Tendrás que dejarme ir y lo sabes—dijo el ojos mieles sin levantar la voz o los ojos antes de que el otro hablara para que le abrieran la puerta desde el otro lado. Seth medio se giró para verlo—No sé que inventaste pero ellos no se quedarán tan tranquilos sabiéndonos perdidos, el tribuno y Mark…--
Pues no te ilusiones más. Esas personas creen que están con ellos—le reveló el monarca impactantemente y los ojos de Joseph se elevaron para encontrar los azules que le miraban desde lo alto acompañados de una soberana sonrisa.
¿Qué quieres decir?—preguntó el rubio con un nudo en su garganta.
El otro se le acercó y con una mano elevando su mentón para verlo a los ojos le contestó--¡Acostúmbrate de nuevo a la vida como esclavo porque eso es lo que te espera de ahora en más aquí!—un escalofrío recorrió la espalda de aquel que había creído que eso no era posible pero mirando esos ojos llenos de amor propio supo que de alguna manera Kaiba la posibilidad escondida—Al parecer rebeldes entraron en palacio mientras se llevaba a cabo el banquete. Fue una verdadera carnicería, por suerte mis hombres pudieron matarlos pero no antes de que ellos mataran a varios de mis soldados y a dos invitados que deambulaban afuera. Les entregué sus cuerpos a sus amados compañeros y ellos se fueron muy tristes llevándolos consigo—
Los ojos de Joey se abrieron con estupor mientras su cuerpo se tensaba--¡Asula!—escapó de sus labios sin pensar siquiera--¿Qué le has hecho, bastardo?—preguntó antes de querer golpearlo mientras la desesperación se dejaba oír en su voz y lágrimas brotaban de sus ojos.
Seth lo apartó con un simple ademán porque pese a ser un hijo de Ra sus dotes para la caza y la guerra eran igual de buenas que la de sus subalternos o mejores y Wheeler se hallaba desequilibrado por sus emociones mientras con una mano sostenía el brazo que intentara golpearlo. En otro momento hubiera mandado a ejecutar a cualquiera que se hubiera atrevido a levantarle la voz y a alzarle la mano pero ese no era el caso con el rubio--¿Tanto así te importa?—preguntó para después decirle—Él está igual de muerto que tú por el momento—
El brazo de Joey se aflojó signo de que sus intentos habían terminado y el monarca lo soltó casi con desdén.
¿Dónde está?—preguntó el melado.
En los calabozos. Hay mucho que quiero preguntale—dijo el faraón.
¿Pregun-tarle?—preguntó Joey sin entender del todo y de pronto temió por la vida del otro, si Seth quería atacarlo por lo que vio en su jardín—Él y yo no…--
¿Tú y él?—preguntó Kaiba con una mueca de “te sobrevaloras” en el rostro, sus ojos despreciativos mientras su sonrisa era altanera--¿Me crees tan simple como para hacer una estupidez por un esclavo ya usado?—
¿En-tonces?—preguntó Joey con el corazón aun dolido.
Quiero saber que le ha hecho ese tipo a Yukito. ¿Ellos se conocen verdad?—preguntó el agudo monarca.
¿A que…?—preguntó Joseph a su vez recordando que por un momento pensó lo mismo cuando se reencontraron.
Los ojos de Yukito no mienten. El sintió temor al verlo. Imagino que ese Asula es quien te llevó del campamento por lo que algo pudo haberle hecho a él ahí y yo voy a averiguarlo—dijo el monarca tomando una expresión airada pero serena, sus ojos se empequeñecieron mientras volteaba y llamaba a los porteros para que le abrieran.
Asula estaba atado con las manos en alto en una habitación. No sabía de nada. Despertó en esa incómoda posición, parado y vendado en medio de esa pues no halló con sus pies pared alguna que lo rodeara.
De pronto sintió pasos y sonidos metálicos. Una puerta se abrió y varios pies se le acercaron. Su venda fue quitada abruptamente de sus ojos y quedó en frente de unos ojos mas azules que los suyos.
No te veo sorprendido—dijo el faraón.
Imaginé que de usted se trataría—dijo Asula en contestación.
Eres un tipo listo. Eso tal vez lo haga más fácil todo—exclamó Seth—Quiero saber algo que tú solo puedes contestarme—
¿De su esclavo?—preguntó Kin Omoto.
¿Huh? No, para nada. No me interesa nada que tenga que ver con él. Dime, lo que quiero saber es esto… ¿Qué le hiciste a Tsukishiro?—preguntó el monarca y al ver el instantáneo cambio en la expresión del otro supo que todo el tiempo tuvo razón y que algo le había hecho ese desgraciado a su sacerdote.