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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo:

ADVERTENCIAS: como de costumbre, los personajes están muuy OOC, existen escenas de violencia física y crueldad.

Gracias a todas las personas que se han tomado la molestia de leer esta historia, en especial a Cyberia, Hekate y Torres CJ, gracias chicas!!!

Y ahora pasemos a la historia je je je

 

 

Luego de lo sucedido en Piscis, Milo pasó una semana entera encerrado en su templo, sin salir para nada, hasta que una orden directa de la diosa en persona le obligó a salir de su templo para presentarse en el templo principal a hablar con la diosa de "asuntos de urgente y delicado trato". No se imaginó que podía ser, la diosa no era afecta a su presencia, ni él a la de ella.

 

Se había levantado más temprano que de costumbre. Se dio una ducha helada y se armó de paciencia para enfrentar lo que fuera que la diosa tramaba. Luego de cepillar su larga melena como solía hacer al salir de misión, se vistió con una de esas túnicas que solía usar solo en las grandes ocasiones.  Ataviado con una túnica negra, abandonó su templo con lentitud. Desde la muerte de Afrodita solo usaba ese color.  Atrás habían quedado las inmaculadas túnicas blancas que portaba aún en sus misiones.

 

Estaba casi seguro de que alguien moriría, bien podía ser que le enviaran a liquidar a alguien, de no ser así, el mejor motivo que se le ocurría para que la diosa quisiera hablar con él en persona era que estaba lista para echarlo de la orden. En cualquier caso, fuera cual fuera el motivo de la llamada, tendría tiempo para reflexionar acerca del sentido que pensaba darle a su vida en lo sucesivo.

 

La diosa le recibió de inmediato. Notó a Saorí nerviosa, y es que Milo era imponente, enfundado en aquella túnica tan negra como la noche y esos tres medallones colgando de su cintura. Aún siendo una diosa, Saorí no podía dejar de pensar que el hombre que se hallaba de rodillas ante ella mirándola con fría indiferencia era uno de los más terribles asesinos que la orden de Atenea había producido.

 

Como preparación a esa entrevista, Saorí había leído los archivos del santuario en busca de información acerca de Milo de Escorpión, información que le ayudara a hacer entender a ese hombre su idea.  No había podido encontrar mucho, solo que el griego provenía de una familia acaudalada venida a menos en un mal movimiento financiero, que había perdido a su madre al nacer, que su padre había muerto en un naufragio y que había sido recluido junto a sus dos hermanos mayores en un orfanato de Atenas del que había sido extraído para unirse a la orden.

 

Parecía que el griego evadía cualquier intento por averiguar más de él o de su pasado, viniera de donde viniera, hasta donde sabía, nadie en el santuario sabía mucho de él, ni siquiera los más cercanos.

 

Recordó no sin cierto resquemor, la alarma que  había causado entre los especialistas que realizaron pruebas psicológicas a todos los santos las respuestas que en el cuestionario respectivo el griego había proporcionado a las preguntas ¿qué me gusta? ¿qué no me gusta? En ambos casos, el rubio había respondido anotando una sola palabra en el espacio respectivo. Nada. Le habían dicho que  lo mejor y más recomendable era, sin lugar a dudas, separarlo de la orden, ofrecerle el retiro o lo que él quisiera pues era realmente peligroso, un problema en ciernes. Alguien como él no tenía cabida en una orden como la de Atenea.

 

No podía entender a Milo, ni por qué veía con tanta naturalidad el oprobioso acto de asesinar por encargo a un semejante. Había algo en él tremendamente oscuro, algo que crecía y se expandía lentamente, algo que inspiraba franco temor.

 

Milo leyó en los ojos de la joven que ella le percibía como alguien realmente  ininteligible. No le dio importancia, para él, esa mujer ya no significaba absolutamente nada. Detectó el deje de preocupación atribuible a su reciente conducta. Supuso que esa preocupación solo podía deberse a que la diosa estaba a punto de comunicarle algo que seguramente no sería agradable a sus oídos.

 

Saorí le indico sentarse en un diván cercano al trono en el que se hallaba sentada. El griego obedeció por inercia. Se miraron  a la cara. Milo la percibió como una niña confundida queriendo gobernar a un puñado de hombres cuya única ambición en la vida era ver el día siguiente, hombres que habían abrazado el deber y la devoción a la diosa como la única salvación a la oscuridad de sus vidas. Él había sido como ellos, y ahora no le quedaba  nada a que aferrarse, salvo el recuerdo de Afrodita que al parecer todos querían arrancarle. En ese momento se sentía tan desvalido como la muchacha sentada frente a él. Ninguno de los dos tenía la menor idea de cómo lidiar con aquello. Se dijo que mientras él tenía que lidiar con sus iguales, esa chica debía lidiar con seres extraños, plagados de dolor, con asquerosos pasados que no podían olvidar, seres que jamás volverían a ser normales.

