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Hilo Rojo (KagaKuro) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Kuroko no Basket y sus personajes le pertenecen a Fujimaki Tadatoshi, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Capítulo 12:

Temer

 

Tal vez hay algo que tienes miedo de decir, o alguien a quien tengas miedo de amar, o un lugar al que tienes miedo de ir. Te va a doler. Te va a doler porque importa.

(John Green)

 

 

 

Todavía bastante adolorido después de la pelea del día anterior con Aomine, Kagami se recostó en la silla y observó a Kuroko que, sentado frente a él, tomaba calmadamente su comida.

Al llegar a la escuela esa mañana había temido que su novio siguiera enfadado con él por lo ocurrido; sin embargo, por algún motivo que no alcanzaba a comprender, el chico parecía estar con la cabeza en las nubes, lo que al parecer le impedía tener el tiempo o el ánimo suficiente para regañarlo.

Kagami estaba preocupado.

Sin pedir permiso, tomó la mitad del pan que le quedaba a Kuroko para darle un mordisco y, viendo que este seguía perdido en sus pensamientos y ni siquiera se había percatado de ello, decidió finalmente hacer algo.

—Oe, Kuroko, ¿quieres que hagamos algo después de clases? —Una sensación de cálido alivio lo recorrió cuando aquellos ojos celestes por fin se posaron sobre él—.Tal vez ir a algún sitio…

—Tenemos entrenamiento, Kagami-kun. El partido…

—Lo sé, lo sé. Soy consciente de que tendremos mucho trabajo hoy, pero pensé que después de la práctica podríamos hacer algo, solo nosotros dos. Solo si tú quieres, claro —terminó de decir casi murmurando aquello. Kuroko lo miraba de un modo extraño, como si estuviera evaluándolo y Kagami no pudo evitar ponerse un poco nervioso. Se metió de golpe en la boca el resto del pan que le quedaba y comenzó a masticarlo furiosamente, intentando ocultar el sonrojo que le abrasaba las mejillas.

—O quizá… podrías ir a cenar a mi casa —le dijo Kuroko casualmente; no obstante, él comprendió que pasaba algo raro cuando notó el gesto nervioso con el que el chico tomó la cajita de jugo para llevársela a los labios y el evidente color rojo que le teñía las orejas—. Mi madre ha dicho que le gustaría que fueras a comer con nosotros de vez en cuando.

Kagami frunció el ceño, extrañado.

—¿Y por eso pareces tan inquieto? He ido un par de veces a tu casa, ¿no? ¿Y qué le has dicho a tu madre para que parezca tan preocupada por mí? —Extendió la mano hacia su novio en una petición muda y este le pasó el resto del jugo que quedaba. La casi imperceptible ansiedad que se encendía tras aquel par de ojos celestes comenzó a dar forma a una duda dentro de su cabeza—. Oe, Kuroko, si todo esto es por lo que te dije el otro día sobre estar solo…

—Es porque le dije que Kagami-kun es mi novia —soltó el chico de golpe; toda seriedad en aquel rostro inexpresivo.

¡¿Qué demonios?!

Sin poder dar crédito a lo que acababa de oír, Kagami fue a pedirle una explicación a su novio pero terminó por ahogarse con el jugo que aún no había tragado. Luchando por volver a respirar con normalidad y maldiciendo aquel estúpido ataque de tos, como pudo le dijo a Kuroko:

—¡¿Qu-é has dicho qué? ¡¿Qué se supone…?! —Otra ristra de toces cortó su protesta obligándolo a callarse de nuevo.

Amablemente, Kuroko comenzó a darle palmaditas en la espalda para ayudarlo y le repitió con tranquilidad:

—Que Kagami-kun es mi novia.

—¡¿Quién demonios se supone que es tu novia, idiota?!

—Bueno… ¿Kagami-kun?

—¡No intentes pasarte de listo conmigo, pequeño idiota!

