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Hermosos y malditos por Kitana

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Afrodita corría como loco para alcanzar el autobús. De nuevo se le había hecho tarde para ir al trabajo. Había salido muy tarde del trabajo la noche anterior, y al llegar a casa no había podido conciliar el sueño.

Había mucho que pensar... mucho que decidir... y no tenía la menor idea de lo que haría. A pesar de que le dijera a Shaka que lo resolvería solo, lo cierto era que  en el fondo estaba tremendamente asustado de lo que pudiera ocurrir.

Tenía miedo, Death Mask lo había amenazado con hacerle cosas terribles, simplemente no podía dejar de sentir miedo. No solo por él, tenía miedo por su familia.

No solo eso le preocupaba. Había terminado la preparatoria, estaba a punto de ingresar a la universidad y las cosas no parecían tan buenas como hubiera deseado. En dos semanas ingresaría a la universidad. Le dolía tener que dejar a su madre y hermanos en una situación semejante, pero Ingrid le había insistido en que no podía dejar pasar la oportunidad que se le había presentado. Gracias a sus calificaciones había conseguido una beca completa para la mejor universidad del país. Reconocía que su madre tenía razón, si no aceptaba la beca y comenzaba una carrera universitaria, se arrepentiría más tarde. No podía esperar a cumplir los 21 para recibir la herencia que su abuelo paterno le había dejado.

Aún así estaba desesperado. Las cosas no podían estar peor. Mark empeoraba, y el dinero que él y su madre ganaban, apenas alcanzaba para pagar parte del costoso tratamiento que el chico debía recibir para seguir con vida.

Se maldijo una vez más por ser tan pobre, por tener tan mala suerte. El autobús se detuvo en su parada y en cuanto descendió del vehículo, echó a correr en dirección al restaurante donde trabajaba como mesero y lavaplatos.

No podía apartar su mente de todas sus preocupaciones. Era demasiado para un chico de dieciocho años, pero él se sentía responsable del bienestar de su familia. Él era el único que podía ayudar a su madre pues sus hermanos eran aún muy pequeños.

Ya entrada la tarde abandonó el restaurante. Con paso lento y el cansancio reflejándose en su rostro se dirigió a la parada del autobús. Tomo asiento en la banca que ahí se encontraba, estaba tan cansado... y no podía dejar de pensar en todo lo que le preocupaba. Se sentía bastante incómodo al pensar que probablemente la salida que le ofrecía Death Mask era la única con la que contaba.

- ¿Afrodita? - dijo alguien que se acercaba a paso lento.  Afrodita levantó el rostro para encontrarse con los verdes ojos de Fernando.

- Shura... - susurró Afrodita mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.

- Hace tiempo que estaba buscándote. - dijo el hispano sentándose a su lado.

- No tenía idea...

- ¿Cómo has estado?

- Bien. - mintió Afrodita.

- Te ves preocupado.

- Ya pasará... ¿cómo te ha ido?

- Terminé la preparatoria con maestros privados, no hubo ningún colegio que me admitiera. Volveré a España muy pronto, voy a estudiar en la Universidad de Salamanca como mi padre.

- Te felicito.

- ¿Qué hay de ti?

- No mucho, tengo una beca para la Universidad Ática, en dos semanas estaré allá.

- Vaya, dicen que es  la mejor universidad del país, espero que te vaya muy bien.

- Lo mismo digo.

- ¿Quieres ir a tomar un helado? Hace calor y me gustaría seguir conversando contigo.

- Está bien. - dijo el sueco poniéndose de pie.

- Vamos, mi coche está muy cerca de aquí. -  Shura no supo porqué, pero tomó la mano de Afrodita entre la suya. Un sentimiento extraño se adueñó de él al pensar que muy probablemente era la última vez que lo vería en mucho tiempo. No podía explicar la mezcla de emociones que ese muchacho rubio despertaba en él.  Quería atribuirlo todo al enorme atractivo de Afrodita, sin embargo, había algo más detrás de ese interés, en cierta forma, Afrodita le parecía aún inocente, a pesar de haber estado sumergido en la podredumbre, algo en él se mantenía intacto. Y eso le agradaba.

Se sentaron en una de las mesas de la heladería que Shura había escogido. No podía dejar pasar esa oportunidad. Tenía que conseguir al menos algo que le hiciera sentirse mejor.  Después que les tomaran la orden se sentaron uno frente a otro sin saber que decir, ambos estaban muy nerviosos. Afrodita fue el primero en hablar.