 

--- Milo, debemos hablar. --- dijo ella, Milo se irguió con toda su majestuosidad ante la diosa, Saori no pudo evitar el pensamiento de que los dorados eran seres verdaderamente impresionantes, hermosos, imponentemente poderosos... y ese que tenía frente a sí, verdaderamente aterrador con esa mirada vacía y ese rostro imperturbable. --- Debo comunicarte algo importante, he querido hacerlo yo misma por tratarse de un asunto sumamente delicado. --- los opacos ojos del griego se fijaron en la muchacha.

---  ¿Es sobre mi trabajo?

--- Si, en efecto.

--- ¿Estoy haciéndolo mal? --- su forma de hablar y esa pregunta solo inquietaron aún más a la diosa.

--- No, pero he decidido que no debes continuar haciéndolo solo.

--- ¿Insinúa que tendré nuevos compañeros? --- dijo el rubio, con un movimiento tan rápido como inconsciente, aferró los tres medallones que pendían de su cinto.

--- Así es.

--- Me niego a algo semejante. --- dijo el escorpión, la voz de ese hombre puso a Saorí los pelos de punta.

--- Te lo estoy informando, no estoy pidiendo tu opinión.

--- Ni yo esperaba que lo hiciera, sólo le manifiesto mi inconformidad de una forma civilizada. Hasta donde sé, aún soy dueño de  mis pensamientos.

--- Sabes que no puedes oponerte.

--- Señora, ¿cuándo me he opuesto a sus órdenes? --- dijo Milo, Saorí no atendió a la provocación del griego --- Creo que me basto solo para desarrollar mi labor. No he fallado ni he dejado de cumplir con cada misión que se me asigna, sea cual sea ésta.

--- Debes comprenderlo, no puedes estar siempre en todas partes. Son tiempos agitados, compréndelo.

--- No necesito explicaciones señora. Sé que lo que opine al respecto le tiene sin cuidado y que si quiere rodearse de asesinos lo hará. Sí era todo lo que quería tratar conmigo... le  pido su permiso para retirarme. - el rubio hizo ademán de ponerse de pie, con los ojos fijos en la deidad.

--- Aún no Milo... aún debo presentarte a tus nuevos compañeros. --- dijo la joven, Milo la miró y en un ademán francamente desafiante, cruzó los brazos sobre el pecho. A una señal de la diosa, las puertas se abrieron para dejar entrar a dos jóvenes santos de plata. Ciertamente no sentía curiosidad alguna, más bien era una sensación de fastidio abriéndose paso por su ser. Ahora si que las cosas se iban a poner difíciles, además de hacer el trabajo tendría que cuidar a ese par de niños ilusos. Le bastó mirarlos para saber que no tenían lo necesario para ser asesinos, les faltaba el temple y la sangre fría que todo ejecutor debía poseer. --- Milo, ellos son tus nuevos compañeros, Ligia de Casiopea y Khalil de Orión. --- dijo la diosa, el dorado ni se inmutó, simplemente los miró con fría indiferencia. Estaba seguro de que después de la primera misión ese par seguramente solicitaría ser dado de baja.

 

En cuanto esos pensamientos comenzaron a rondar por su mente, se frenó a sí mismo. Por lo que a él respectaba, el mundo podía caerse a pedazos y él no movería un dedo. Sí esos dos querían arruinar su vida, no era asunto suyo.

 

--- A partir de hoy comenzaran a trabajar como un equipo. --- siguió diciendo la diosa. Milo permaneció inmóvil en su asiento. Toda esa situación se le antojaba irrisoria, habría reído de no ser porque estaba sinceramente indignado, ¿cómo esperaba esa mujer sustituir a Afrodita y Death Mask con ese par de inútiles?

 

La diosa los despidió luego de una charla a la cual el rubio no atendió ni por un segundo. Decidió que lo mejor era volver a su templo inmediatamente. No le hacia gracia tener que permanecer ahí con esos dos y mucho menos tener que trabajar con ellos. Los más jóvenes contemplaban al ya veterano ejecutor con cierta fascinación, cosa que disgustó a Milo.

