Kurogane fue a tomar una ducha y a buscar un desayuno para su amo. Cuando volvió este estaba vistiéndose--¡Oy! ¿Qué cree que hace?—preguntó disconforme.
Tengo mucho trabajo que hacer—le respondió con tono considerado su amo—Después de todo soy un humil…--las palabras las borraron los actos del ojos rojos que lo volteó y comenzó a sacarle el abrigo largo del hombro.
¡Nada de esas chorradas! Estás enfermo y tienes que descansar—le dijo el pelinegro furioso.
Pero…--dijo el rubio algo turbado y alegre con esa actitud.
¡Nada de peros! Te vas a cuidar cueste lo que cueste o yo…—de pronto se vio cortado por un abrazo muy fuerte.
Me gusta que te pongas así por mí—dijo el rubio feliz.
¡Oy! Con eso no vas a hacer que cambie de idea—dijo el ojos rojos con ceño fruncido.
El otro lo miró sonriente--¡Lo sé!—
Había algo más que Fye sabía y era despistar a Kuro cuando eran necesario es por eso que cuando Kuro fue por el almuerzo no supuso que al regresar no lo encontraría en su habitación--¡Ese hijo de la vida!—fue su expresión. Lo buscó intensamente pero no logró hallarlo porque había lugares en los que no podía penetrar sin autorización dado que ya no era un Gekkian y otros que estaban prohibidos para él por el rey.
Subió por la escalera en que encontraran a la princesa el día anterior para descargar su frustración a solas cuando al final de esta sus ojos percibieron algo que para él fue como un golpe. DeFluorite sostenía la mano de ella y con sus labios posados en su frente sonreía con los ojos cerrados. Sin saber bien porqué el ojos rojos ocultó su presencia y bajó furioso las escaleras.
Sabía muy bien que el otro era amable con todo el mundo pero que lo fuera con esa mujer le cansaba ansiedad pues hace poco tiempo estuvieron a punto de casarse y si no fuera por el hecho de que hubo un golpe de estado ese día, ellos dos serían marido y mujer. Sabía que nada podía hacer al respeto pero se ponía violento al verlos porque en esencia, esa mujer, era la apropiada para DeFluorite y su futuro. Estaba seguro que el rey no se opondría. Parecía agradarle Fye, el único obstáculo que encontraría sería su presencia al lado del rubio. Tal vez era hora de dejarlo por su bien.
Creo que sería lo mejor—le dijo Gozaburo a su hijo—La familia de tu prometida ha esperado bastante—
El joven respondió—Pues les tocará esperar más. En estas condiciones no soy un marido apto y lo saben todos. No voy a casarme a menos que recupere la visión—
Lo siento pero esto ya no está en tus manos tal decisión. Este matrimonio no fue arreglado por nosotros sino por ti. La familia de tu prometida renunció a varios pretendientes para darte ese lugar por lo que tenemos la responsabilidad de cumplir tu palabra por la honorabilidad del nombre Kaiba. Ya sea que recuerdes, o no, tu promesa hay un deber que cumplir. Y piénsalo bien. ¿Quién querrá a un marido en tus condiciones? Esto es lo mejor que puede pasarte. Ellos tampoco pueden echarse para atrás y al parecer ella quiere ser tu esposa. No es momento para ridiculeces románticas. Además estoy seguro de que ambos serán felices. Son el uno para el otro. Por eso está decidido. En dos semanas será tu matrimonio—le explicó el señor Kaiba a su hijo mientras este escuchaba en silencio su sentencia.
Y es que se estaba ahogando con la posibilidad de una vida en las sombras estando con una persona a la que no conocía. Además se había dado cuenta de que ya no era la misma persona que en el pasado. La puerta sonó como el remate de el mazazo de un juez al dictar una condena.