Yukito y Joey tenían un viaje de una semana por delante en las abrasadoras arenas del Sahara discurría gran parte de su viaje. Desde que partieran el peligris vio esa cara triste y esa actitud desanimada en el rubio. Sabía exactamente porque estaba así. Tsukishiro era una de las personas más perceptivas que existían excepto cuando de él mismo se trataba pues se relacionaba con una baja autoestima el que no pudiera creer que seres como el faraón le tuvieran aprecio realmente.
Joey y él comían en la tienda del almuerzo cuando Yukito le preguntó al fin--¿Qué harás cuando regresemos?—
¡Esa no es la pregunta! La pregunta es que hará ese idiota cuando regresemos—dijo Wheeler—De seguro me venderá—añadió.
Si le hablas así puede que lo piense pero no estoy seguro de que lo hiciera en realidad—dijo el sacerdote.
¿De qué hablas? Tú estabas ahí. Él quería deshacerse de mí—le contestó el rebelde esclavo.
De haberlo querido mis palabras no lo hubieran disuadido—dijo Tsukishiro sonriendo amablemente.
¿Acaso eres idiota? ¿No entiendes que el accedió porque lo propusiste tú? De haber sido otro lo hubiera mandado a freir en aceite. ¿Es que acaso no entiendes el poder que tienes sobre ese idiota cabeza de pino?—preguntó el rubio algo molesto con el otro por poseer tanto poder sobre su amado faraón.
Es cierto que él me tiene confianza y me escucha…--empezó el otro mientras el esclavo lo interrumpía.
¿Maestro Tsukishiro acaso se hace el tonto?—al oír eso Joey se puso a rabiar—El faraón solo tiene ojos para usted cuando está cerca de él. Solo lo escucha a usted y a mas nadie y eso tiene una sencilla explicación—dijo con mirada sugerente después.
No sé lo que te estás imaginando…--dijo el peligris sabiéndolo en realidad.
Entonces un gran murmullo se oyó fuera, de pronto sonidos metálicos y gritos, caballos agitados y cosas que caían.
Ambos hombres se pararon un momento y en seguida entró un guardia gritando mientras alzaba una mano hacia ellos—¡Alteza Tsukishiro, corra! ¡Nos están…!—no pudo decir más pues su cabeza fue separada del resto y esta rodó hacia los pies de los sorprendidos hombres que de inmediato corrieron hacia la pared de tela que atravesaron por debajo mientras alguien gritaba atrás de ellos.
Corrieron por el mar del caos del ataque hasta que de pronto se vieron rodeados por manchadas cimitarras.
Estos tíos ni están armados. No será difícil eliminarlos. ¿Así que caso tiene?—pregunta uno.
¡Oye! El alto parece importante. El jeque dijo que lo necesitaba—dijo otro.
¡A mi me vale! Ni siquiera sabemos si este es el tipo—dijo otro más y se encaminó hacia ellos con la cimitarra levantada. De pronto detuvo sus pasos cuando una flecha impactó justo al lado de su pie.
¿Qué dijiste que te vale?—se oyó una voz algo rencorosa y fría. Todos miraron al dueño de la voz que montaba una caballo negro y brioso y usaba la capucha de su túnica, tenía los ojos negros al igual que el pelo y piel cetrina como los demás pero algo indescifrable lo distinguía del resto. Llevó el arco que hasta ahora seguía extendido hasta su espalda y desmontó.
De inmediato los atacantes bajaron su mirada—Lo sentimos, mi señor Toya. Es que no sabemos si estos infieles son la gente que usted busca y…--dijo uno.
Tsukishiro y Wheeler vieron de inmediato que se trataba de el jefe de los bandidos que atacara el campamento. El peligris agarró al rubio y lo puso por detrás aunque de cierta manera le temblaban las piernas porque esos salvajes podían matarlos.
El líder de los atacantes los miró y los ojos de ambos se observaron mutuamente por unos instantes antes que ese férreo hombre dijera--¿Y como van a estar seguro de eso si no preguntan?—luego caminó hasta ellos sin perder su pose marcial y les preguntó--¿Alguno de ustedes es el sacerdote de Isis que va al templo de Mibe?—
El peligris tragó pues su garganta se había secado pero sabía que no valía de nada mentir—¡Yo soy!—anunció antes de que el otro lo mirara de manera apreciativa.
¡Bien! ¡Llévenlo!—dijo dándose la vuelta el pelinegro.
¡Esperen!—gritó el peligris cuando era agarrado--¡No le hagan nada a mi esclavo!—
El pelinegro volteó--¿Crees que estás en posición de mandarnos, hereje?—preguntó de pronto el jeque con ojos fríos. Luego se adelantó hacia el peligris y añadió—Ustedes los gusanos infieles van a aprender a no meterse con los elegidos—añadió agarrándole la barbilla con expresión de odio.
Yo no los mando. Es un ruego—aclaró el ojos café con mirada sorprendida y algo triste, apreciaba a Joey y no quería que le hicieran nada malo.
Ruégale a esa diosa falsa a la que oras. Tal vez ella te conceda algo pues yo no lo haré—dijo el ojinegro.