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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola a todos!!!

bueno pues las advertencias de siempre, esto esta en OCC y si estan muy apegados al canon por fa no se ofendan o mejor no lean porque hay actitudes muuuy fuera del canon, bye

 

Death Mask repasaba entre sus manos ese delicado brazalete que había pertenecido a Misty de Lacerta. Sintió esos cosmos acercándose, eran solo cuatro. Arles había hablado de cinco santos de bronce. De un momento a otro arribarían al santuario. Sabía que Arles no se conformaría con enviar a los dorados contra esa gente.

 

Ptolemy de Saggita, el reemplazo de Adriano, había sido elegido para darles la bienvenida, o al menos eso era lo que había alcanzado a escuchar en los pasillos del templo del patriarca. Probablemente ni siquiera llegaría a Aries, el santo de Sagita estaba deseoso de destacar.

 

Seguía pensando que no era necesario que nadie más que los asesinos les hicieran frente. Tres dorados eran suficientes para lidiar con cinco de bronce y una mujer. Repasó entre sus dedos una vez más los eslabones del brazalete que Misty le había dado antes de partir a Japón.

 

"Cuídalo mientras vuelvo... es lo único que tengo de mi familia, así que no quiero que se estropeé en una pelea."

 

Le había dicho Misty al ponerlo en sus manos al despedirse. No quiso pensar más en lo sucedido esa madrugada, las cosas que Misty le había dicho, era como sí el francés estuviera plenamente consciente de que moriría.

 

No dejaba de culpar a esos santos de bronce por la muerte del que fuera su amante.  Estaba consciente de los riesgos que se corrían en esa profesión, sin embargo,  no dejaba de sentirse mal por lo que había sucedido. No amaba a Misty, pero había llegado a sentir cierto cariño por él.

 

Perseo había muerto también intentando vengar al ser del que había estado enamorado. Eran ya demasiados muertos, pero ¿qué les importaba a ellos?

 

Solo son críos creyéndose hombres. Pensó mientras encendía otro cigarrillo. Estaba seguro de que lo hacían siguiendo un maldito ideal romántico que no tenía nada que ver con la puta realidad.

 

No podía negarlo, extrañaba a Misty y lo extrañaba demasiado. Su ausencia había venido a acentuar esa sensación de pesar y vacío, de soledad y abandono que aprisionaban su alma desde que abandonara Rozan. La presencia de Misty en su vida había sido un bálsamo que aliviara esa sensación, había sido el pequeño incentivo para abandonar su oscuridad e intentar salir de ella. Pero Misty ya no estaba, nada ni nadie se lo devolvería  porque yacía en una tumba en el muy poblado cementerio del santuario, muy cerca de su templo.

 

Lo extrañaba, más de lo que algún día admitiría. Él había sido lo más cercano a un afecto verdadero después de Li Xiang.

 

Se inyecto una dosis de heroína, esperaba que fuera suficiente para ahuyentar los recuerdos y a los demonios internos que yacían agazapados en su alma dispuestos a atacarle, a destrozar con sus minúsculos y afilados dientes todo lo que quedaba de bondad en él.

 

Se tendió en el lecho que se negaba a aliñar puesto que aún conservaba vestigios de la presencia de Misty.

 

Contempló el techo con las pupilas dilatadas al máximo. Sentía a la muerte muy cerca, susurrando su nombre... se acercaba, silenciosa, y decidida a llevarle de una vez por todas.

 

No iba a luchar, si así tenían que ser las cosas, dejaría que pasaran. Esperaría hasta que se presentara.

 

No había sido del todo malo.

 

Milo había vuelto a su templo. Se encontraba a solas, escuchando únicamente el eco de sus pasos en su templo. Sentía que las cosas estaban a punto de complicarse, aunque no sabía exactamente porque., era una especie de presentimiento que le indicaba que debía aferrarse a la vida, a Afrodita.

 

Percibió en las cercanías de su templo el cosmos de Acuario. Sus ojos se ensombrecieron un instante. La actitud del francés había terminado por aniquilar todo asomo de simpatía que pudiera haber existido en su interior hacía él.

 

Lo esperó en el salón principal, ese donde seguramente tendría que permanecer el resto del día.

 

Camus se apareció ante él con gesto francamente desolado. Milo simplemente le dirigió una de esas miradas tan suyas, bajo otras circunstancias, Camus le hubiera dado la espalda y hubiera salido de ahí mascullando su dolor y despecho. Sin embargo, en esta ocasión, las cosas eran diferentes. Se quedó frente a él, soportando con estoicismo el escrutinio de esos ojos que nunca reflejaban nada más que desdén.

--- ¿Qué es lo que quieres Acuario? --- dijo Milo. Por primera vez en toda su vida, Camus reparó en el hecho de que Milo jamás lo había llamado por su nombre, ni siquiera después de aquello que los había vinculado muy a pesar de la voluntad del griego y su pareja.

--- Necesito pedirte un favor...

--- ¿Qué clase de favor?--- dijo Milo muy a la defensiva. Cruzó los brazos sobre el fornido pecho, Camus no pudo ser insensible a ese gesto. Milo lucía arrolladoramente masculino en ese preciso instante.

--- No lo mates... --- dijo el francés con voz quebrada. Milo comprendió al instante que se refería al santo del Cisne, su discípulo, ese enclenque muchacho rubio que había visto solo un par de veces.

--- ¿Te das cuenta de que lo que me estás pidiendo es traición? --- siseó Milo con franco desprecio. Camus solo movió la cabeza en señal de afirmación.

