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Hermosos y malditos por Kitana

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Notas del capitulo: Hola a todo el mundo!!! lamento la tardanza al actualizar, he tenido problemas de tiempo, pero prometo ponerme al día pronto, je je, un saludo super especial a mi amiga Crawling butterfly, espero que este capi te guste porque es para tí!!! jeje, besos bye bye
 

Pasaban de las once cuando salió del trabajo. Aquella noche se sentía feliz, esperanzado, mucho más feliz que nunca.

En uno de los bolsillos de su pantalón reposaba bien doblada una carta que había recibido esa mañana. Shura había escrito. Había escrito asegurándole que en la primera oportunidad que tuviera iría a visitarle. Le contaba acerca de la universidad, de lo dura que estaba resultándole. Shura parecía estar sufriendo un poco con ciertas materias, pero sin duda se notaba de buen humor.

Sonrió al sujetar en su palma aquella pulsera que Shura le había regalado antes de partir de regreso a su hogar en España. Sin duda alguna era su mayor tesoro. El creciente amor que le profesaba al hispano era su aliciente para no caer en la desesperación a pesar de que los acontecimientos a su alrededor no eran precisamente felices. Su hermano no parecía mejorar, al contrario, cada día que pasaba, su estado parecía empeorar. Su madre, aún con dos empleos, estaba teniendo las cosas difíciles.

Pero aún así se mantenía sereno. Se repetía constantemente que no era el momento de flaquear, cada día que pasaba era uno menos en el camino y solo tenía que esforzarse un poco más. Lo único que tenía que hacer era resistir, resistir hasta que todo fuera como él quería que fuera.

Se detuvo en la esquina en la que acostumbraba a esperar el autobús que le llevaba hasta su hogar. Sonreía, sintiendo la brisa de la noche despeinando su larga melena rubia. No podía evitarlo, Shura estaba abriéndose camino en su vida a pesar de la distancia, a pesar de lo escaso que era el contacto entre ellos, sentía que se enamoraba más y más con el paso de los días.

Habían estado intercambiando correos electrónicos desde hacia un par de semanas, pero la carta escrita de puño y letra de Shura era sin duda lo que más le había entusiasmado.  No solo por el hecho de que el español quisiera verle de nuevo, sino porque se había tomado la molestia de remitirle una carta tradicional cuando lo más fácil hubiera sido enviarle otro correo electrónico. No podía sentirse más dichoso. Las cosas comenzaban a tomar un rumbo ciertamente difícil pero sin duda, dichoso.

Suspiro al recordar a Shura, simplemente  no podía sacárselo de la mente. Era tan constante en sus pensamientos como en sus sueños.

El autobús llegó, lo abordó, comenzaba a llover. Le vino a la mente la imagen de Milo con su hija en brazos, su amigo parecía cansado pero feliz cuando lo visitó.

Se había imaginado a sí mismo en una situación semejante, y al ponerle rostro a ese hombre que vendría a ser partícipe de su felicidad, en el único en el que había podido pensar había sido en Shura. Los rasgos del hispano perneaban su mente y se colaban en las ilusiones de un futuro mejor.

Creía firmemente que el pasado había quedado atrás, que las cosas malas habían terminado por ir a morir cual pesadillas a la luz de esa nueva vida que se vislumbraba en el horizonte.

La vida nunca iba a ser fácil, pero tenía la convicción de que se sobrepondría a todo, la firme creencia de que lo peor ya había pasado.

Abordó el autobús, la noche se cernía oscura y amenazante, pero no le importaba, tenía sueño, un futuro porque luchar, un amor que le daba fuerzas para seguir, porque al fin había reconocido que esa calidez que albergaba su pecho cada vez que pensaba en Shura, no era sino amor.

Lo amaba, tal vez Shura se encontraba lejos, pero él lo amaba, lo amaba más que a nada en el mundo, sus sentimientos hacia él sobrepasaban la escala de lo razonable y eso, simplemente lo hacía feliz.

Se sentía tranquilo, parecía que al fin Death Mask se había olvidado de él, o al menos eso creía...

Bajo del autobús, no se percató de que en medio de la oscuridad, alguien le vigilaba desde un auto.

- Al fin llegas... - susurró el ocupante del vehículo, no era otro que Death Mask, a pesar de todo, no podía deshacerse del recuerdo de ese hermoso rubio entre sus brazos en todas aquellas noches del colegio, no podía olvidarlo, se negaba a reconocer que era algo más allá de la pasión, pero en los últimos tiempos, se sorprendía a sí mismo pensando más y más en él.

No era normal lo que le sucedía con Afrodita, no era normal pensar en esos términos en alguien como él...

Descendió del auto y echó a andar en dirección de Afrodita, el sueco ni siquiera se había percatado de su presencia, estaba demasiado ocupado repasando mentalmente la última carta de Shura.

