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Hermosos y malditos por Kitana

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Notas del capitulo: Hoila!!! bue pues he estado algo desaparecida, lo siento T_T pero aquì les dejo esto y disfruten las fiestas!!!
 

Sorrento contemplaba con gesto absorto el rostro de Julián mientras dormía. No podía creer que estuvieran así, tan juntos, tan cerca uno del otro en más de un sentido.

Julián se despertó y sonrió al ver el angelical rostro del austriaco.

- Buen día hermoso. - dijo y posó sus labios en los de Sorrento. El menor se sonrojó ligeramente. - No deberías apenarte... - dijo Julián y le atrajo hacía sí.

- No era mi intención pero...

- No te preocupes. - Julián lo acunó en sus brazos. No podía negarlo, estaba enamorado de él, y le dolía lo que estaba a punto de sucederles. Con gesto compungido clavó el rostro entre los castaños rizos de su amante, porque eso era lo que eran, amantes.

- ¿Qué pasa Julián?

- Nada... es solo que... tengo que ir a casa.

- ¿Y eso te pone así? - Julián sonrió, a veces Sorrento era tan ingenuo...

- Sí, es eso... sabes que papá y yo no nos llevamos tan bien como yo quisiera.

- Entiendo... ¿tardarás mucho? - el mayor negó con la cabeza.

- No... solo serán unos días, pero alejarme de ti no es precisamente agradable.

- Tampoco para mí lo es. - dijo Sorrento con una sonrisa.

- ¿Sabes? El mejor día de mi vida fue cuando te conocí... te veías tan hermoso...

- ¿Hermoso? No lo creo, ese día me veía de todo menos hermoso. - dijo Sorrento con una sonrisa. Nunca olvidarían la primera vez que se vieron. Había sido en el pueblo natal de Sorrento, el muchacho se encontraba afuera de la casa de empeño esperando a su padre. Hacía frío y Sorrento temblaba como una hoja. Julián se le había acercado pidiendo indicaciones sobre como llegar a la estación de trenes, estaba a punto de dejar el lugar. Pero cambió de opinión cuando esos ojos de tintes violetas se posaron en él. En cuanto vio ese angelical rostro cambió de opinión y en vez de pedirle indicaciones para llegar a la estación de trenes le pidió que posara para una pintura. Al ver la reticencia del chico ofreció pagarle. Sorrento se sonrojo y aceptó, el dinero no sobraba en su hogar y tenía que aceptar cualquier oportunidad de conseguir un poco.

Así fue como comenzaron a verse. Julián lo siguió hasta Atenas cuando tuvo que volver al colegio. Siguieron viéndose cada vez que Julián se detenía en Atenas en su eterno deambular por el mundo. Ninguno de los dos supo como pero terminaron enamorándose. Sorrento reunía las cualidades que Julián siempre había buscado en una pareja, Julián era todo lo que Sorrento no había sino imaginado.

Y ahora vivían juntos en una casita en el corazón de Atenas. Sorrento había terminado por aceptar la ayuda de Julián al entender que las intenciones de su pareja eran simplemente ayudarlo. Tenía que reconocer que estaba perdido de amor por Julián, y haría lo que fuera por él. Por eso aceptó la ayuda de su pareja,

Julián por su parte, había retrasado lo más posible el regreso al hogar paterno. Se negaba a apartarse del austriaco, se negaba a siquiera pensar en lo que pasaría cuando volviera a casa.

Inconscientemente abrazó con más fuerza el delgado cuerpo que se acurrucaba contra su pecho.

- Te amo tanto Sorrento... - susurró.

- Lo sé. - la sonrisa en los labios del chico estuvo a punto de arrancarle la tan temida confesión que haría a su regreso. Prefirió callar, sabía que si abría la boca,  perdería a Sorrento, no era el momento de decirlo. Sorrento lo miro con los ojos llenos de ilusión, estaba tan enamorado.

Esa misma tarde Julián partió en dirección a la casa de sus padres en Corinto. Sorrento se quedó en la casa con la promesa de que se verían en cuanto Julián arreglara ciertos asuntos inaplazables referentes a su familia.

