Los labios de Shisui sabían a algo indefinido y eterno mientras los saboreaba como a la última coca cola del desierto. El pelicorto no pudo evitar corresponder, su corazón latía a mil mientras sentía los ansiosos labios del otro inspeccionando los suyos, saboreándolos. Una de las manos de Itachi se coló entre su espalda y el travesaño en que las manos de este estaban atadas mientras la otra hizo lo mismo pero en el sentido inverso, o sea desde el hombro hasta la axila.
Los cuerpos quedaban muy pegados mientras el pelilargo comenzaba a sentir que su necesidad crecía. La pierna de Itachi se coló entre las del otro que entre los movimientos sintió como su miembro se endurecía y el bulto del pelilargo chocaba contra uno de sus muslos. La necesidad crecía a pasos agigantados dentro de Itachi mientras sentía en su boca los gemidos ahogados de su compañero.
Algo en su interior se desprendía de su consciencia, los labios del otro se volvieron un vicio mientras sus manos se endurecían y sus uñas se clavaban en la tela del uniforme del pelicorto.
De un momento a otro los brazos del atado estuvieron libres y el poseedor de ojeras lo recostó en el piso sin abandonar sus labios. La mano izquierda de Itachi bajó hasta cierto punto y el pelicorto se arqueó cuando sintió como este bajaba la cremallera de su pantalón. Sus manos se encogieron mientras su cuerpo disfrutaba de la ansiedad y la expectación que en él estaban creciendo con cada accionar de Itachi.
Trató de formar su nombre con sus labios pero solo logró decir “Ita” pues el otro forzó de nuevo el silencio antes de empecinarse de nuevo en la tarea de bajar a su cuello—Ita—lo intentó de nuevo pero el otro entonces puso su cara frente a la suya.
¡No sigas!—le dijo y el pelicorto entendió con una mirada lo que el otro quería decir. Era cierto. No eran necesarias las palabras. En ese mundo el inconsciente hablaba más que la cordura. Los labios volvieron a encontrarse mientras la mano del de ojeras encontraba su objetivo y su compañera se colaba por la parte trasera del pantalón.
¿Qué les estaba pasando? Se preguntó el hermano del Hokage. Su deseo era tan fuerte que su respiración se cortaba. Entonces encontró la entrada mientras el otro se arqueaba bajo él por las caricias que él le propinaba.
Shisui entonces sintió el dígito que acariciaba la senda a la entrada y su cuerpo se puso rígido. No era que este no lo ansiara. Instintivamente pues su consciente estaba sorprendido y algo asustado como siempre se está ante una nueva experiencia que puede cambiarlo todo para siempre--¡Onegai…!—le salió del alma el susurro, la petición profunda de una mente confundida y asustada.
El corazón de Itachi dejó de latir un segundo al oír la palabra y luego latió el doble de rápido mientras la ansiedad que gobernaba su cuerpo se hacía mayor y mayor. Tan solo por una palabra, por un ruego de él. Sus labios chocaron ahora con más fuerza sobre los de su amigo evitando toda posibilidad de que hablara y después de unos segundos de desenfrenada pasión el pelilargo logró dominarse un poco con mucho esfuerzo.
¡No vuelvas a decir esa palabra!—se notaba el esfuerzo que hacía por mantener la coherencia en su mente--¿No entiendes lo que me provoca?—dijo antes de volver a sus labios, antes de bajar a su clavícula mientras su mano urgida penetraba con un dedo el interior del otro.
Shisui se sentía entre dos espadas, su cuerpo se revolvía en el placer de sentir las manos de Itachi tanto por el frente como por atrás mientras las manos de él se hundían en la cabellera sobre su pecho. Su remera estaba subida y su chaleco abierto, un pezón había empezado a ser lamido y mordido por su amigo mientras él sufría la agonía del deseo, sus gemidos eran cada vez más altos mientras la urgencia en ambos se hacía incontenible.
De pronto sus pantalones fueron arrancados a la fuerza hacia abajo quedando enredados en sus rodillas, sus piernas fueron elevadas y apoyadas casi en sus hombros mientras el peso de Itachi lo dejaba. Y entonces…
…lo tuvo sobre él de nuevo. Ansioso entró en él con toda la fuerza de un garañón y aunque sintió dolor también placer mientras las embestidas comenzaban su ritmo. Sus gemidos se hicieron gritos de placer que motivaban al otro Uchiha a aumentar la fuerza de su accionar. Cada embestida era el impacto de una ola enfurecida, de un mar ansioso por derribar los peñones que lo separaban de lo deseado. Ahogó sus gritos de deseo con sus propios labios mientras la tarde jamás se desvanecía en ese rojo páramo.