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Lost past por Kitana

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Notas del capitulo: hola a todos!!! después de mil años al fin he vuelto con este fic, perdooon pero bueno aquí les dejo el capi, espero les agrade, dudas y sugerencias, serán atendidas a la brevedad bye!!!

Ven, dulce como ayer

Sin saber, por el parque azul

Tu mirada, tu

Tu vergüenza, tu

Más azul y tú.

 

Aquella mañana le pareció que el sol brillaba con mayor intensidad y que la vida le sonreía por primera vez en mucho tiempo.

 

Milo le había dado una nueva oportunidad, Milo le había dejado volver a su vida y se sentía eufórico. Para ser sinceros, Milo era lo único que verdaderamente le importaba en la vida. Jamás en toda su existencia había habido nadie que le llegará de esa forma al corazón. Nadie, ni siquiera su madre ocupaba un sitio como el que le reservaba a Milo en su corazón y en sus pensamientos.

 

Antes de él, nadie había llegado a percatarse de que él era un ser humano, de que tenía algo que dar y que no solo podían esperarse cosas sin sentido de él. Milo había sido el ángel que le abriera los ojos y le mostrara que su vida era algo más que la barbarie en la que siempre había vivido.

 

No podía engañarse. Iba a amarlo por siempre y para siempre. A pesar de lo que opinara Dohko, a pesar de todos, se haría un sitio de nuevo en el corazón y en la vida del hombre al que amaba. Tenía que sacar a ese tal Camus del camino. Además, como incentivo estaba la existencia de ese chico, ese niño que era prácticamente idéntico a él.

 

Nunca se imaginó que tendría una familia de nuevo, considerando las cosas que había en su pasado, la forma en que había sido educado por su padre y su tío. De su madre ni hablar... la había perdido de niño y jamás la recuperó aun cuando ella volviera años después a su vida.

 

Es verdad que jamás creyó que todo lo que Anaximandro les enseñara a él y a Saga fuera la verdad universal como su hermano se empeñó en creer. Nunca había creído en nada más que en sí mismo. No hasta que se enamoró de Milo. Ese joven le había dado alas a sus ilusiones, le había hecho creer que había algo más allá de la violencia, le había hecho soñar...

 

Se daba cuenta de que su padre, su tío, ni siquiera Saga podían considerarse partes importantes de su vida, que nunca tuvieron nada en común y que pesé a las circunstancias, su única guía en el camino había sido Milo. Había vivido conforme a las reglas de su familia, pero sin creer en ellas, pensando de ordinario en los ojos turquesa que anidaban en el rostro de Milo, en su alborotada cabellera azul, en la forma elegante y distinguida con que hacía todo.

 

Había compartido su lecho con otros y otras, esperando poder hallar en ellos un atisbo de lo que Milo era. Pero nadie podía compararse con él. Nadie podía compararse siquiera con él, a todos les encontraba vulgares, insípidos, faltos de ese algo único que solo Milo poseía.

 

Ninguno como él al amarlo, ninguno como él para entenderlo, ninguno como él para ver más allá de la capa de aspereza con que se revestía.

 

Milo había sido su eterno amor, su eterna adoración. Y estaba decidido a hacer todo lo necesario para recuperarlo, lo habría intentado aún si fuera una causa perdida. Milo lo amaba todavía y tenían un hijo, un pequeño niño idéntico a él, con un carácter muy Gemini, solo templado por la dulzura de Milo.

 

Había intentado olvidarse de él, olvidarse de ese amor que se aferró a su pecho como el naufrago a los restos de su barco. Supo por la forma en que Milo le habló que también lo había intentado. Pero un amor como el que se tenían uno al otro, no era fácil de olvidar, no era fácil arrancarse del corazón algo que es parte del alma misma.

 

Ven, como viniste aquel primer día,

Se fue, hoy solo quedo yo

Recuerdo tu para los dos

O tú o yo, o tú, o tú.

 

Él siempre estaba en su mente y en su corazón, era él lo que le daba la fuerza para sobreponerse a todo, para aferrarse a la vida cuando sentía que lo más correcto era dejarse morir. En el fondo, siempre mantuvo viva la esperanza de que Milo terminaría volviendo a su lado. Y así sería.

