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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola !!! gacias a todas las personas que se han tomado la molestia de leer y dejar un review. Quiero aprovechar la ocasiópn para desearles unas felices fiestas, disfruten de la navidad en compañía de todas las personas que estan cerca de su corazón.

Mi propósito de año nuevo es actualizar pronto, mientras les dejo un par de capitulos de esta historia.

ADVERTENCIA: este capitulo contiene lemmon y escenas de violencia, si son susceptibles a esta clase de cosas, abstenganse de leer.

FELIZ NAVIDAD!

 

Milo se introdujo en su templo aún temblando de ira. No tenía idea de donde sacaba Afrodita ideas tan absurdas, por si fuera poco, sus manías en vez de disminuir, se acrecentaban con el paso del tiempo. Habían discutido a las afueras del templo del sueco.

 

No podía entender a Afrodita, no podía entender el porque de esos celos enfermizos. No quería hablar al respecto, no quería confrontar a Afrodita sabiendo lo que le esperaba, una discusión aún más terrible que la que habían tenido ya.

 

Pero había algo más que le molestaba, la actitud de Death Mask. No entendía que demonios le importaba tanto que el italianose fijase en  lo que el sueco hiciera o dejara de hacer, , aún si no quería admitirlo, le enfurecía todo ese interés. Sentía celos....

 

Afrodita se apareció por su templo acompañado de Death Mask. Al ver el rostro un tanto compungido del griego, toda la furia que había sentido por la discusión en Piscis, se disipó.

- Maldita sea, ¡porca miseria! ¿Van a hablarse o nos quedaremos aquí los tres como idiotas el resto de la tarde? - dijo el italiano al ver que ninguno de sus compañeros hablaba.

- No es asunto tuyo lo que yo haga o no. - dijo Afrodita mirando a los ojos a Death.

- Lo es si por tus malditos desplantes y ataques de celos nos tienen en la mira a los tres. Y tú deberías intentar que deje de actuar de esa manera. - dijo refiriéndose a Milo.

- ¿Dejarías de hacerlo solo porque yo te lo pidiera? - dijo el griego cruzando los fornidos brazos  sobre el pecho.

- No.- fue la seca contestación del decimosegundo  guardián.

- ¿Lo ves? No tiene sentido perder el tiempo intentando conseguir algo imposible.

- Me voy... ustedes dos son un caso perdido, si les apetece acompañarme, bajaré en la noche a beber a la taberna. - dijo dándoles la espalda, de sobra sabía que su invitación sería rechazada, esos dos tenían pendiente una reconciliación.

- Te estaba esperando. - dijo el griego clavando sus opacos ojos en el sueco.

- Sabía que estarías aquí... o esperando por  Acuario.

- ¿Volverás con eso? Ya te dije que él no me interesa.

- Pero tú a él si... más de lo saludable. Te desea, siempre te ha visto con ganas de arrancarte la ropa.

- No voy a discutir eso una vez más.

- Tienes razón... porque no habrá una próxima vez, sí vuelve a acercarse a ti, a mirarte siquiera... voy a matarlo. - dijo el sueco, Milo sabía que no alardeaba, sabía de lo que ese hombre era capaz.

- Si es lo que quieres... - dijo con la indiferencia habitual.

- ¿No te importa que mate a tu amante?

- Me preocuparé cuando decidas suicidarte. Él no me importa, y por última vez, no es mi amante.

- Él  jura que lo es.

- Y yo ya te he dicho que es mentira. Sé razonable, ¿en qué maldito momento podría hacerme de un amante? A decir verdad no tengo deseos ni tiempo.

- Te creeré... solo porque  sé que lo del tiempo es verdad. - tomó entre sus manos el rostro de Milo y reclamó esos labios que ni loco pretendía dejar escapar.

- Sabes que te amo.

- A veces me parece que amas más a tu maldita armadura que a mí.

- Mi armadura no es tan hermosa ni mortífera como tú. - dijo el griego esbozando una sonrisa desdibujada.

- Estás desvariando... yo no soy hermoso. - entraron al templo, Afrodita ya ansiaba tener en sus brazos a Milo y Milo ansiaba yacer debajo de ese hermoso cuerpo.

- Eres hermoso... eres el más hermoso de todos... - dijo el griego y atrajo a Afrodita hacía si. Lo besó con cuidadoso afecto en los labios, mientras sus manos se aferraban a la estilizada figura de su amante.

 

Afrodita lo aprisionó en un abrazo, anhelaba besar esa piel tostada por el sol de Grecia, ansiaba tenerle a su merced en el lecho. Pronto las ropas fueron abandonadas en algún sitio del salón principal del templo. Milo sintió como Afrodita lo empujaba en dirección a su habitación. Se dejó llevar, él también lo deseaba.

