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REY DE DRAGONES (HELIOS SAGA) por desire nemesis

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Seto fue bajado del dragón ante la atenta mirada de la joven princesa que con sorpresa observó cuan cuidadoso se había vuelto su futuro marido por el bienestar de esa persona, lo agarraba con cuidado e indicaba cada paso a dar en voz tranquila, sus ojos se veían más dulces y parecía más benévolo.

 

Es un placer ver que has solucionado lo que tanto te preocupaba—dijo una voz femenina que tomó por sorpresa al castaño.

 

Joey la miró preguntándose si ese era momento de decirle. Concluyó que no. Ella era otra víctima de las circunstancias y si estaba ahí era por expreso pedido de él, iba a proponer que todos fueran a la sala real de la tarde, donde se merendaba y se leía en las tardes, también las mujeres de la familia real podían hacer labores en ella, cuando una voz interceptó la suya con una pregunta que ponía todo patas para arriba.

 

¿Quién es la señorita?—preguntó Kaiba con cierto tono que solo Joey pudo adivinar pues el cuerpo que ayudaba a andar se había enderezado y puesto tenso.

 

Soy la princesa May Valantine y pronto la esposa de Joseph—le respondió ella causando una apremiante herida en el corazón invidente. Joey hubiera deseado evitar que supiera tantas cosas. Por lo menos antes de solucionarlas.

 

¿Es su prometida?—preguntó el ojos azules.

 

May en su error pensaba que cuanto más unida a Joey pareciera más confianza le tendría el pobre joven--¡Así es!—respondió.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estaban en el dormitorio que la servidumbre alistara para el joven Kaiba.

 

¡Puedes irte!—le dijo él al rey que estaba en el mismo dormitorio, estaba de mal humor y era obvio el porqué—Puede que tu novia te precise—se sentía mal. Él había sido despojado de una familia por el hecho de no casarse por conveniencia y ahora descubría que el otro…

 

Iba a dec…--dijo el melado.

 

Pues claro. A menos que quisieras invitarme a tu casamiento primero—dijo el fastidiado Seto.

 

Deja de ser así. ¿Acaso no te demostré en el desierto que…?—preguntaba Wheeler cuando el otro lo cortó.

 

¿Cuándo Ibas a decírmelo?—preguntó Seto ahora serio y algo triste.

 

Pensaba arreglarlo todo primero—admitió el rubio.

 

¿Planeas…?—preguntó el castaño estupefacto.

 

¿Creías que no?—le preguntó el otro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La princesa Serenity estaba sentada en medio del jardín mientras su sobrino jugueteaba con un caballito de palo que le había sido regalado por ella, corría con el palo entre los muslos y aunque era algo torpe ella lo llamaba caballero y el niño cual si entendiera la bravura de tal linaje se ponía muy orondo.

 

Ella reía a carcajadas pero cuando en algún momento vio a uno de los dragones que los protegían y su cara se tornó tensa.

 

¿No te gustan eh?—preguntó Fye. ¿Quién podía culparla? Eran seres temibles a su paso.

 

Quisiera que no estuvieran aquí pero mi hermano a veces tiene razón—dijo ella, pensaba en el beneficio de su pequeño sobrino.

 

Es cierto que el rey a veces es un poco…--Fye buscaba una palabra elegante para dar su idea.

 

¿Malnacido?—preguntó el ojos rojos que estaba tras él causando que se asustara ante la idea de que la princesa se molestara con el pelinegro y…

 

Ella sonrió mirándolo y el otro no pudiendo soportar su cara agradable y llena de amistad hacia él volteó.

 

No se moleste alteza, sé que él es un poco…--dijo el rubio y susurró “Guarro” para que no lo oyera—…pero sus intenciones son…--

 

No se preocupe Lord DeFluorite. Conozco muy bien las intenciones del señor Kurogane. Después de todo lo he visto cuidar de usted y no dudo de que sea buena persona. Fue muy gracioso. ¿No es así?—preguntó al final mirando al ojos rojos y como no entendía de que hablaba el ojos azules tuvo que preguntar.

 

¿A que se refiere, su alteza?—

 

Usted se negaba a tomar su medicina. Debo admitir que se comportaba algo infantil… El señor Kurogane estaba muy preocupado. Pero al menos pude ayudarlos en eso—dijo ella—Y veo que le ha funcionado bien—

 

Entonces Fye entendió muchas cosas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estaban en el ágape que se ofrecía en honor de la princesa. Todo era oro, plata y vestidos hermosos mientras los candiles brillaban y en los arcos de las entradas solo los soldados escudriñaban. Por una noche el rey había hecho a un lado a sus sempiternos guardianes, los dragones descansaban en los jardines de palacio, siempre atentos a una señal de su amo.

 


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