- Nunca te agradeceré lo suficiente por ayudarme mientras estuvimos en el colegio.

- No hay nada que agradecer, solo hice lo que alguien con un mínimo de decencia hubiera hecho en un caso semejante. - dijo Shura con una sonrisa que a Afrodita le pareció sexy.

- No... tú nunca les tuviste miedo. No sé cuantas oportunidades tuviste de unirte a ellos y siempre te las arreglaste para no hacerlo y salir bien librado.

- Ellos nunca me dieron miedo.

- Hablas como Saga y Kanon. - comentó Afrodita con una sonrisa algo desdibujada.

- ¿Los Gemini? No, no lo creo, ellos y yo, nada que ver.

- Te equivocas, ellos y tú tienen muchas cosas en común.

- Sí tú lo dices... por cierto, ¿qué sucedió con Kanon?

- Salió de Cabo Sunión hace unos días. Está bien, igual que Milo.

- Para serte sincero, jamás creí que él lo hubiera hecho, y le saque la verdad a Isaac. Él me dijo que había sido Milo.

- Lo imaginé... él era una bomba a punto de estallar... y Kanon lo ama demasiado. A veces me gustaría que alguien me amara como él ama a Milo, a pesar de todo, él lo ama. Su bebé nacerá pronto. - dijo Afrodita.

- Así que esta embarazado... felicítalos de mi parte.

- Lo haré. Gracias por no decir nada... en su estado hubiera sido terrible ir a la cárcel. - dijo el rubio mientras jugueteaba con un mechón de su cabello.

- Eres hermoso Afrodita.

- Y esa ha sido mi  maldición. Nunca quise ser hermoso...

- Los dones no se piden, solo se reciben.

- Eres todo un poeta. - dijo Afrodita con una sonrisa.

- Solo digo la verdad.

- No eres como ellos... aunque al principio si que lo parecías.

- ¿Creíste que sería como ellos?

- Sí... no por nada te llevabas tan bien con Camus.

- El francés solo esta  loco, pero no es peligroso.

- No para ti, pero si para nosotros. En especial para Milo.

- Ahora ya no puede hacerles daño.

- Eso espero... - murmuró Afrodita mientras llevaba a sus rosados labios la cucharilla llena de helado.  - Es tarde, tengo que irme.

- Te llevo, no es bueno que estés solo en la calle a esta hora. - dijo Shura con seriedad. Afrodita sonrió, así que al menos le preocupaba un poco.

- Esta bien, no estamos lejos de mi casa.

Shura pagó la cuenta y se dirigieron al auto del hispano. Hubiera querido besarlo, hubiera querido abrazarlo, o al menos darle esa carta arrugada que llevaba meses en sus bolsillos esperando ser entregada a su rubio destinatario.

Subieron al auto, Afrodita estaba nervioso, sabía que muy probablemente esa sería la última vez que lo viera, la última oportunidad de mostrarle que no solo estaba agradecido con él.

- Aquí es. - dijo Afrodita señalando el destartalado portón de la casa en que vivía.

- Te acompaño. - dijo Shura luchando contra sus temores para decidirse a entregar la carta.

Caminaron muy lento hasta el portón.  Afrodita estaba de lo más nervioso, al igual que Shura, solo que el español lo disimulaba mejor que él.

- Bueno... será mejor despedirnos, es tarde y apuesto a que tu casa esta bastante lejos de aquí. - dijo Afrodita. - Gracias... por todo. - dijo el rubio y  besó suavemente la mejilla de Shura. El español sintió que la frase ahora o nunca estaba más que justificada, jaló a Afrodita hacía sí y depositó un apasionado beso en aquellos labios que se abrían ante los suyos como el botón de una rosa.

Las manos de Afrodita fueron a apoyarse en el amplio pecho de ese muchacho de negrísimos cabellos. Había deseado ese beso más de lo que se imaginaba. Correspondió a la caricia de Shura y sintió que el resto del mundo dejaba de existir, solo eran ellos dos en ese instante perfecto y pleno.

Cuando se separaron sintió deseos de más, pero Shura simplemente puso en sus manos una carta y un pequeño paquete y después de decirle adiós con la mano, subió a su auto y se alejó haciendo rechinar las llantas del vehículo.