- Hola precioso. - dijo Death Mask, Afrodita se quedó quieto, aquella voz hizo que la sangre se congelara en sus venas.

- Tú... - susurró el rubio, intentó correr pero Death Mask aferró con fuerza su brazo.

- Todavía no comienza la fiesta, ¿por qué quieres irte tan pronto? - dijo el italiano con una sonrisa cargada de lujuria y crueldad. - Ven conmigo.

- No, me niego a ir contigo...

- ¿De verdad? Estoy seguro que no quieres terminar mal pequeño, estoy seguro de que siempre harás lo mejor para tu familia...

- ¿De que estás hablando?

- De que en este preciso momento algunos de mis amigos están rondando tu casa, según sé, tu hermanito aún no se repone del todo, sería una pena que volviera a recaer, ¿no crees? - dijo con una mirada amenazante. - En otras palabras, si no bienes conmigo y te comportas como un niño buenito, tu familia va a pagar las consecuencias.

Afrodita lo miró sin creer lo que escuchaba, su rostro se desencajó. Estaba furioso, se sentía tan impotente como en el colegio, mas la furia pudo más que toda su prudencia.

-¿Por qué? ¿Por qué insistes en hacer mi vida miserable? ¿No te bastó todo lo que me hiciste en el colegio? - dijo el sueco alzando la voz.

- A decir verdad... no. Quiero más de ti, mucho más. - dijo el italiano apresándole entre sus brazos.

- Por favor... no Alessandro. - dijo el sueco en un murmullo mientras de sus ojos brotaban gruesos lagrimones. Death aplicó más fuerza al sentir que se revolvía. Lo miró al rostro, se veía tan hermoso como asustado...

- Vamos Afrodita... sabes que no tienes opción. - dijo con voz ronca, en el fondo de su corazón algo que creía inexistente se había removido.

Afrodita se dejó llevar mansamente hacia el lujoso auto que Death tripulaba. El italiano le ajustó el cinturón de seguridad haciendo caso omiso del llanto de Afrodita, durante los días del colegio, nunca lo había visto llorar...

Afrodita ni siquiera se fijó en el camino, simplemente se dejó llevar a sabiendas de que la resistencia lo haría todavía peor. Se dejó llevar a ese lujoso departamento del centro, dejó que Death le condujera hasta el elevador y luego a la entrada del sitio que sería el escenario de aquella nueva humillación.

Death Mask estaba ansioso por poseerlo, por sentirlo entre sus brazos, sin embargo, había algo que no le dejaba en paz, un pensamiento que jamás había tenido, ni hacía el ni hacia ningún otro ser humano.

Acarició suavemente el rostro de Afrodita, apartó un mechón de cabello que le cubría los ojos.

- Eres tan hermoso...- susurró el italiano en voz apenas audible. Acaricio nuevamente el rostro de Afrodita en un gesto inusitado en él. El sueco permanecía perplejo, esperando que el italiano hiciera el acostumbrado despliegue de violencia en cualquier momento.

Death le empujó con suavidad a la cama, lo admiró, aún vestido con tal sencillez, Afrodita era la belleza personificada. Se tomó su tiempo para desnudarlo, para acariciarlo con suavidad, casi con amor...

Afrodita no sabía que hacer, tenía miedo, y su cuerpo estaba tan tenso como una cuerda. Se dejó hacer, sabedor de que nada de lo que hiciera detendría aquello. Con timidez, se mostró desnudo ante Death quién lucía un semblante harto distinto al que mostrara en anteriores encuentros, no había furia en esos ojos, ni deseo de avasallar, había algo más, algo que no quiso calificar más que como lujuria.

Las manos del italiano se posaron en sus caderas, tomó sus labios y le besó con intensidad pero sin agresión. No supo como interpretar aquello.  No pudo responder al beso, solo se quedó quieto, esperando a ver que más haría él.

Death Mask estaba decidido a que todo fuera diferente, a que las cosas cambiaran, la idea de convencer a Afrodita de estar a su lado por las buenas había comenzado a echar raíces en su ser. Sus labios recorrieron el marmóreo cuello de Afrodita, mientras sus manos descendían por el vientre de éste. El sueco no se movía ni participaba del juego, tenía miedo, lo conocía bien, estaba seguro de que cuando Death cumpliera su objetivo, la violencia estallaría como tantas otras veces. Sentía las caricias de su compañero, pero no quería responder a ellas, por momentos deseaba que el que le tocaba así no fuera otro más que Shura, ese chico que le había arrebatado el corazón.  cerró los ojos y evocó el rostro de su amor, se permitió soñar que a quien se entregaba no era a Alessandro sino a él. Respondió a las caricias, primero con timidez y luego con mayor brío.