--- No te lo pido por mí... sino por él. ¡No quiero verlo morir!

--- ¿Lo ves? Te repito lo que te dije antes de que partieras a Siberia, solo eres un desgraciado egoísta. --- siseó Milo clavando sus hermosos ojos en Camus. El francés no se amilanó.

--- No es por egoísmo... simplemente reconozco que no esta listo, que lo hice mal como maestro. Nunca lo fui...  tú me conoces mejor de lo que me conocen los demás. Me has visto tal como soy, sabes exactamente de lo que soy capaz, la clase de persona que soy... por eso me atrevo a pedírtelo, no por mí, sino por él. No esta listo, morirá apenas llegue con Death Mask, lo sé.

--- Si lo sabes, entonces deberías bajar a Cáncer y hablar con él. ---- dijo el rubio en tono neutro. No se dejó llevar por la mirada suplicante de Camus. ---Aún mejor, deberías bajar hasta Aries y pedirle ayuda a tu amigo Mu de Aries pero... oh sí lo olvidaba, es un traidor que ha dejado vacío su templo.

--- ¿Aún lo odias?

--- Sí, ¿tienes algún problema con eso?--- Camus se quedó callado, no podía dejar de lado lo que sentía por Milo.

--- Te lo pido porque sé  que Arles los enviará a ustedes contra ellos, a pesar de que ha dicho que esperemos en nuestros templos.

--- Te equivocas, no se nos ha dado ninguna orden además de las que se dieron a todos los demás. No vamos a atacar a nadie fuera de las paredes del santuario.

--- Aún así... te pido que no lo mates. - susurró Camus sintiendo que  tenía la batalla perdida.  Decidió jugarse esa última carta, esa que reservaba como último recurso para hacer que el escorpión subiera a su lecho. Por primera vez en mucho tiempo, Camus fue capaz de discernir la necesidad de actuar en beneficio de un tercero, sin buscar el beneficio personal.

--- No puedo hacer eso. Sí llega a Escorpión voy a matarlo. Esas han sido las órdenes del patriarca.

--- Si puedes... --- dijo Camus con decisión --- Puedo pedírtelo y tú lo harás, me lo debes Milo de Escorpión. --- Milo lo miró y una sonrisa burlona se posó en esos labios que lo hacían delirar.

--- Estás jugando sucio... muy sucio francés. --- susurró el rubio.

--- Me lo debes... por tu amante me lo debes... ---  dijo Camus  alzando el rostro para hallar la inexpresiva mirada del griego.  --- Tú lo dijiste aquel día, tú lo juraste ante el altar de la diosa siguiendo las antiguas formas. --- le dijo Camus.

--- Nunca pensé que te cobrarías de esa manera... debo decir que sin lugar a dudas esto va más allá de mis expectativas. --- dijo Milo con una sonrisa burlona. --- Siempre pensé que te cobrarías haciendo que me acostara contigo. Por mí está bien... Afrodita bien vale eso que pides y aún  más, es un bajo costo. --- el griego se dio media vuelta para retirarse a sus habitaciones.

--- Júralo Escorpión. --- exigió Camus sujetando el hercúleo brazo del griego.

--- No necesitas de un juramento para saber que haré lo que me pides. Tienes mi palabra de que no lo mataré, y jamás he faltado a ella. --- Milo se alejó dejando a Camus confundido y solo.

 

El francés siguió la altiva y varonil silueta hasta que se perdió detrás de la puerta que conducía a sus habitaciones. Era cierto, la sola palabra de Milo de Escorpión bastaba para tener la certeza de que Hyoga saldría vivo de un encuentro con el extraño guardián de Escorpión.

 

A penas internarse en sus habitaciones, Milo supo que Afrodita se hallaba cerca. Comenzó a prepararse para dar una explicación a sus actos que resultase creíble para el decimosegundo custodio. No iba a ser fácil, en especial si consideraba el franco odio que Afrodita le prodigaba a Camus. La furia del sueco no amainaría fácilmente al escuchar que había estado con él. Detestaba verlo cerca de Milo, detestaba ver como los ojos verdes de Camus se regodeaban en la contemplación de la espléndida anatomía del griego. Afrodita odiaba sinceramente a todo aquel que se atrevía a posar sus ojos en su amante, pero el sentimiento que profesaba a Camus de Acuario iba mucho más allá del odio.

 

Milo decidió ir en su busca, no tenía caso postergar aquella conversación que tarde o temprano se llevaría a cabo.

 

Afrodita lo esperaba ya en las proximidades de su templo. Visiblemente molesto, vio venir al griego que andaba en dirección a él con ese cansino andar.

 

---- ¿Qué quería ese idiota en tu templo? --- dijo el sueco con furia. --- ¡Responde! --- gritó al encontrarse con la acostumbrada pasividad de su amante.

--- Un favor

--- ¿Qué clase de favor?

--- Nada importante.

--- Mientes... fue a pedirte que te acuestes con él, ¿no es cierto? Es eso, ¿verdad?

--- No, no es eso.

--- ¿Qué más podría querer ese idiota de ti? ¡Responde maldita sea! --- Afrodita lo sujetaba con fuerza por los hombros.

--- Me pidió que no matara a su discípulo.

--- Cómo si ese fuera a llegar hasta Escorpión... ¡mientes! No intentes engañarme Milo.

--- Es la maldita verdad. Me pidió que no mate a su discípulo.