 

El griego no se dignó siquiera a mirarlos, mucho menos a hablarles. Se volvió a su templo con gesto sombrío y hostil, mismo que bastó para desalentar cualquier avance que sus nuevos compañeros hubieran podido intentar.

 

No le gustaba nada aquella situación. Le resultaba increíble e insultante que esa mujer insistiera en tener más ejecutores. Tal vez no era consciente de que con eso solo conseguiría arruinar dos vidas más.

 

A Milo le quedaba claro que existía una enorme diferencia entre ser simplemente un santo y ser un ejecutor. El santo común y corriente se limitaba a realizar  algunas misiones, nada que requiriera matar a menos que la situación se tornara extrema, a diferencia del ejecutor, cuyas misiones consistían básicamente en matar. Por eso era que no todos podían ser ejecutores, y estaba seguro de que esos dos muchachos terminarían por sucumbir ante el peso de su ocupación.

 

La primera misión real se efectuó dos semanas después. Tenían órdenes de acudir al África, a un pequeño país que atravesaba una crisis interracial. Se mataban entre ellos solo por pertenecer a distintas tribus. Se suponía que iban en una "misión de paz", lo que a ojos de Milo solo significaba que debían matar a los líderes de la revuelta que fuera necesario quitar de en medio.

 

Las órdenes estaban dadas, lo único que quedaba era cumplirlas.

 

Arribaron al día siguiente a aquel recóndito país. Era un sitio deprimente, infestado de miseria, material y humana. A penas llegar se enfrentaron a escenas francamente espeluznantes.

 

Atardecía cuando arribaron al sitio en el que se encontraba el primero de sus blancos. Caminaban lentamente, Milo por costumbre y los otros dos por lo impresionados que estaban ante lo que les rodeaba. Escucharon un gemido apagado. Aquello no sonó extraño a los oídos de Milo, pero si a los de los nuevos ejecutores. Ninguno de ellos había escuchado jamás una voz tan desgarradora emanar de una garganta humana.

--- Caminen. --- dijo Milo al ver que se detenían.

--- Pero... --- dijo Khalil.

--- He dicho que camines. Está agonizando, lo más que puedes  hacer es ayudarle a que no sufra demasiado acabando con su vida rápido.

--- ¿Cómo sabes todo eso? --- dijo Ligia un tanto incrédula.

--- Con el tiempo uno aprende a identificar esas cosas. --- dijo el rubio sin inmutarse.

--- ¡Dioses! --- gritó Khalil al ver emerger un brazo ensangrentado de una fosa al lado del camino.

--- Caminen. --- fue todo lo que dijo Milo antes de proseguir la marcha.

--- Necesitan ayuda. --- dijo Ligia con voz quebrada.

--- No voy a detenerme... sí ustedes quieren quedarse y jugar a los samaritanos, adelante, tengo mejores cosas que hacer que jugar a la niñera. - dijo y siguió andando.

--- Tal vez podamos salvarle. --- dijo Khalil.

--- Tal vez podamos salvar más si detenemos al líder. --- dijo Milo --- Hagan lo que quieran... a decir verdad no me  importa, yo mismo me encargaré de todo. --- el griego apretó el paso y pronto los dejó atrás.

 

A lo lejos divisaba el lugar a donde debía ir y matar al primero de los hombres que se le había ordenado eliminar.  Las órdenes eran simples y claras, buscar y destruir...

 

Estaba oscureciendo, alcanzó a ver a un grupo de hombres que estaban matando a golpes a una familia de la otra tribu. El padre ya había muerto, mientras que la  madre agonizaba intentando proteger con su herido cuerpo a un niño de no más de  un año. El pequeño ya estaba muerto. Sus ojos opacos y vidriosos, su cráneo destrozado, daban evidencia de ello.

 

Se aproximó, con gesto neutro y una pasmosa calma. Alcanzó a comprender algo de lo que decían.

--- Vamos, acabemos con ellos de una vez, estoy aburriéndome. - dijo uno.

--- ¡No! ¡No! ¡Con eso no! --- dijo otro al ver que un tercero le apuntaba a una de las mujeres que aún estaba viva con un arma.  --- No desperdicies balas, además, deben sufrir y mucho. --- dijo mientras desenfundaba un machete.

 

Ni siquiera tuvieron tiempo de mirar su rostro. No les dio oportunidad de nada. Pronto los acabo, con furia y saña. Pronto dio con ese hombre al que le habían ordenado matar. No tenía que ser rápido se dijo...

