Ni siquiera el propio faraón sabía que estaba haciendo en ese lugar. ¿Por qué rayos se había preocupado de visitarlo? Se preguntó mientras lo veía dormir en una cama. Tenía cara de aburrido mientras agitaba su pie. Fuera de palacio su suegro festejaba con toda la corte su reciente victoria, usando sus cosas claro, borrachos y malolientes como todos esos bichos del desierto. Por suerte su mujer había sido diferente pero eso no quitaba que detestara a esos viejos lambisqueros que siempre iban tras lo que podían conseguir de él. Por suerte su aparición había arruinado los planes del sacerdote de Amon-Ra de modo que no todo era malo y tenían a ese tipo Kin Omoto que ejecutaría para demostrar como les iba a los que se le enfrentaban.
Conocía las intenciones de ese sacerdote desde hacía mucho, siempre habían tenido la costumbre de atacar las debilidades del otro. De sobra sabía que todos los faraones estaban expuestos a ese tipo de enemigos estando en su posición. Era un juego peligroso que muchos de sus predecesores habían jugado y perdido. Pero él era diferente porque Ra lo había dotado con la habilidad de detectar a sus enemigos al igual que la de detectar a sus aliados.
Es por eso que ese tipo le arruinaba todo. Era incompresible que aun habiendo actuado en contra de sus deseos el tipo no le causara mala impresión. El desdichado bastardo le decía cosas poco dignas y al poco tiempo le declaraba su amor.
¿Qué clase de bicho era ese tan raro? Lo odiaba. Le causaba repugnancia. Sobre todo porque… sus instintos siempre le habían dicho que podía confiar en él. Cosa imposible de aceptar. ¿Y es que como el faraón de Egipto podía tener algo de confianza con un simple esclavo? Se preguntó el ojos azules levantándose molesto de su asiento mientras miraba a la causa de sus desdichas, de su insatisfacción, a la piedra que estorbaba en su camino. Debería…
Joey se removió en sueños justo entonces y de sus labios salió un sorpresivo nombre.
-¡Seth!—
El susodicho se lo quedó mirando espantado. ¿Había oído bien?
El otro como si quisiera disipar sus dudas exclamó nuevamente--¡Seth!—mientras se removía de costado en sus sueños y una arruga se había formado en su entrecejo.
El castaño se acercó y lo miró quieto por un instante antes de que su mano sin propósito antes se alzara hacia su mejilla y la rozara con la punta de sus dedos mientras su amo se preguntaba en que estaría pensando el otro. No lo pensó dos veces antes de hincarse en una rodilla y probar de nuevo sus deliciosos aunque ásperos labios.
Los ojos mieles se abrieron con el contacto y fijaron su melada vista en los mares nórdicos--¿Tú?—casi era irrespetuosa esa pregunta.
¿A quien esperabas? ¿A tu amigo?—preguntó con media sonrisa el faraón.
¿Asula?—preguntó el otro recordando y medio levantándose con una mueca por sus heridas--¿Qué le hiciste ahora?—
El otro miró al casi indefenso rubio—¿Sabes? Esto se me hace familiar. ¿Acaso me rogarás por él? ¿Qué piensas darme por su vida?—preguntó el arrogante monarca agarrando la barbilla del otro que la sacudió violentamente para soltarse.
¡No pienso darte nada!—dijo el esclavo.
¿Quieres que te explique que métodos puedo usar para poseer lo que quiero?—preguntó el castaño agarrando con fuerza la garganta esta vez.
¡Puedes hacer lo que quieras! ¡Puedes incluso matarme pero no volveré a acostarme contigo jamás!—dijo Wheeler.
¿En serio?—preguntó como dudándolo Kaiba.
Joey no se contuvo—¡Si, ya lo he decidido! ¡No volverás a entrar en mi cuerpo ni en mi cabeza! ¡Nunca más!—dijo el melado volteando la cara y cerrando los ojos para no verlo pues sus heridas habían menguado sus fuerzas y sabía que de querer el otro podía hacer lo que le placiera con él.
¿Por qué puede ser tanta fiereza? ¿Será porque quiero más a Yukito que a ti?—preguntó el ojos azules removiendo la espina en el corazón del melado que aun contra su voluntad demostró cuanto le dolía el comentario.
Una mano tomó su mentón y lo llevó en dirección a los labios del faraón. Después de besarlo ampulosa y lentamente el castaño le dijo con los labios rozando los del melado--¡Creí que te lo había dejado claro esclavo! ¡Tú eres mío, no yo tuyo!—
¿Entonces porqué no me dejas en paz de una maldita vez?—preguntó el melado con mirada dolida y aferrando fuerte los hombros de aquel que sacudía.
Ambos se quedaron mirando.