Apenas descendió del avión, Julián sintió que toda su vida estaba desmoronándose. No quería estar ahí, no quería dar el paso que le orillarían a dar. Por un momento quiso escaparse, huir del país como lo hiciera en ese invierno en que conoció a Sorrento, no podía más con ese peso. No solo iba a comprometer su vida, de alguna manera, también comprometía la de Sorrento.

Lo amaba tanto... y tenía que hacer aquello.

Su avión aterrizó puntualmente.  Apenas cruzó las puertas de la sala de espera, se encontró con que sus padres y ella estaban esperándolo. En realidad era algo para lo que hipotéticamente estaba preparado. Pero las hipótesis a veces se derrumban con la llegada de la realidad.

- Buenas tardes. - saludo mientras cubría sus huidizos ojos con unas gafas ahumadas.

- Hola hijo. - le dijo su madre, la abrazó con frialdad y se retiró al instante.

- Hola Julián. - dijo la chica rubia que permanecía frente a él con una sonrisa ingenua que bien sabían los presentes era falsa.

- Hola Tethys. - dijo él de mala gana. Giró el rostro en el último  momento para evitar ser besado por la hermosa muchacha rubia que lo miró con gesto disgustado.

- Vamos a casa, mis padres esperan. - dijo ella y se giró con soberbia para comenzar a andar. Con gesto de desolación, Julián se dirigió a la salida. Su madre se adelantó para alcanzar a Tethys.

- Tendrías que ser más amable hijo, después de todo, ella va a ser tu esposa, la madre de tus hijos. - le dijo su padre. Julián se quedó callado y bajó el rostro, - Casarte con Tethys es lo mejor que puedes hacer Julián, es lo mejor para ti y para la familia. - Julián quiso replicar, decirle que lo mejor para él era permanecer al lado de Sorrento y no atado a una mujer que simplemente le repelía.

Se dejó arrastrar hasta la casa de los padres de su prometida.

Mientras el auto cruzaba las calles de Corinto, sintió que la vida se le escapaba de las manos. Había evadido ese momento por dos largos años, había evitado ese día, unirse a esa mujer que sonreía con falsedad a su lado. la miró y la encontró espléndida, tuvo que reconocer que la intervención de su madre había dotado a Tethys de una distinción de la que carecía cuando la conoció tres años atrás.

La comida le pareció simplemente insoportable. En lo único en lo que podía pensar era en los bellos ojos violeta de Sorrento, en esos bellos luceros que invadían su memoria casi a cada instante.

- ¿Qué tal tu último viaje muchacho? - preguntó el padre de Tethys.

- Bastante bien... - susurró Julián con desgano. Se sumió en una especie de letargo, no quería escucharlos hablar de negocios, no quería escucharlos hablar de los planes para su boda con Tethys. Lo único que quería era volver a Atenas y refugiarse en los cálidos brazos de Sorrento.

En un concurrido centro comercial de Atenas, Alcestes se encontraba esperando con impaciencia a que Dion llegara. Al fin apareció el joven pelirrojo.

- Lo siento, lo siento, lo siento. - dijo, estaba tal y como lo recordaba, con el cabello rojo muy alborotado y los ojos tan enormes y azules como siempre.

- Llegas tarde. - dijo Alcestes intentando controlar sus nervios.

- No intentes voltear las cosas chico... estoy enojado. - dijo el pelirrojo con una mueca de enojo fingido.

- Ya te expliqué por teléfono. - lloriqueó Alcestes.

- Al, cariño, ¡te casaste y no me invitaste! ¿Qué clase de amigo eres?

- Uno que estaba desesperado por casarse. - los dos rieron.

- No puedo creer que te hayas casado... ¿lo conozco? ¿dónde lo conociste? ¿fue amor a primera vista? ¿le cae bien a tu familia?

- Tranquilo Dion, por Zeus que hablas demasiado.

- Mira quien lo dice, el señor "mi boca carece de frenos y mi cerebro también"

- Eres malo...

- No, no lo soy, tú eres malo, no me invitaste a tu boda.

- Fue algo muy sencillo, además, cuando te enteraras de donde iba a celebrarse no habrías venido.

