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REY DE DRAGONES (HELIOS SAGA) por desire nemesis

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Estaba todo tenso ese día. Las impresiones de la “pesadilla” como él llamaba al asunto, sumían a Seto Kaiba en el caos. Cada vez que se cruzó esa mañana con el muchacho que se movía por su casa haciendo quehaceres, se tensaba y trataba de no mirarlo, lo que evidentemente llamaba la atención de Joseph y ponía peor al castaño. Por lo que salió en cuanto pudo a realizar las labores de todo sumo guardián de la cultura y la devoción.

 

En la gran biblioteca se sentía como él mismo. En paz y se ocupaba de los textos traídos de exóticos lugares. Debía dar fe de su procedencia y vigilar que el texto fuera adecuado. En los siguientes días se volvió más fanático de lo habitual de su trabajo. Se iba temprano y volvía de noche, quedando exhausto. Pero es que las pocas veces que se veía ante el rubio las imágenes de la pesadilla acudían. Hasta que tres días más tarde…

 

 

 

 

 

 

 

 

Se cruzó en la misma encrucijada con el melado y esta vez el otro lo evitó con éxito, dejándolo atrás, pero llevado por un impulso el castaño lo haló del brazo logrando que se le cayeran las sábanas que cargaba mientras el otro lo miraba con sorpresa y luego el ceño fruncido.

 

Iba a decirle algo. El ojos azules estaba seguro de eso pero ello ya no importaba, su boca se unió a la del otro mientras de manera violenta lo atizaba contra la pared siguiendo impulsos más antiguos que el tiempo que no sabía que tenía. Sus manos ansiosas se prendieron a la ropa debajo de la cintura para llevarla hacia abajo mientras lleno de pánico el otro preguntaba que estaba haciendo pero él no tenía oídos para esas cosas. Lo haló hasta la puerta más cercana y dentro de la habitación de lectura, en la que no había nadie, rasgó sus vestiduras y alzó las piernas del melado para que rodearan su cintura mientras lo poseía. Su boca era tan suave. Su olor le provocaba una pasión tal que se perdía a si mismo en lo profundo de sus cavidades mientras con sus manos se hundía en sus carnes. Él, que nunca había perdido el sentido de la lógica y lo debido, cuando sentía su calidez tan cerca perdía todo eso.

 

Él, que nunca había vivido la felicidad de la carne ansiada, ahora lo sentía todo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y DESPERTÓ DE NUEVO.

 

El corazón latiendo a mil y todo transpirado, pero ahora sabía la causa de todo. Como siempre se fue como un viento de su casa luego de desayunar. Ansiando aislarse de esa pérfida atracción que le había nacido pero ese día sería diferente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Señor Kaiba, le han enviado los papeles desde su morada—dijo uno de los servidores de la biblioteca. Su despiste había llegado a tal punto esa mañana después de tener esa otra “pesadilla” que se había olvidado de los papeles que eran lo básico para su nueva investigación sobre unas antiguas ruinas. Su pasión eran los escritos de las antiguas culturas.

 

Envió a un mensajero a por ellos cuando descubrió ese hecho. Lo que le tenía molesto es que nunca le había pasado algo semejante y no sabía si podía controlarlo. Era exasperante. Tendría que largar a ese rubio de su casa.

 

Y es cuando la fuente de su exasperación hizo acto de presencia con sus papeles. Cuando lo vio pestañeó como tonto. Pensó en sus locas fantasías y miró por la habitación como si buscara moscas pero en verdad solo buscaba saber si estaba en una habitación real porque cabía la posibilidad de que se hubiera quedado dormido pues no había descansado mucho desde que todo eso inició. Pero paró su observación al darse cuenta que él mismo era observado con una ceja levantada.

 

Creí que me lo traería el mensajero que envié por él—dijo.

 

Lo siento, Amo Kaiba pero su padre le encomendó otra tarea y me envió a mí—dijo el melado.

 

Ya veo—dijo el ojos azules desviando la mirada incómodo y tratando de concentrarse en algo fuera del chico. Entonces entró un  mensajero.

 

Señor Kaiba. El rey lo llama a su presencia—le dijo y Joseph se paralizó. Debía verlo nuevamente. Tal vez hoy mismo llevara a cabo su venganza.

 

El ojos azules desvió la mirada y anunció que asistiría a palacio--¡Tú puedes irte!—

 

Pero necesitará que un siervo le acompañe—dijo el melado y era cierto. Un gran señor, aunque fuera solo un primogénito, no podía ir sin compañía ante semejante hombre. Se vería como un simple vasallo.

 

Llevaré a alguien de la biblioteca—dijo Seto molesto porque tenía razón pero sin desear tenerlo cerca suyo.

 

No los moleste. ¡Yo puedo ir! Terminé las tareas asignadas antes de venir—le dijo el suplicante rubio y él, como jamás sucedió antes, dio su brazo a torcer.

 

Puedes venir—dijo el castaño.


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