Ambos cabalgaban. Joey llevaba al niño pues era lo mejor dado que ambos se conocían. Mientras este se sostenía de su cintura el rubio miraba con cuidado en derredor. Cabalgaban por las inmediaciones de la ciudad cuando sus ojos descubrieron a un grupo de tres soldados y ellos se guarecieron tras un gran baobab mientras desmontaban.
¿Qué me dices?—preguntó el melado a su compañero mientras el príncipe los miraba atentos esperando la oportunidad de dar aviso a los guardias. Sabía muy bien de su situación y porque le debía una al rubio se había quedado callado hasta el momento pero la idea de ser llevado lejos de su padre ahora que lo necesitaba más que nunca se le hacía difícil de aceptar.
Creo que podría ser—respondió el pelinegro observando por el otro lado del tronco al trío.
Mentalmente Mokuba dijo que lo sentía por Joey mientras en un descuido de estos entró a correr hacia el grupo pidiendo ayuda. Joseph y Asula miraron al niño correr.
Es un niño listo—dijo Asula.
Joseph lo miró a él sonriendo--¡Aja! Es mejor que montemos rápido. ¿No te parece?—preguntó.
¿El niño no te preocupa?—preguntó Kin Omoto.
¡Na!—contestó el otro mirando al niño mientras les explicaba a los soldados quien era y que hacía ahí con grandes ademanes—Cuando se enteren lo llevaran directo con su padre pues les espera una gran compensación. Ahora estamos por nuestra cuenta—
¿Cuándo no ha sido así?—preguntó el ojos azules con una sonrisa cómplice.
El ojos azules miró su habitación presa de una incontrolable ira. Agarró un cántaro grabado que había pertenecido por generaciones a su familia y lo estrello con furia contra el suelo. Bufaba de impotencia y humillación. En su propia casa había sido abofeteado por el destino y encima ese idiota se había atrevido a llevarse a su hijo. ¡No! ¡Se negaba a perderlo otra vez! Su cuerpo vibraba con la intensidad de su frustración e impotencia. Agarró el casco de oro que descansaba en una mesa cerca suyo y poniéndoselo mientras agarraba su capa de hijo color arena se marchó.
¡El mundo sería maldito antes de que él fuera derrotado por el estúpido destino! Se juró mientras caminaba decidido hacia la salida. Los guardias trataban de seguirlo discretamente pues su mirada no auguraba nada bueno.
Salió del edificio por la puerta trasera cosa que nunca había hecho pues era donde recorrían los sirvientes y las mercancías, de inmediato agarró un corcel cualquiera que estaba amarrado a la estaca de la servidumbre, era un caballo de guardia por sus aparejos.
¡Mi faraón! ¡Espere! ¡Traeremos su…!—dijo uno de los guardias asombrado al ver aquello pero el otro dio rienda suelta al animal luego de espolearlo y lo dejó con la palabra en la boca. Los guardias del faraón se apresuraron a encontrar cabalgaduras y seguir al impetuoso líder de los egipcios.
Ambos cabalgaban a paso lento ya que habían conseguido ganar el desierto y eso los tranquilizaba. Los ojos del rubio miraban la arena a recorrer con mirada vacía.
¿Estas pensando en volver?—preguntó el pelinegro.
¡Sí! ¡Con un florero en la cabeza!—dijo con ironía el rubio mirándolo mal.
Solo preguntaba. Es que te ves tan solitario y perdido. Estas peor que cuando nos conocimos—dijo el pelinegro.
¡Deja de burlarte de mí!—dijo con hastío el rubio antes de volver sus ojos al camino.
No me burlo. Va en serio. Puedo sentir como te desgarra la idea de dejarlo para siempre—dijo el ojos azules mientras atisbaba las manos del otro apretarse en la rienda.
¡Son figuraciones tuyas! ¿Por qué querría volver con un tipo que me humilla y que no se acuerda de mí sino es para maltratarme?—preguntó el melado mientras en ese momento recordaba como lo abrazó para protegerlo del dragón. Sentía un extraño resquemor en su interior.