--- Suponiendo que eso fuera verdad, ¿por qué te lo pidió a ti? ¿Por qué no bajó a pedírselo a Tauro, a Death Mask o aún al imbécil de Aioria?  - Afrodita lo zarandeaba con fuerza.

--- Ya basta. --- dijo el griego apartándose de Afrodita con violencia

--- ¿Ya te has cansado de mí Escorpión? - dijo el sueco empujándolo contra una columna.

--- ¡De lo que estoy cansado es de tus malditos celos! Aunque sea un sucio bastardo traidor y rastrero, le debes la vida a ese hombre Afrodita. - dijo el griego.

--- ¿Eso crees? ¡Maldita la hora en que se fijó en ti! ¡Maldita la hora en que me salvo la vida! ¡Te lo dije entonces y te lo repito ahora, prefiero estar muerto a deberle algo!

--- A partir de hoy no le deberemos nada. --- sentenció el griego.

--- El que le debamos algo no le da derecho de querer encamarse contigo.

--- Tampoco tú tienes derecho a tratarme como si fuera una ramera. --- el bellísimo rostro del sueco muto de la ira a la confusión.

--- ¡Largo! ¡Fuera de mi vista! --- dijo lleno de ira, aún así, pudo notar que los azules ojos de su amante reflejaban dolor y desconcierto, cosas que jamás había creído percibir en ellos.--- He dicho largo, largo de aquí, ¡largo de mi vida!

--- No puedes... no puedes hacerme esto. --- dijo Milo sintiendo que se le quebraba algo más que la voz.

--- Mírame hacerlo griego maldito.

--- Yo te amo Afrodita. --- dijo el griego con la voz quebrada, habían sido las tres palabras más difíciles de pronunciar en toda su vida.

--- Bonito momento para decirlo, cuando es demasiado tarde. Nunca me lo demostraste, solo cuando estábamos en la cama.

--- Sí es lo que quieres, por mí esta bien. --- dijo el griego tragándose su dolor.

 

En cuanto le dio la espalda, Afrodita quiso ir tras él y recuperarlo al precio que fuera, sin embargo su orgullo pesó más que su amor hacia ese apático ser y se mantuvo quieto mirándolo partir. La forma en que había hablado el griego de Camus le había dado mucho que pensar. No estaba dispuesto a permitir que  nadie se burlara de él, ni siquiera Milo.

 

Minutos más tarde se apareció por el templo de Piscis Camus de Acuario.

--- Te noto meditabundo Piscis. --- dijo el francés con sorna.

--- Vete al demonio francés estúpido. --- siseó Afrodita con furia. Sentía deseos de saltar encima de Camus y arrancarle el corazón con sus propias manos.

--- Depende de la compañía... el infierno no sería mal lugar si me acompañara cierto espartano que tu conoces muy bien.

--- Cierra tu sucia boca si no quieres que te la cierre para siempre.--- siseó el sueco furioso.

--- Es por él, ¿no es cierto? Porque no soportas la idea de que al fin se ha cansado de tus absurdas escenas de celos, ¡el muy imbécil te es más fiel que un perro y tú crees que se acuesta con todo el mundo! Estás así por él, porque sabes que no va a volver porque le tienes harto con tus celos enfermizos... ¿Sabes algo? Me alegra que al fin te haya dejado... aunque no, eso es incorrecto, el que le echó de su lado fuiste tú mismo. Ante eso solo me queda decir gracias. --- dijo Camus con saña.

--- Cállate Acuario, no sabes nada de él, ni de mí, ni de nada que no sea tu puta persona.

--- Sé más de lo que crees... sé que detesta tus celos, que detesta que sospeches de cada cosas que hace, de cada conversación en la que no estás presente. --- Afrodita lo miró con furia endemoniada. Por primera vez en toda su vida, Camus pudo ver a Afrodita descomponerse y perder ese dominio absoluto que poseía de sí mismo.

--- Fuera de mi maldito templo si no quieres que te mate. --- gruñó el sueco. --- ¡Fuera de mi maldito templo! --- gritó el sueco fuera de sí.

 

Camus abandonó Piscis con una sonrisa llena de satisfacción. Aquello había sido el último golpe para esos dos.

 

Momentos después, Afrodita se reía de sí mismo, de Milo. Aquello había sido ofensivamente previsible, tan simple que resultaba obsceno. Acuario había sabido bien como jugar sus cartas, había tirado de los hilos astutamente.

 

--- Maldito francés hijo de puta... --- susurró mientras se llevaba un cigarrillo a los labios.

 

Sabía que Milo estaría todo lo furioso que su maldito carácter apático le permitía. Y es que en realidad las únicas ocasiones en que él mostraba emoción era estando con él, a solas, generalmente en la cama después de hacer el amor.

 

Milo era condenadamente complicado y difícil de entender, pero lo amaba, eso si que podía entenderlo. Su mente era un mar de confusión, las palabras de Acuario de tan ciertas pesaban cual cadenas.

 

"Está harto de tus escenas de celos"

 

Aquella frase resonaba en sus oídos sin piedad. Tenía que poner orden en su mente antes de comenzar la batalla que se avecinaba, los santos de bronce estaban cerca, podía sentirlos.

 

Mientras tanto, el guardián del octavo templo permanecía encerrado en sus aposentos, seguro de que en cuanto tuvieran que enfrentarse a Cáncer, esos santos de bronce caerían como moscas.

 

Le preocupaba el enfado de su amante, debía estar realmente furioso como para decirle aquello. Hubiera querido correr escaleras arriba hasta Piscis para ir a su lado, para obligarlo de la manera que fuera necesario a escuchar sus razones.