 

Entraron en los aposentos del escorpión, Afrodita le llevó hasta la cama, el griego sintió las manos de su amante aferrarse a su cintura obligándole a volverse... iba a ser una de esas veces...

 

Milo gimió de sensual manera al sentir que el sueco le mordisqueaba el cuello, Afrodita podía llegar a ser muy salvaje.

 

Se tendió de espaldas en la cama mientras miraba fijamente el rostro de Afrodita, el sueco le miraba con cierto toque de furia. No se opuso cuando Afrodita tomó una de sus piernas y la elevó hasta la altura de su hombro. Pronto sintió la invasión, dolía, pero pronto iba a pasar.

-Eres mío maldito griego. - siseó el sueco a su oído, mientras sus imbatibles caderas se agitaban frenéticas. Una de las manos de Afrodita aprisionaba su cintura mientras la otra  sujetaba con fuerza su pierna derecha.

 

Afrodita salió por un momento de Milo, solo para obligarlo a dar la espalda, enseguida volvió a penetrarlo, los dientes del sueco aferrados a su nuca arrancaron un espasmódico grito de la garganta del griego.

-Eres mío y de nadie más... ¿lo entiendes? - Milo asintió mientras una de las manos de Afrodita aferraba un grueso mechón de su cabello. Los dientes del sueco fueron a clavarse esta vez a su hombro, le mordía con tal fuerza que lo había hecho sangrar. - No importa cuantos hayas tenido antes de mí, eres mío... siempre lo has sido y lo serás. Y tú lo sabes... sabes que soy yo el que le da vida a tus sueños, el que le pone un poco de color a tu gris existencia... solo yo puedo llevarte al cielo o al infierno según mi capricho, eres mío Milo de Escorpión. Soy tu dueño, tu única razón de existir. - le decía mientras le embestía con certeras y feroces estocadas.

 

Milo simplemente  se dejaba llevar, mentiría si hubiera dicho que no gozaba con aquello. Sus largos dedos aferraban las sábanas de su lecho, sentía la tibia sangre manando de su hombro y nuca, pero no le importaba. Amaba a Afrodita y sí tenía que padecer ese despliegue de violencia para demostrárselo, lo haría cuantas veces fuera necesario.

 

Afrodita alcanzó el orgasmo derramándose en su interior.  Instantes después Milo lo imitaba derramándose sobre las sábanas de su lecho. El sueco se abrazó a la maltrecha espalda de su amado griego. Lo acarició un poco más antes de enterrar el rostro en aquella ancha espalda. Era tan hermoso... tan masculino...

- No quiero perderte. - dijo y lo abrazo con más fuerza.

- La única forma de que te deje es que tú mismo me lo pidas. Y tú lo sabes Afrodita,  eres el hombre más hermoso de Grecia y yo solo soy uno más. ¿No crees que quien debería tener miedo a perder a su amante debería ser yo? - dijo Milo volviéndose para mirarlo.

- Tú no eres uno más y yo no soy hermoso... - insistió Afrodita. - No quiero hablar.

-.Ni yo... tengo hambre.

- Siempre tienes hambre. - dijo Afrodita con algo parecido a una sonrisa, seguía abrazando a Milo, parecía que no tenía intenciones de abandonar el ensangrentado lecho del escorpión. Le acarició suavemente ahí donde le había herido. - ¿Qué me hiciste? Nunca había necesitado de nadie como necesito de ti.

- Ni yo... y eso da miedo.

- ¿Por qué?

- Porque si te pierdo algún día... no sé lo que haría...

- No vas a perderme. Te amo demasiado como para separarme de ti.

- Más te vale que así sea. - susurró el griego acariciándole con suavidad la mejilla. - También te amo...

- A veces no me lo parece... - dijo  Afrodita aferrándose a la cintura de su amante.

- ¿Por qué?

- ¿Por qué? Porque a ti nada te interesa... nada más que tu maldita armadura. - dijo el sueco recordando que el griego que yacía debajo suyo solía pasar horas puliendo su armadura.

- Eso no es verdad... tú me interesas, pero mi  naturaleza es indiferente... no hay más. No digas que no te amo, te he dado mil y una pruebas de ello.

- Es verdad... me has dado lo mejor de ti y yo no hago más que cometer barbaridades...

- Cállate... eso no importa mientras me ames y estemos juntos. No toleraría perderte...

- Es solo que no resisto que te miren... es superior a mí... es más fuerte que yo, que todo sentido del deber o de la prudencia... no puedo evitarlo.

- Procura hacerlo o tendrás problemas, no conmigo sino con el maldito patriarca.

- Maté a alguien que no era sino inferior a mí.

- ¿Lo hiciste? - dijo Milo volviéndose para clavar sus ojos sorprendidos en Afrodita. El sueco se sorprendió también, no podía creer que Milo hubiera dudado de que fuera capaz de matar a un hombre solo por celos.

