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Lionhart por desire nemesis

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Yugi entró despacio. Lo sentía por el abuelo pero debía hallar a sus amigos pronto. Sentía cierta responsabilidad al saber lo que estaba ocurriendo. Lo que le había pasado al hermano del faraón era triste pero no consideraba que fuera razón para andar matando gente.

 

Caminó sin rumbo por el edificio no sabiendo que se encontraría…

 

Pero jamás esperó encontrarse eso. Sus manos temblaron el camino que lo separaba de la figura caída esperando, deseando… que no fuera su gran amiga. Su compañera de tantas aventuras. La de la fe inquebrantable en él.

 

Se derrumbó al llegar a su lado. Silenciosas lágrimas comenzaron a brotar de sus grandes ojos lilas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Era delicioso el otro mundo. O debía serlo.

 

Su familia estaba ahí, sus objetos preciados, todas sus posesiones. Es como si siguiera en el antiguo Egipto aunque hubiera ya experimentado el futuro. Su padre se veía algo alicaído pero además de eso todo era perfecto. O debería serlo.

 

Pero algo le faltaba, algo que Atem sin importar cuanto lo intentara no lograba hallar.

 

Fue ese día, mientras desayunaba junto a su familia frente al Nilo del otro mundo, mirando su rivera hermosa que el dolor en su pecho asomó con nitidez y sorprendido se preguntó de que se podía tratar pues en la otra vida no existe la posibilidad de enfermedad.

 

Pero algo urgente atacaba al órgano que se negaba a dejar de latir en su espiritual pecho.

 

Lleno de urgencia le preguntó a uno de los sacerdotes de Anubis que cuidaban de la antigua ciudad fantasma de que se podía tratar.

 

Teneis un lazo muy fuerte con un ser del mundo de los vivos y en un momento de desesperación os invoca—le respondió este.

 

En ese momento Atem supo con toda certeza de quien se trataba y que era lo que le había estado faltando todo ese tiempo y no es que no lo hubiera pensado antes es que no se le pasaba por la cabeza que tal lazo después de la muerte fuera tan fuerte o poderoso para hacer temblar al mismísimo descendiente de los dioses y no es que no considerara a Yugi sino más bien que pensó que al separarse y los dos desearse suerte el cariño se iría desvaneciendo. Que no podía crecer. Que no podía angustiar.

 

Pero estaba creciendo.

 

Y lo estaba angustiando.

 

Demasiado.

 

¿Cómo puedo hacer para ir al mundo de los vivos?—preguntó al servidor de Anubis que le miró algo sorprendido.

 

Pero Faraón… ¿Acaso os falta algo en este glorioso espacio?—preguntó mostrando con una de sus manos la maravillosa y dorada ciudad de los Faraones. Llena de opulentos palacios y trabajadores fieles que les servían mucho después de haber abandonado sus cuerpos.

 

Si. Me hace falta—respondió este sucintamente.

 

Faraón, debéis saber que si abandonáis este mundo no podréis volver a él. Las reglas de Osiris son claras. Vagaréis por el mundo humano por siempre, sin más posesión que vuestra alma—le advirtió el sacerdote.

 

El tricolor no lo pensó ni un segundo—Es todo lo que necesito—

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Yugi no tenía consuelo. En su desesperación silenciosa su mente fantaseó con reclamar de nuevo el poder del Faraón para proteger a sus amigos.

 

De pronto sintió un frío viento por su espalda y preocupado miró a ambos lados. ¿La sombra? Buscó con sus ojos pero no la hallaba y luego una voz conocida le susurró con calidez al oído—No te asustes Yugi, soy yo—

 

El muchacho tragó en seco mientras el horrorizado fantasma observaba la escalofriante escena.

 

Tea yacía retorcida en el suelo mientras un gran charco de sangre llenaba el piso donde su atesorado amigo se arrodillaba. Con sus inexistentes brazos abrazó los hombros del querido Yugi brindándole así un poco de su protección.

 

Has vuelto—se maravilló el muchacho de semblante triste a quien no podía ver con una pequeña felicidad que lo hacía ver egoísta a sus propios ojos.

 

Tú me necesitabas—le respondió la voz.


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