 

Afrodita era ferozmente celoso y, aunque lo amaba, eso se estaba convirtiendo en algo que laceraba su alma. Los celos de su amante,  lejos de amainar con el tiempo, parecían ser alentados con el transcurso de éste. La situación estaba llegando a un punto difícil de sobrellevar. Pero era tanto el amor que le profesaba al violento sueco que estaba dispuesto a soportar lo que fuese con tal de seguir a su lado, así fueran desplantes como el de momentos atrás.  Se dijo que no era el momento para pensar en eso, para bien o para mal, había una batalla en ciernes y no iba a distraerse por nada del mundo, había aprendido de su error en la Isla de Andrómeda.

 

En Cáncer, el guardián del templo esperaba pacientemente en la oscuridad de su templo  por los santos de bronce. Sabía que ese muchacho de Rozan vendría con ellos.

 

"Estaré esperándote... " Pensó mientras le daba una calada a su cigarrillo.

 

Permaneció en las sombras, percatándose de que uno de ellos había llegado a Libra mediante la intervención de Acuario. Una sonrisa torcida se posó en sus labios.

 

"Al fin llegan". Pensó al sentir dos cosmos penetrando en su templo.

 

Dos de los santos de bronce habían conseguido alcanzar Cáncer, eso significaba que habían derrotado a Tauro, o mejor dicho, que el brasileño les había dejado pasar. Escuchó sus pasos, las exclamaciones aterrorizadas de uno de ellos al notar la "decoración" de sus muros.

 

--- ¡Por los dioses Shiryu! --- escuchó decir a uno. --- ¡Son rostros de gente muerta!

--- Ese olor... aquí huele a muerte...

--- Lo han notado. --- dijo Death Mask saliendo de entre la penumbra de su templo. ---  Todos esos rostros que ven en los muros del Templo del Cangrejo pertenecen a la gente que he matado.

--- Entonces es cierto lo que se dice de ti. --- dijo el dragón.

--- Soy uno de los tres. --- sentenció Death Mask con seguridad aplastante, casi con orgullo.

--- Los asesinos del patriarca, Cáncer, Escorpión y Piscis. --- dijo el otro santo de bronce.

--- Te recuerdo, eres uno de los chicos de Marín... ---- dijo el dorado clavando sus negros ojos en el chico. --- Pegaso, ¿cierto?

--- Así es. --- el chico le causó hilaridad, parecían tan dispuestos a todo, aún a morir, porque eso es lo que sucedería, a menos que sus compañeros resultaran tener tan buena conciencia como Tauro y dejarles pasar.

--- Vete Seiya, seré yo quién pelee con él. --- dijo el dragón. Cáncer les dedicó una sonrisa torcida.

--- Puedes irte niño, aunque no garantizo que logres pasar del siguiente templo. --- dijo burlón.

 

Pegaso no esperó más, se alejó corriendo. Death Mask no le dio importancia, ya se encargaría de él Leo, o tal vez Afrodita decidiera bajar a acabarlos a todos, a él le daba igual, tenía un plan y debía ejecutarlo con precisión.

--- Esta vez no vendrá Aries ni tu maestro a impedir que te mate. --- dijo el italiano --- Tu rostro terminará adornando las paredes de mi templo... habrá que buscarle un buen lugar.

--- ¿Cómo es posible que alguien que tuvo a Roshi como maestro se haya convertido en alguien como tú?

--- No tienes derecho alguno a juzgarme, ni siquiera él aunque haya sido mi maestro. Prepárate para morir, no saldrás jamás de este templo.

--- Te equivocas, te venceré Death Mask, acabaré contigo para hacer justicia a todas las almas que retienes en tu templo. --- el muchacho le atacó con una de las técnicas del anciano maestro, el dragón naciente.

--- Conozco a la perfección todo lo que te enseñó el viejo, ¿olvidas que también me entrenó a mí? Cuando llegué a Grecia tuve que crear mis propias técnicas, te mostraré el resultado, ya te mostraré tu verdadero lugar. - dijo Death y le atacó con sus ondas infernales. El muchacho cayó muerto casi al instante. Estaba acabado.

 

Maldita sea... me precipité...  pensó dándole la espalda al que creía muerto. Sin embargo, el muchacho tuvo fuerzas para levantarse.

 

--- Te niegas a morir... bien... eso significa que debo dejar de jugar. --- susurró el dorado.

 

"Maldita sea, ciertamente esa mujer es Atenea." Pensó.

 

--- No moriré aquí ni hoy, debo llegar hasta las habitaciones del patriarca y salvar a Atenea.--- le dijo el chico, Death Mask lo miró y sintió que todo el peso de su pasado caía sobre él sin que pudiera evitarlo.

 

"Al menos contigo el viejo lo ha hecho bien"

 

--- Como sea... ¡sólo pelea demonios! --- gritó Death. Shiryu le atacó una vez más. El dorado le sorprendió al detener su ataque con una sola mano. --- Te mostraré lo que es un verdadero ataque. --- dijo y nuevamente cargó sobre el muchacho. Lo lanzó una vez más al mundo de la muerte.

 

Death Mask decidió jugarse el todo por el todo, no podía permitir que las cosas se salieran de cauce, debía resistir hasta el final.

 

Él mismo descendió al inframundo para encargarse de que todo resultase de acuerdo al plan que había trazado la tarde anterior.