- No tenía que hacerlo...

- Como sea ya no puedes resucitarlo... solo no lo repitas

- Pero...

- No le diré a nadie...

- No quiero que vuelvas a ver a Acuario.

- Tendré que verlo en algún momento, no va a quedarse en Siberia por siempre.

- No me refiero a eso, sino a que no quiero que vuelvas a su templo ni que le admitas en el tuyo.

- De acuerdo, pero tú tendrás que dejar de ver a Capricornio. - susurró Milo sin poder ocultar su molestia.

- ¿Capricornio? - Afrodita lo miró, aparentemente no sospechaba nada.

- Tú sabes que prácticamente nada de lo que sucede en este maldito lugar se me escapa, y si te digo que no quiero que vuelvas a ver a ese cretino es porque tengo mis razones para hacerlo.

- No lo veré más. - Milo le besó en los labios con ansias, creía firmemente que Afrodita tenía algo con el español, algo que iba más allá del simple compañerismo o de la rivalidad. Creía que los dos dorados tenían una aventura a sus espaldas, no tenía idea de lo alejado que estaba de la verdad. Afrodita solo lo miró e intentó no mostrarle la inquietud que generara en él haber sido descubierto por el griego. Tenía que dejar de ver a Shura antes de que el griego terminara por descubrir el secreto que ellos y Death Mask compartían.

 

Por la mañana compartieron la mesa, Milo bebía de su taza con parsimonioso ademán mientras Afrodita lo estudiaba atentamente.

- Deja de mirarme así... por momentos temo que me asesines con una de tus rosas.

- No lo haría... a menos que te arriesgues a probar mi paciencia. - comentó el sueco. Milo esbozó una sonrisa y siguió con su café. Estaba tan concentrado en la contemplación del rostro de su amante que no notó que alguien había entrado a su templo. - Es el maldito francés y alguien más. - siseó Afrodita frunciendo el ceño con molestia. Sí había alguien que detestara particularmente a Camus de Acuario, ese alguien era Afrodita de Piscis. Lo había odiado nada más notar que se interesaba en su griego. - ¿Qué quieres Acuario? - dijo girándose para encarar al pelirrojo.

- Buenos días también para ti Piscis. - dijo el francés mirando fijamente al santo de Piscis.

- Se supone que antes de entrar a algún templo debes anunciarte y solicitar permiso a su guardián para cruzar. - los ojos claros de Afrodita destilaban odio puro.

- Creí que Milo no se encontraba.

- ¿Desde cuando es Milo y no Escorpión? - las cosas comenzaban a subir de tono.

- Piscis, no estoy de humor para esto... yo solo voy de camino a ver al patriarca. - dijo el francés. Verdaderamente no estaba de humor, le pareció que Afrodita había escogido el momento perfecto para atacarle.

- Será mejor que te vayas Acuario, Milo y yo tenemos asuntos que discutir y estás interrumpiéndonos. - dijo el sueco en un murmullo. No quería problemas ese día, pero si ese lo buscaba iba a encontrarle.

 

Milo ni siquiera les ponía atención, sabía que Afrodita era perfectamente capaz de deshacerse del francés sin su ayuda, lo que había despertado su escasa curiosidad era el chico que parecía esconderse detrás de la grácil figura del santo de Acuario.

- ¿Qué hace ese mocoso en mi templo? - dijo el griego señalando con el índice al muchacho, no debía contar con más de 15 años, el chico le miraba con cierto temor.

- Es mi discípulo... - murmuró Camus sin poder evitar rememorar al otro chico... tenía miedo de lo que Arles haría con ese chiquillo cuando se enterara de las razones por las que había decidido llevarlo consigo al regresar de Siberia. - Quería que conociera el santuario.- mintió el francés.

- Como sea, no le he dejado pasar por mi templo. - siseó el rubio escorpión, Afrodita lo miraba casi complacido con la actitud fría y despótica que había adoptado ante los recién llegados.

 

Los ojos de Milo habían comenzado a enrojecer, Camus pudo notar la imperceptible variación en el cosmos del griego, claro indicio de que estaba listo para atacar. Afrodita se hallaba un poco detrás del escorpión, con los brazos cruzados sobre el pecho, su cristalina mirada se clavaba en Acuario, estaba seguro de que el francés temía que el chico muriera a manos del griego. Camus había cometido un error al no percatarse de la presencia de los dorados en Escorpión, y se recriminaba por ello. Afrodita los miraba fijamente, había notado también que el griego se disponía a atacar.

- Preséntate. - dijo el francés refiriéndose al chico. El muchacho asintió con la cabeza, no podía controlar el sudor frío que le acometía al hallarse frente a esos dos rubios, al mirar a Afrodita lo comparó con uno de los ángeles que se hallaban pintados en las retablos de la iglesia a la que acompañaba a su madre.

