Yukito pasaba cerca de donde unos soldados llevaban a rastras a cierto rubio y les ordenó que se detuvieran y le explicaran.
¡Su excelencia!—dijo uno—El faraón ordenó que lo llevaramos lejos de su presencia—
¡Eso no es cierto! Él solo dijo que me sacaran de su recámara—protestó Joey y lo miraron feo.
Puesto que ya no se halla ahí no veo razón para que aun lo retengan. ¡Entréguenmelo! Yo me haré cargo de él—dijo el peligris.
Como su excelencia crea necesario—dijo el tipo y ambos soltaron a Wheeler quien actuó como si se limpiara las marcas que le hicieron en los brazos al tocarlo.
Una vez que estuvieron solos el ojos café vio que el otro tenía una herida malvendada en el brazo y le dijo—Vamos a un lugar para curar bien eso—
Es así como terminaron en el templo de Isis cercano al palacio.
Mientras Yukito lo vendaba Joey refunfuñó--¡No sé porque el idiota se puso así!—
¡Te he dicho que no te refieras así del hijo de Ra! En verdad te pones tu mismo en peligro con tu bocota!—dijo su maestro—Ahora dime que le has dicho para que se enojara tanto—
Nada, solo le dije que tenía a su esposa para entretenerme y que me dejara en paz—dijo el medio agobiado rubio.
¡Entiendo!—dijo con una tonada particular el otro que hizo que lo mirara--¡Joseph! ¡Déjame preguntarte…! ¿Has visto a la faraona desde que llegaste?—
Etoooo, ahora que lo mencionas no—respondió el ojos mieles con interés después de intentar recordar--¿Acaso están peleados?—
Justo cuando Yukito iba a contestarle una voz juvenil y alegre entró gritando--¡Yukito sensei! ¡Yukito sensei!—
Entonces los ojos azules mostraron sorpresas mientras los mieles hacían lo mismo.
¡Alteza! ¿Qué está haciendo por aquí?—pregunta Tsukishiro pero a la vez el príncipe pregunta señalando al esclavo.
¿Y él que hace aquí?—
¡Oye niño, eso es grosero!—le responde Wheeler llamando la atención del niño.
¿Oye… niño?—nunca nadie lo había llamado así. ¿Qué no era eso grosero también?
¡Yo también soy discípulo del maestro Tsukishiro!—le dijo recalcando su lugar el rubio.
¿Tan viejo?—preguntó el niño antes de dirigirse a su maestro--¿Acaso es alguna clase de tonto, maestro?—
Rato después Yukito había calmado las aguas con unos dulces que ambos golosos aceptaron gustosos.
¡Tu padre te retó! ¿Eh?—dijo el rubio mientras se empalagaba con unas masitas.
Si—respondió el chico sin dejar de saborear pan con exquisitas frutas disecadas.
Tu viejo es un asco en el trato personal—comentó el ojos mieles y se sorprendió ante la mirada furiosa del chamaco.
¡Mi padre es una persona muy seria, si pero siempre ha estado al pendiente de mí!—dijo el pequeño enterneciendo un poco a ambos hombres con su filial defensa.
¡Lo siento chico!—dijo antes de recibir un golpe en la cabeza de un cayado, mirando hacia atrás vio a su maestro.
¡Te he dicho que cuides tu bocota! Soy tu maestro y me dejas mal—dijo el peligris.
Lo dicho, es un retrasado—dijo con un desdén tan parecido al de su padre que el rubio que lo miraba dejó su enojo aún lado mirando el parecido con cierto dolor en el pecho, vio de inmediato cuanto amaba su hijo al faraón y que esa familia no era solo fruto de “negociaciones”, él debía amar a su esposa y por ello se enojó cuando un “esclavo” se atrevió a mencionarla.
Su mano se apretó pero no dejó que su animo se trasluciera aunque ciertos ojos café captaron su sentir en silencio.
Rato después Yukito habló con Mokuba mientras su servicio retiraba la comida—Te escapaste de mi clase para ir a ver a Yugi. ¿No es así?—
El niño cabeceó con vergüenza, sin mirarlo.
¿Yugi?—preguntó el ojos mieles.
Es un pariente del sumo sacerdote de Ra—le explicó el sacerdote de Isis.
¿Un pariente de…?—dijo el rubio mientras a su mente acudía ese extraño encuentro--¿Es el enano del que habló el…?—Joey tenía buen tino de supervivencia, agarró el cayado a tiempo--…faraón, el faraón—dijo con una pequeña sonrisa ganadora para caerle bien al sacerdote presto a golpearlo.
Si, Yugi tiene dos años mas que Moki pero es mas bajo y el faraón lo menciona—dijo Tsukishiro mientras se sentía algo mal por el comportamiento del hijo de Ra—Ahora si me disculpan tengo algo que atender, espérenme un tanto aquí mientras lo resuelvo—dijo el ojicafé antes de irse.
Cuando ambos quedaron solos, se instauró el silencio.