 

Su armadura lo notó... percibió  el propósito de cada una de sus acciones y reaccionó. Death Mask la ignoró esperando que llegado el momento, la armadura comprendiera su sentir. La batalla se desarrollo justo como él había pronosticado, el chico era fuerte, pero no lo suficiente como para derrotar a un santo dorado que portara su armadura.

 

Tenía que tomar medidas desesperadas... Era ahora o nunca. Le haría llegar al límite, lo haría a cualquier costo. Le levantó en vilo, dispuesto a arrojarle al infierno. Consiguió hacerlo caer en la fosa, pero el muchacho se resistió a morir. Además... esa chica, le traía tantos recuerdos que dolía, le recordaba tanto a Xiang...

 

Hizo uso de su telepatía para atacarla, a sabiendas de que el anciano de Rozan no permitiría que la chica resultase herida.

 

"El maestro me maldecirá por esto pero es necesario..."

 

--- ¡¡¡Muere de una vez!! --- gritó y comenzó a pisotear los dedos de Shiryu.

 

La armadura dorada de Cáncer  reaccionó, finalmente había desentrañado el propósito de su poseedor. El cosmos de Death intentó calmarla lo suficiente como para que le dejara continuar.

 

"Solo déjame morir en paz..."

 

El dolor que traslucía el cosmos del cuarto custodio fue notado por la armadura. El desesperado dragón le golpeó en la pantorrilla. Death Mask no pudo evitar gritar presa del dolor. Una sonrisa a penas perceptible se posó en sus labios resecos.

 

"Te lo agradezco" pensó, mientras la armadura abandonaba su cuerpo pieza por pieza, el Dragón le atacó nuevamente.

 

Death Mask se mantuvo firme soportando los ataques del chico, esperando que llegara el final.

 

Lo vio venir, pero no hizo nada por detener el ataque del chico... cayó al abismo de la muerte, siendo arrastrado por cientos de almas que, enloquecidas, se arremolinaron sobre él.

 

"Adiós... Afrodita, Milo, perdón maestro..." fue su último pensamiento antes de caer en lo más profundo de aquella fosa.

 

El joven Dragón volvió a la vida, sintió la llamada del maestro informándole que Shunrei se encontraba a salvo. Todo estaba bien, al menos para ellos.

 

Con incredulidad, Milo sintió como el cosmos de Death Mask apagarse. Se puso en pie y tuvo el impulso de correr hasta Cáncer y masacrar a su asesino, ¿Cómo podía un simple santo de bronce haber dado muerte a uno de los tres? aquello no pintaba bien, no estaba seguro de que Aiolia hiciera lo necesario para frenar a esos, si no había podido con uno en Japón, ¿acaso podría con cuatro en su templo?

 

--- Maldita sea, será mejor que me ponga la armadura. --- siseó con la mandíbula apretada mientras acudía a paso lento a la habitación que resguardaba su armadura. Invocó al cloth y éste se prendió a su cuerpo con un ligero estallido.

 

Se sentía bien vestir a Escorpio, tan bien como yacer en el lecho con Afrodita después de hacer el amor.

 

El solo pensar en Afrodita le alteró, no soportaba la forma en que habían sucedido las cosas, a penas pudiera evadir sus responsabilidades, acudiría a Piscis para arreglar las cosas con Afrodita, no podía permanecer más tiempo sin él.

 

Percibió dos cosmos que se aproximaban a su templo. Les dejó entrar, no iba a adelantarse demasiado. Salió de sus aposentos para encontrarse con ellos. Eran dos, jóvenes, casi niños, a lo sumo tendrían 17 años. Intercambiaron algunas palabras entre ellos, dieron media vuelta y estaban a punto de abandonar su templo cuando apareció,

--- ¿A dónde creen que van? No les permitiré abandonar el templo del Escorpión celeste sin pelear.

--- Tú debes ser Milo de Escorpión, el guardián de esta octava cada. --- dijo el que parecía menor.

--- Así es, y ustedes dos no abandonaran este templo con vida. --- siseó el rubio. Los dos jóvenes lo miraron, ciertamente lucía temible, vistiendo su armadura y con ese aire despótico.  Milo los observó detenidamente, ninguno de ellos parecía ser la gran cosa, resultaron realmente decepcionantes. --- No me explico como es que consiguieron pasar por los siete templos que preceden a este, pero les aseguro que no podrán ir más allá. --- los dos santos lo miraron, hablaba con una seguridad aplastante, a ambos les resultó extraño que el rostro de Milo de Escorpión no reflejara emoción alguna y que su voz no traslucía más que una profunda indiferencia.

- Yo me encargaré de él Seiya. --- dijo el santo del Dragón. Y lo atacó, Milo lo miró con esos ojos que no reflejaban sino vacío. Para él no era más que un niño, un niño ingenuo y torpe que no sabía lo que hacía y que probablemente moriría  sin ver la edad adulta. El joven le lanzó un ataque que Milo no tuvo problema alguno en rechazar.

--- Así que este es el famoso dragón naciente que el maestro de Rozan enseña a sus alumnos... sin duda es lo suficientemente fuerte como para cambiar el curso de una cascada, pero resulta obsoleto si enfrentas a un santo dorado. --- dijo el griego.

--- ¡No puede ser! --- exclamó el dragón mientras miraba sorprendido al dorado deshacerse fácilmente de su ataque.

--- ¡Es mi turno! --- dijo el segundo de los santos de bronce. Milo lo vio venir y frenó su ataque con idéntica facilidad.

