¿Por qué hace esto? Igual puede controlarme aunque no quiera haré su voluntad—le dijo con enojo el ojos rojos.
Verás… es demasiado frustrante tratar de adivinar tus pasos y he decidido que como aliado vales más en tanto no intentes rebanarme el cuello—dijo el ojos mieles.
Pensé que era un paranoico. ¿Cómo puede estar seguro de que…?—preguntó el pelinegro.
¡Salvaré a tu amo! ¿Necesito más? Verás… sé lo que sientes hacia él. Se te sale por los poros y además… bueno… está ese incidente—dijo el rey divertido.
¿Incidente?—preguntó sorprendido Kurogane. ¿De que hablaba ese hombre?
¡Los vieron!—dijo el rubio.
¿Huh?—exclamó el ojos rojos.
Se besaron en ese callejón y dieron todo un espectáculo en la cantina—le reveló Joey y a Kuro se le fue la sangre del rostro.
No te preocupes. Nada les pasará. Dije que fueron personas discretas y ansiosas de dinero que se mantendrán calladas a ese respecto—dijo el melado mientras las esperanzas de que su amo recuperara su antigua posición elevada y privilegios junto a la princesa se iba al caño en la mente del moreno—Además… dentro de poco aboliré algunas leyes—añadió y se miraron a los ojos—Aunque dudo que los nobles y los sagrados estén de acuerdo—dijo pensativo después.
¿Y la cura?—preguntó de pronto preocupado Kurogane y el otro le mostró un frasquito que sacó de un baulcito junto a su trono. Era de cristal azul con tapón de corcho. Eran tan solo unos sorbos.
Cómo te dije es probable que lo cure pero es el mejor esfuerzo. ¿Quieres intentar?—preguntó el melado.
¿Intentar? Haría todo por salvarlo, pensó el pelinegro.
Recibió un mensaje de Kaiba y sin siquiera pensarlo dos veces fue a su encuentro. Esperaba encontrarlo ansioso por su visita pero el otro parecía bastante apático.
¿Has estado bien?—preguntó el ojos azules.
Si—respondió extrañado el melado pues después de todo él debía preguntar semejante cosa.
Quiero hablarte de lo que te dije el otro día. Creo que fue un error. ¡Deberías olvidarlo!—le dijo Seto.
¿Pero, por qué?—preguntó el rubio desconcertado.
Sé lo que hay una atracción que me ha llevado a cometer sandeces…--dijo el castaño mirando a la pared con rostro inexpugnable.
¿Sandeces?—Joey estaba desconcertado por el camino que todo eso estaba tomando.
…pero he estado pensando… y aunque he reaccionado así… no tiene sentido cambiar mi vida por una cosa como esa—le dijo el noble.
¿Una cosa como esta?—preguntó desconcertado e iracundo Wheeler.
Si… Porque aún con lo sucedido… pues… yo no te recuerdo—le contestó Seto.
“Yo no te recuerdo”
Palabras duras que resonaban en su mente ahora.
“No tengo idea de quien eres y francamente poner mi vida en juego por un desconocido con quien tuve un flirteo me parece una insensatez”
Había dicho luego.
Joseph se sentía frío por dentro. Ni aun los rayos de sol que entraban por la ventana conseguían llegar a él.
“¡Porque eso… de ustedes dos… puede ser la ruina de todos!”
Esas palabras, dichas por su padre al final de su charla fueron el impulso que llevó al castaño a ser tan brusco con Joseph. Y no era que el otro le fuera indiferente pero… ¿Valía la pena arriesgar todo por alguien a quien no recordaba?
El rey dice que esto puede curarte así que debes tomarlo—le dijo el pelinegro furioso.
¡No quiero!—Fye no se encontraba en condiciones. Deliraba y se comportaba como un niño de cinco años.
¡Aunque no quieras debes tomarlo! Es por tu bien—le dijo el ojos rojos pero el otro movía la cabeza de un lado a otro.
Alguien golpeó a la puerta en ese instante. Llevado por la impotencia que sentía el pelinegro le dijo de mal modo al que estaba detrás de la puerta mientras la abría--¿Se puede saber que rayos quiere?—pensaba en algún soldado con una llamada del rey o algo así pero tras la puerta se hallaba la pelirroja hermana del rey.
Disculpe—dijo despacito ella.
¡No se disculpe, alteza! Yo debo hacerlo. Es que es un mal momento para visitar a mi amo y yo…--se disculpó él contrito.
Ella le interrumpió—He sabido que Lord DeFluorite se halla enfermo y vine a saber como estaba—le comunicó Serenity.
Me temo que se…--decía el pelinegro antes de ser interrumpido.
¡Sere! ¡Sere! ¡Ven acá y deja a ese gruñon parado en la puerta!—la llamó con alegría el ojos azules.