- Dioses AL, lo dices como si te hubieras casado en mitad de Cabo Sunión. - Alcestes bajó la vista, Dion lo miró con la curiosidad pintada en el rostro. - No me digas que... ¿te casaste en Cabo Sunión? Dioses... no creí que estuvieras tan desesperado por conseguirte un esposo. - exclamó Dion, el rostro de Alcestes enrojeció de enfado y vergüenza.

- ¡Dión! Lo dices de una forma que lo hace sonar horrible.

- Por lo menos sé que eres feliz.  ¿Y quién fue el incauto que te conquistó? - dijo Dion.

- Penrill. - dijo el pelinegro en un murmullo.  Dion abrió la boca al máximo, incapaz de decir algo, - Antes de que empieces a decir que no es un buen partido para alguien como yo, deja que te aclare que lo amo, lo amo como no tienes una idea y si te molesta que él sea mi esposo puedes dejar de considerarte mi amigo.

- Sólo iba a decir que no puedo creer que él se haya fijado en ti... dioses... tienes tanta suerte.... - dijo Dion. Alcestes sonrió, su mejor amigo aceptaba a Penrill, por un momento creyó que debería tener una charla  con él semejante a la que había tenido con sus padres. - Te felicito amigo, él siempre sintió algo por ti, pero eras tan cabeza dura que no te dabas cuenta. Te habría ahorrado mucho dolor el aceptarlo a él desde el principio y no a Hagen.

- Ni siquiera lo menciones. Ese maldito oxigenado me tiene harto... parece no entender que ya no me interesa, ¿por qué demonios esperó hasta que me casé con Penrill para darse cuenta de que todavía me ama? Es un tarado idiota, zopenco sin cerebro que piensa que el mundo gira alrededor de su insípida persona, no te imaginas las ganas que tengo de patear su rubio trasero. - dijo Alcestes apretando el puño. Dion solo se rió.

- Vamos Al, eres feliz ahora, olvídate de él.

- Créeme que lo intento, pero no es fácil hacerlo si me encuentro su deslavado rostro donde quiera que voy.

- No puedo creerlo.

- Pues créelo, verás, la semana pasada fui con mamá de compras, tenemos que prepararnos para la llegada de mi sobrino, le faltan un par de semanas según los pronósticos del médico y entonces...

- Al, cállate y voltea a la derecha. - dijo Dion con cara de sorpresa.

- Ay no... los dioses están contra mí. - dijo el pelinegro cubriéndose el rostro con las manos para no ver a Hagen. - ¿Es que no puedo ni siquiera tomarme un maldito café con tranquilidad? - masculló Alcestes, había perdido la paciencia en definitiva. Se puso de pie, un chico con uniforme de mensajero se le acercó, el chico le tendió un enorme ramo de flores. Alcestes lo miró como sí hubiera tenido seis ojos.

- Se las envía el señor que viene bajando las escaleras. - dijo el muchacho algo cohibido por la furibunda mirada que le dirigió Alcestes. Al escuchar esa frase, la atención de Alcestes pasó del mensajero a Hagen. El rubio se acercaba a Alcestes con una sonrisa en los labios, estaba seguro de que enviarle flores terminaría por ablandar a Alcestes, el pelinegro era un romántico empedernido.

- Al, olvídalo y vamos a tu casa, quiero saludar a tu familia. - dijo Dion esperando que Alcestes le hiciera caso. El pelinegro no le respondió, tomó las rosas de las manos del mensajero y se dirigió a prisa hacía donde se encontraba Hagen.

- Hola Al. - fue todo lo que pudo decir antes de que un certero puñetazo se estrellara en su rostro.

- ¿Cuándo será el maldito día en que entiendas que no quiero tener que ver nada contigo? ¡No te amo! ¡No siento nada por ti! ¡Me tienes harto! No quiero que vuelvas a seguirme, no quiero que te acerques a mí casa y mucho menos a mí, no quiero que me mandes flores, no quiero que me escribas cartas, y lo más importante, ¡no quiero volver a ver tu maldito rostro nunca más! - dijo, se dio media vuelta y se apresuró a abandonar el lugar. Hagen lo miró, no podía creer que Alcestes estuviera tan molesto con él.  Lo vio dejar las flores en una mesa y alejarse seguido por Dion.

Había creído que bastaría con actuar de la  misma manera en que lo hizo para conquistar a Alcestes la primera vez, pero Alcestes había cambiado y ya no era el adolescente que solía ser aunque a veces se comportara de la misma manera.