 

Antes de conocer a Milo su vida era monótona y gris, su único objetivo era, sin lugar a dudas seguir viviendo, alcanzar las expectativas que su padre le había impuesto pero que en ningún momento consideró suyas.

 

Su vida, en suma, le resultaba la de un extraño mientras había estado alejado de Milo. No podía perdonarse por haberle dejado, cada día de esos nueve años separados había pensado en él y no había dejado de amarlo a pesar de sus intentos por olvidarlo, a pesar de los años de ausencia, de no saber más de él, lo amaba y creía firmemente que lo amaría por el resto de su vida.

 

Estaba ansioso porque todo volviera a ser como antes, como ese año que pasaron juntos, como esos días en los que despertaba al lado de ese hermoso adolescente que Milo había sido.

 

Se lamentó por haber abandonado a Milo, por perderse la primera infancia de su hijo, por todo lo que dejó atrás creyendo que era lo mejor.

 

Sentía la necesidad ineludible de volver a pasar sus días junto a Milo, sin importar nada más.

 

Él parecía haberle perdonado, parecía que todo podía volver a ser como había sido en un principio. Pero, ¿de verdad sería así? había cometido más de un error, lo había abandonado, se había perdido casi diez años de la vida de Milo y de su hijo. Sabía bien que Milo no era el de diez años atrás, que no podía serlo, había madurado, había crecido, al igual que él. Quizás Dohko tenía razón al decir que no había sitio en la vida de Milo para él.

 

Se sentó en la cama con cierto abatimiento. No podía pensar siquiera que por arte de magia Milo iba a olvidar diez años de abandono y que su hijo iba a aceptarle así como así, tenía que actuar, tenía que demostrarle a ambos que valía la pena intentar.

 

Además, Milo no había dicho que dejaría a ese hombre con el que estaba. Milo sólo había pedido tiempo, tiempo para decidirse por uno de los dos.

 

No podía asegurar que Milo lo eligiera a él, según pudo apreciar, a pesar de que no amaba al tal Camus.

 

En un impulso tomó el teléfono y estuvo a punto de marcar el número de la tarjeta de Milo, ese número que había repasado una y otra vez hasta conseguir memorizarlo.

 

Y el cielo fue azul,

Tu mirada azul

Se detuvo a pensar un instante, ¿qué pasaría si Milo optaba por ese francés? ¿se resignaría? Por supuesto que no, pero, entonces, ¿qué sería de él? No podía matar de nueva cuenta sus ilusiones, no podía dejarlo ir otra vez. Si lo perdía de nuevo iba a ser terrible.

 

Colgó el teléfono con aire de derrota, no podía creer de verdad que las cosas seguirían igual después de diez años...

 

Se sintió como en aquellos días de adolescencia en que lo miraba desde lejos, contemplando en silenciosa adoración ese par de pupilas tan azules como el cielo. No podía definir en que momento fue que le amó, en que momento su corazón quedo atrapado entre las tupidas pestañas que custodiaban esos enormes ojos azules.

Sentimiento azul, despedí

Mi silencio azul

Tu inocencia azul

Nuestro abrazo azul

Y tú miraste hacia otro lugar.

 

Recordó también el adiós, la dolorosa despedida que había tenido lugar entre ellos diez años atrás... nunca iba a perdonarse el haberle causado semejante dolor al ser que más amaba en todo el universo.

 

"Si solo hubiera sido más inteligente", se reprochó al saber que esa separación había causado más mal que bien. Ya no era un muchacho, Milo tampoco, eran dos hombres que se jugaban no solo su felicidad, también la de su hijo, y con eso si que no podía jugarse.

 

Suspiró cansado, ¿de que manera iba a ganarse de nuevo a Milo? Era obvio que habían cambiado desde la preparatoria. No podía tratarle como a un adolescente, él tampoco lo era, ¿cómo iba a cumplir su palabra de ganarse nuevamente no solo la confianza, también el corazón de su todavía esposo? Tenía que pensar en algo y tenía que hacerlo pronto, ese francés no iba a ganarle la partida, por supuesto que no.

