Seto estaba atónito. Fye había pasado de ser un futuro marido y rey a ser un exiliado moribundo que trataba de proteger a su mejor amigo. El mundo estaba patas para arriba y él no podía hacer nada al respecto.
Me temo, Conde Almirás que ese no es exactamente el plan—dijo un desconocido entrando por la puerta resguardada de los soldados armados, los escudos del país del Sur eran claramente visibles en su capa y su sonrisa sobradora anunciaba que diría cosas desagradables. Almirás lo miró con aprensión—Ya no nos es de utilidad Conde pero en agradecimiento a lo que usted y su gente ha logrado para mi país los dejaré marcharse de este salón y tener una vida pacífica—
¿Qué es lo que sucede aquí?—preguntó el anciano—Ustedes me prometieron…--
¡Sea coherente, Conde! ¿En verdad pensó que le entregaríamos sin más el reino a su legítimo rey? ¿Creyó en verdad que lo haríamos?—repitió el susodicho con una ceja levantada como si legítimamente estuviera impresionado de que lo hubiera creído. Tomándose con la mano la frente en una clara señal de asombro dijo--¿Cómo pudo ser tan insensato?—luego añadió—Pero eso nos ha dado buenos resultados a nosotros así que supongo que no debiera quejarme. Cuando vuelva a mi país seré adecuadamente recompensado. Después de todo soy el hombre que eliminó a toda la corte de Iskabad—luego pasó la mirada por los presentes para detenerse en Serenity—Es una pena que sea una niña aún, hubiera querido que el último legítimo rey sea alguien de quien poder vanagloriarme por haberlo eliminado pero…--agregó mientras los arqueros que habían entrado al salón, rodeándolos detrás de las filas de soldados que los protegían de una posible defensa, apuntaban a todos.
¡Espera!—dijo un joven rubio saliendo de la concurrencia e interponiéndose entre los novios y los arqueros.
¡Joey!—gritó Seto confundido de que el otro se hallara allí.
¡Joseph!—dijo sin comprender Fye.
Los ojos de Kurogane se achicaron, era como si su instinto le dijera algo que no comprendía su mente.
¿Qué? ¿Acaso piensas sacrificarte por tu rey?—preguntó el malévolo sureño.
Kaiba quería decirle que se alejara del peligro. ¿Qué diantres hacía allí de todas formas? Ese idiota lograría que lo mataran por nada si se quedaba ahí pues no había manera de que pudiera detener la carnicería que se aproximaba. Entendía lo que pretendía, salvarlos del pe…
Sus pensamientos fueron cortados por las palabras llenas de una oscura frialdad, dichas con una voz desconocida por una persona a la que creía conocer mucho.
No tengo problemas con tus planes—Joey estaba medio encorvado después de saltar desde la multitud al pasillo por lo que sus ojos no eran visibles bajo el cerquillo mientras el otro lo miraba atento, curioso y sorprendido. ¿Entonces que era lo que quería ese presuntuoso don nadie? El rubio levantó su dedo índice y luego lo miró con ojos asesinos—Excepto por una cuestión—El otro entrecerró los ojos—Nadie osará atacar a los míos de nuevo—
Fastidiado con ese mocoso chillón, ese actor de cuarta, el Duque de Lexor del País del Sur ordenó--¡Mátenlos!—
Demasiado tarde—murmuró Joseph mientras los vitrales del sagrado salón, tan grandes como una mansión, explotaban y los dragones que habían arribado entraban con furor por ellos empezando a arrebatar las vidas de los sureños. Los espantados Iskabadeños huían también pero como las puertas estaban cerradas la multitud apanicada solo se aglomeraba en grupos aullantes de miedo.
Suelto de sus enemigos por sus propias habilidades ya que aprovechó la sorpresa que los dragones causaran, Kurogane los eliminó recuperando su espada y se puso junto a su rey mientras los 4 atónitos observaban desde el altar a la muchedumbre y a los animales que devoraban presurosos a los enemigos del salón. Joseph tomó una espada de un caído y con mucha habilidad se deshizo de inmediato de dos soldados que corrían por su vida perseguidos por un dragón, directo a él.
Kaiba vio como otro enemigo corría hacia la espalda de Joseph con su espada desenvainada y quiso gritarle para avisar pero antes de que pudiera el rubio que corría en dirección al Duque se agachó y de pronto la cabeza de un dragón que corría en dirección a él pasó por encima del melado atrapando con su boca al perseguidor, se irguió y comenzó a masticar al individuo, de su boca brotaban sonidos angustiosos, sangre y caían piezas de cuerpo humano.
Entonces un arquero que le apuntaba, antes de ser alcanzado por los feroces dientes de un dragón, acertó dos flechas en el hombro derecho de Joseph.
Serenity gritó “¡Joey!” no pudiendo con su angustia pues los pueblerinos le habían contado como habían matado a su hermano, al herirlo los dragones se volvieron contra él. Mientras los demás la miraron preguntándose como era posible que ella conociera su nombre y porque se angustiaba por él, pues daban por sentado que los dragones eran obra suya.