--- ¿Te atreves a llamar a eso meteoro? Lo único que has conseguido es hacerme un rasguño.--- dijo el griego mientras repasaba con el índice la zona afectada. --- Les daré una nueva oportunidad, a ambos, si lo desean, pueden atacarme los dos a la vez, me da igual, servirá para mostrarles la diferencia entre un santo de oro y uno de bronce. --- dijo el griego con soberbia.

 

--- Suficiente, no jugaré más con ustedes. -  dijo y los atacó con su Scarlett Niddle. Ambos se creyeron indemnes, -- Esa ha sido la Scarlett Niddle, no se de nadie que haya sobrevivido a más de cuatro. --- dijo el rubio sin mostrar alteración alguna.

 

Se distrajo un momento, un nuevo par de cosmos, uno moribundo y otro que le resultaba conocido, el discípulo de Camus y alguien más.

 

"Así que falló al detenerlo, y yo que creía que Acuario era eficiente" se dijo mientras contemplaba a los dos santos de bronce padecer los efectos de su ataque.

 

--- ¡Alto! - gritó el discípulo de Camus. Llevaba en brazos a un jovencito que parecía moribundo y de aspecto por demás débil a ojos del escorpión. --- Seré yo quien te enfrente Milo de Escorpión.

 

Lo recordaba a la perfección. Era el niño que siempre estaba pegado a las faldas de Acuario. Había crecido, pero aún así seguía siendo insignificante. Era sin duda el peor de los discípulos de Acuario. Milo sabía que el muchacho le guardaba rencor, y no sin fundamento, pues el chico estaba enterado de que él y sus compañeros habían sido los responsables de la eliminación del antiguo campamento ruso; sitio en el que había muerto el padre del muchacho.

 

--- Como tú quieras... --- susurró el escorpión. tal vez no lo mataría pero estaba decidido a jugar un poco. Había decidido que ese juego era perfecto para deshacerse del malestar que le había generado la discusión con Afrodita.

 

Contempló con desgano a los cuatro muchachos, el que seguía inconsciente fue depositado en brazos de uno de los dos que ya había atacado  y se dispusieron a irse. El trato con Camus era no matar a su discípulo, los otros tres le daban igual. Shura no les dejaría pasar.

 

--- ¿De verdad crees que vas a detenerme con esto? --- dijo al sentir los aros de hielo que el Cisne había formado a su alrededor.

--- Sé que no bastará, pero al menos te ha detenido lo suficiente como para que mis compañeros puedan seguir adelante.

--- ¿De verdad crees eso? --- susurró Milo burlón. El griego se despojó de la capa - Te daré una última oportunidad, vuelve sobre tus pasos y no  desprecies el regalo que tu maestro quiso hacerte.  Renuncia a la idea absurda de cruzar hasta el templo del patriarca y conserva tu vida. Sabes que no tienes el poder suficiente para derrotarme a mí o a ninguno de los dorados. Tú lo sabes muy bien.

--- No sabes lo que dices...

--- ¿Y tú si? --- Milo comenzaba a hartarse de aquello, no había imaginado que el favor solicitado por Acuario sería tan difícil de cumplir, el muchacho había resultado ser tan obstinado como su mentor. --- Pero si de verdad quieres luchar...

--- ¡Sí, eso es lo que quiero! --- gritó Hyoga del Cisne.

--- Eres más tonto de lo que creí... estás desperdiciando la única oportunidad que tienes de conservar tu patética vida. él te encerró en ese ataúd de hielo porque esperaba que fueras lo bastante razonable como para entender su propósito. Se niega a verte morir en aras de una causa inútil. Él sabe perfectamente que no tienes lo necesario para pelear esta batalla. Cualquiera de nosotros puede matarte, ¡acepta tu inferioridad y retírate!

--- ¡Jamás me rendiré! Mis compañeros están luchando ahora mismo, mis creencias me darán fuerza para derrotarte. --- el guardián del octavo templo tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no estallar en carcajadas.

 

"Un idealista... Acuario debe estar muy decepcionado" pensó con una sonrisa burlona en los labios. Lo miró con gesto indefinido, le pareció absurdo todo el escenario que se planteaba ante él. Sospechó que Acuario debía sentir algo más hacia ese muchacho como para intentar protegerlo más allá de sus deseos. A menos que su culpabilidad fuera inmensurable.

 

--- Bien... sí deseas pelear, cumpliré tu deseo. --- dijo el rubio griego. El ruso le miró con furia, jamás podría perdonarle que se hallara entre los hombres que acabaran con la vida de su padre. --- Está visto que desprecias la oportunidad de vivir que te ha dado Acuario, eso ya no es cosa mía. Mi deber es custodiar este templo, y ya que quieres morir aquí, te lo concederé con gusto. ¡Escúchale bien Camus de Acuario! Tu discípulo desea un combate de igual a igual y yo voy a complacerlo. --- grito Milo encendiendo su cosmos. Hyoga se quedó maravillado, el griego era temible, imponente, un dios furioso decidido a imponerse.

 

Milo había dado su palabra en prenda... no lo mataría, pero tampoco le haría las cosas fáciles.

 

--- Comencemos. --- dijo Milo con una sonrisa cruel en sus carnosos labios, hyoga lo miró y sintió estremecerse su corazón, ese hombre era perfectamente capaz de matar a quien se pusiera en su camino, no en vano era uno de los ejecutores. --- ¡Prueba el veneno del Escorpión!

