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REY DE DRAGONES (HELIOS SAGA) por desire nemesis

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Joseph barrió con un enemigo tras otro haciendo fintas y luego hasta se subió por el lomo de una bestia mientras esta bajaba su cabeza, para arrancar el brazo a un enemigo recién ensartado, para seguir por su lomo y terminar saltando de su cola.

 

Kurogane también estaba derrotando enemigos como loco para mantener a salvo a su rey, junto con tres soldados fieles a Fye que se infiltraron al salón luego de que los enemigos llevados por el pánico abrieran sus puertas para salir del lugar.

 

De pronto todos pudieron ver como más allá de unos hombres que combatían, uno de los cuales perdió literalmente la cabeza un segundo después, al esta ser arrancada, el rubio subía a lomos de uno de los dragones para tirarse por la cola.

 

Y entonces llegó a su enemigo al cual apuntó con su espada. Este estaba entre la espada y la pared y lo miraba con ojos llenos de pánico. Uno de los dragones que lo encerraba entonces se acercó al hombro del Joey y olfateó con gran estruendo.

 

Serenity tembló por lo que tenía entendido que era la debilidad de los progenitores.

 

Entonces su hermano hizo algo que no tenía parangón en la historia conocida. Miró al dragón y le preguntó--¿Y tú qué quieres?—con una expresión desafiante en los ojos que puso en blanco hasta al más pintado y que Seto recordaba, era esa expresión lo que logró la primera nota de interés para el castaño. Esos ojos melados parecían temer al animal, incluso parecían mirar a un inferior.

 

El dragón achicó los ojos por un momento mirándolo cuidadosamente y después se irguió para volverse e ir a por más “bocadillos”.

 

¿Cómo puedes?—preguntó el Duque francamente al borde del pasmo.

 

El otro volteó de nuevo su mirada hacia él y le dijo—Te dije que no permitiría que nadie dañara a mi familia—aunque no eran las palabras exactas para él significaban lo mismo.

 

¿Tu familia?—por un momento el enemigo pensó si el otro no sería un noble pariente del rey mientras mirando más allá del que le apuntaba vio los rostros de Fye, Kurogane y Seto antes de comprender la terrible verdad al recordar que la mujer que estaba con ellos era…--¡Tú los controlas!—se espantó al darse cuenta de la verdad—Eres…--

 

Es bueno que te vayas sabiendo quién te mandó al otro lado—dijo el de dorada cabellera antes de incidir con su espada en el cuerpo del otro y de un tajo destrozarlo. Para cuando se volvió hacia su inmóvil audiencia dos de los dragones daban cuenta del cuerpo del Duque.

 

Los dragones fueron selectivos en su cacería por una portentosa razón. Las órdenes de su amo eran claras. Maten a los de las lanzas plateadas en la piel, ropa, sometan y rodeen a los de piel azul, y a los que no portaban las lanzas plateadas, los que estaban en la piedra alta, Sere, Seto, Fye, Kuro y compañía eran intocables también.

 

Despacio, caminando entre piezas despedazadas de cuerpos humanos y copioso líquido carmesí el ojos mieles se les acercó parándose a unos pasos de distancia.

 

¡Fuíste todo el tiempo tú!—le acusó Kurogane—Tuve mala espina contigo y no me equivocaba. Si no hubiera sido por el rey…--

 

Tienes razón, al menos en una parte—le concedió el que ahora los miraba con un fuerte aire de superioridad—Me sentí en problemas por un momento cuando insististe en investigarme pero fue gracias al que llamas rey que estoy aquí hoy—

 

Cuando terminó de decir la última palabra ya sobre el cuello de su hermana pesaba el filo de la espada del ojos rojos que miraba con decisión a su enemigo.

 

Consternado Fye le dijo--¡Kurogane, no!—Sentía que era bajo actuar de tal manera tomando de rehén a una víctima inocente.

 

Por el contrario el pelinegro sentía que se valdría de cualquier medio para asegurar la salvaguarda de su rey—¡No se entrometa! Es necesario—le dijo a este--¡Déjanos salir o tu hermana será la primera en morir aquí!—le dijo al melado.

 

Seto estaba sorprendido por todos los acontecimientos mientras Isis, su padre y el padre de ella lo miraban desde un lugar en donde los demás se encontraban arracimados, rodeados de animales que devoraban con lentitud sus presas sin quitar sus ojos de encima de ellos. De pronto con el rabillo de un ojo vislumbró el movimiento en la cara de su amante y la sorpresa y desazón fueron peores.

 

Joseph sonreía.

 

 

¿Qué rayos te pasa? ¿Es que no te preocupa la vida de tu hermana?—le preguntó el feroz gekkian.

 

¡Para nada!—contestó el otro con sencillez brutal y voz fría, tan tranquilo parecía como si decidiera que tipo de té tomar.

 

 

 

 

 

 

 


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