- Soy Hyoga, discípulo del santo dorado de Acuario y aspirante a la armadura del cisne. - dijo el muchacho sin poder evitar sentir que empequeñecía ante esos dos hombres.

- Con esa actitud jamás llegarás a vestir ninguna armadura. - dijo Milo entre dientes. - Largo de mi templo.

- Adelántate Hyoga. - le indicó Camus.

-Cuando dije largo de mi templo también me refería a ti. - dijo Milo con gesto carente de emoción.

 

El francés no dijo ni una palabra, se retiró en dirección al templo del patriarca, las palabras de Milo habían dolido. Contrario a las negativas emociones de Acuario, el santo de Piscis se hallaba completamente satisfecho, el griego había hecho justo lo que le pidiera la noche anterior.

 

En esos momentos, Death Mask volvía a su templo después de cumplir un encargo para el patriarca. Se sentía cansado, inquieto, repleto de culpa y hastío; era uno de esos días en los que la voz interna no parecía tener intenciones de callarse y le restregaba en el rostro todos y cada uno de sus fallos. No podía más con esa vida, sentía que cada segundo dolía y sangraba su espíritu, eran ya demasiados golpes a un corazón tan resquebrajado como el suyo.

 

Lo sintió... ahí estaba, cerca de su templo, como de costumbre, escondiéndose tan bien como podía, esperando a que él saliera y le invitara a entrar. Nunca había sucedido... Death Mask jamás salía a verlo a pesar del callado ruego del otro.

 

Estaba tan mal esa mañana que, movido por un impulso, abandono su templo y salió en su busca, apenas había dado un par de pasos fuera de Cáncer cuando el otro salió a su encuentro.

-Lacerta... - susurró el italiano contemplando la delicada figura del francés. Los suaves y tersos labios de Misty se curvaron en una sonrisa que levantó un poco el ánimo del custodio del cuarto templo. Sin duda era hermoso, no tanto como Afrodita, pero era bellísimo, con esos ensortijados cabellos rubios y esa menuda anatomía.

- Cáncer. - dijo el otro a modo de saludo.

- Entra. - le indicó. El rubio sonrió abiertamente, al pasar al lado de Death Mask, se aferró con fuerza a las ropas del italiano, Death Mask clavó sus ojos negros en el aparentemente indefenso Misty y se dejó arrastrar por él al interior de su templo.

 

Sí solo te quisiera un poco... solo una décima parte de lo que tú me quieres a mí. Pensó el dorado mientras Lacerta tomaba entre sus manos el atezado rostro de Cáncer. Se dejó llevar por los avances del rubio que sostenía fuertemente sujeto entre sus brazos.

 

Misty le hizo cerrar los ojos a fuerza de besos, le acarició como jamás esperó ser acariciado, le hizo sentirse vivo... los suaves labios del rubio descendieron hasta su cuello, no quiso reprimir el suspiro de placer que se abrió camino entre sus labios, ni esas ardientes lágrimas que se formaron en sus ojos. Misty siguió en su labor de darle placer a ese cuerpo que tanto ansiaba tener entre sus brazos, pensaba que si lograba, al menos por una vez, colarse en el lecho del guardián de Cáncer, estaría en posición de colarse también en su corazón.

 

Death Mask pareció recobrar la consciencia y percatarse de la magnitud de aquello cuando los labios de Misty se deslizaron por su pecho. Le sujetó por los hombros y le apartó con cierta brusquedad. Misty no necesitó de palabras, acomodó sus ropas y se alejó.

- Vuelve mañana... me gustaría compartir la cena contigo. - dijo Death Mask cuando Misty estaba a punto de salir. El rubio se volteó a mirarlo, la sonrisa que le dirigió a Death bastó para desarmarlo. Misty se quedó estático en las puertas del templo. Death no necesitó más que una mirada para convencerse de que tal vez, Misty le ofrecería lo que había buscado sin éxito en otros. El muchacho frente a él parecía entender a la perfección su carácter lleno de altibajos. Se acercó a paso lento, Misty simplemente lo miraba, no podía creer que eso estuviera ocurriendo. - Eres hermoso. - en otras circunstancias, Misty hubiera atajado aquel comentario con alguna burla o  alguna frase ególatra, pero Death Mask le desarmaba. Death Mask no era como ninguno de los otros que se le habían acercado antes.

- Ángelo. - susurró el santo de plata. Sonrió recordando al viejo Ángelo, a las locuras que solía decirle cada vez que se encontraban en los campos de entrenamiento del santuario.

- Hace años que nadie me llama así...