 

Tomó una vez más el teléfono, con dedos nerviosos marcó el número, haciendo una pausa entre número y número, su mente a mil por segundo proyectaba conversaciones hipotéticas entre él y ese ser al que tanto amaba.

 

- ¿Hola? -al escucharlo su corazón se agitó terriblemente, la boca se le secó y las palabras se negaron a salir de su garganta. - ¿Hola'?- le escuchó repetir, entonces se armó de valor y habló también.

- Hola Milo, soy Kanon. - al otro lado de la línea solo podía escucharse la respiración de Milo.

- Hola... ¿cómo estás? - dijo el peliazul un tanto nervioso, no se esperaba esa llamada.

- Quisiera verte. - dijo Kanon con voz ronca.

- ¿Verme?

- Si, verte, conversar, tal vez almorzar juntos, no sé, lo que te apetezca.

- Estoy en la oficina, haré una llamada a casa, cancelaré algunas de mis citas y estaré listo. - dijo Milo sorprendiéndose a sí mismo con tal respuesta.

- Entonces quédate en donde estás, pasaré a buscarte. - dijo Kanon sin poder reprimir una sonrisa.

- ¿En cuanto tiempo llegas?

- Calculo que no será más de media hora.

- De acuerdo. - Milo cortó sintiéndose extrañamente infantil, ¿bastaba una invitación a almorzar para que cediera? Todo parecía indicar que si, se sintió molesto consigo mismo al percatarse de que estaba disponiéndolo todo para esperar a que Kanon llegara.

 

Ven, déjate entender

Tu emoción, esta dentro de ti

Esta dentro de ti

Hoy quiero tocar

Quiero acariciar

Esa emoción que eres tú.

 

Kanon llegó a buscarle justo en el tiempo acordado. Milo se sorprendió, Kanon no acostumbraba ser tan meticulosamente puntual. Cuando ingresó a su oficina, Kanon dejó una estela de una fina y masculina loción que simplemente le hizo sentir como si esos diez años jamás hubieran sucedido.

 

Se quedó mirándolo un instante sin abandonar su escritorio. Kanon estaba en el apogeo de su esplendor, lucía espectacular, y Milo no pudo dejar de notarlo.

 

- ¿Nos vamos ya? - dijo Kanon con amabilidad. Milo no respondió, simplemente abandonó su escritorio. El masculino aroma que emanaba de la piel de su todavía esposo le embriagó.

- ¿A dónde iremos? - dijo Milo un tanto nervioso. Kanon siempre tendría ese efecto en él, no podía evitarlo. Kanon no dejaba de mirarlo con esos penetrantes ojos de un verde inmaculado. Lo encontró hermoso, más que hermoso, definitivamente único, especial, perfecto para él. No podía evitar que el deseo de probar una vez más esos labios frescos se apoderara de él.

- No sé... a donde tú quieras. - dijo Kanon para evadir ese creciente deseo que le estaba tentando a cometer locuras nuevamente.

- Vamos a un café que esta cerca de aquí.

- Mientras no se trate de un lugar que frecuentas con el francés, no me importa el lugar. - dijo el mayor.

- Kanon, quiero dejarte algo en claro, Camus es ante todo mi amigo, no te permito que te refieras a él en forma ofensiva.

- De acuerdo, lo siento, él debe ser importante para ti.

- Lo es. Él estuvo a mi lado mientras... mientras tú no estabas. - Kanon se quedó callado, aún sin quererlo, Milo había tocado un punto que a pesar de ocultarlo, le seguía causando cierto dolor, se había perdido buena parte de la vida de Milo, sin contar con que no sabía prácticamente nada de su hijo.

 

Y el cielo fue azul

Tu mirada azul

Sentimiento azul, despedí

.

 

Caminaron en silencio en dirección al sitio que Milo había propuesto. El peliazul se sentía como si aún tuviera 17, Kanon seguía poniéndolo nervioso, a pesar de todo, siempre terminaba rompiendo sus defensas.

 

- Me gustaría saber que ha sido de ti en estos diez años. - dijo solo para entablar conversación.

- No he hecho gran cosa... me dedique a la universidad y luego al trabajo.