Una oleada de silencio pareció tragárselos de golpe en el momento en que aquellas palabras salieron de sus labios. Indignado, Kagami fulminó con la mirada a los pocos chicos de su clase que, al igual que ellos, estaban comiendo dentro del aula y que en ese momento tenían los curiosos ojos clavados descaradamente en ellos dos. Poco a poco el aire comenzó a llenarse con una especie de molesto zumbido cuando sus compañeros empezaron a murmurar sobre su discusión, seguramente preguntándose qué demonios era lo que estaba ocurriendo entre ellos para que él se comportara de ese modo.

Perdiendo la poca paciencia que le quedaba, Kagami se puso de pie y, sin miramientos, agarró a Kuroko del brazo para sacarlo casi a arrastras de allí, haciendo caso omiso de los grititos de protesta de algunas de sus compañeras y de las quejas de su novio.

Más o menos se esperaba el dolor del puñetazo que recibió en el costado cuando cerró la puerta de la sala de ciencias y se volvió para mirar a Kuroko que lo observaba intentando fingir enfado. Kagami nunca había sido muy listo en descifrar las emociones y los estados de ánimos de los demás, mucho menos las del chico que tenía frente suyo y que era un experto a la hora de mostrarse impasible, sin embargo, desde el tiempo que llevaban saliendo juntos, había comenzado a reconocer pequeños cambios en Kuroko que a veces lo ayudaban. Detalles insignificantes y sutiles pero, que en ocasiones como esa, eran capaces de alertarlo de que algo no iba bien con este.

Kuroko estaba muerto de miedo.

Apoyando la espalda contra la puerta, él se recostó levemente en ella para impedirle a su novio cualquier intento de huida y cruzó los brazos sobre el pecho intentando mostrarse tranquilo y genial, a pesar de saber que el rubor le enrojecía el rostro hasta las orejas.

—Bueno, ehh… Ahora, ¿podrías explicarme mejor eso que has dicho de tu madre y nosotros y…?

—Le dije que estábamos saliendo formalmente desde hace un tiempo y pensó que era buena idea de que fueras a comer a casa, Kagami-kun.

Sintiéndose un poco consternado, Kagami comprendió al ver la nerviosa inseguridad del otro chico de que este hablaba en serio. Kuroko realmente se había atrevido a confesarle a su progenitora que ellos eran más que buenos amigos. Mucho, mucho más que «buenos amigos».

Y sintió pánico. Y frustración. Y enfado. Todo aquel tumulto de emociones a la vez, tan revueltas entre sí que Kagami se supo incapaz de diferenciar una de otra para poder controlarlas lo suficiente hasta saber qué hacer con ellas.

Así que simplemente dejó de contenerse y le dijo:

—¡¿Le has dicho a tu madre que yo soy tu novio?!

—Bueno… sí —tuvo que reconocer Kuroko, mostrándose algo receloso ante su reacción; seguramente no era capaz de predecir cómo iba a actuar él tras su respuesta.

—Pero, ¿por qué? ¿Por qué ayer y sin decirme nada antes? —le preguntó de golpe y, al ver el breve destello de dolor que se reflejó en los celestes ojos del chico, Kagami fue consciente del error que acababa de cometer con su elección de palabras. Demonios, ¿por qué tenía que ser tan idiota y no saber medirse?

—Porque ayer mismo, Kagami-kun, me dijiste que estabas harto de esconder lo nuestro y que teníamos que plantearnos explicar nuestra relación si queríamos que esta funcionara en un futuro —contestó con frialdad Kuroko, su tono de voz tan cortante como la hoja de un cuchillo—. Disculpa que me lo haya tomado tan en serio.

Su error había sido enorme. Kuroko estaba furioso.

—No, no. Lo estás comprendiendo mal, Kuroko. —Frustrado consigo mismo y su estupidez, Kagami intentó mostrarse conciliador y tomar su mano, pero el chico la apartó sin contemplaciones y una mirada feroz con la que le advertía que no se le acercara.

—Entonces lamento ser tan tonto —le espetó con completa inexpresividad—. Voy a regresar. Pronto tocarán la campana.

Sin amedrentarse por su enfado, Kagami se puso en medio para frenar su huida y dio un par de pasos hacia él hasta lograr arrinconarlo contra uno de los mesones y envolverlo en un abrazo del que el otro intentó escapar sin éxito tras unos segundos de forcejeo.