- Para mí siempre serás Ángelo. - dijo el rubio, las manos de Death descansaban en las caderas de Misty. Guiado por un instinto, Death acercó su rostro al de Misty y depositó un beso muy suave en esos labios rosados.

- Quédate...

- No... tú no quieres que este aquí hoy. - dijo Misty acariciando el rostro del italiano.

- ¿Volverás mañana?

- Sí, volveré mañana y todos los días... sí tú quieres... - Death se arriesgó a sonreírle, se arriesgó a acariciar esas mejillas parecidas al alabastro. No tenía nada que perder y mucho que ganar.

 

Misty volvió al día siguiente. Pasaron la noche en Cáncer, solamente hablaron, bebieron un café y Misty se arriesgo a besarle en un par de ocasiones.

 

No podía negarlo, le agradaba estar con Misty, le agradaba sobremanera la paz que esos ojos podían acarrearle a su alma. Sin embargo, se sabía incapaz de amarlo, Afrodita ocupaba cada espacio de su corazón, y Misty estaba consciente de ello, pero no por eso renunciaba a la esperanza de que al final, Death se percatara de que podía amarlo a él.

 

El tiempo siguió su marcha, las cosas en el santuario cambiaban poco, la vida de los tres asesinos había seguido su inexorable curso. Milo y Afrodita se habían mantenido unidos, el amor entre ellos parecía haber tomado mayor fuerza en los últimos tiempos, a pesar de los celos de uno y la aparente indiferencia del otro. Se mantenían juntos, Afrodita había hallado en Milo aquello que siempre había sentido que le faltaba, en tanto que el griego hallaba en Afrodita el refugio a esa vida que tanto detestaba.

 

Amanecía en los dominios de la misericordiosa Atenea. Tendido en su lecho revuelto se hallaba Afrodita de Piscis contemplando con extraño gesto una fotografía. El mismo había tomado esa fotografía del santo de Escorpión. Ciertamente no era buena, sin embargo de todas las que poseía, era la que más le agradaba. Milo aparecía en ella con un gesto apacible que no dejaba de intrigarle, ese rostro carecía de la indiferencia habitual, era simplemente apacible. No lograba entender que era lo que lo hacía tan atractivo, lo que hacía que quisiera tenerlo solo para él.

 

Maldito griego, pensó mientras las yemas de sus dedos repasaban los rasgos de su amante. Estaba enamorado de él, a pesar de que no solía decirlo, a pesar de que generalmente se lo decían solo en la cama, mientras se hacían el amor, aun cuando solo ellos lo sabían. Lo amaba, y  prefería estar muerto a ver el día en que otro le arrebatara a su amante.

 

Percibió que alguien se acercaba a su templo, ocultó lo mejor que pudo aquella fotografía y se puso alerta.

- Camus de Acuario. - siseó al reconocer ese cosmos.

- Saludos Afrodita de Piscis. - dijo el francés con una sonrisa burlona. Los verdes ojos del francés recorrieron palmo a palmo el rostro del sueco. Jamás lograría entender que demonios había visto en él Milo. No podía entender que a pesar de los años y del complejo carácter de ambos se mantuvieran juntos.

- ¿Qué quieres de mí?

- Solo una cosa. - los ojos de Camus adoptaron un aire amenazador que no amedrentó al sueco, tan habituado como estaba a ser blanco de miradas semejantes.

- Sospecho que esto se trata de Escorpión, ¿cierto?

 - Sólo quiero sostener una conversación civilizada contigo... suponiendo que seas capaz de algo semejante.

- Y suponiendo que tú puedas hilar más de dos frases coherentes juntas. - le reviró el sueco. Camus simplemente lo miró con molestia.

- Necesito hablarte sobre Milo.- dijo el francés, Afrodita se alteró con la sola mención del griego.

- Todo lo que puedas decirme  se reduce a un simple hecho, estás dispuesto a todo con tal de llevártelo a la cama, ¿no es cierto?

- No puedo negarlo, lo deseo, pero eso no importa, tarde o temprano abrirá los ojos y se dará cuenta de que soy su mejor opción. - Afrodita se rió ante el comentario.

- Una cosa si debo reconocerte, te tienes en alta estima. Sólo di lo que tengas que decir y lárgate de una vez por todas de mi templo.

- Bien, todo lo que tengo que decirte es que debes dejarlo de una vez por todas. Desde que está contigo ha cambiado.

- Sí, ha cambiado, ya no te soporta, ¿es por eso que pretendes que lo deje? Por los dioses Acuario, hasta tú eres más  inteligente que eso.

- No lo digo por mí, sino por él. No es bueno para él quedarse a tu lado.

- ¿Y a ti que te importa? Todo lo que quieres es acostarte con él.

- Tal vez en el pasado, pero ahora veo más allá de mis deseos y tú deberías hacer lo mismo.