Lo miró alejarse y sintió que con él se iban todas sus ilusiones, apretó contra su pecho los presentes que el español el había entregado y dejó escapar un par de lágrimas que se apresuró a secar.

Entro a toda prisa a su casa. Necesitaba leer aquella carta. Necesitaba saber sí aún tenía esperanzas.

Apenas saludo a su familia, enseguida fue a ocultarse a la azotea, ahí donde sabía que nadie le molestaría. Con dedos temblorosos extrajo la carta del improvisado sobre en que se contenía. Desdobló la hoja y se limitó a contemplar esa caligrafía fina y apretada, elegante como su dueño. Una sonrisa se instaló en sus labios. Comenzó a leer.

"Afrodita:

Tal vez nunca llegues a leer esto, no sé si tendré el valor de entregártela y aún peor, no se sí podré volver a verte un día. Pareciera que la vida se empecina en alejarme de ti a pesar de lo mucho que deseo estar a tu lado. No me conoces a fondo pero yo a ti si, he aprendido a conocerte, a ver más allá de tu hermoso exterior y es por eso que me atrevo a decirte que te amo. Sí, Afrodita, te amo, te amo de una forma en que no me sentía capaz de hacerlo.

Siempre pierdo a los que amo... y me temo que tú no serás la excepción. No sé que es lo que sientes por mí, pero solo quiero pedirte que no te sientas obligado hacía mi ni por lo que siento ni por las cosas que hemos pasado. Solo te pido que seas feliz, aunque no sea conmigo, quiero que seas feliz y que tengas una vida maravillosa, la vida que te mereces.

Nunca te des por vencido, la vida es dura y cruel, a veces más de lo que uno cree poder soportar, pero estoy seguro de que podrás lograr todo lo que te propongas. Estoy seguro de que llegarás lejos, y un día, tal vez en muchos años, nos volveremos a encontrar y me harás partícipe de tu alegría. Créeme que deseo con toda el alma que alcances la felicidad y que nunca, nunca más vuelvas a sufrir. Te juro que haré todo lo que este en mis manos para que seas feliz.

Te amo Afrodita y nada me haría más feliz que decírtelo de frente, pero me temo que soy de esas personas que temen al rechazo, no toleraría que me dijeras que no sientes lo mismo. Ojala y un día tengamos tiempo para estar juntos.

Tuyo para siempre:

Fernando Cervantes."

Afrodita dobló cuidadosamente la carta. Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas. Shura no lo había dicho, pero al día siguiente volvería a España. Afrodita se sintió desesperado, ¿Por qué no había dicho nada? ¿Por qué ambos habían sido tan cobardes y no habían dicho lo que sentían a tiempo?

Lo había perdido... y solo en eso podía pensar.

Aún con lágrimas en los ojos, abrió el paquete que Shura le había entregado. Era una pulsera para el tobillo. Solo sus amigos sabían que usaba una, misma que se había roto en uno de sus encuentros con Death Mask. La sostuvo un momento contra su corazón y se juró a sí mismo que la llevaría hasta que volviera a encontrar a Shura.

La decisión que debía tomar con respecto a Death Mask había pasado a segundo término. Ahora tenía una ocupación más importante: soñar con un futuro, con el amor que estaría esperándole más allá del mar.

Lejos de ahí, Shaka recibía una llamada telefónica que le cambiaría la vida para siempre.

- Shaka, Krishna esta al teléfono, necesita hablar contigo. - dijo Ikky en tono preocupado.

- Gracias amor. - dijo Shaka dejando el libro que leía, le dio un suave beso a Ikky y fue hasta el teléfono. La mirada de Ikky lo había puesto nervioso. Y su nerviosismo aumentó cuando escuchó la voz cansada de Krishna.

- Shaka... esta no es la clase de noticias que deben darse por teléfono pero... no tengo opción. Tus padres tuvieron un accidente...

- ¿Están bien?

- Me temo que no... fueron sepultados por un derrumbe en la excavación en la que trabajaban. Todavía no encuentran sus cuerpos. - dijo Krishna, sin quererlo su voz había ido disminuyendo el volumen hasta ser un murmullo.

- No, no puede ser, tiene que tratarse de un error, ellos no... - dijo Shaka al borde de la histeria.

- Lo siento hijo... Kunti va camino a Atenas con los niños. Yo reharé cargo de todos los arreglos para llevarlos hasta a allá,  en cuanto sea posible los llevaremos a casa.

