¿Pieza de intercambio?—preguntó Yukito.
Asula pasó a relatar—Nuestro querido jeque estuvo comprometido con una doncella por mucho tiempo pero hace poco ella le fue arrebatada por los egipcios por lo que no es de extrañar su aversión por ustedes. Al saber de la presencia del bienamado sacerdote de Isis y amigo cercano del Faraón en esa caravana a nuestro señor se le ocurrió la idea de capturarlo para así hacer que nos devolvieran a su prometida.
¿Pero por que no solo nos pidió que lo hiciéramos? Nosotros tratamos de establecer buenas…--expresó el sacerdote pensando que podía aliviar toda esa confusión.
No lo entiende. Sabemos que ustedes no la dejarán ir tan fácilmente porque la ex prometida de nuestro amo actualmente es la prometida del suyo—le dijo Asula asombrando a sus dos oyentes.
Eso quiere decir…--dijo Tsukishiro.
Que lo que quiere mi amo a cambio de usted es a su mismísima prometida. El amo Toya no ha olvidado la afrenta. Le sacaron a su prometida para casarla con un Faraón. Solo porque él es un tuareg. Otras familias están de acuerdo con él que esto es imperdonable. Si antes las cosas estaban tensas entre ambos pueblos ahora las cosas se han puesto mucho peor con lo que han hecho. Aunque nuestros hermanos les presten ayuda iremos a por cada egipcio que podamos con lo mejor de nosotros—le contestó Asula.
Entonces Yukito entendió el comportamiento de ese líder Toya.
Asula volvió con una inquietante noticia—El sacerdote quiere verle mi señor—
Toya no sabía como reaccionar—Déjale pasar pero no te apartes de la puerta para cuando lo despida—dijo el jeque.
Así haré mi señor—dijo el ojiazulado antes de hacer una reverencia.
El joven peligris entró silenciosamente a la tienda del jeque que miraba a un costado con aparente disgusto. Yukito pensó que se trataba de su presencia lo que disgustaba al otro pero no podía hacer nada al respecto—Hoy he averiguado las razones que lo han llevado a secuestrarme y me siento muy mal al respecto ahora que lo sé—
No tienes porque no es de tu incumbencia. Los culpables son su familia y ese sucio faraón suyo pero de un modo u otro me pagarán por lo que han hecho—dijo el pelinegro.
Pero… el solo intenta crear paz—dijo el sacerdote.
¿Crear paz?—se burló el pelinegro yendo en frente suyo con mirada fúrica--¿Pisoteando el derecho de otros? ¿Arrebatándole lo que le es más querido? Isis y yo nos criamos casi juntos. Desde pequeños ansiábamos el momento de estar juntos. Ahora tu estúpido faraón piensa que puede tenerlo todo con solo quererlo pero yo le mostraré cuanto puede perder—dijo con ojos encendidos.
El de ojos café reculó ante sus palabras y cercanía con cara asustada y por un momento ese semblante de conejo atrapado atrajo la atención del tuareg que antes de saber lo que hacía se hallaba muy cerca de sus ojos, muy cerca de sus labios. Una interesante energía recorrió su espina dorsal y antes de lograr detenerse ya había probado la dulzura de esos labios y sentido la vibración de su cuerpo al ser contactado.
Por su parte Yukito se hallaba sorprendido y sus sentidos eclipsados por la sensación de esa boca. Sus castos labios jamás habían sido besados ni él ansiado boca alguna y sin embargo la emoción que manaba de él era diferente a la que hubiera imaginado sentir si le era dado.
Por un momento Toya recueperó la razón. Y un momento después la perdió al internarse en el frondoso paraje de esos labios, en la angustiosa sensación de ese cuerpo que tiritaba en sus brazos como si muriera de frío en medio de ese tórrido desierto.
Ambos cayeron sin poder evitarlo en un hechizo antiguo y drástico al que todos han llamado siempre “deseo”. Su sola mención ha causado estragos siempre y siempre ha de causarlos porque evita a la razón y hace una zancadilla al mas puro.
Tal cosa pasaba con los dos. Esa antigua sensación de querer tomar o ansiar ser tomado se hizo presente en la tienda del jeque Toya. Su persona se deslizó sobre la del desfalleciente sacerdote que juntó todas sus fuerzas para pedirle que se detuviera.
Ante las palabras leves y con emoción contenida el pelinegro sintió su pecho arde.
¡Por favor! No puedo hacer tal cosa. Va en contra de nuestros preceptos. Se lo pido—fueron las desfallecientes palabras del hombre.
Entonces Toya se detuvo y al hacerlo también se preguntó algo que luego preguntó él--¿Tú… acaso jamás has estado con nadie?—
La mirada del otro le respondió lo que tanto deseaba saber. Esa mirada pura solo podía significar una cosa.
Toya no solo estaba confundido sino impactado. Había estado tocando a un hombre. Abrazándolo. Besándolo. Y si su cabeza no hubiera sido enfriada por sus palabras, entonces él…
Se echó para atrás con su mente revuelta mientras su cuerpo se paralizaba por el horror y la duda. Los ojos cafés lo miraban sorprendidos mientras una duda se instalaba en su interior.
Una persona afuera había estado atenta a lo que sucedía dentro.