Reconoció al pelirrojo que lo acompañaba, era Dion Maxwell, su mejor amigo, el único que jamás le había dado la espalda a Alcestes. Según sabía se había casado con un hombre un tanto mayor hacía unos años y habían dejado el país.

Dion siempre había sido amable con él, aunque nunca había estado muy de acuerdo en que Alcestes se fijara en él, los había ayudado a mantener su relación en secreto en los días del colegio.

Tenía que hacer algo pronto o perdería a Alcestes definitivamente.

Metros más adelante, Alcestes se detuvo. Estaba verdaderamente furioso.

- Al, vamos, cálmate.

- ¡Es que me tiene harto!

- Tal vez deberías dejar que sea Penrill quien arregle este asunto. - le sugirió Dion.

- No, sí Penrill se entera entonces las cosas se pondrán aún más feas... no le diré nada

- Al... si no quieres que Penrill se entere entonces ¿qué vas a hacer?

- Ay por los dioses... tengo nauseas.

- Vamos Al, estoy de acuerdo en que fue un mal encuentro, pero... - Dion no pudo terminar su frase, Alcestes corría hacía el cesto de basura más cercano. Lo vio arquearse y vomitar.  - ¿Te encuentras bien? - preguntó el pelirrojo algo asustado.

- Creo que algo me hizo daño...

- Tal vez el mal rato.

- Sí, eso debe ser... - dijo Alcestes. - ¿Sabes algo? Creo que tienes razón y debo decirselo a Penrill.

- Ahora vamos a tu casa muero por ver a tus hermanitos, eso sin mencionar que me tienes que explicar eso del sobrino.

- Kanon va a ser papá.

- ¡Dioses! Pero si solo tiene 18.

- Te recuerdo que Liam tenía 16 cuando tuvo a su primer  hijo.

- Tienes razón, pero era de esperarse que me escandalizara ¿no? - los dos rieron. Alcestes se veía preocupado y Dion lo notó, lo atribuyó a la aparición de Hagen. Pero lo cierto era que la preocupación de Alcestes se debía a otra situación que Dion había pasado por alto.

Luego de una visita a la casa Gemini, Dion se instaló en su propio hogar, Alcestes lo llevó hasta allá y luego de que el pelirrojo le extendiera una invitación formal para que se presentara a cenar acompañado de su esposo esa misma semana,

Alcestes se dirigió a las nuevas oficinas de Penrill. Lo primero que vio al llegar allá fue a Thol, no pudo evitarlo y se rió.

- Gnomo, como te vuelvas a reír de mí... - le amenazó.

- No me rió de ti tonto, es solo que tienes una cara que... bueno... ¿Dónde esta mi esposo? - preguntó el pelinegro con una sonrisa.

- Justo detrás de ti gnomito loco. - dijo Penrill y le abrazó por la cintura.

- ¡Tonto! Uno de estos días me vas a causar un infarto. - dijo Alcestes girándose para besarlo.

- Claro que no, tienes una salud de hierro. ¿Comemos juntos?

- Sí, pero antes quiero hablar contigo. - Penrill supuso por la expresión en el rostro de su esposo que se trataba de algo delicado.

Alcestes se abrazó al musculoso pecho de su esposo, el ruso le acarició con suavidad la larga melena negra y espero en silencio a que Alcestes se decidiera a hablar.

- Creí que querías hablar. ¿Qué pasa? - dijo Penrill luego de que Alcestes no emitiera sonido alguno en un largo rato.

- Es Hagen.- Penrill se quedó callado, temía que ese día llegara, seguramente Alcestes iba a decirle que se había dado cuenta de que en realidad al que amaba era a Hagen y él solo había sido la ayuda que necesitaba para su hermano.  - Esta loco el maldito...

- ¿Por que lo dices? - preguntó Penrill mientras se preparaba mentalmente para lo peor.

- Porque el muy degenerado me ha estado siguiendo a todas partes, ¿es que no tiene vida el imbécil malparido?

- Al...

