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Sin rumbo - RAG2 por CrystalPM

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Notas del capitulo:

Tengo sueño y exámenes. No se porqué siempre me pongo a escribir cuando tengo exámenes... 


Feliz año nuevo a todos ^^

 

—Llevas todo el viaje callado — James desvió la vista de la ventana del carruaje para observar el rostro preocupado de Karen, pero no contestó. Desde aquel día en el claro no había hablado con su amigo a solas ni una sola vez y ambos sabían que era porque el soldado había evitado cualquier tipo de conversación a toda costa. James no estaba acostumbrado a mostrar sus sentimientos ante la gente, pero aquel día cuando comprendió que Christian le había dejado las lágrimas rodaron por sus mejillas mucho antes de que pudiese pensar siquiera en contenerlas y su amigo había corrido a consolarle. Ahora cuando pensaba en ello no podía evitar sentirse avergonzado por mostrar un comportamiento tan patético frente a su rey. "Menudo comandante estás hecho" —Pronto llegaremos a Dines 

James ya lo había supuesto, porque hacia ya un buen rato que podía observar la costa desde el carruaje. Situada en un puto estratégico en la frontera con Kraig el mundo mercantil había prosperado inmensamente en aquella ciudad, y no solo por el intercambio continuo que realizaba con el país vecino, ahora apagado por las tensiones ente reinos, sino que además poseía uno de los puertos más importantes de aquella era. Dines era una ciudad profundamente deicida a los negocios, "la ciudad de las oportunidades" la llamaban. La gente viajaba ahí en busca de fortuna y si eras un poco hábil y sabías mover bien tus fichas muy probablemente la encontrases. 

Cuando vieron por fin las torres que marcaban la entrada principal de la ciudad Karen corrió las cortinas, Jenna había acabado por aceptar el hecho de que no conseguiría convencer al rey de no ir a las fronteras así que en cambio le había hecho prometer que la partida y llegada sería lo más discreta posible. Solo las personas de confianza estarían enterradas de que el rey había llegado a aquella ciudad. Ella misma había salido unos días antes para organizarlo todo y no llamar demasiado la atención. 

— Es una lástima tener que viajar por mi propio país de esta manera —Comentó Karen con cierta mirada melancólica y con aire soñador —La gente de Dines se habría alegrado de saber que venía el rey. Habrían montado una fiesta.

James sonrió débilmente

—No habrías ido a la fiesta ni aunque te la hubiesen hecho — Su amigo le devolvió la sonrisa, aliviado de que por fin hubiese dicho algunas palabras.

—Lo se, pero al menos ellos se lo habrían pasado bien —Eso era típico en Karen. Dejar que el resto disfrutase mientras él se dedicaba al trabajo—. Jenna se pasa con eso de la seguridad.

—Solo quiere asegurarse de que todo va a salir bien. 

—Vaya, ¿Ahora te alías con ella? —Karen se cruzó de brazos y fingió un puchero de niño pequeño —. No es justo.

—Ya entraron una vez en tu cuarto solo para darte una carta, quién dice que no lo harán la próxima para matarte.

Por fin el carruaje aminoró el paso hasta detenerse y la puerta que se encontraba más cerca de James se habría, dejando paso al rostro malhumorado de Jenna. 

—Perfecto, ya pensé que nunca ibais a llegar — James el humor de perros que se gastaba la chica y de un saltó bajo del carruaje seguido de Karen. La chica no iba sola, a su lado un joven de cabellos cobrizos y pecas les sonrió. Al verle James no pudo evitar pensar en Astrid con nostalgia. Hacía siglos que no veía a la pequeña —Nos divisemos para llegar hasta la casa del general. James irá con Peter y Karen conmigo. 

— ¿No te parece un poco exagerado tener que incluso dividirnos? —Preguntó Karen con una ceja alzada, pero enmudeció inmediatamente al ver el rostro de la chica y esbozó una sonrisa beata —, de acuerdo, dividámonos. 

Cuando Karen y la chica hubieron desaparecido por un pasadizo estrecho el pelirrojo se volvió hacia James con una amplia sonrisa.

—Como ya ha dicho Jenna me llamo Peter. Encantado de conocerle comandante — James hizo un movimiento distraído con la cabeza a modo de saludo

—Puedes llamarme James, no creo que a Jenna le haga gracia que llamemos la atención con títulos del ejercito — El chico asintió e inició el camino.