 

Se quedó quieto contemplando los cadáveres... percibió algo en los alrededores, un cosmos, no muy poderoso, pero si superior al de los humanos normales. Se acercó lentamente al sitio del que emanaba esa energía. Percibió ese cosmos alterado y ciertamente temeroso. Localizó la fuente sin problemas. Se trataba de una niña que a lo sumo contaría con siete años.  Sus ojos intensamente negros, perdidos en el temor, en el hambre, le  hicieron recordar el orfanato y sus privaciones.

--- No me mates. --- dijo la niña en su lengua natal. Milo solo la miró en silencio. La niña no dejaba de mirarlo, de temblar. Milo contempló sus manos manchadas de sangre y supo que él debía resultarle tanto o más atemorizante que esos hombres a los que él había matado con sus manos.

 

Intentó explicarse, hilar alguna frase coherente en el idioma de la niña... pero esos ojos que reflejaban un alma quebrada le arrebataron el habla.  Se limitó a abrirle los brazos y la pequeña se refugió en ellos. La sacó de ahí obligándola a no mirar. La niña se echó a llorar en sus brazos.

 

Lentamente el griego volvió sobre sus pasos para reunirse con Khalil y Ligia. Los halló a la orilla del camino, haciendo lo posible por ayudar a los sobrevivientes. Pasó de largo junto a ellos sin ocuparse de avisarles nada. Se dijo que ellos lo encontrarían tarde o temprano. Lo único que importaba en esos momentos era la niña que sollozaba en sus brazos.

 

Recordó que habían pasado por una misión de camino a su objetivo, se dirigió allá esperando poder dejar ahí a la niña. Comenzaba a dudar acerca de si debía notificar al santuario de lo que había notado en ella o mantenerse callado. Esa niña bien podía llegar a ser santo de plata con la guía adecuada.

 

"Con un buen maestro llegaría lejos... "

 

Pensó mientras avanzaba con lentitud hacía la misión. Al llegar a ella se dirigió al único edificio. Los ojos asustados de más de uno se posaron en él. No le dio importancia, tenía cosas que hacer antes de volver a Grecia. Llegó a la misión y llamó a la puerta de lo que parecía ser la oficina.

 

Una de las monjas de la misión le recibió.

 

--- Buenas noches. --- dijo en un perfecto francés.

--- Buenas noches. --- le respondió la monja, estaba asustada.

--- Quiero que se ocupe de esta niña, volveré por ella en unos días para llevarla conmigo a Grecia, mi grupo y yo somos parte de una misión de paz. --- dijo con voz neutra y plana.

--- Entiendo. --- dijo la monja cuando el griego puso en sus brazos a la pequeña.

--- Volveré cuando mi trabajo haya terminado. --- dijo mientras ensayaba una ruda caricia en la mejilla de la niña. --- Cuando regrese, irás conmigo. --- dijo el rubio. La niña no le respondió más que con un movimiento de cabeza.

 

Milo se alejó sintiendo los ojos de la niña sobre él. Ante eso, solo esbozó una sonrisa, desdibujada y forzada como casi todas las suyas, pero al fin y al cabo sincera.

 

Se alejó a paso lento, como disfrutando de la tensa calma de la noche en la que de vez en cuando podían escucharse disparos. Se preguntó por cuanto tiempo más soportaría aquello, si era lo mejor continuar o dejarse caer definitivamente. No quería más esa vida...

 

--- ¡Espere! --- escuchó gritar a una mujer. Giró el rostro y se topó con una mujer joven ataviada con el mismo hábito que la religiosa con la que había dejado a la niña. Milo se detuvo bruscamente cuando ella le sujetó por el brazo.--- Espere. --- repitió ella. Los ojos de la monja se posaron en él y le halló distinto al común de los humanos, le encontró aterradoramente impresionante. Había algo en él capaz de asombrar y atemorizar al mismo tiempo.

--- ¿Qué sucede? --- dijo él. Su eternamente apático rostro llamó poderosamente la atención de la monja. Definitivamente no era como otros que hubiera visto por ahí. Parecía inmune a todo lo que sucedía, al horror que les rodeaba. Era joven. Más joven que muchos de los hombres que había visto llegar con las misiones de paz, tan frecuentes por esos días.

--- No es nada... solo quisiera saber algo.

--- Ciertamente no tengo muchas respuestas. --- dijo el griego con apatía.

--- ¿Tiene compañeros?

--- Los tengo, pero se encuentran... atendiendo otros asuntos. --- dijo sin mirar a la mujer.