- Si claro... ¿al fin has entendido el espíritu de la orden de Atenea como lo hizo Virgo? No me hagas reír.

- Él merece algo mejor que tú Piscis.

- ¿Algo como tú Acuario? - dijo Afrodita con una sonrisa cruel. - Los dos sabemos que eres peor que yo. Los dos sabemos lo de tu maldito discípulo muerto y las razones por las que el estúpido chiquillo decidió matarse. No me vengas con que eres mejor que yo. .- Camus estaba rojo de furia, apretó los puños con fuerza y lo miró con franco odio.

- No te atrevas a mencionar ese asunto de nuevo. - no tenía idea de cómo había llegado a oídos del sueco esa información.

- Ni tú te atrevas a pararte por mi templo sólo para recitarme semejantes estupideces Acuario. Largo de mi templo, ¡lárgate de una vez si no quieres que te eche! - gritó Afrodita fuera de sí. A pesar de que no lo había mostrado, estaba furioso. No toleraba que le hablara de esa manera, no toleraba que Camus se sintiera con derecho a interferir entre él y Milo.

 

Camus se había ido, pero la rabia seguía ahí. Había sido demasiado, y la visita de Camus simplemente había provocado que estallara. El francés llevaba solo un par de días en el santuario y ya se había tornado un problema difícil de manejar. Suerte que Milo lo evitaba a toda costa. Ni siquiera en la reunión que había organizado el patriarca para darles la bienvenida a él y a su discípulo había trabado contacto con el francés. Se mantenía alejado de él, a pesar de todo. A pesar de lo que le debía...

 

Tenía sus sospechas acerca de Camus, de esos malditos anónimos, de los rumores, de todos esos detalles que no conseguía explicarse con la lógica suficiente. Había sido demasiado que el francés se parara en su templo con semejantes exigencias. Pero él jamás dejaría a su griego. Lo amaba, lo amaba de una forma que iba contra todo lo que creía, contra todo lo que se había obligado a pensar desde que tenía memoria. Aún más, confiaba en él. Simplemente el amor que sentía por Milo iba más allá aún de él mismo. Lo amaba tanto que la sola idea de que el griego pudiera fijarse en alguien más le enfurecía. Era tan grande ese deseo de tenerlo solo para él que si alguien osaba siquiera mirarlo, se sentía tan furioso que sentía la necesidad imperiosa de sacarlo del camino definitivamente.

 

Decidió ir en su busca, estaba seguro de que Camus no tardaría en aparecerse por Escorpión buscando a Milo, a pesar de los desplantes de éste, el francés seguía intentando acercarse a él.

 

Se apresuró a descender hasta el templo que custodiaba el griego. Le resultó verdaderamente extraño encontrarlo en su habitación escribiendo algo apresuradamente. Llevaba puesta su armadura. Afrodita no se anunció, simplemente se acercó hasta Milo y le susurró por encima del hombro.

-¿A dónde vas?

- Trabajo. - fue todo lo que salió de esos labios con gusto a manzana.

- Alguien más estorbando a nuestra querida diosa... - susurró el sueco con ironía.

- Así es... debo ir, aunque hoy me siento tentado a quedarme contigo. - a Afrodita le nació una sincera sonrisa. Tomó el rostro del griego y besó esos labios que adoraba.

- No tardes demasiado... cuando vuelvas de ver al patriarca te estaré esperando en Piscis.

- Es un pacto. - dijo el griego. Tomó  una de las manos de Afrodita entre la suya y se la llevó al pecho para golpearlo un par de veces. Afrodita nunca había entendido ese acto, pero aún si ignoraba su significado, conocía sus consecuencias. Milo cumpliría con ese compromiso pasara lo que pasara. Milo, era un orgulloso espartano, orgulloso de la sangre que corría por sus venas y poseedor de un alto sentido del honor. Nunca faltaba a una promesa ni a un juramento.

 

Lo vio partir, en ese momento no tuvo dudas, Milo le pertenecía y ni siquiera la propia diosa sería capaz de arrebatárselo.

 

Milo de Escorpión descendía a paso lento por el camino de las doce casas. Tenía trabajo que hacer, y según las órdenes de Arles, tenía que hacerlo pronto. Los levantamientos eran cada vez más frecuentes, o al menos eso le parecía a él. Al igual que muchos, reconocía que los métodos de Arles eran cuestionables. Sin embargo, mantenía la boca cerrada puesto que la política no era su asunto, lo que le concernía era seguir las órdenes que se le daban sin hacer preguntas absurdas. Arles sabía lo que hacía. Arles era la voz de la diosa en la tierra.

 

Al legar a las puertas de Leo se arrepintió de  haber tomado ese camino. Leo estaba en su templo. En los últimos meses su compatriota le resultaba más y más extraño. Su actitud había cambiado, se comportaba inexplicablemente amable a veces y otras tantas tremendamente hostil. Le tenía harto, y esa mañana no quería líos. Necesitaba tener la mente despejada para realizar su trabajo con  la precisión necesaria.

