Camus se encontraba recluido en su habitación en la casa de la familia Moint Claire esperando el veredicto de su padre. Ethienne estaba furioso. Camus jamás se había mostrado más retador que aquella mañana. Para su mala fortuna, el médico de la familia había confirmado el embarazo de su hijo. Y Camus no se retractaba de esa patraña de que Luigi Altovelli era el padre del bebé que esperaba.

Por su parte, Camus aún no lograba salir de la sorpresa que le había causado el saberse preñado. Se suponía que eso no podía suceder, eso era todo lo que podía repetirse a sí mismo a cada momento.

La razón de su incredulidad ante el suceso se hallaba en un incidente ocurrido en su infancia. Su familia siempre había estado al tanto de su condición fértil, sin embargo, a él nadie se lo informó sino hasta que cumplió nueve años, la edad en que tuvo lugar aquella enfermedad que supuestamente había generado que perdiera la capacidad de embarazarse. En un gesto tremendamente inocente se llevó la mano al vientre y acarició con suavidad el sitio donde suponía se encontraba su hijo... su hijo... así que eso era lo que se sentía... era una sensación agridulce. Pero se dijo que no había lugar para ella en ese instante de su vida. Lo más seguro era que terminaría abortando en alguna de las clínicas que le habían recomendado a su madre. No había modo de que pudiera conservar a ese bebé, aún si lo hubiera deseado... aunque tal vez habría una oportunidad... tendría que tragarse todo su orgullo y hacer aquello que se dijo no haría jamás. Pero esta vez valía la pena, se estaba jugando aquello que había deseado durante años. No podía darse el lujo de fallar.

Escuchó con pasmosa serenidad lo que su padre decía.

- No pudiste escoger peor... ¿sabes lo que pasará cuando se sepa que mi hijo va a  parir al primogénito de un mafioso que por añadidura esta muerto? Los dioses nos guarden... siempre supe que eras algo cabeza hueca pero no imaginé a que grado...- dijo el mayor, los ojos de Camus se clavaron en él con furia pero se guardo muy bien de no hacérselo notar. Se repitió que no debía perder los estribos, todo lo que necesitaba era tiempo.  - Vas a tenerlo... y en cuanto nazca ira a parar a un orfanato, esta de más decirte que no quiero que salgas de casa bajo  ninguna circunstancia hasta que eso nazca. Si no fuera porque el médico dice que es demasiado tarde para sacártelo... - Camus miró a su padre con una sonrisa cínica.

- ¿Puedo retirarme? - dijo sin dejar de sonreír.

- Vete de una vez... - dijo el mayor, Camus abandonó la habitación con grandes zancadas. Ethienne sentía deseos de matarlo por ser tan estúpido.

- Esta planeando algo... lo adivino en sus ojos. - dijo Madeleine cuando estuvieron solos.

- Es culpa tuya... todo esto es culpa tuya... mi hijo convertido en la ramera de un mafioso y yo tan tranquilo, ¿por qué no me lo dijiste? - dijo Ethienne sujetando con violencia a su esposa por los hombros.

- Por que no lo sabía.

- Mientes muy mal Madeleine, no me dijiste que lo veía porque albergabas la esperanza de que pescara al tal Luigi, ¿no es cierto?

- ¿Y que si es así? Piénsalo un momento Ethienne, tenemos en nuestras manos una muy buena oportunidad, aún podemos sacar provecho de esto.

-Estás loca, no conoces a esa gente, no tienes ni idea de lo que son capaces de hacer. Tendremos suerte si tu hijo sobrevive a esto. Bien podría pasar que uno de esos locos le abra las entrañas para sacarle al engendro que le dejó Altovelli.

- No todo está perdido Ethienne, deja que haga un último intento con esa gente y veremos que sucede.

- Estás loca... sí lo haces estás sola en esto... y si funciona, prepárate para recibir la demanda de divorcio. No voy a apoyarte en algo tan descabellado.

- Si por ti fuera seguiríamos tan pobres como al principio... lo sabes Ethienne, buena parte de tu éxito se debe a mí.

- No te des tanta importancia Madeleine... habría llegado hasta donde estoy contigo o sin ti.

- ¿De verdad lo crees? Vaya que resultaste optimista. - comentó la mujer con burla.