--- Quisiera pedirle algo... --- Milo simplemente la miró sin imaginar lo que  cruzaba por la mente de la religiosa. Ella no sabía que palabras eran las adecuadas para convencerle y la expresión vacía del hombre frente a ella no ayudaba en nada.

--- ¿Qué es lo que quiere? --- dijo Milo con fría indiferencia.

--- No se vaya... cuando ustedes se alejen, los paramilitares vendrán aquí a buscar a los que se han refugiado con nosotras y los matarán.

--- Mi trabajo esta hecho, debo continuar, además, tras de nosotros viene Naciones Unidas. No hay manera de que permanezca aquí. --- la mujer le miró con incredulidad, ese hombre no podía ser tan insensible. --- Le aseguró que esa gente no les molestará más. --- dijo el griego con serenidad ---  Sin una cabeza que los dirija estarán tan desorganizados que no significaran peligro alguno para nadie. --- se dio media vuelta y siguió su camino.

 

Antes de seguir con el próximo objetivo, Milo se dio a la tarea de aniquilar a cuantos paramilitares logró localizar. Se dijo que con eso hacía suficiente para mantener a salvo a la gente de la misión en tanto los cascos azules arribaban a la zona.

 

Una semana después volvieron al santuario, Milo llevaba consigo a la niña que había rescatado de aquella aldea. Sus compañeros lo seguían escuchando la conversación que el griego sostenía en francés con la pequeña.

 

--- ¿Viviré contigo? --- dijo ella.

--- No, te enviaré a un sitio donde cuidarán de ti. --- dijo el rubio con voz plana.

--- ¿Te veré de nuevo?

--- No lo sé... sí tú quieres... --- susurró. --- El lugar donde yo vivo no es adecuado para una niña.

--- ¿Volveré algún día a mi pueblo?

--- Dentro de unos años... cuando estés lista.

--- ¿Aquí me harán fuerte como tú?

--- Si.

--- Entonces no me iré nunca. --- dijo la pequeña apoyando su cabeza en el hombro de Milo.

 

Ni Khalil ni Ligia se reponían aún del horror presenciado en África. Ninguno de los dos entendía como era posible que Milo se mantuviera impasible aún después de eso.

 

Milo dejó a la niña en su templo, luego siguió rumbo al templo del patriarca para presentar su informe.  Después de presentar ese documento que consideraba inútil, se dispuso a retirarse a su templo. Ligia y Khalil lo miraban con insistencia, decidió no darle importancia. Finalmente fue Khalil quien lo enfrentó.

--- ¿Cómo puedes con esto? --- dijo no sin cierto dolor. Milo se limitó a mirarlo. No hablaría, no daría explicación alguna.

--- Después de lo que vimos, ¿no tienes nada que decir? --- le espetó Ligia.

--- Todo lo que tengo que decir se resume en una frase, no se metan en mi vida. --- dijo y se alejó sin más.

 

Aún si no lo mostraba, estaba furioso, ¿qué tenían esos dos en la cabeza como para hacerle esa clase de preguntas absurdas? ¿De donde sacaban agallas para verbalizar tantas estupideces? No sabían nada de él y se atrevían a juzgarle, a condenarle por protegerse de aquel horror de la única manera que conocía.

 

Nadie tenía idea de cómo se sentía ante lo que había visto. Nadie sabía la furia y la impotencia que sintió al toparse con aquellas imágenes de niños, mujeres, ancianos y hombres desmembrados, lo que había sentido al hallar esos ojos vidriosos, fijos y repletos de terror.

 

Agitó la cabeza para borrar esos pensamientos de su cabeza.

 

"Te estás ablandando... te estás quebrando, y eso no es bueno." Pensó mientras se dirigía a Escorpión.

 

Tenía que admitirlo, lo que viera en África le había inquietado. Especialmente lo sucedido con la niña a la que había rescatado  de morir destazada por esos hombres. Ni siquiera se explicaba como había decidido llevarla a Grecia.

 

Se tomó un momento para llevarla al hogar de los huérfanos, le habían ordenado hacerlo, no confiaban en que pudiera cuidar de ella.

 

Al llegar a su templo no supo como exactamente dirigirse a la niña, quería que entendiera como sería su futuro. Se tomó su tiempo para explicarle a la pequeña donde iría y con quien, la dejó en el sitio designado por los encargados  sin mencionar siquiera lo que sabía acerca del cosmos de la pequeña. Esperaba que ella no volviera a manifestarlo, que nadie lo notara, pero sabía, en el fondo, que era demasiado pedir.