 

Hyoga le atacó al mismo tiempo, Milo sonrió satisfecho al evadir el ataque del Cisne. Sería tan fácil matarlo... Era lento, su ataque carecía de fuerza, no podía compararse siquiera con el más débil de los ataques de Camus. Ese muchacho terminaría muerto en Capricornio, o al menos eso era lo que él creía.

 

Pelearon, Milo calculando mentalmente la fuerza que debía imprimir a cada ataque para no terminar matando por descuido al Cisne, y Hyoga poniendo todo de sí para derrotar al orgulloso griego.

 

Milo se dio cuenta de que no le orillaría a rendirse, así que al  menos le llevaría hasta sus límites para así causar que el cansancio y las heridas le impidieran seguir adelante.

 

Fue en el último ataque, cuando se decidió a atacar empleando a Antares,  que el chico pudo vislumbrar el séptimo sentido,... le congeló los puntos vitales, aunque con escasa fuerza.

 

"De haber sido otro... estaría muerto."  Pensó el griego mientras se decidía a terminar con aquello. Había sido un buen ejercicio, se dijo, pero era hora de terminar.

 

Los ojos del chico se posaron en él. Se aproximó, el muchacho estaba agonizando, no iba a dejarlo morir, jamás había faltado a su palabra. Le golpeó en el punto exacto, sintió que el chico se despedía de todos.

---- Calma, lo único que he hecho es golpear el punto exacto para que la hemorragia cese.  Pronto recobrarás tus sentidos. --- le dejó en el pulimentado piso de mármol y procedió a enclaustrarse en sus habitaciones.

 

"Maldito francés... nuestras cuentas están saldadas."

 

Se quitó la armadura y se tendió en la cama, con el tórax desnudo, ansiando encontrar el espacio para acercarse a Afrodita y resolver su absurda disputa. Lo necesitaba a su lado. había sentido el cosmos de esa mujer, era demasiado grande, demasiado luminoso, comenzaba a dudar de Arles, de todo lo que le rodeaba. Por eso necesitaba a Afrodita, su única certeza en la vida. Tenía el presentimiento de que todo su mundo iba a trastocarse después de ese día.

 

A solas en su habitación, comenzó a repasar la última conversación que sostuviera con Death Mask. No se necesitaba ser un genio ni hacer demasiadas deducciones para percatarse de que Cáncer se había dejado ganar la batalla hacia mucho tiempo ya por la locura. A sabiendas de la respuesta, Milo se atrevió a preguntarle la razón de su distanciamiento.

 

 --- Yo estorbo, ustedes dos son... son lo que yo quisiera ser con él.  No voy a negarlo, lo amo. Pero el maldito se fijo en ti y no en mi y yo respeto eso. Es algo que no puedo cambiar, aunque quisiera. - le había dicho. No quiso hacer más grande la herida hurgando en ella, optó por cambiar el tema.

 

Aún así, no puedo evitar comentárselo a Afrodita. El sueco no se sorprendió ante aquello, al preguntarle  si lo sabía, Afrodita simplemente se encogió de hombros.

--- Creo que el único aquí que no lo sabía con certeza eras tú Milo. --- había dicho el sueco. Ninguno de los dos insistió en el tema, simplemente continuaron sus vidas sin volver a tocar el tema.

 

Y ahora Cáncer estaba muerto, ¿por eso era que se sentía inquieto? No supo responderse. Aunque en realidad, el fallecimiento de es al que había llegado a considerar su amigo a pesar de todo, dolía. Nunca iba a acostumbrarse a perder a la gente que le rodeaba, siempre terminaba doliendo a pesar de su resistencia.

 

Sin embargo, el malestar por la pelea con Afrodita, era superior a todas las emociones que pudiera sentir en ese momento. Las emociones eran algo que siempre le incomodaría, para su disgusto, en los últimos tiempos, se hacían más y más intensas, más difíciles de manejar, de entender. Ahí estaba toda esa maraña de sensaciones y no lo dejaban en paz. Sabía que lo único que le mantenía cuerdo y que lograba calmarlo era Afrodita, ansiaba verlo.

 

Por su parte, el guardián de Piscis se paseaba por sus estancias privadas, estaba nervioso, ¿para que negarlo? Esos no eran nervios sino franco temor, temor de perder a Milo, de que el griego dejara de amarlo al enterarse de que él había estado al tanto de la verdadera identidad de Arles todo el tiempo.

 

"Maldita sea... sí se entera me lanzara al más profundo de los infiernos con sus propias manos por traidor."  Afrodita se consideraba un traidor, no solo  hacia Atenea y su orden, también hacia Milo, jamás le había dicho la verdad, jamás había abierto la boca para hacerle saber su descubrimiento una vez que éste sucedió. Se maldijo a sí mismo, en su afán de protegerlo había cometido el único acto que Milo de Escorpión jamás perdonaría: traición.

 

Además estaba lo dicho por la viperina lengua de Acuario, eso sí que había terminado de sacarlo de sus casillas. No cesaba de preguntarse si el griego de verdad pensaría todo lo que Camus de Acuario había dicho. Se dijo que la única manera de averiguarlo sería bajar hasta Escorpión y preguntárselo personalmente. Sin embargo, el peso de la verdad sepultaría a todo lo demás, una vez que quedara al descubierto la verdadera identidad de Arles, todo entre ellos estaría acabado.

 

"Si no me maldices por mis celos... lo harás por callarme esto... " Pensó mientras se cubría el rostro con las manos.