 

Aioria se encontraba sentado en las escaleras de su templo con la mirada perdida. En su mente bullían miles de pensamientos cuando menos irritantes.

 

Cuando lo vio venir, sintió que el corazón le daba un vuelco. Esa sensación le hizo recordar el incidente que había presenciado unos días atrás entre  Afrodita de Piscis y un santo de plata. El sueco había enfrentado al muchacho alegando que se había acercado demasiado a Milo. Aunque el joven lo negó todo, Afrodita le propinó una verdadera paliza, el sueco era tremendamente  astuto y calculador. Ni por un segundo encendió su cosmos, como consecuencia, la conducta de  Afrodita  había quedado impune.

 

Aioria  no había podido intervenir, Death Mask se lo había impedido, asegurándole que si intentaba hacer algo el sueco enfurecería y entonces si que el chico estaría perdido. Aioria había optado por no intervenir  a pesar de la ira que le produjo ver como Afrodita golpeaba sin misericordia a ese muchacho. A penas había intentado acercarse, Death Mask podía ser muy persuasivo si se lo proponía, además, Afrodita no dejaba a de mirarlo. Él solo no podría contra dos dorados, contra dos asesinos que no titubearían en matarlo.

 

- Leo. - dijo Milo con esa voz neutra que siempre le había parecido tan irreal. Estaba frente a él, dominándolo con esa imponente anatomía de que era poseedor.

- Escorpión. - dijo solo por decir. - ¿Te envían a una misión? - el rubio asintió con la cabeza, no quería hablar. Aioria lo observó, por alguna razón, se veía más sombrío que de costumbre.

- Si Leo, voy a matar a alguien. - dijo como si aquello fuera lo más natural del mundo.

- Lo dices como si no importara...

- A mí no me importa. Solo hago lo que debo, es todo. Sí no lo hiciera yo, lo haría alguien más. Así son las cosas. - dijo con su eterna indiferencia. Los ojos de Leo lo miraron con cierto dolor. Era el momento, lo supo con solo mirar esos ojos.  - No te atrevas a juzgar mis actos, ¿qué hubiera pasado si tú hubieras sido elegido en mi lugar? ¿Que habrías hecho?

- Eso jamás hubiera sucedido... Aioros no lo habría permitido... - una sonrisa burlona se dibujó en los labios de Milo.

- Tu querido hermano el traidor... ciertamente tenía más agallas que tú, tenía valor, un valiente traidor....

- ¡Cómo te atreves! - dijo Aioria poniéndose de pie. Milo simplemente lo miraba con esa imperceptible sonrisa cínica en los labios. - Tú no puedes juzgarlo, tú menos que nadie, ¿Qué se siente revolcarse con un hombre que tiene las manos cubiertas con la sangre de inocentes? - el escorpión podía ser indiferente a todo, pero no a ese comentario acerca de Afrodita. Sus ojos brillaron de furia, solo fue un instante que Aioria no consiguió percibir.

- Tú eres el menos indicado para decirme algo semejante... en especial porque te acuestas con el asesino de tu hermano, ¿o es que pensabas que nadie se había dado cuenta de que  Capricornio te visita algunas noches? Sólo eres la ramera del asesino de tu hermano, no tienes honor ni la autoridad para juzgar a Piscis. - dijo el griego sin menguar ni un ápice la apatía en su rostro y en sus ojos. Aioria se quedó callado, con las mandíbulas apretadas y el llanto a punto de brotar, siguió con los ojos la atlética figura de su compatriota.

 

Las palabras de Milo se grabaron a fuego en su mente, se propuso olvidarlas a pesar de la creciente sensación de malestar que se expandía en su atribulado cerebro.

 

La noche caía, Lythos se había retirado a su habitación y en esos momentos, Aioria intentaba leer uno de los múltiples libros que había dejado inconclusos meses atrás. Decidió irse a dormir, no tenía sentido intentar concentrarse en la lectura. Lo dicho por Milo había hecho  mella en él.

 

No podía entenderse a sí mismo, ¿por qué actuaba de esa manera? ¿Qué le motivaba a aceptar a Shura cada vez que éste se presentaba?

 

No tuvo tiempo de seguir pensando en ello, escuchó un ruido en la habitación contigua, se quedó en su sitio, esperando a que algo sucediera.

 

Es él... se dijo cuando esos pasos se dirigieron a su habitación.

 

El hispano se mantuvo silencioso, mirándolo, devorándolo con esos ojos que se parecían a las aguas de un río, tranquilas en apariencia, pero dispuestas a tragarte si les das la oportunidad.