 

Abstraído en sus pensamientos se dirigió de vuelta a Escorpión. Una vez ahí, se hizo con una botella de vino y se dirigió al cementerio. Bebió al pie de la tumba de Afrodita.

 

--- Milo... eres un imbécil... te estás ablandando, te estás haciendo viejo...  sí, eso es lo que me dirías si estuvieras vivo. --- dijo como si Afrodita pudiera escucharlo.  --- Aunque ahora no sé quien de nosotros está más muerto... --- dijo en voz alta. De sobra sabía que no era bueno pensar en aquellos que se relacionaban de cualquier manera con sus misiones. No había cabida para ninguno de ellos en su mente ni en su vida.

 

Al poco rato estaba ebrio, reía y lloraba, maldecía una y otra vez su suerte por apartarle de Afrodita. Apoyó la mejilla en la fría superficie de mármol de la tumba de su amante  y lloró su desventura.

--- Un año... un maldito año sin ti... --- susurró.

 

¿Por qué todos le miraban con extrañeza? ¿Por qué el único ser que parecía ser capaz de descifrar sus estados de ánimo había muerto? ¿Qué había de malo en él como para que siempre terminara solo?

 

Respiró profundo un par de veces, buscando con ese acto serenarse. Bebió un poco más. Ya no quedaba prácticamente nada de él y no sabía si podría reconstruirse. Se dijo que lo único vivo en él era su cuerpo. No había nada más.

 

En el templo de  Virgo, Aioria sostenía una partida de ajedrez con Shaka. Había percibido el alterado cosmos de Milo y se debatía entre el deseo de ir en su busca y el permanecer donde estaba debido a los acontecimientos recientes.

--- Tranquilízate... esto debe enfrentarlo solo, estará bien. --- dijo Shaka mientras movía una de sus piezas. --- Tienes que darle tiempo de entender lo que le está sucediendo para poder adaptarse a la nueva situación.

--- ¿Es que no te das cuenta de lo mal que esta?

--- Lo sé, sé que esta derrumbándose de a poco, sin embargo, sé que crees que deberías estar ahí. --- dijo Shaka --- Pero Milo esta en lo cierto cuando dice que no es igual al resto de nosotros. Y no es porque él sea ejecutor, sino porque  él no sabe identificar con precisión lo que siente. Aún si no lo dice, es claro que tiene sentimientos y emociones, sentimientos y emociones que ha reprimido desde que llegó a la orden, como una forma de protegerse. Para él no es fácil expresar que tiene sentimientos, su maestro solía ser brutal con él, le obligó deshacerse de todo rastro de humanidad para no sufrir. Erebo le obligó a reprimir aún los pensamientos, a suprimir toda emoción; y las pocas que Piscis logró despertarle, solo se las mostraba a él en una forma que solo entre ellos dos tenía cabida. Ahora tiene demasiadas emociones que no puede etiquetar y eso lo confunde aún más de lo que ya estaba a raíz de la muerte de Piscis. Si acudimos a él en este momento solo conseguiremos confundirlo más.

--- No estoy de acuerdo contigo. --- susurró Leo. Bajó el rostro con preocupación, él había hecho exactamente eso, confundir a Milo.

--- ¿Sucede algo Aioria? --- le dijo Shaka. Aioria le contó lo sucedido días atrás entre él y Milo, la forma en que Milo había terminado por quebrarse y lo sucedido en Piscis.

 

Shaka pudo notar lo avergonzado que estaba Aioria. El orgulloso y altivo Leo se mostraba frágil y confundido, inclusive asustado por los sentimientos que Escorpión despertaba en él. Shaka creyó firmemente que ese amor era precisamente la tabla de salvación que ambos necesitaba. Pero no estaba del todo seguro de que Milo lograra olvidar a Afrodita.

 

Los días pasaron y Milo parecía ser el de antes, el bloque de frialdad e indiferencia que había aparecido años atrás vistiendo la armadura de Escorpión ante el asombro de más de uno pues era a quien menos posibilidades de conseguirla se le concedían.

 

Con el paso de los meses, Milo parecía admitir un poco más la cercanía de Aioria. Aparentemente había conseguido superar lo sucedido entre ellos, y había decidido que no era tan mala la cercanía con el quinto custodio.