—Oe, Kuroko, cálmate y escúchame un minuto, ¿quieres? Lo que intentaba decir fue… ¡Ay! ¡Demonios! ¡Maldición! —Apretando los dientes, se aguantó como pudo el dolor provocado por el codazo recibido en sus costillas magulladas y, haciendo uso de la diferencia de fuerza entre ambos, Kagami apretó a Kuroko con mayor firmeza contra él, obligándolo de este modo a que se quedara finalmente quieto y lo mirara lleno de resentimiento.

—Entonces dime —le exigió este—. ¿Qué es lo que he entendido mal? Si te ha molestado que le contara a mamá sobre lo nuestr-

—¡No es eso! Estoy enfadado contigo, sí, pero no porque se lo hayas dicho, sino porque siento que siempre me dejas aparte de tus problemas. —Lo había dicho. Kagami notó como el peso que sentía estaba oprimiéndole el pecho finalmente se aligeraba un poco y como la vergüenza, por mostrarle aquella debilidad, le teñía de furioso rojo el cuello y las mejillas—. ¿No te dije que ya no tenías que enfrentar todos los problemas tú solo, Kuroko? Se supone que si yo estoy aquí, debo apoyarte. Yo… realmente quiero que lo hagas. Porque te amo. Porque sobre todas las cosas quiero que nunca dudes de que puedes tenerme cada vez que me necesites. Sin embargo, nuevamente vas y haces todo por tu cuenta. Sufres por tu cuenta… Y no me permites hacer nada para ayudarte.

Y, tras su confesión, el chico dejó de luchar.

Con su cuerpo oprimido contra el suyo, Kagami notó de inmediato como la tensión furiosa de Kuroko comenzaba a remitir lentamente. Arriesgándose un poco más, se inclinó lo suficiente para que sus frentes se tocaran. Podía ver a la perfección su propio reflejo en los iris celestes que lo observaban sin siquiera pestañear, mucho menos turbulentos que minutos antes después de oír sus palabras.

—Ayer hablé con Aomine-kun —le dijo Kuroko. A pesar de intentar mostrarse seguro, Kagami pudo percibir cierta vacilación en su voz, como si una parte de él dudara en contarle o no aquello. Pasados unos pocos segundos, este finalmente pareció decidirse a continuar—. Me dijo que su encuentro contigo le hizo plantearse la idea de enfrentarme y así poder explicarme correctamente como se sentía respecto a mí por lo ocurrido años atrás, para que así pudiéramos… cerrar nuestra historia. El que tú lo hubieras confrontado por mí, Kagami-kun, fue como una especie de regalo que no merecía —reconoció—. En ese momento comprendí que no tenías intención de que me enterase nunca de ello y no esperabas nada a cambio, solo querías que yo fuera feliz —murmuró, un poco avergonzado—. Por ese motivo, cuando llegué a casa y vi a mamá pensé, «¿por qué no? ¿Por qué no decirle como soy y me siento en verdad?». Y eso fue lo que hice.

Al oírlo, un sinfín de emociones parecieron arremolinarse dentro de su pecho amenazando con hacerlo explotar. Kagami, sintiéndose a la vez satisfecho y culpable, no era capaz de hallar las palabras adecuadas para explicarle a Kuroko como se sentía. No podía negar que una parte de él se alegraba de que el chico se hubiera arriesgado a dar aquel paso porque eso era una clara muestra de que ya estaba preparado para aceptarse a sí mismo y la relación de ambos, pero también era consciente de que él mismo aún era incapaz de plantearse hacer algo similar con sus propios padres. Amaba a Kuroko e iba a luchar lo que hiciera falta para que nunca se fuera de su lado; no obstante, a una pequeña parte de él, aquella que estaba llena de inseguridad infantil y deseosa de aprobación, le aterraba lo que su padre fuera a pensar, porque no quería decepcionarlo. En el fondo, seguía siendo un cobarde.