—No tardaremos nada en llegar, está muy cerca de aquí —Ante eso James se detuvo unos instantes pensativo y una pequeña esperanza apareció en su mente.

— Esto... Peter ¿No? ¿Te importa que cojamos el camino largo? Me apetece ver un poco de la ciudad. 

Christian caminaba entre el gentío del zoco con tranquilidad. Aquel día Nico había aparecido ante la puerta de su habitación diciendo que tenían que ir de compras. El pelinegro imaginó que con "compras" se refería a "negocios" y no precisamente negocios legales y sus sospechas se vieron confirmadas cuando nada más llegar al mercado principal de la ciudad el chico de cabellos plateados había desaparecido entre la gente por una de las puertas de un establecimiento tras dedicarle una mirada de " Vigila que no venga nadie". Así que se había resignado a esperar fuera de la tienda hasta que su compañero terminase de tratar con quien fuera que estuviese tratando. 

A Christian le gustaba estar en los mercadillos de Dines. Eran sitios donde la gente se mezclaba con todos, donde todo el mundo tenía derecho a dar su palabra, a discutir el precio y donde el podía simplemente camuflarse como una persona normal y corriente. 

Paseó entre los puestos abarrotados de objetos de madera hechos a manos, las mascaras pintadas de colores vivos, espejos, telas repletas de bordados, todos los objetos que dejaban entrever como aquella ciudad se había visto influenciada por la cultura de los miles de reinos que decidían llevar sus barcos hasta aquel famoso puerto para realizar importantes intercambios. Sintiéndose amparado entre tanta gente Christian llegó hasta un pequeño puesto lleno de pequeños abalorios y juguetes de hojalata para los más pequeños. Divertido observó como un niño se peleaba con su hermano pequeño con las recién adquiridas espadas de madera que sus padres le habían comprado al tendero. Fue entonces cuando uno de los objetos del puesto le llamó la atención. Con curiosidad se agachó para poder contemplar mejor una de las pequeñas cajas de madera, adornada con pequeños motivos florales. Sin poder evitarlo la cogió entre sus manos y la abrió comprobando así que, tal como había sospechado en un principio, se trataba de una caja de música, la pequeña figura de una bailarina de madera lo confirmaba. 

—¿Preciosa verdad? — sorprendido alzó la mirada para observar el rostro sonriente y amable del vendedor. El hombre sostenía un pequeño objeto de metal que Christian no pudo identificar —. ¿Quiere probar como suena? Ya verá como le gusta.

Cohibido el chico negó con la cabeza mientras volvía a dejar la caja en su lugar 

—Gracias, pero no puedo pagarla. No hace falta que se moleste —No mentía. Le había dado a Axel todo el dinero que poseía. De aquella pequeña fortuna que consiguió en su hurto a las arcas reales ya no quedaba nada. Ante eso la sonrisa del vendedor se ensanchó y su mirada se tornó más dulce.

—No me importa que no puedas pagar muchacho. Cualquier persona que aprecie este tipo de cosas me hace feliz — Mientras hablaba cogió la caja de donde el pelinegro la había dejado y con movimientos hábiles encajó la pieza de metal en un pequeño orificio que había entre la madera para darle cuerda. Una vez hubo terminado con gesto satisfecho colocó la caja de nuevo entre las manos del ojiazul—. No le quites a un pobre viejo el placer de ver como disfrutan de su trabajo.

Christian no pudo evitar sonreír y abrió la caja de nuevo. La música empezó a sonar al instante y la bailarina cobró vida con cada vuelta que daba. 

—Tenía razón, es preciosa.

—Si pudieses, ¿A quién se la regalarías? —La mirada de Christian se endulzó sin apartarla del movimiento hipnótico de la bailarina de madera.

—Tengo una hermana pequeña... seguro que le gustaría —El comerciante volvió a mostrar su amplia sonrisa.

—Quédatela, es tuya — Ante esas palabras el rostro de Christian se apagó y volvió a mostrar una expresión seria. Con rapidez volvió a dejar la caja en su estante, donde continuó sonando ajena al resto del mundo.

—Imposible — Ante la firmeza del tono de voz del pelinegro el hombre hizo un puchero. 

—¿No pensarás dejar a una pequeña niña sin un regalo de su hermano verdad? —Christian negó de nuevo.

—No puedo aceptar algo así. Mis disculpas por haberle molestado, que tenga un buen día — El chico se dispuso a marcharse por donde había venido, de todas maneras seguro que Nico ya había terminado con los negocios y tendría que volver pronto, pero una mano le agarró del brazo antes de que se pudiese alejar. 