 

Su relación era ciertamente sui generis, no podía decirse que fueran amigos pues compartían el lecho de vez en cuando, pero no podían llegar a ser calificados de amantes pues fuera de ciertos roces, no podía asegurarse la existencia de tal vínculo. Algunas noches Milo bajaba a Leo y pasaba ahí la noche; por la mañana podía vérsele salir de ahí con la frente bien alta y sin esconderse de nadie.

 

Aquella había sido una de esas mañanas en las que Milo se levantaba presa del insomnio y se paseaba por la cocina limpiando todo aquello que estaba a su juicio sucio. Aioria lo escuchó deambular, en un estado de semi vigilia alcanzó el reloj y vio que eran las tres de la mañana.

 

De mala gana se dirigió a la cocina dispuesto a hacer volver a su compatriota al cálido lecho. Lo halló concentrado en fregar algunas cacerolas que ni siquiera recordaba poseer.

--- Deja eso, Lythos lo limpiará.

--- Siempre dices lo mismo y esa chiquilla lo único que hace es servirte de sombra y mensajera. --- dijo el rubio sin abandonar su tarea.

--- Aún así, tú no tienes porque hacer eso.

--- No puedo dormir otra vez, mejor esto que revolverme en la cama. --- dijo Milo mientras se hacía con otra cacerola.

--- No me dejas dormir.

--- Ah, vaya. --- dijo el rubio con su habitual indiferencia. Aioria le vio dejar sobre el fregadero la dichosa cacerola. Acto seguido, el rubio se secó las manos con algo que Aioria no supo identificar, y se alejó.

--- ¿A dónde vas?

--- A mi templo. Tengo cosas que hacer y dado que pretendes seguir durmiendo, es mejor que me vaya.

--- Espera... yo... no era mi intención...

--- Te veré después. -- dijo el rubio dirigiéndose a la salida posterior. Aioria lo vio partir sin saber con exactitud que hacer o que decir. Milo estaba actuando aún más extraño que lo habitual.

 

Aioria no pudo dormir más. Se quedó en la cama, embriagando sus sentidos con los rastros que de la presencia del santo de Escorpión guardaba su cama. Repasó los sucesos de la noche anterior. Después de rendir su informe, Milo había descendido hasta Leo. Habían cenado, mientras Milo se  mantenía absorto en sus pensamientos, Aioria le ponía al corriente acerca de los proyectos de la diosa acerca de dotarles de aprendices a los sobrevivientes al enfrentamiento con  los de bronce, entre los planes de la diosa se hallaba el buscarles sustitutos a los caídos.

--- Creo que no sería malo. --- dijo Aioria mientras tomaba entre sus dedos una aceituna.

--- No pienso entrenar a nadie...

--- ¿Por qué no?

--- ¿Qué puedo enseñarle? ¿Todas las formas de matar que conozco? Paso. --- dijo el rubio mientras llevaba a su boca una generosa porción de verduras.

--- Ellos serán diferentes a nosotros.

--- ¿Cómo lo sabes?  Este lugar es el caldo de cultivo perfecto para seres como yo; si de verdad desean que sean diferentes tendrían que comenzar por cambiar el ambiente de este lugar, a los maestros, suprimir la orden...  --- había dicho el escorpión, Aioria interpretó aquello como que se negaba a tocar siquiera el tema de la sucesión. Pareciera que de alguna manera deseaba preservar la memoria de su amante impidiendo que alguien más portara la armadura que éste había custodiado en vida.

 

Era una regla no escrita entre ellos el no mencionar a Afrodita ni los asuntos que obligaban al rubio a abandonar de cuando en cuando el Santuario. Milo había vuelto a ser un asesino solitario, sus compañeros no habían resistido la dureza del oficio. Y todo parecía indicar que el tiempo no hacía sino acentuar la indiferencia del rubio. Poco a poco iba retornando el ser gris y mordaz de los primeros tiempo, o al menos era así en apariencia. Nadie podía saber con seguridad la maraña de emociones que el escorpión reprimía con el único objeto de impedir la cercanía emocional y física.

 

Aioria se sentó en las escalinatas de su templo. Tuvo que reconocer que  Milo estaba actuando aún más extraño que de costumbre. La noche anterior había bajado a su templo extremadamente callado. Lo único que había logrado captar medianamente su atención había sido la parte de la conversación que giro alrededor de la tentativa de darles discípulos. Aioria sabía que a la llegada de la diosa lo habían intentado, pero no había sido posible, Milo como de costumbre no había dicho nada al respecto, Mu se había encargado de descalificarle de inmediato ante la diosa.