- ¿Los llevarás a al India?

- Solo sí tú lo deseas.

- No... quiero que estén aquí conmigo, en Grecia. - dijo Shaka un poco repuesto de la impresión.

- En ese caso, espérame, te prometo que esto no demorará más que lo necesario. De verdad lo siento hijo.

- Lo sé tío, lo sé...

- Kunti cuidará de ti mientras llego. - no dijeron más, Shaka sabía cuanto le había costado a Krishna actuar de aquella manera, no era la clase de persona que ponía de manifiesto lo que sentía.

- ¿Te encuentras bien? - le dijo Ikky, el rubio no respondió simplemente le abrazó con fuerza.

- Mis padres están muertos... - Ikky lo estrujó en sus brazos con fuerza y amor. Beso sus llorosos ojos azules y le permitió desahogarse. No era nada fácil lo que le sucedía.

- Tranquilo... sabes que estoy contigo, que todos nosotros estamos contigo y no te vamos a abandonar. - dijo el mayor mientras sus dedos limpiaban las copiosas lágrimas de Shaka.

- Gracias Ikky...

- ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

- Solo quédate conmigo y estaré bien. - dijo Shaka. Ikky abrazó con fuerza al jovencito que sollozaba entre sus brazos de manera desgarradora. Él sabía como se sentía, él sabía lo duro que iba a ser para él sobreponerse a una experiencia tan desgarradora como lo era la muerte de los padres.

- Te prometo que yo te cuidaré de ahora en adelante...- susurró Ikky abrazando con fuerza el delicado cuerpo del rubio que sollozaba entre sus brazos. Se sentía impotente, nunca había sido bueno con las palabras, nunca sabría expresarse en la forma que lo hacia Shaka, parecía como si el rubio supiera que decir y cuando decirlo, pero no él. - No sé que decirte...

- No hace falta que me digas nada... sé que aquí y aquí solo quieres lo mejor para mí, sé que me amas, y que no vas a dejarme solo en esto.. - dijo Shaka colocando su mano en el pecho y luego en la frente de Ikky.

- Eso es cierto, te amo tanto... no quiero que sufras...

- El sufrimiento es inevitable en esta vida amor mío, sin embargo, a tu lado, es más llevadero. - dijo el rubio ocultando su lloroso rostro en el amplio pecho de su pareja.

Tres días más tarde los cuerpos de los padres de Shaka arribaron a Grecia, a su lado estuvieron todos sus amigos y los más cercanos de sus parientes. Shaka no podía dejar de llorar.

- ¿Te encuentras bien? - dijo Ikky sosteniéndole la mano. Lo notaba demasiado triste, demasiado abatido.

- Lo estoy porque tú estás a mi lado... bendito Buda que te puso en mi senda... que sí no...

- No pienses más  en eso... estarás bien, estaremos bien ambos...

- Lo sé... ellos no eran los mejores padres del mundo pero... los amaba, y a su modo ellos a mí.

- Lo sé mi ángel, lo sé. - Ikky besó la pálida frente de Shaka. Fue en ese momento en que se juró a sí mismo que la alegría volvería a ese rostro, que jamás volvería a permitir que nada ni nadie dañara a su ángel.

La familia Gemini volvía a casa un tanto entristecida por la pérdida de Shaka. Habían aprendido a apreciar al rubio, era uno de los mejores amigos de Mu y Milo. 

Milo y Kanon subieron de inmediato a su habitación, Milo se encontraba en su séptimo mes de embarazo y se fatigaba con facilidad. Kanon se encargo de llevarlo en brazos hasta su habitación.

- Cariño... estás consintiéndome demasiado. - dijo Milo al ver como Kanon le quitaba los zapatos después de depositarlo suavemente en la cama que muy pronto compartirían.

- Tengo que hacerlo... es lo menos que te mereces, además, pronto volveré a clases y no estaré aquí todo el tiempo que quisiera. - dijo y le robo un beso.

- Te amo tanto Kanon... no te imaginas lo feliz que soy.

- Sí eres solo la mitad de lo feliz que soy ahora  me sentiré satisfecho. - Milo no  le respondió, pero la sonrisa en sus labios hablaba por sí sola. Parecía que todas las sombras se habían disipado definitivamente y que en lo sucesivo la mayor preocupación de Kanon volvería a ser hallar una nueva manera de hacer que en esos sensuales labios anidara una sonrisa.