- ¿Aún tienes negocios con tu familia? - pregunto Milo algo temeroso. Kanon solo negó con la cabeza. - Espero que así sea, no permitiría que arriesgaras a nuestro hijo.

- Descuida, en mis planes no se encuentra hacerlo. ¿Qué fue de ti?

- No mucho, me gradué de preparatoria, tuve que renunciar a la beca que había recibido antes de que te fueras, papá se hizo cargo de mí, de nosotros. - dijo el menor bajando el rostro.

- Supe que estudiaste en la Sorbona.

- Sí, nos quedamos en París después de que Emmanuel nació.

- ¿Nos quedamos?

- Sí, papá, Shion y yo.

- ¿Quién es Shion?

- El esposo de papá, él fue un gran apoyo.

- Entiendo... - dijo Kanon sintiéndose herido.

- Tú preguntaste...

- Lo sé. Pero no puedes esperar que no me lastime saber que todos ellos estuvieron junto a ti cuando el que debió estar ahí era yo, no digo que sea culpa tuya, solo que me duele haberme perdido todo esto que me cuentas, ¿imaginas lo que fue para mí enterarme por un investigador de que tenías un hijo?

- No, no puedo imaginarlo siquiera, solo puedo decirte que es tu culpa no saber de él. Siempre creí que el que no me amaras no significaría que despreciarías a tu hijo.

- Yo no lo desprecio, quisiera ganarme su aprecio al menos... sé que no será fácil. ¿De verdad nunca le hablaste de mí? - Milo negó con la cabeza.

- Para Emmanuel soy su único padre, aunque él nunca ha dejado de preguntar, no le satisfacen mis explicaciones, cada día es más difícil mantener escondida la verdad.

- Deberías decírselo...

- No es el momento... no aún. - dijo Milo bajando el rostro. - Él sabe que existes, pero no conoce tu nombre, nunca te mencioné... supongo que actué de manera irresponsable al comportarme así, es solo que... estaba tan herido...

-Te entiendo, aún si no lo parece, estoy muy arrepentido de mi conducta previa.

 

Mi silencio azul

Tu inocencia azul

Nuestro abrazo azul

Y tú miraste hacia otro lugar

 

Entraron en el restaurante, Milo era un manojo de nervios y el ánimo de Kanon iba en picada. Se sentía impotente, como si nada de lo que pudiera decir o hacer fuera a remediar las cosas.

 

- ¿De verdad quieres intentarlo de nuevo Kanon? - preguntó Milo después de que la mesera les dejara a solas.

- Sí, aunque lo dudes, así es.

- No lo dudo, es solo que quiero asegurarme de que esta vez no te irás. Llámame tonto, pero... no toleraría que me lo hicieras de nuevo. Necesito estar seguro de que no se repetirá la historia del pasado. - Kanon se quedó callado, los miedos de Milo no eran infundados, en ningún aspecto lo eran.

- Escucha... yo he cambiado, ya no soy el chico que te abandonó hace diez años, tal como tú no eres el chico al que deje atrás... no puedo ofrecerte mucho, solo mi juramento de que esta vez será diferente.

- Perdona si no soy capaz de creerte... me hiciste mucho daño...

- Déjame conquistarte de nuevo, conocerte una vez más... te lo ruego. - dijo Kanon tomando las manos del peliazul. - Sé que las palabras no bastan, que los juramentos te importan poco, solo te pido la oportunidad de mostrarte que esta vez todo será diferente, mejor.

- No sé que decir.

- No digas nada entonces. Simplemente deja que te lo muestre... - dijo Kanon atrayéndolo hacía sí para besarlo una vez más, como antes, como cuando eran adolescentes.

 

Milo se dejó llevar por la caricia, se entregó a aquel beso como en el pasado, como si esos días cargados de dolor que viviera ante la ausencia de Kanon no fueran sino un mal sueño del que recién despertaba. Quería creer que todo podía ser restaurado, que podía ser feliz de nuevo al lado del único ser al que de verdad había amado durante toda su existencia.

 

El beso se rompió, pero sus manos permanecieron enlazadas. Lentamente los ojos de Milo se abrieron, sus tupidas pestañas abanicaron suavemente. Kanon le miro fijamente.