Al otro lado de la ciudad, en la casa de la familia Gemini, la familia entera, Penrill incluido, se preparaba a recibir a Kanon luego de que le dieran la alta en el hospital. El más feliz y nervioso era Milo, se sentía aliviado al saber que todo había terminado y al fin se encontraría de nuevo al lado de Kanon, y esta vez sería permanente.

Milo y Mu se encontraban sentados en el jardín. Ambos sonriendo, observaban como Alcestes perseguía por todo el jardín a su hermana menor.

-¡Enana del demonio! ¡Ya verás lo que te pasará cuando te alcance!

- ¡Jamás me alcanzarás! ¡Ya estás muy viejo AL! - gritó la chica, el rostro de Alcestes se cubrió de un violento sonrojo, emprendió con mayor velocidad la carrera y finalmente consiguió atrapar a Mirtala. La chica no dejaba de reír.

Penrill miraba a su esposo con una sonrisa en los labios. Se sentía tranquilo, si todo salía bien, en menos de dos meses estaría libre de todo nexo con la mafia. O al menos eso era lo que él esperaba que sucediera.

Los amigos del colegio iban llegando. Shaka apareció con una resplandeciente sonrisa en los labios, se sentía completamente feliz, transportado a un mundo de sueños que tenía la suerte de compartir con la persona a la que amaba, Ikky. El mayor de los Kido se encontraba a su lado, sosteniendo orgullosamente su mano en un gesto por demás amoroso. Detrás de ellos venía Shun, charlando animadamente con Mime y a su lado un intimidado Seiya. Nunca había estado en un sitio ni la mitad de elegante como aquella casa y eso le incomodaba.

Afrodita fue el último en llegar. Se veía realmente mal. Estaba tan cansado después de una larga mañana en su trabajo. Dio un suspiro de alivio al ver que la sonrisa había regresado al rostro de su amigo Milo. La última vez que se vieran Milo estaba realmente afectado.

- Hola chicos. - susurró cuando llegó ante sus amigos. - el grupo se reunió en torno suyo y uno a uno lo abrazaron.  El último en acercarse fue Shaka, lo había hecho a propósito, en cuanto vio a Afrodita supo que algo no andaba bien.  Buscó la manera de quedarse a solas con él. Necesitaba escuchar lo que Afrodita tuviera que decir, el sueco se veía realmente afectado y no era solo cansancio físico.

- ¿Qué pasa Dita? - dijo Shaka, Afrodita sintió que la situación en la que se encontraba metido le rebasaba y se puso a llorar en brazos de su amigo.

- Shaka... mi vida esta en un hoyo sin fondo. - dijo el sueco entre sollozos.

- Tranquilo... no puede ser tan malo...

- No, no es malo, es terrible....Mark está agonizando en un hospital porque no tenemos dinero para comprar el medicamento. - dijo el rubio sollozando en forma desgarradora.

- Tranquilízate, ya verás que encontraremos la forma de que puedas arreglar esto... debes calmarte Dita.

- Créeme que quiero hacerlo... pero no puedo. Además esta el asunto de Death...

- ¿Qué hay con él?

- Me ha estado buscando... no me deja en paz.  Me siento acorralado... dice que si no me decido a estar con él las cosas van a ser peores para mí y mi familia.

- No sería capaz...

- Tú sabes que sí... y yo ya no sé que hacer. - dijo el sueco limpiándose las lágrimas que no dejaban de brotar de sus hermoso ojos. - Me ha dado hasta mañana para decidir... ha jurado que va  a matar a mi madre si no lo acepto.

- Dita... tienes que ir a la policía, eso es muy grave...

- Lo hice Shaka, fui a la policía... ¡y esos infelices solo se burlaron de mí! - gritó el sueco furioso. - No quiero estar con él... no lo deseo, pero si mi familia está en riesgo, no me queda ninguna otra opción... además, él ofreció pagar el tratamiento de Mark.

- No puedo creer que estés pensando seriamente en aceptar. - dijo Shaka sintiendo que Afrodita ya había tomado una decisión antes de hablar con él.

- No tengo opción... ustedes no pueden ayudarme en esto. - dijo Afrodita con cierta resignación. - Y si le hace algo a mi familia, jamás me lo perdonaría.

- Debe haber algo más que podamos hacer, no puedes simplemente entregarle tu vida a alguien como él. Está loco, podría terminar matándote un buen día.

- Lo sé... y por eso es que no pienso arriesgar a mi familia. - dijo el sueco. Shaka simplemente lo abrazo. - No se lo digas a los chicos... no es algo que quiero que sepan.