 

Aioria se dejó envolver en un apretado abrazo. Shura lo miraba sin perder detalle de las reacciones del griego. Apretó sus labios contra los de Aioria al ver que el otro no oponía ninguna resistencia.

 

El griego suspiró, Shura lo interpretó como un signo de que la pasión le invadía, mas no era esa la razón de tal acto. Aioria quiso dejarse llevar por la placentera sensación de esos labios sobre su piel y de las caricias que las expertas manos de Shura le proporcionaban a su piel deseosa de amor. Sin embargo... las palabras del escorpión resonaban en su mente cual  inoportuna admonición.

 

"Sólo eres la ramera del asesino de tu hermano"

 

Ajeno a los pensamientos del griego, Shura seguía con la exploración de ese cuerpo del cual jamás se cansaba, de ese cuerpo que le prometía nuevos deleites que no estaba dispuesto a dejar de probar. Lamió con lujuria el lóbulo del oído de Aioria, mordisqueó aquí y allá, degustando el salobre gusto de la atezada piel de su amante.

 

Aioria le dejaba hacer, esforzándose porque el placer superara a la creciente angustia que se apoderaba de él. No dejaba de pensar en las palabras de Milo y en sus ojos fríos clavándose en él mientras le decía aquello.

 

No supo como fue a terminar a su lecho, completamente desnudo y con Shura encima de él.  El hispano se había hecho espacio entre sus piernas y ya comenzaba a penetrarle, clavó las uñas en la broncínea piel de su amante. Muy quedamente susurró el nombre de su amante, las lágrimas se agolparon en sus ojos y no pudo contenerlas más.

 

Ajeno a esto, Shura se ocupaba del placer de ambos, embistiéndole con certeras estocadas y masturbando el endurecido miembro de Aioria. El español alcanzó el orgasmo, busco los labios de Aioria y al hacerlo, se percató del silencioso llanto del griego.

 

Lleno de confusión, Shura se separó del ser al que adoraba, él lo amaba y por un tiempo había sido correspondido, había visto a Aioria convertirse en el hombre que ahora era y dejar atrás al adolescente. Se había enamorado de él sin siquiera proponérselo.

 

A pesar de que lo amaba, no podía dejar de tratarle de mala manera, en especial desde que se viera obligado a matar a Aioros. Las cosas entre él y Aioria habían empeorado desde que el griego se enterara de que había sido la mano de Shura la que segara la vida de su hermano. Aioria despertaba en él sentimientos encontrados, sentimientos de los que hubiera querido prescindir. Era una extraña mezcla entre amor y un profundo resentimiento, el chico le hacía notar esa zona oscura de su persona que tanto se esforzaba por eliminar pero que la constante presencia de Aioria en su vida le subrayaba una y otra vez que estaba presente en él a pesar de todo.

 

Aioria era el recordatorio viviente de que había sido su mano la que privara de la vida a su mejor amigo, al hermano del hombre que amaba. Y no toleraba esa sensación invadiendo cada rincón de su ser.

 

- ¿Qué sucede? - dijo el español con voz ronca.

- No es nada... - tonterías simplemente.  - dijo el menor apartando el rostro por el que no dejaban de fluir las cristalinas gotas.

- Déjate de idioteces Aioria que ya los dos somos adultos, ¿qué demonios te pasa que lloras de esa manera? Demonios, ni siquiera cuando te desvirgue lloraste de esa manera. - dijo el español francamente enojado.

- Lo siento... no es un buen día....

- Contigo nunca es buen día, contigo siempre  pasa algo, contigo nunca se puede estar en paz. - estalló el otro. Aioria clavo sus esmeraldinos ojos en el rostro Shura distorsionado por la ira.- Maldita sea Aioria, se supone que esto debe ser divertido, no un estúpido mar de lágrimas.

- Déjame solo...

- No me da la gana largarme ahora, ¿entiendes? - dijo y lo sujetó con fuerza por los hombros, Aioria solo lo miró confundido, un tanto desubicado. El español se vio acometido por una idea, algo que dolía en el fondo de su corazón. - Es por él... sí, por ese  maldito asesino idiota, por Escorpión...  ¿Me dejas para ir a revolcarte con él? Lo imaginé, solo que prepárate para enfrentar a Piscis, prepárate para matarlo o que te mate.

- No se trata de él... sino de nosotros...

- No hay nosotros Leo... nunca lo hubo. Esto es y ha sido solo sexo. - sentenció el español y salió de la cama furioso. Aioria no tuvo el valor de ir tras él, no quería reconocer que Milo tenía razón, se había convertido en la ramera del asesino de su hermano, el amor entre ellos se había esfumado hacía años.

 

Notas finales: Hola!!! espero que les haya gustado y que disfruten el siguiente capitulo, felices fiestas!!!

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