- Afrodita... - dijo Death con voz ronca al sentirse dentro de ese perfecto y hermoso cuerpo.

- Shura... - dijo el sueco inconscientemente. Aquello bastó para hacer arder la llama de la ira de ese hombre que se adentraba en su cuerpo. Una ruda bofetada cruzó el rostro del rubio arrancándole una expresión de dolor.

- ¡Maldito infeliz! - rugió Death colérico. Afrodita sintió que todo era como en el colegio y las lágrimas brotaron de sus ojos. se dobló de dolor cuando Death le embistió con fuerza, un quejido de profundo dolor - Siempre creí que no eras más que una ramera, ¿en que pensé cuando creí que las cosas podían ser diferentes? Llegué a pensar en hacerte mi esposo, no por tu dinero, sino porque de verdad lo deseaba, pero mientras te acuestas conmigo piensas en otros, en ese maldito español que con gusto haré pedazos cuando lo tenga frente a mí. - dijo el italiano furioso, tomó a Afrodita por los cabellos y comenzó a golpearlo.

- ¡Basta! - dijo el sueco. - Siempre has sabido que puedes tener mi cuerpo, pero solo eso. - aquellas palabras desarmaron a Death. No dijo nada, simplemente se vistió y abandonó el lugar.  Se sintió impotente, no podía creer que eso sucediera. En su mente todo había parecido tan fácil... sin embargo, se daba cuenta de que tenía mucho camino por recorrer si es que deseaba tener a Afrodita por completo.

Muy cerca de ahí, en un lujoso departamento, dos hombres se encontraban sentados a la mesa tomando la cena, se trataba de Giovanni Altovelli y su ahora esposo, Camus Montclaire.

- Come, el bebé necesita que te alimentes. - dijo Giovanni al ver que el plato de Camus estaba intacto.

- No me apetece cenar, si lo hago, mañana en la mañana lo primero que haré será vomitar, no gracias.

- No te pedí tu opinión, quiero que comas algo. - dijo el mayor con gesto duro e intimidante. Camus permaneció inmóvil. Comenzaba a temerle, Giovanni no era como ningún otro hombre que hubiera conocido antes. Lo vio levantarse e ir a sentarse a su lado. - Tienes que comer. - dijo con dureza.

- Ya te dije que no me apetece.

- Se supone que te preocupa tu hijo, ¿no es cierto? Entonces abre esa maldita boca y come. - dijo Giovanni perdiendo los estribos. Camus lo miró, comenzaba a conocerlo y se percató de que Giovanni estaba a punto de estallar. De mala gana comenzó a comer, a pesar de que tenía nauseas. Giovanni sabía exactamente lo que debía hacer para orillarlo a cumplir sus deseos.

Se estremeció al pensar que pronto llegaría la hora de dormir.

No quería reconocerlo, pero sentía miedo, miedo de que al fin Giovanni quisiera consumar su matrimonio, por azares del destino no habían llegado a ese punto, para disgusto de Giovanni, siempre sucedía algo que se lo impedía. Pero Camus sabía que eso no duraría para siempre.

Tarde o temprano llegarían al  punto en el que Giovanni exigiría sus derechos de esposo. Desde un principio le había dejado muy claro que haría uso de todos los privilegios que el matrimonio le confería, y de ese en especial.

La vida al lado de  Giovanni no era nada plácida, frecuentemente tenía que padecer los exabruptos de su esposo y soportar las humillaciones a las que le sometía por puro placer. No era fácil, por si fuera poco, apenas si le permitían salir.  No había podido continuar sus estudios, Giovanni había dicho que para tener un bebé no se necesitaba de un título universitario y había cortado de tajo todas sus aspiraciones.

Camus ya sentía que lo odiaba, que desde lo profundo de su corazón odiaba a ese hombre que en tantos aspectos era tan parecido a Luigi. No podía olvidarse de ese otro hombre, del padre de su hijo... Luigi Altovelli, el orgulloso primogénito de Enzo Altovelli. No podía olvidarlo, cada noche se soñaba en los brazos de Luigi, compartiendo su lecho, tendido a su lado después de un violento encuentro sexual como era su costumbre.

No podía evitarlo, con el paso de los días se percató de que, muy a su pesar, se había enamorado de él.

Giovanni le arrastró en dirección al dormitorio que compartían. Se estremeció involuntariamente cuando Giovanni cerró la puerta con violencia. Lo vio despojarse de la camisa y mostrarle su bronceado torso.

- ¿Sabes? Esta noche pienso hacerte completamente mío, no me importa lo que pase allá afuera, esta noche voy a tenerte... - dijo acercándose con expresión amenazadora a la cama.

- Pero... el bebé...

- Ese bebé esta perfectamente, ¿recuerdas lo que dijo el médico? No hay ningún impedimento en que tengamos sexo.