- Lo sé... no debo hablar de esa manera, ¡es que me revienta que me fastidie de la forma en que lo ha estado haciendo. - Alcestes le recitó una narración pormenorizada de todo lo que Hagen había hecho para molestarlo. El ceño de Penrill se fruncía más y más conforme el relato avanzaba. - ¿Ahora entiendes por qué estoy tan molesto?

- Debiste decírmelo antes... - dijo Penrill bastante molesto. -¿Por qué no me dijiste que estaba acosándote?

- Porque creí que podía ahuyentarlo por mí mismo... no quiero depender de ti para todo.  Además, conociéndote, lo primero que harías sería darle una buena paliza y para ser sinceros, quiero ser yo quien le patee ese rubio trasero desteñido que tiene. - Penrill sonrió y lo atrajo hacía sí.

- De acuerdo... no lo golpearé, tú lo harás. Ahora vamos a comer.

- Hay algo más que quiero decirte. - dijo Alcestes adoptando una seriedad que pocas veces podía vérsele.

Dos horas más tarde, Penrill contemplaba son extremo nerviosismo la puerta del baño de la habitación que compartía con Alcestes en su nueva casa.

El pelinegro llevaba diez minutos encerrado en el baño, mismos diez minutos que llevaba él sentado en esa cama con los ojos clavados en la puerta que se negaba a abrirse.

Al fin lo vio salir. Alcestes se veía desencajado y nervioso, con huellas de haber llorado.

- ¿Qué pasó?

- No quise verla... me dio miedo.

- Vamos, hagámoslo juntos. - dijo Penrill y lo tomó de la mano para guiarlo hasta el baño.

Entraron al baño, Alcestes sintió que sus manos sudaban, Penrill lo notó, él también estaba nervioso.

- Tranquilízate gnomo, pase lo que pase, vamos a estar bien, - dijo y le besó la frente con suavidad.

- Eres maravilloso lobo.

- Solo porque te amo, si no te amara ya te habría dado un buen golpe por ser tan indeciso.

- Hazlo tú... me muero de nervios.

- Claro que no voy a hacerlo, te amo pero no voy a poner mis manos en algo sobre lo que has orinado.

- ¡Tonto! - dijo Alcestes olvidándose de su nerviosismo.

- Deja, yo lo hago. - dijo Penrill y alargó la mano para tomar ese tubito que los tenía tan nerviosos a ambos.

- ¿Qué pasó?

- No sé... déjame ver el empaque. - dijo Penrill con gesto serio mientras leía con cuidado las indicaciones.

- ¡Dame eso! - le dijo Alcestes mientras le arrebataba la prueba.  Se miraron a los ojos, Alcestes comenzó a llorar. Penrill lo abrazó y secó sus lágrimas con besos.

- Gracias gnomo...

- Gracias a ti... me estás dando lo que más he deseado los últimos siete años... un bebé del hombre al que amo...

- Un cachorro para iniciar nuestra familia...

- Te amo tanto...

- No más de lo que yo te amo a ti gnomito desquiciado. - lo abrazó con fuerza.

- Tengo que contarle a mamá, a papá, a mis hermanos, a mis cuñados, a Dion...

- ¿Dion está en Atenas?

- Sí, regresó hace unos días, lo vi esta mañana, pero con todo este alboroto no te dije.

- No sabía...

- No tienes porque saber.

- Tú no entiendes, su esposo era socio de mi padre, conoce a Sigfried... y no creo que le guste demasiado que me haya salido de esto por la puerta de atrás.

- Dioses...

- Tranquilízate, yo voy a arreglarlo, por ti y por nuestro hijo. - dijo y le besó.

- Dion nos invitó a cenar a su casa.

- Y tú aceptaste, ¿verdad?

- Pero lo llamaré y le diré que no vamos.

- No, creo que lo mejor que podemos hacer es enfrentar a su esposo y solucionar esto de la mejor manera posible.  Tendré que esforzarme por convencerlo de que no quiero volver a los negocios de la familia y que no quiero tener nada que ver con eso ahora que me he casado contigo.

- Esto es un nuevo problema, ¿no es cierto?

- Lo vamos a solucionar, no te preocupes. - Penrill lo besó y Alcestes quiso creer que todo sería fácil, que nada ni nadie le apartara de ese hombre al que amaba, nada ni nadie podría arrebatarle su recién descubierta felicidad.

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