En el jardín de la casa de la familia Gemini se encontraban Saga y Mu recostados a la sombra del árbol preferido del mayor de los gemelos.

- Me parece increíble que toda la locura en la que nos vimos inmersos por fin haya terminado... - dijo Saga mientras acariciaba amorosamente la espalda de su novio.

- Siento como si viviera un sueño. - comentó Mu mientras sus dedos aprisionaban la camiseta de Saga.

- Un precioso sueño del que jamás vas a despertar corderito.

- Me gusta pensar eso. - dijo el menor levantando su rostro para contemplar a Saga, no podía negarlo, amaba a su novio y lo encontraba sencillamente hermoso.

- ¿Sabes? La universidad queda muy cerca del colegio, podría recogerte al salir de clases.

- ¿De verdad harías eso?

- Claro,  no quiero que piensen que estás solo.

- No sabía que fueras tan celoso.

- No soy celoso, simplemente cuido lo que es mío.

- ¿Y yo soy tuyo?

- Tan mío como yo soy tuyo. - se besaron, Mu sentía que no podía amar más a Saga aunque quisiera.  Estaba feliz, ahí tendido en los brazos de la persona a la que más amaba en todo el mundo. Se preguntó cuando llegaría el día en que se casaran como  lo harían Kanon y Milo en un par de meses. Aún así no dejaba de pensar en lo mucho que sufría en esos momentos Shaka, y tampoco en Afrodita. Estaba seguro de que su rubio amigo estaba al borde del colapso cuando lo vieran días antes en la fiesta de bienvenida a Kanon, pero al verlo durante el funeral de los padres de Shaka había llegado a la conclusión de que Afrodita había encontrado algo a que asirse en medio de la tormenta que enfrentaba, eso le había alegrado porque su amigo parecía haber recobrado el control de sí mismo. Y eso era bueno sin duda.

En otra parte de la ciudad estaba a punto de tener lugar una entrevista mucho menos placentera que aquella. En la casa de los Altovelli, Ethienne Moint Claire se revolvía en una silla del salón principal de la casa de los mafiosos más conocidos del país. Estaba nervioso, ¿y cómo no estarlo? Había sido prácticamente secuestrado por ese par de tipos mal encarados que en cuanto supieron que él era el padre de Camus lo hicieron subir a un auto sin miramiento alguno. Había amenazado con denunciarlos, con ir a los periódicos, pero la única respuesta que había conseguido de ese par había sido una amenaza bien respaldada por una escuadra veintidós y un gesto macabro.

- Mire amigo, nosotros sólo cumplimos ordenes, y si no le gusta, mejor cállese porque mi compañero y yo tenemos muy poca paciencia. Lo único que nos dijeron fue que lo lleváramos con el jefe, nadie dijo que tenía que llegar vivo. - le había dicho el más amenazador de esos tipos apuntándole directamente al rostro con su arma.

Ante esa amenaza, Ethienne optó por mantenerse en silencio y no intentar averiguar quien era el jefe de esos hombres. Cuando estuvo más calmado, su cerebro ató los cabos necesarios para saber que el jefe de esos hombres sin duda era uno de los Altovelli.  No en vano habían preguntado primero sí era el padre de Camus.

La espera se le estaba haciendo eterna, sospechaba que Madeleine tenía algo que ver en ese asunto. Su esposa solía actuar a sus espaldas cuando se trataba de un asunto importante para ella.  Y estaba seguro de que la fortuna Altovelli no era algo que Madeleine despreciara fácilmente, en especial porque el embarazo de Camus se la ponía en bandeja de plata. El chico llevaba en el vientre al heredero del primogénito de los Altovelli.

Prácticamente saltó del asiento cuando la puerta se abrió dejando pasar a cuatro hombres. El menor de ellos seguramente tenía la edad de su hijo, pero lucía igual de amenazador que los mayores.

- Buen día señor Moint Claire. - dijo uno de ellos, era el mayor. - Soy Enzo Altovelli, y estos son mis hijos, Alessandro. - dijo señalando al muchacho más joven. - Y Giovanni. - añadió señalando al mayor. - Debo suponer que conoció a mi hijo Luigi, era mi primogénito.

- No tuve el placer. - susurró Ethienne algo apocado. Enzo se echó a reír.

