La verdad el faraón tiene razón, eres bastante grosero—contestó el de la máscara pero se adivinaba tras ella una sonrisa confiada por su tono al hablar.
La idea de que esos dos hubieran hablado de él lo ponía de malhumor así que Joey le contestó—Si no te gusta hablar conmigo deberías irte—
Y temerario—agregó el de la capucha—Me hablas así a mí—dijo antes de levantar raudo su mano con una delgada espada empuñada que tocó el cuello del rubio—Yo no soy el faraón que cede a tus caprichos rebeldes. No me costaría nada matarte en este momento—
Joseph lo miró por unos momentos—¿Entonces por qué no lo haces?—preguntó serio.
Si buscara tu vida no necesitaría excusas pero es bueno que comprendas tu lugar—dijo el sacerdote de Amon Ra bajando la espada y volviendo a esconderla en su manto—Quiero hablar contigo—
¿De que?—preguntó el melado.
Del Faraón, al parecer sigue afectado por ti que ha urdido un plan tan elaborado para atraerte de nuevo a su lado—dijo el de la máscara.
El solo quiere ganar como es su costumbre—dijo el rubio.
Lo conoces bien—dijo el de la máscara.
No tanto, el tiempo que pasamos juntos fue poco y ese idiota no es precisamente un libro abierto—dijo el melado y el de la máscara rió.
De veras tu insolencia a veces es placentera—dijo el de la máscara—Eres divertido a veces, tal vez entienda un poco porque el Faraón te dejó con vida, lo que me hace pasar a otro punto. ¿Quieres dejar este lugar con tu amigo, no es cierto?—
¿Y tú que quieres con eso?—preguntó el esclavo.
Sabes que yo puedo muy bien sacarlos de aquí—ofreció el enmascarado.
¿A cambio?—preguntó el ex centurión romano.
Después de dejar atrás a ese tipo el rubio caminó por los pasillos pensando en esa rara conversación cuando se encontró de golpe con la persona que menos hubiera esperado.
-Veo que estas mas repuesto—dijo el castaño mirándolo a los ojos--¡Sígueme!—ordenó mientras una cohorte de soldados lo acompañaba, dos de ellos lo rodearon por lo que el ojos mieles no tuvo elección.
Llegaron al dormitorio del Faraón donde dos de ellos como siempre entraron y permanecieron dentro para evitar que nadie dañara al emperador de Egipto.
Seth se sentó en la cama y abrió la boca, una de las servidoras de comida le puso en la boca un racimo de uvas, él descolgó una de las frutas con sus dientes y observó de soslayo a Joseph--¡Vete!—ordenó y Joey se volteó para irse--¡No tú, idiota! Ella—dijo el monarca y la esclava dejó el lugar mientras el rubio que se había vuelto daba medio giro de nuevo--¡Ven aquí!—ordenó entonces y como el otro no se acercaba le gritó--¡He dicho que vengas!—
Con paso haragán el rubio se acercó a la espaciosa cama.
-¡Dame de comer!—exigió el mandatario.
-Arderás en los infiernos si crees que yo…--una mano atrajo la suya y su cuerpo terminó cayendo sobre el del faraón--¿Crees que voy a soportar esa actitud por siempre? Mas vale que te habitues a ser como antes rápido antes de que me canse de ti y…--
-¿Y qué? ¿Acaso me amenazas con echarme lejos? Creo que eso ya lo hiciste. ¿O hablamos de matarme?—preguntó el rubio poniéndose en cuatro sobre él mientras sus ojos se taladraban mutuamente.
De pronto Seth agarró el brazo herido justo por sobre las vendas haciendo que el dolor menguara las fuerzas de Joey y luego volteando para someterlo, sus manos asidas a las muñecas no lo dejaban mover.
-¡Suéltame de una vez y déjanos ir! No entiendo para que rayos te aferras en esto. ¿Acaso no tienes una linda esposa que te consuela? ¿Para que rayos sigues molestándome con tus idioteces?—Joseph no pudo decir más pues con una mirada fría el castaño se irguió sobre sus piernas arrodilladas y lo golpeó con el dorso de la mano rompiéndole el labio, luego se salió de la cama.
-¡Saquen a este idiota de aquí!—dijo con voz gruesa el ojos azules mientras Joey lo miraba ahora sorprendido. Algo le había pasado al rostro generalmente feroz de Seth, no es que fuera menos feroz pero ahora parecía congelado, como si lo que le había dicho hubiera enfriado lo que sentía de momento.
Joseph fue agarrado por dos soldados y sacado de la habitación a rastras, antes de desaparecer por la puerta el rubio miró hacia atrás una vez, Seto sostenía su frente y luego lo miró con disgusto.