Él no era el favorito ni nada. Un hijo de una de las esposas inferiores del faraón. La quinta. Su esposa por un tratado con un mercader, de procedencia dudosa pero muy hermosa. Apenas tenía doce años cuando se casó con el Faraón de Egipto que contaba con 22, era apuesto pero no tenía más que un vago interés físico en la exótica figura de la pequeña Kisara. A los trece tuvo el único hijo que tendrían los dos juntos y el hijo 15 de la casa de Kaiba.
Nadie tenía expectativas sobre él excepto que se convirtiera en escriba o sacerdote. Cuando tenía diez años todo cambió de pronto. Esa noche él estaba durmiendo en uno de los cuartos alejados de palacio donde su madre había ubicado un dormitorio para él desde hacía poco para que tuviera su privacidad. Probablemente por eso no se abatió sobre el joven Seth lo que atacó a su casa cual veloz ráfaga, abatiendo a sus 14 hermanos, a su padre y todas sus esposas, inclusive a su madre.
Lo que para el ojiazul era parte de un sueño era el beso nocturno en la frente que recibiera de su madre aquella noche mientras dormía que no sabía que había sido real. Escapando de la muerte que la perseguía la progenitora había ido a la habitación de su niño dormido a asegurarse de que estaba bien y como despedida depositó un beso en la cetrina piel de su hijo, al que consideraba su único tesoro. Luego se desvaneció en el aire, pues un alma solo puede permanecer poco tiempo con apariencia suficiente junto a su deseo. El cuerpo de ella en realidad yacía varios metros más lejos entre los cuerpos ya sin vida.
El dragón dorado de Ra inició su vuelo de captura sobre el faraón de todos los egipcios. Joey vio la monstruosa bestia dirigirse hacia ellos y actuó por instinto. Lo más preciado nos obliga a veces a actuar contra los básicos instintos y eso fue lo que hizo que el joven centurión se lanzara frente a Seth, tapando con su cuerpo la amenaza mientras lo obligaba a caer hacia atrás. Sin darse cuenta el ojos azules lo estaba abrazando protectoramente. Los instintos tienen formas de hablar que las palabras nunca podrían contar.
Sentir su fuerte abrazo para el melado fue sorprendentemente reconfortante. Su corazón latió a mil aún sabiendo sobre la muerte segura que se abatía sobre sus cabezas y alzando su boca besó al otro que correspondió de manera totalmente apasionada tal vez por entender lo mismo. Que esa sería la ultima vez que podrían hacerlo en esa vida.
De pronto sintieron como una sombra los envolvía tapando el sol y se prepararon mentalmente para la muerte mientras no se alejaban del otro, luego un estruendo los paralizó por un momento y al abrir los ojos y verse miel y azul se preguntaron que había pasado y mirando en la dirección de la que provenía la sombra y donde cabría esperar a su verdugo alzando sus fauces se encontraban dos, pero no en plan de atacarlos sino que enfrentados. El otro era del puro color del marfil con ojos como zafiros y la ferocidad de un león entrampado.
Seth miró con asombro a la poderosa bestia como así también Joseph que no podía ocultar su impresión. El sacerdote de Amon-Ra miraba a la bestia con el ceño fruncido. Esa bestia era suya. ¿Cómo era posible que atacara sin su orden y a él mismo? ¡Esa mal…! Se interrumpió a la mitad del pensamiento con la atroz sensación de saber lo que presenciaba. ¿Podía ser que…? Esa bestia era más pequeña que su dragón de Ra pero le hacía frente con denodado valor. ¿Acaso no parecía una madre defendiendo a su cachorro? Y de sobra sabía que entre sus bestias debía contar con una que fuera la esencia de ella, así que ese dragón blanco era la madre de su primo. Tal vez ese acto de amor más que ninguno lo sorprendió y luego por el rabillo del ojo observó un movimiento y miró en seguida para ver como su hermano algo confundido se erguía sobre sus pies poniéndose al alcance de la feroz batalla.
Por primera vez el ojivioleta mayor se preguntó si todo eso valía el riesgo y al ver la mirada de preocupación en los ojos de su hermano y luego de alivio al verlo sacó sus conclusiones.
¡Retírate, dragón alado de Ra!—exclamó de pronto Yami Atem y los dragones de mala gana y mostrándose los dientes se separaron. El dragón de Ra volvió a las profundidades de la tierra mientras el blanco se acercó al faraón olfateándolo, mientras el hermano de Yami corría hacia él. Seth por instinto reculó ante el animal que pareció sentir el miedo del otro como una herida.
Joseph vio su expresión--¡Él nos defendió!—dijo al faraón mientras aun se agarraba de la ropa del pecho de Kaiba.
Aunque digas eso no me fío de esas bestias y menos si actúa por capricho—contestó el castaño.
Tú lo llamas capricho, yo instinto maternal—le habló su enemigo dejándolo confuso al principio antes de que el nada bobo Seth atara cabos.
¿Te refieres…?—preguntó el ojos azules mirando a la enorme bestia.
Parece que la fuerza vital de tu madre no te abandonaría—contestó el ojivioleta y entonces Kaiba recordó la última sensación materna y como hipnotizado alzó su mano hacia ella que bajó el hocico para tocar con este la mano extendida.