- Ustedes, la gente fina miente muy mal. - dijo el hombre. - Ustedes son todos iguales... todos lo son... capaces de vender a su propia madre si les llegan al precio... Pero nosotros no somos así, tenemos muy arraigado el valor de la familia, ¿sabe? No nos gusta que los nuestros vaguen por ahí en el desamparo. Y su hijo lleva a mi nieto en las entrañas. - sostuvo Enzo mirándole con fijeza y cierta furia.

- ¿De que esta hablando?

- Insisto Moint Claire, usted es un muy mal mentiroso. - dijo el mafioso con una sonrisa de lado. - Como sabe mi hijo esta muerto y nadie sino yo puede reclamar la potestad sobre ese niño. No voy a permitirle que envíe a uno de mi sangre a un orfanato. Antes lo mato, ¿me oye? Y no suelo amenazar en vano. - Ethienne quiso decir algo pero el gesto implacable de Enzo se lo impidió. - No he terminado con usted Moint Claire. Le diré algo, tiene dos opciones, o nos entrega por las buenas a su hijo o nosotros vamos y lo tomamos a nuestra manera. No debería preocuparse por él, lo cuidaremos bien, tendrá un buen esposo, porque no voy a permitir que mi nieto crezca sin un padre.

- Usted está loco.

- Y usted es un idiota  si cree que me quedaré sin hacer nada. ¿Qué me dice Moint Claire? ¿Me lo entrega o voy por él?

- ¡Váyase al demonio! ¡Jamás permitiré que mi hijo se case con un mafioso!

- Mala respuesta Moint Claire, muy mala respuesta. - siseó Enzo. - Francesco, encárgate de él. Es todo, Giovanni, ven conmigo, tú también Alessandro. - dijo Enzo y se puso de pie. Ethienne contempló con terror como Francesco se le acercaba.

- Es muy mala idea poner de malas al tío Enzo, tiene un carácter horrible, pero en eso lo supero. - Francesco lo sujetó con fuerza por el cuello y lo arrojó al piso. Una fiera sonrisa apareció en los labios del italiano. Lo vio sacar algo de su bolsillo, era una pieza de metal que se ajustaba con precisión a sus nudillos. - Bien, el viejo dijo que me hiciera cargo... y no me gusta desobedecer. - susurró Francesco mientras descargaba un tremendo puñetazo en el rostro de Ethienne desfigurándolo. Incontables golpes cayeron sobre el padre de Camus. Sintió que los huesos de su rostro se deshacían bajo el fiero ataque de ese hombre que en otras circunstancias hubiera considerado inofensivo e inferior. Francesco lo molió literalmente a golpes. - Bien, el viejo estará satisfecho. - murmuró Francesco. - Y ahora el toque final. - susurró y sacó una navaja de su bolsillo. Cuidadosamente  cercenó las yemas de los dedos del cadáver de Ethienne. - Tu esposa tenía razón, tienes la boca muy grande y pocos sesos. - susurró mientras colocaba los sanguinolentos trozos de carne en un cenicero. - Ahora sí que ni tu madre podrá reconocerte. - Francesco dejó escapar una risa burlona.

En el piso inferior estaba por decidirse el futuro no solo de Camus, también el del hijo que llevaba en el vientre.

- Señora, seré breve, usted no tiene modo de hacer cumplir sus exigencias. - le dijo Enzo a una Madeleine que se retorcía las manos sin querer reconocer que esos hombres le atemorizaban. - Debe ser razonable y permitir por las buenas que el chico se quede con nosotros.

- Yo... tendría que hablar con mi esposo.- dijo Madeleine intentando ganar tiempo y salir de ahí bien librada.

- Por él no se preocupe, estoy seguro de que no tendrá ninguna objeción, ¿cierto Alessandro? - el interpelado asintió con una sonrisa macabra que dio mucho que pensar a Madeleine. Camus miraba a su madre esperando que no dijera nada más. Él conocía bien a los Altovelli, dedujo que por como había hablado Enzo y la mirada que intercambió con Death Mask, su padre ya estaba muerto. - Dime algo... ¿Camus cierto? - dijo Enzo refiriéndose al pelirrojo. - ¿Mi hijo te dijo alguna vez que estaba comprometido?

- No... yo no lo sabía.