 

- No te perderé de nuevo... no podría hacerlo.

- No digas nada... solo cúmplelo esta vez. - Kanon volvió a besarlo. Milo se dejo llevar, impregnando su alma con la esperanza de que todo resultaría bien al final, de que esta vez Kanon no le fallaría.

 

Después del almuerzo, Kanon sugirió ir a caminar, revivir los viejos tiempos en ese parque de su adolescencia. Milo al principio se negó, puso como pretexto sus deberes en la empresa, pero Kanon supo convencerle.

 

- Dioses, es como si el tiempo jamás hubiera pasado. - dijo el peliazul cuando se sentaron frente al lago como solían hacer después de la escuela.

- Es cierto, aunque debo decir que eres mucho más hermoso ahora que cuando eras un adolescente.

- Dioses Kanon. - dijo Milo con una media sonrisa.

- Es la pura verdad. - dijo el mayor con una sonrisa. Milo se quedó callado contemplando a los cisnes.

- Cuando te fuiste creí que moriría de dolor.

- Milo yo...

- Ahora sé que no querías hacerlo de verdad, que si me amabas.

- Aún te amo, la pregunta es si tú me amas aún.

- No pude dejar de amarte aunque lo desee con todas mis fuerzas, me bastaba ver a nuestro hijo para descubrir en él detalles que me hacían recordarte. Nunca dejé de pensar en ti... y no ha habido nadie más que tú en mi corazón...

- ¿Y el tal Camus?

- Te mentiría si te dijera que no siento nada por él, pero también es cierto que solo lo veo como a un amigo. No podría amarlo nunca como te amo a ti.

- Te mostraré que ha valido la pena darme esta nueva oportunidad. - Kanon lo abrazó. Por primera vez en mucho tiempo, Milo se permitió llorar, - Deja de llorar mi pequeño...

- No puedo evitarlo... - dijo Milo en voz baja.

- A partir de hoy, te juro que no me atreveré a fallarte de nuevo.

- Dioses Kanon, perdona mi incredulidad, pero no podré creerte sino hasta tener evidencias de ello.

- De acuerdo... - dijo Kanon un tanto derrotado.

- No te ofendas.

- No lo hago, es solo que me estoy dando cuenta de que será más difícil de lo que pensé recuperar lo que teníamos.

- Espero que pueda suceder.

- Sucederá si los dos ponemos nuestro empeño en hacerlo funcionar.

- ¿Me das tu palabra de que lo intentarás de verdad?

- Tienes mi palabra de que así será... te amo Kanon. - dijo Milo sonriendo.

 

Luego de una larga caminata, Kanon le llevó de vuelta a su oficina. No paraba de sonreír. Lo único que fue capaz de borrar su sonrisa fue el reconocer que había al menos dos personas a las que tenía que comunicarles el acercamiento con Kanon; su hijo y Camus...

 

Los días pasaron lentamente para Milo, había pasado una semana desde que viera a Kanon. No lo había buscado. Se dijo que había sido un ingenuo. Un estúpido, al creer en las palabras que le había dicho aquella mañana en el parque. Salió de la cama, entro en el cuarto de baño y contempló la imagen que de sí mismo le ofrecía el espejo.

 

- Has caído de nuevo en el mismo truco. - dijo apoyando la mano en el borde del espejo.

 

Las lágrimas acudieron prestas a humedecer su rostro. Se reprochó una y mil veces el haber cedido a las pretensiones de Kanon. Se repitió una y otra vez que había sido un error confiar de nuevo en él, que todo lo que le había dicho o eran más que mentiras.

 

Ni siquiera se percato de en que momento su hijo entró a buscarle.

 

- ¿Qué pasa mamá? - dijo Emmanuel levantando su carita confundida hacia él.

- No es nada... solo un mal día, es todo, ¿necesitas algo? - dijo esbozando una sonrisa y limpiándose el rostro con rapidez.

- Yo no, nada, pero te buscan.

- ¿Camus?

- No, un señor que se parece al de la fotografía de tu cajón. - Milo se quedó sin habla... Kanon estaba ahí.


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