 

Ahora que se desenterraba la posibilidad, Aioria pensó que Milo tendría que resignarse, esta vez la posibilidad de tener discípulos era más tangible.  Esta vez el rubio no podría escapar de convertirse en maestro.

 

La noche anterior Milo le había tomado con una pasión que por regla no mostraba. Cierto, el escorpión podía llegar a ser un gran amante, pero no era precisamente pasional, era más bien tranquilo, jamás daba más que lo necesario.

 

La respuesta a la pregunta no formulada la halló en las hojas del calendario. El día anterior se había cumplido dos años ya del fallecimiento de Afrodita de Piscis. Aquello le llenó de dolor. Era más que obvio que  para Milo él no era sino un placebo para olvidarse del dolor que le seguía causando la muerte de Afrodita. Milo jamás dejaría de amar a ese hombre, que aún muerto seguía siendo un rival formidable en la lucha por ganarse el helado y oscuro corazón de Milo.

 

El rubio escorpión transitaba en esos momentos por Piscis. Recordando cada detalle del difunto poseedor de la armadura de los peces. No lograba entender como era posible que Afrodita hubiera aceptado una salida tan fácil, no podía entender a cabalidad las razones por las que su amante había decidido morir a manos de alguien a todas luces inferior.

 

Daba igual si lo entendía o no, tenía que sufrirlo, tenía que permanecer en ese mundo careciendo de ese hombre al que sin duda alguna podía considerar el amor de su vida. Nada ni nadie podía rivalizar con él en su corazón. No importando nada, siempre lo amaría. Aioria solo era Aioria... pero Afrodita, Afrodita era el único, el irreemplazable ser que se había adueñado de cada palmo de su alma.

 

No podía engañarse, aún si en algún momento pudo llegar a sentir algo por Aioria, la presencia constante del recuerdo de Afrodita impedía que se concretara en algo mucho más intenso que una simple camaradería o amistad. Afrodita aún llenaba cada espacio de su vida y de su ser. Así de simple, no podía haber ningún otro porque simplemente no quedaba lugar para  nadie más.

 

Se dijo que no podía engañarse, podría tal vez engañar a Aioria, a todos los que le rodeaban, pero no a sí mismo. Su amor por Afrodita iba más allá de la muerte, más allá de sí mismo.

 

Caminó lentamente bajo los primeros rayos de sol de la mañana. Su destino no era otro más que la tumba del santo de Piscis. Se arrodilló ante la tumba en la que se marchitaban un par de rosas rojas que había arrebatado del nuevo jardín de Piscis. Le resultaba inevitable recordarle a cada momento, cada cosa que se hallaba en su camino, cada rincón de su templo y del propio santuario se hallaba impregnado con la presencia de Afrodita.

 

Aún muerto no podía ni quería arrancárselo del corazón.

 

Sabía de sobra que muertos sus compañeros, el resto le miraba como un ancla al pasado, como un apéndice desafortunadamente necesario. Ni siquiera la diosa le miraba como a un hombre, como a un guerrero más, él no se mezclaba con el resto. Pero eso no le importaba. Lo único que importaba era no sentir...  no quería volver a sentir dolor, y si para ello tenía que suprimir también las emociones agradables, lo haría.

 

Las cosas a su alrededor parecían turbulentas, agitadas. Sabía que algo grande venía en camino. Lo sentía en su cuerpo, sentía que las cosas pronto iban a cambiar de una manera irreversible.

 

Se sentó en medio de las tumbas de sus antiguos compañeros. Abrazó las pequeñas columnas en las que se habían grabado los nombres y rangos de los dos como si les abrazara a ellos, en un intento por sentirlos cerca, tan cerca como nunca lo habían estado en vida.

 

--- Ninguno de ustedes me reconocería ahora... --- musitó mientras se le formaba un nudo en la garganta.

 

No estaba haciéndolo bien, había fallado, había sido un error enredarse en esa extraña convivencia con Leo, lo sabía, lo sentía. Pero ciertamente no había nada a mano a que aferrarse.

 

--- No sé que hacer con mi vida.... tal vez nunca lo haya sabido, pero creo que esta vez es peor que nunca. Nunca me ha importado nada... y quizá hubiera sido mejor que siguiera así.

 

El mediodía le sorprendió ahí, tumbado bajo la sombra del roble que cobijaba los sepulcros de los dos asesinos. Estaba seguro de que llegado el momento, a él también le sepultarían bajo ese roble, no había nada claro en su horizonte, solo el hecho de que un día iba a morir.

 


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