- Comprendo... tu posición es realmente riesgosa muchacho, el niño en tu vientre es el heredero de Luigi, lo único que nos queda de él después de que ese chiquillo loco lo matara. Y no seremos los únicos interesados en él... ese niño es mi sangre y no voy a permitir que vaya a parar a un orfanato.

- Esa nunca ha sido mi intención... y si acudí a usted fue por ese motivo... - susurró el pelirrojo sin quitar sus ojos de la figura nada imponente de Enzo Altovelli. Ciertamente al verlo, Enzo no mostraba ser lo que era, se trataba de un hombre sumamente delgado y de aspecto enfermizo, no parecía ser el amo y señor de la mafia italiana.

- Esas son buenas noticias, ¿qué tenías planeado entonces?- dijo Enzo mirándolo fijamente.

- Nada... solo quiero tener a mi hijo. - dijo Camus, ciertamente era la primera vez en su vida que hablaba con tal sinceridad.

- Me alegra escuchar eso... señora sí no fuera usted una mujer su suerte sería otra. Alessandro, que la saquen de la propiedad, pero antes déjenle muy claro que no debe hablar de este asunto ni de quien es el padre del niño.

- Como ordenes padre. - dijo Death Mask con una sonrisa perversa anidando en sus labios.

- Tu madre no volverá a ser un problema para ti. - dijo Enzo cuando se quedaron solos. - Y espero que tú no lo seas para mí. - añadió el hombre. - Este hombre que esta aquí es Giovanni, mi hijo, es medio hermano de Luigi y Alessandro, él será tu esposo. - Camus iba a decir algo pero la penetrante mirada de Enzo Altovelli le obligó a guardar silencio. - Él va a ser tu esposo y a los ojos de todos, el padre de mi nieto. Espero que te agrade el arreglo, y aún si no te agrada tendrías que aceptarlo. Como te dije, no voy a permitir que mi nieto ruede por el mundo como si fuera un desarrapado cualquiera. Los empleados se encargaran de ti, Giovanni te dejara en claro las reglas de nuestro juego.

El patriarca de los Altovelli se puso en pie y salió de la habitación dejándolo a solas con ese hombre que no se parecía en nada a Luigi, mucho menos a Alessandro.

- Así que tú eras la puta de Luigi. - siseó Giovanni con un deje de furia. Camus se quedó callado abrazándose el vientre. - El muy infeliz tenía buen gusto... en cuanto des a luz te tendré solo para mí...  esta vez el viejo me ha dado algo que si es de mi agrado.

- No hables de mí como si fuera una cosa.

- No eres una cosa, eres la incubadora que le dará a mi padre el ansiado hijo que desea de Luigi, suponiendo que de verdad ese niño que estás gestando sea hijo de mi hermano.

- Aunque nadie lo crea, es suyo.

- A mi no tienes que convencerme, yo solo seré el padre sustituto. - dijo Giovanni encogiéndose de hombros. - En realidad no me importa quien es el padre de ese niño, yo necesito un hijo y tu hijo necesita un padre, es un buen trato. - Camus lo miró - Tú eres un niño fino, oficialmente puedes darme hijos, así que no debo preocuparme más. Definitivamente es un buen trato.

- Aún así, ¿por qué tendría que hacer lo que tú me digas?

- Porque si no lo  haces va a pasarte lo mismo que a tu padre... a nosotros lo que nos importa es el bebé, no tú. - acotó Giovanni con frialdad. - Además está el hecho de que mi padre te ha entregado a mí a cambio de que eduque al hijo de su favorito. Personalmente detestaba a Luigi, pero esta muerto así que ahora no importa más. Eres interesante... aunque un esposo no debe ser interesante, debe ser sumiso y fiel. Si no haces lo que te digo te quitamos al bebé en cuanto des a luz y se acaba el problema, al menos para mí. Te llevaré a tu habitación, mañana iremos al médico y más te vale que te sorprendas cuando te anuncien que estás embarazado, no me arruines las cosas niño.

- De acuerdo. - susurró Camus. Giovanni se dijo que debía ser cuidadoso, ese chico era una fiera agazapada a punto de atacar, y cuando lo hiciera no quería estar en su camino.

Cuando estuvo a solas, Camus comenzó a pensar en lo que haría. En realidad no era un mal trato, casarse con Giovanni no solo le permitiría conservar a su bebé. Su hijo iba a nacer en una familia poderosa y bastante adinerada, no podía pedir más.


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