—Si no quieres aceptar la caja al menos llévate esto — El hombre alzó una pulsera hasta ponerla al nivel del rostro del muchacho. Las pequeñas cuentas mezcladas con el cuero azul brillaron ante los reflejos del sol —. Seguro que a tu hermana también le gustará. 

El chico iba a negarse de nuevo, pero se topo con la mirada seria del tendero , una mirada que no estaba dispuesta a escuchar un no por respuesta. Tras unos minutos de duda acabó por suspirar.

—Gracias —Habló con sinceridad. El señor se limitó a sonreír y dejó que la pulsera se deslizase entre sus dedos para ir a acabar a las manos del pelinegro.

—Te deseo un feliz día muchacho.

—Lo mismo le digo —Con un leve inclinamiento de cabeza Christian inició el regreso a donde se suponía que debería haber esperado a la llegada de Nico y ahí le encontró. A pesar de la cantidad de gente el chico seguía llamando la atención por su muy poco común cabello plateado. Al verle llegar Nico hizo un gesto con la cabeza que quería decir " Volvamos a casa" . Christian no pude evitar pensar que aquel sitio era todo lo contrario a lo que el llamaría " casa", pero no dijo nada y en silencio le siguió. 

Una vez llegaron al caserón de Axel se alejó de Nico con rapidez. Caminó por los numerosos pasillos de la casa, por la noche aquella amplia mansión se llenaba de niños y jóvenes, que tras un largo día de trabajo volvían al caserón en busca de cobijo y un plato caliente de lo que fuera. Christian no podía evitar pensar que aquello era como una cárcel en la que se permitían el lujo de dejar salir a los prisioneros amparados en la confianza de saber que siempre volverían. Siempre volvían por una simple razón, el hambre. Ahora de día la casa se encontraba prácticamente desierta. El ladrón anduvo con rapidez hasta llegar a la zona de habitaciones de la sala oeste. Sin molestarse en llamar abrió la puerta de la que se encontraba más cerca del pasillo principal y entró en la habitación. Estaba bastante claro que aquella era una de las pocas privilegiadas que contaba con el lujo de ser de las más espaciosas y de las más amuebladas. Parecía más bien una casa independiente del resto de la mansión. Acomodada con todo tipo de lujos y necesidades. El chico avanzó por la habitación sin dejarse sorprender por el lugar y no fue hasta que escuchó una voz aguda e infantil que paró. 

—¡Christian! —El chico sonrió ampliamente al ver aparecer de entre uno de los biombos que se usaba para dividir la habitación en varios espacios el rostro de una niña de ojos castaños y se agachó para recibir a la pequeña ente sus brazos cuando esta corrió a lanzarse a ellos. 

—¿Qué tal enana? Te he echado de menos — La niña de apenas 8 años rió dulcemente y se abrazó con fuerza al cuello de su hermano. 

—Todo es más aburrido cuando no estás. Andy ya no quiere jugar conmigo como antes — El chico pasó una mano por los cabellos rubios de la niña despeinando.

—Se está haciendo un adulto y se está volviendo un huraño. Tienes que ser paciente con él —La chica asintió adoptando una expresión seria, como si aquella fuese una misión extremadamente importante —. Te he traído un regalo — Con aire triunfante le enseñó a la pequeña la pulsera azul que volvió a brillar con los rayos del sol. La chica soltó una exclamación.

—¡Tiene piedras preciosas! — Christian soltó una larga carcajada mientras le colocaba a la pequeña la pulsera en la muñeca.

—¿Acaso esperabas menos de mi? Lo mejor para la niña de la casa.

—¡Gracias, Christian! ¡Gracias! — La chica volvió a lanzarse a su cuello con otro abrazo, pero enseguida se separó para correr hacia la ventana y hacer que de nuevo la pulsera brillase impresionando aún más. Una voz seca sonó a las espaldas de Christian, rompiendo aquella aura cálida.

—¿Qué haces tú aquí? — Al reconocer la voz Christian suspiró y se volvió para observar como Cassandra salía del baño de la habitación y le observaba con mirada acusatoria. 

— Solo venía a saludar —Dijo con voz tensa mientras observaba como la mujer terminaba de colocarse uno de los largos pendientes que decoraban su rostro. Era obvio de dónde había sacado aquella pequeña los rasgos. Farah era una viva imagen de su madre. 