- Está bien... solo recuerda que siempre puedes contar conmigo.

- Lo sé... eres mi mejor amigo. - dijo Afrodita con una sonrisa triste.

El resto de los invitados se mantenían al margen de aquello. Shaka se preguntó, ¿hasta cuando terminaría el sufrimiento de Afrodita?

A unos metros de ellos se encontraba el resto del grupo. Shun no había notado la forma en que Seiya lo miraba. Y si lo hubiera hecho habría entendido tantas cosas. Como el hecho de que Seiya no podía decir más de dos frases coherentes en su presencia. O el que Ikky lo mirara de manera burlona cada vez que se aparecía por su departamento con cualquier pretexto absurdo que solo Shun tomaba por cierto.

Mime no dejaba de suspirar. La tarde anterior había tenido una maravillosa cita con Sigfried, el mayor le había pedido formalizar su relación y ese mismo fin de semana hablaría con Hagen al respecto. Por alguna razón, Sigfried parecía ansioso de contraer matrimonio. Mime lo atribuyó  a que en verdad estaba enamorado de él. No tenía la menor idea de las verdaderas intenciones de su ahora novio.

Sorrento observaba maravillado el cambiante cuerpo de Milo, el rubio se veía espléndido en ese estado avanzado de preñez, era como si una nueva luz hubiera anidado en sus ojos eternamente tristes. Sintió que la esperanza renacía en él. Quizá si existía la posibilidad de que todos y cada uno de ellos pudieran ser felices. Pensó en Julián, había estado viéndolo con regularidad en las ultimas semanas, incluso el pintor le había conseguido un empleo de medio tiempo con un amigo suyo. Sorrento no solo estaba agradecido, estaba enamorado.

Mu sonrió al  ver aparecer a su prometido en el jardín, apoyado en él, Kanon avanzaba con lentitud hacía ellos. El menor de los gemelos se veía realmente pálido y demacrado, sin embargo, todo esto parecía no importar al ver la forma en que sonreía. Mu se sorprendió a sí mismo admirando el perfecto rostro de Saga. El mayor de los gemelos era, con mucho, la persona más importante de su vida.  No podía pedir más, gracias a él había encontrado la felicidad, y la familia de Saga lo aceptaba de una forma en que jamás soñó ser aceptado. Había quedado atrás la soledad y la tristeza.

Impaciente, Milo se puso de pie y caminó velozmente para reunirse con Kanon. Estaba feliz, ahora todo podía ser como imaginó que sería al saber que Kanon lo amaba. Cierto, eran muy jóvenes aún para ser padres, pero iban a serlo. Sintió que todas las esperanzas albergadas en todo ese tiempo no hacían sino florecer. Sonrió y abrazó a Kanon. Sus labios  fueron a posarse en los de su pareja.

- Te extrañé. - dijo Kanon abrazándolo también.

- No tanto como yo.

- Pero ya no tendré que extrañarte más... vamos a estar juntos para siempre amor. - dijo y le besó nuevamente.

- Ay por los dioses. - dijo Alcestes mientras los miraba conmovido.

- Siempre has sido un sentimental gnomo. - dijo su esposo haciéndose el duro, habría matado a quien fuera por estar así con Alcestes.

- Déjame en paz... ya sabes que a mi modo también te amo. - dijo Alcestes con un puchero bastante infantil. Penrill se quedó de una pieza ante aquello. Alcestes había dicho que lo amaba. - Deberías cerrar la boca Penrill, se te meterá una mosca. - dijo el pelinegro con una sonrisa dulce. - Sí, escuchaste bien, te amo. He aprendido a amarte. Siempre te sales con la tuya, debí saberlo. - dijo Alcestes mientras sus dedos repasaban con nervioso afán su argolla de bodas.

- No te imaginas cuanto tiempo esperé para escuchar esto... no te voy a defraudar gnomo, te lo juro que no.

- Más te vale que así sea... o me conocerás furioso. - dijo Alcestes pegando su frente en la barbilla de Penrill. - Y ahora que sabemos que nos amamos, ¿me consigues un helado? Me muero por comer helado.

- Estás demente maldito gnomo. - dijo Penrill y lo abrazó con fuerza.

La pequeña reunión se transformó en una fiesta con todas las de la ley. La mayoría de los presentes se sentía optimista, esperando por el futuro que consideraban era tremendamente promisorio, y lo era, aunque no para todos.


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