 

Se dijo que Milo tenía razón al reclamar por sus celos, y es que ciertamente carecían de fundamento, sin embargo eran tan abrasadores como el estío griego. No tenía idea de porque lo celaba de ese modo enfermizo,  si Milo no mostraba interés en nadie que no fuera él y en nada que no fuera su preciada armadura.

 

Aún así los celos lo acechaban constantemente, clavando sus afilados dientecillos en su corazón, envenenándole el alma. Sabía que el monstruo verde se mantenía agazapado en las profundidades de su ser, presto a atacarle a la  menor provocación.

 

Sabía que no tenía excusa, a pesar de que había hecho todo con la intención de proteger la vida de Milo, pues de sobra que sabía que al enterarse de quien era Arles en realidad intentaría matarlo, muriendo muy probablemente en el intento.

 

"Mejor muerto que sin ti, que verte en los brazos de algún otro... " Se dijo a sí mismo apretando con furia los puños. Tenía que terminar con aquello antes de destruirse a sí mismo, antes de destruir a lo único que amaba en toda la extensa tierra, a Milo.

 

La decisión estaba tomada y no pensaba dar marcha atrás, a pesar de  odiar la sola idea de que Milo quedaría a merced de quien fuera, que lo perdería por siempre y para siempre.

 

"Están ya muy cerca."

 

El hermoso santo de Piscis se dirigió a sus habitaciones para colocar sobre su espléndida anatomía el bruñido cloth de los Peces. Se miró al espejo. Por primera vez en su vida le agradó la imagen que el espejo le devolvía. Estaba consciente de la magnitud de los actos que cometería a continuación, de lo doloroso que resultaría aquello para todos los involucrados, de los posibles deseos de venganza que anidarían en el pecho del escorpión, pero, todo eso era preferible a hallar el desprecio en los ojos del único ser al que amaba en todo el podrido universo de su existir.

 

Tomó el casco de su armadura con decisión, estaba listo. Colocó su casco bajo el brazo y salió a recibir a los intrusos. No quería esperar más.

 

Sinceramente sorprendido los vio llegar hasta sus dominios, nunca se hubiera imaginado que los santos que le precedían resultasen ser tan incompetentes. Eran simples chiquillos en un juego de hombres, niños ingenuos que con todo el placer del mundo aplastaría, sin embargo, sus planes diferían grandemente del aplastamiento de cráneos de chiquillos molestos. Salió a recibirles con una fragante rosa roja cual sangre en sus tersos labios.

 

Altivo, bello como la diosa de la que era homónimo, exquisitamente cruel se plantó frente a esos dos chiquillos asustados que le miraban sorprendidos, buscando definir si aquella suerte de ángel era real o producto de la fantasía de sus cansados cerebros.

 

Los estudio unos momentos, regodeándose en su superioridad.

 

"Seria tan fácil molerles a puños... "

 

Los dos jovencitos se esforzaban por ocultar su temor, ya habían perdido a tres, uno en Virgo, otro en Acuario y el último, ese que había asesinado a Death Mask, había caído en Capricornio.

 

Afrodita se mantenía sereno, su única preocupación era Milo y su única y malsana alegría, el saber que Acuario había caído ante su propio discípulo.

 

El sueco sonrió satisfecho con la impresión que había causado a esos dos. Esas caras de desconcierto significaban solamente que los había tomado por sorpresa. Se concentró en el que parecía más débil. Los finos rasgos del sueco se plegaron en  una mueca de profundo desprecio.  Recordaba bien a ese muchacho, el discípulo de Marín del Águila, no atendió a las palabras que esos dos le dirigieron, le daba igual lo que tuvieran que decir, tenía una idea en mente y tenía que llevarla a la práctica.

 

Uno de los chiquillos, el pelirrojo, lo miraba fijamente, con una insistencia que le exasperó. Disfrutó, sin embargo, la desesperación y el toque de temor que halló en sus ojos. Hablaron entre ellos, Afrodita solo los miraba con aquella rosa entre sus labios, listo para atacar.

 

El moreno pasó a su lado, Afrodita le lanzó la rosa con escasa intención, no tenía interés en él. Sus "niñas" harían el trabajo por él.

 

Le pareció que el muchacho estaba ahí en contra de sus deseos.  Eso le disgustó, sólo le estaba complicando más y más las cosas. Tendría que provocarlo.

--- ¿Sabes? No debes pensar ni por un segundo que tu amigo la ha librado... nunca llegará ante el patriarca.

--- ¿Qué quieres decir?

--- Entre el templo de Piscis y el que ocupa el patriarca hay un jardín de rosas, no son cualquier clase de rosas... son rosas que yo mismo he cultivado y que tienen como propósito evitar a la gente indeseable. Sus espinas y su perfume están envenenados... ---- dijo con cinismo, buscando con ello que el chico enfureciera.

--- ¡Seiya!!!--- gritó el chiquillo e intentó acudir en auxilio de su compañero, quien en esos momentos caía desmayado a causa del mortal perfume de las rosas del santo de Piscis.

--- Por los dioses, creí que siendo discípulo de Albiore de Cefeo tendrías un espíritu de lucha más acendrado, pero veo que me equivoqué. --- sentenció el sueco con cierto cinismo. Los ojos de aquel chiquillo se abrieron como platos.

--- ¿Qué sabes tú de mi maestro?

--- No más que la mayoría, solo que murió peleando,

--- ¿Tú estuviste ahí?

--- No solo estuve... ese día Milo no estaba muy concentrado, así que  tuve que ayudar un poco. Fui yo quien le dejó prácticamente muerto. --- dijo con cinismo el bellísimo sueco.

 


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