- Lo hay, yo no quiero. - dijo el pelirrojo en tono retador.

- No me interesa lo que tu quieras, por si no lo recuerdas, no eres más que una simple incubadora que le dará a mi padre el ansiado nieto, ese niño pertenece a mi padre, y tú, me perteneces a mí, lo escuchaste, después de la boda, podría hacer lo que me viniera en gana contigo, y me viene en gana poseerte. - dijo el mayor sujetándolo con fuerza. Camus se resistió, su fuerza y habilidad no eran nada comparadas con lo que Giovanni podía hacer.

El mayor se dio el lujo de desnudarle sin prisas, tenía todo el tiempo del mundo para conseguir lo que deseaba, lo que había deseado probar desde que viera al pelirrojo aquella tarde en que su padre le dijo que debía desposarlo ya que Luigi lo había preñado.

Se había sentido satisfecho por primera vez en su vida acerca de alguna orden de su padre. Camus era hermoso, un tanto insoportable pero hermoso, representaba un reto, un reto que no iba a despreciar.

Besó con fiereza los labios del francés, sintió como sus dientes chocaban contra los del joven. No le importó, quería tenerlo.

- Como no dejes de moverte, tendré que golpearte, tú sabrás si quieres que lastime a tu hijo. - dijo Giovanni, Camus se quedó quieto y miró con odio a su esposo. - ¿Lo ves? No es tan malo cooperar de vez en cuando. - dijo con una risilla burlona el italiano. Las manos de Giovanni se regodearon con la esbelta figura del francés, mordisqueó suavemente el cuello de su esposo, sintió unos enormes deseos de poseerlo, de destrozar en él todo recuerdo de Luigi, que el joven se diera cuenta de que a su lado, Luigi no era nada...

Lo besó con salvaje frenesí, le hizo sangrar. No quiso esperar más, le penetró, Camus ahogó un gritó, no iba a darse el lujo de expresar dolor ante ese hombre que le humillaba día con día.

- ¿Te gusta? Si, claro que te gusta... eres la perfecta puta, mientras peor te traten, más gozas, eres un maldito imbécil... - siseó el italiano embistiéndole con lujuria y sadismo. - Vamos niño, ¡muévete! No pienso hacer todo el trabajo solo.  Camus hizo lo que le indicaba, sabía que Giovanni no se contendría para golpearle si era necesario.

Estaba cansado de resistir, había llegado a la conclusión de que lo mejor sería tomar partido de aquello, mover las piezas de tal manera que lograría tener a Giovanni en sus manos...

- Ummm... eres mejor que él. - dijo con voz entrecortada. Aquella frase descolocó a Giovanni, Camus lo  notó y decidió seguir con el juego. - Si... eres mejor que Luigi en la cama. - Giovanni por un momento se sintió furioso, ¿cómo se atrevía a compararle con él en semejante circunstancia, más Camus no le dio tiempo de reaccionar con ira, las caderas del menor se movían en cadencioso vaivén que le arrebató la razón.

Un ronco gemido manó de la garganta de Giovanni mientras sentía su miembro aprisionado por ese jovencito que se movía de una deliciosa manera guiándole al éxtasis.

Pronto se derramo en las entrañas de su esposo, confundido, aturdido, deseoso de más. Se dejó caer sobre Camus, los largos dedos del francés se enredaron en su hirsuta cabellera.

- Me gustó... - dijo besándole en la mejilla, sus labios descendieron hasta el cuello de Giovanni, excitándole, el italiano sintió que su pene comenzaba a erguirse una vez más. lo tomó de nuevo, entre gemidos de placer del más joven, sintiéndose desfallecer de placer a cada instante... aquello era más de lo que esperaba.

- Luigi tenia buen gusto... eres una gran ramera. - dijo Giovanni  separándose de  Camus después del orgasmo. El francés lo miró confundido.  - ¿A que juegas niño? Sabes que un poco de sexo, por muy bueno que este sea, no va a cambiar la situación. - dijo Giovanni vistiéndose.

Camus sonrió, definitivamente su esposo no era tan fácil de manipular. A diferencia de Luigi, Giovanni sabía delimitar perfectamente las cosas. No iba a ser fácil llegar a tenerlo completamente en sus manos. La febril mente del francés ya había conseguido delinear un plan a seguir, en escasos momentos se había percatado de que era mejor aprender a manipular a Giovanni que intentar resistirse.

- Solo dije lo que pensé, eres mejor que tu hermano en la cama ¿y qué? No es la gran cosa. - dijo metiéndose entre las sábanas dispuesto a dormir. Giovanni lo dejó solo, estaba confundido, pero a la vez, fascinado con la nueva actitud de su esposo, después de todo, podía llegar a ser divertido.


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