—Pues no vengas — Le cortó la mujer—. Creía habértelo dejado claro la última vez

—No puedes impedirme ver a mi familia— Ante ello la mujer enmudeció, aunque lo hizo con rabia contenida. Sin molestarse en dirigirle la mirada pasó a su lado mientras iba recogiendo las prendas que le quedarían mejor aquel día. Christian la observó con desagrado. 

— ¿De dónde sacas el dinero para toda la ropa tan fina Cassandra? 

— Eso no te incumbe — le cortó la mujer, pero al volverse la mirada acerada del chico le hizo flaquear.

—¿Eres consciente de todo lo que me ha costado rebajados la deuda? ¿De todo a lo que he tenido que renunciar por ayudaros? ¿Y me dices que no me incumbe?

—¡Oh! ¡Pobre muchachito Christian!— Por primera vez la mujer dejó su tono frío para usar uno sarcástico y cruel—. Dejó su prospera vida, sus maravillosos amigos, su magnífica hermana y probablemente una fabulosa novia por ayudarnos a nosotros. Una panda de miserables que no pueden hacer nada sin él. No te pedí ayuda niño. Estábamos muy bien sin ti.

—Son mis hermanos — Ante el tono ferviente de Christian la mujer pareció estallar.

—¡Y yo soy su madre!— La voz de Cassandra se quebró e inundó la sala. Farah se volvió alarmada ante el estruendo

— ¿Te pasa algo mamá? — La mujer se sobresaltó al escuchar a la niña, como si se hubiese olvidado de que estaba ahí la miró unos segundos parpadeando excesivamente y al final acabó por sonreír con ternura, aunque la comisura de los labios le temblaba. Christian se mantuvo al margen.

—No pasa nada cariño, sigue jugando. Mamá está bien.

 

 

James caminaba junto a Peter procurando no perderle de vista entre el gentío. El chico se había mostrado en un principio sorprendido ante la extraña petición del castaño, pero enseguida había asentido entusiasmado diciendo que podían tomar el camino del mercado principal para llegar a la casa del general y asegurando que era un espectáculo digno de ver. James no había dudado de su palabra y había seguido al pelirrojo por las calles sintiendo una especie de nerviosismo crecer en su estómago. Tenía que admitirlo, la principal razón por la que no había mantenido una conversación a solas con Karen durante todo ese tiempo no había sido solo el hecho de que le avergonzase mirarle a la cara después de la patética imagen que mostró el día del bosque, tampoco había querido hablar con él porque temía que su amigo se diese cuenta de que le ocultaba algo.

Por alguna razón James se había encontrado guardando para si mismo sus sospechas de que la organización relacionada con los atentados terroristas se encontrase en Dines. No lo había guardado porque quisiese ponerle las cosas más difíciles a su amigo, había sido por un repentino temor de que si el rey sabía que Christian se encontraba en aquella ciudad no le dejaría acompañarle en aquel viaje. Por eso James había permanecido callado, pero ahora que se encontraba en Dines no lo podía ocultar. Aún quería encontrarse con el pelinegro, aún necesitaba hablar con él aunque todo hubiese quedado bastante claro en el momento en el que el pelinegro se fue de la capital sin ni siquiera darle una explicación.

—James...¿Me estás escuchando? 

—¿Eh?...—James alzó la cabeza para observar como Peter le miraba con ojos preocupados — Sí, sí, perdoname. Estaba un poco distraído 

El muchacho no pareció darse cuenta del malestar del castaño ya que siguió parloteando sobre lo que fuese que estaba parloteando y James se obligó a si mismo a poner un poco más de atención a su alrededor. 

Fue entonces cuando una débil música llegó hasta sus oídos. Cómo el sonido de unas campanillas repiqueteando para componer una melodía. Movido por la curiosidad observó el lugar buscando de que puesto provendría aquel sonido y se encontró cara a cara con un pequeño puesto de objetos hechos a manos de donde parecía provenir aquel sonido. Movido por una fuerza superior se acercó hasta el tenderete y observó una de las cajas de música que se encontraba en una de las repisas del puesto ambulante. Alguien debía de haberle dado cuerda porque la música seguía sonando haciéndole sentir repentinamente maravillado. 

Con seguridad se acercó más al puesto para llamar la atención del vendedor, que le miró con amabilidad y cortesía.

— Quería comprar la caja de música ¿Cuánto cuesta? — Al ver que el muchacho tenía los ojos puestos en la caja que seguía sonando se echó a reír.

— Conozco a un muchacho que se llevaría bien con usted.

 


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