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Lionhart por desire nemesis

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El ojos azules estaba descontento con su situación actual. El rubio y sus amigos lo tenían como rehén de sus fantasías absurdas y él preocupado por Mokuba, pero había decidido no dejar que este viniera a la empresa pues habían serias posibilidades que los delirios de los otros lo dañaran. Todo había sido culpa de algún virus de software que había descompuesto el cierre automático de la puerta y hecho que los diagnosticadores de cada sección establecieran rutinas aleatorias para demostraciones sin propósito lo que resultaba en imágenes aterradoras de monstruos tipo duelo.

 

Al menos era lo que Seto se aferraba en creer porque las posibilidades de que él estuviera reviviendo otra vida pasada como la del juego de las sombras era demasiado incómoda.

 

Por otro lado Joey se escudaba en Tristán para evitar las incesantes preguntas de su curiosa amiga pues el poco más que el sueño con esos dos recordaba y de la joven princesa no deseaba hablar.

 

Pero Tris parecía ajeno a su intento de escape, tal vez un tanto hosco.

 

¡Pero Tris! ¿Qué te pasa? Te hablo y no me contestas. ¿Acaso estás de malhumor?—preguntó el rubio por fin algo irritado luego de rato tratando de entablar conversación.

 

¿Y tú me preguntas que pasa? Vimos un hombre morir aplastado por no sé que cosa y tienes el tupé de preguntarme eso?—preguntó el castaño sorprendiendo a sus amigos—Estoy aterrado. Eso me pasa. ¡Y tú tienes la culpa de todo esto!—agregó, añadiendo peso al corazón del melado que se sentía culpable—Debí irme con los otros y dejarte solo. ¡Eso es lo que te mereces! ¡Yo no quiero morir por ti!—

 

Cuando en su ida el ojos café paso a su lado Kaiba le dijo muy tranquilo a Wheeler--¡Lo valiosa que es la amistad!—

 

¡Cállate, chico fresa!—dijo el rubio.

 

¿No eras tú el que defendía la amistad frente a mí todo el tiempo! Toma un ejemplo—dijo Seto señalando al que se sentaba en un rincón del salón de empleados de Ciudad Batallas.

 

A Joseph le dolió no poder discutir eso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Toda esa historia de los amantes de Leoponto lo traía mal, pensar que él y el perro… ni en sueños. Pero estaba demasiado inquieto, como quien oye un zumbido eterno que no sabe como parar.

 

Porque lo que en realidad inquietaba al CEO era que de cierta manera. En algún recóndito lugar suyo, esa idea, pues… le era grata.

 

Pues sí, su mente inquieta y curiosa ya le había llevado por varias veces al terreno de la imaginación. Y aunque lo hacía sin intención terminaba imaginando al rubio con su boca muy junto a la suya y sus labios entreabiertos y la sensación del beso que imaginaba era muy distinta a la que ya había experimentado.

 

Debo dejar de imaginar esas locuras, se dijo en voz baja y de pronto se dio cuenta que lo había dicho estando en compañía extrañas. Miró en derredor algo agitado y se sorprendió de que solo él y Tea estaban en el lugar.

 

Ella dormitaba en un sofá pues hacía varias horas que se habían asentado en ese salón.

 

 

 

 

 

Joseph estaba en una sala de juegos apartada, destinada a prueba de tecnología de duelos pero en vez de mirar como de común lo hubiera hecho se limitó a sentarse abrazando sus piernas en posición fetal en medio del lugar.

 

Sintió cuando la puerta se abrió y cuando alguien se le aproximó pero no se inquietó sabiendo de quien se trataba.

 

¿Qué? ¿Piensas encerrarte aquí hasta que todo desaparezca?—dijo con tono burlón el otro.

 

Lo estoy pensando—aseveró Wheeler.

 

¡Vamos Joey! ¿No estarás así por lo que te dije? No te lo tomes tan tremendamente—dijo Tristán desde la espalda palmeando su hombro.

 

Joey tragó y miró al suelo pensativo—No, claro que no—dijo pero sin ánimo real.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Seto se había quedado con la mente en blanco de vuelta cuando sintió que todo a su alrededor cambiaba. No entendía porque. Vio una llanura extensa frente a él y el resonar de cascos. Se sentía tenso, a la expectativa era como si algo muy grande se aproximara. Vio una nube a lo lejos que se fue agrandando y el retumbar en el suelo aumentó.

 

Tribuno, debemos atacar. El general lo ha ordenado—dijo de pronto alguien a su lado y el volteó para verlo. Un hombre con casco y armadura romana.

 

Lo miró sin saber que decir y asintió.

 

Entonces volteó. El otro bando ya estaba muy cerca. Su caballo se lanzó a la carrera antes de que pudiera contenerlo y es entonces cuando lo vio.

 

Venía desde el otro lado. Montaba un tostado que hacía juego con sus cabellos y piel dorada. Un casco de grandes patillas y un gran fleco azul coronaba su cabeza. El perro.

 

No. Ácato.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vamos a tomar algo y hacer las paces—dijo el castaño.

 

El rubio asintió sin mirarlo, la vista clavada en el suelo.

 

Traeré un par de cafés—dijo el otro antes de dejar de tocar su hombro.

 

Joey no pensó nada por un momento hasta que recordó.

 

Tristán odiaba el café.


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