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REY DE DRAGONES (HELIOS SAGA) por desire nemesis

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Dos días atrás el rey Joseph desapareció. Varios rumores corrieron por la ciudad, uno en particular contaba que el anterior rey ayudado por sus súbditos leales había acabado con la vida del rey lo que era creíble dado que los dragones que antes se esparcían en los techos de la cuidad habían desaparecido por completo.

 

Solo un apretado círculo conocía la verdad tras el rumor, y era que el mismo rey había ordenado esparcir el rumor aunque nadie conocía su ubicación verdadera. Como había sido previsto por el melado los espías del ejército enemigo recabaron esos rumores y los llevaron hacia ellos.

 

Al día siguiente la ciudad amurallada despertó siendo sitiada por un contingente no menor a diez mil soldados que se habían mantenido silenciosos en los bosques de Andrógenas desde semanas atrás esperando el fatal momento.

 

Fye se dispuso a afrontar el papel que representaba y fue hacia los muros pero su guardián lo detuvo en seco en los pasillos de palacio antes de que saliera--¿Qué pretendes?—preguntó—Te matarán si intentas…--

 

No estoy preocupado. ¿Tú me protegerás, no es cierto?—preguntó sonriente el ojos azules.

 

 

 

 

 

 

 

¿Quién es el general de estas tropas?—preguntó desde lo alto de la muralla el rubio y alguien se acercó a caballo.

 

Yo soy Julius Tepes, generalísimo de estas tropas. ¿Quién eres tu?—preguntó el otro aunque lo presuponía.

 

Yo soy el rey Fye DeFluorite. Tienes la potestad para tratar conmigo, según creo—le respondió el otro.

 

Lo usual en el campo de batalla es que el rey no vaya al frente pero que si comisione a un general de su confianza al frente de las tropas con el poder de hablar por él y convenir acuerdos usando su palabra, a ello se llama potestad.

 

¡Así es!—le contestó el otro con actitud superior que molestaba al ojos rojos.

 

Entonces ven, entra en la ciudad con dos hombres de tu confianza y te garantizo que nadie los dañará. Veremos que podremos hacer para que la enemistad termine—dijo el rubio con tonada alegre aunque Kuro sabía que no lo estaba. Estaba preocupado. Wheeler solo le dijo que se dedicara a dar largas al asunto sin decidir nada pues no le daba semejante potestad. Luego desapareció. El ojos azules estaba atrapado entre su papel y proteger a sus habitantes.

 

Por días los enviados enemigos se pasearon por palacio agradeciendo la hospitalidad del rey pero menospreciando el poder de Iskabad. Daban por hecho que habían ganado y se permitían el lujo de dar a su enemigo tiempo para que aceptara su cruel realidad. De vez en cuando en medio de un ágape halagaban al difunto padre del rey y su parecido con éste en su forma de obtener el trono.

 

Solo Kurogane sabía que esa comparación solo afligía al rubio. Nada era más alejado a la verdad. El pelinegro recordaba que cuando fue traído a palacio el príncipe de aquel entonces le dio la bienvenida y lo incluyó en sus juegos. No hizo diferencias entre él y los hijos de los nobles, ni siquiera con su primo aunque él en realidad solo era hijo de campesinos. Recordaba que él era muy serio tratando de portarse adecuadamente frente a los demás y que el ojos azules no hacía nada más que molestarlo.

 

Al principio no entendió porque lo perseguía y le ponía motes horrorosos que odiaba pero luego de unos años entendió que se trataba de una manera de hacerlo sentir naturalmente parte del grupo. Con los años esa amistad, ese compañerismo… se fue transformando en algo más.

 

No podían ser menos parecidos padre e hijo y todo el que conociera de verdad a su majestad lo sabía. El ojos rojos se veía en la necesidad de refrenar sus impulsos asesinos en valor de la palabra de su rey.

 

De día el ojos azules atendía a los enviados del enemigo y a los consejeros y nobles que le decían que acordara algo a espaldas del verdadero rey, que luego este se las viera o que quizás… tal vez… podría librarse del yugo del rey Joseph si planeaba algo con ellos.

 

De noche se refugiaba en los brazos del pelinegro. Todos tenían por seguro que el gekkian estaba a cargo de velar el sueño de su majestad por posibles enemigos pero no podían estar más equivocados porque un cataclismo podía evadir su atención ya que todos sus sentidos estaban puestos en el rubio, en sus jadeos y gemidos, era todo lo que deseaba sentir. Y cuando el placer se hacía insoportable para el de tez blanca como la nieve, inclusive llegaba a clavar sus dientes en el fuerte hombro del de tez cetrina para evitar lanzar sus gritos, cosa que gustaba a Kurogane pues llevarlo hasta su límite era todo su deseo. Cuando eso ocurría una corriente eléctrica recorría su cuerpo hasta clavarse en su columna, más específicamente en su cintura, provocando que el éxtasis solo se hiciera más fuerte para los dos pues las embestidas se hacían más frenéticas.

 

Fye se sentía en un abismo oscuro en el que el fuerte cuello de Kurogane era una rama asida al borde que lo mantenía a salvo de caer y se aferraba al otro como si en ello se fuera su vida. Cuando terminaban el ojos azules terminaba siendo abrazado por el otro con su cara en el pecho con una sonrisa feliz y con una gatuna manera de rozar su mejilla contra el pecho del otro cual si un felino fuera. Kurogane lo observaba con una pequeña sonrisa por verlo más relajado y de vez en cuando acarició su mejilla en un gesto un poco incongruente con su forma de ser.


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