Sin poder explicarle todavía lo que pasaba por su cabeza, Kagami simplemente lo abrazó más fuerte y se permitió buscar sus labios para besarlo con suavidad; un roce cálido y ligero que repitió una y otra vez, una y otra vez como si de una plegaria de redención se tratase. Como si de aquel modo pudiese obtener su perdón por lo que aún no era capaz de hacer.

—¿Ha sido difícil? —le preguntó a su novio cuando finalmente dejaron de besarse y se sentaron uno junto al otro en el piso del aula con la espalda contra la puerta y las manos de ambos entrelazadas.

Kuroko se encogió de hombros como queriendo restarle importancia al asunto, sin embargo, pareció pensárselo mejor y asintió con un gesto.

—Fue terrible —confesó—. Estaba muy asustado y no podía parar de temblar. Temía lo que mamá fuera a pensar de mí. No quería decepcionarla o entristecerla. No quería que… dejara de quererme.

Lo mismo que sentía él, pensó Kagami con remordimiento.

—¿Y qué te dijo al respecto? ¿Lo aceptó sin más? —Miró a Kuroko y se rascó con un dedo la mejilla, un poco avergonzado—. ¿Qué dijo tu madre sobre el hecho de que… bueno... tú y yo… eh… tú y yo…?

—Tú y yo, ¿qué? —inquirió Kuroko con fingida inocencia.

—¡Lo sabes perfectamente, idiota! —Kagami se cubrió el rostro con una mano y notó el calor que este desprendía a causa de su sonrojo—. ¿Cómo demonios pudiste decirle que somos novios y no morir de la vergüenza? —le preguntó realmente intrigado.

Oyó al otro chico reír a su lado y se atrevió por fin a mirarlo. No había nada que le gustara más a Kagami que ver aquellos pequeños estallidos de felicidad en Kuroko, no solo porque fueran raros y efímeros, sino porque, últimamente, solo parecía reservarlos para él. Eran como su pequeño secreto; aquella parte del chico fantasma que era solo suya.

—A veces eres tan tonto, Kagami-kun. —Todavía riendo, Kuroko apoyó la cabeza en su hombro y levantó sus manos unidas para contemplarlas con atenta fascinación un instante, como si admirara el contraste en color y tamaño entre ambos—. Mamá me dijo que ya lo sospechaba —continuó repentinamente—. Intuyó que lo que sentía años atrás por Aomine-kun era más que amistad y, como nunca le dije que tenía novia, supuso que era porque prefería a los chicos; así que cuando comencé a platicarle sobre ti, bueno, temió que la historia se repitiera. —Levantando el rostro de repente, Kuroko lo miró directamente a los ojos haciendo que el corazón de Kagami se acelerara—.Por ese motivo, cuando le dije que me correspondías, se sintió bastante aliviada. —Inclinando la cabeza un poco, su novio hizo una pequeña reverencia formal—. Muchas gracias por cuidar de mí.

—Para de soltar tonterías —le dijo él al tiempo que le revolvía el cabello con poca delicadeza, logrando que el chico dejara escapar unos cuantos grititos en señal de protesta por su brusquedad. Aclarándose la garganta, Kagami continuó en apenas un murmullo—: No hay nada que tengas que agradecer. Además, iré a cenar a tu casa.

Kuroko lo miró con aquellos ojos celestes resplandecientes y una sonrisa en los labios tras haber aceptado aquello y le dijo con sinceridad:

—Muchas gracias.

Durante un breve instante, simplemente se quedaron así, mirándose en silencio como si ninguno de ellos supiera muy bien que era lo siguiente que debían hacer o decir. Fue Kuroko quien finalmente, y sorprendiéndolo un poco, se recostó a su lado en el duro suelo del salón, apoyando la cabeza sobre sus muslos y dándole la espalda.

—Estoy cansado —le dijo este—. Anoche apenas pude dormir nada a causa de los nervios.

A pesar de su duda inicial, Kagami se dejó llevar por un impulso repentino y, teniendo cuidado de no sobresaltarlo, acarició con delicadeza el suave cabello de la nuca del chico, ligero como pelusilla y tan claro que a contraluz parecía casi incoloro, así como la pálida piel del cuello que quedaba vulnerablemente expuesta sobre el borde de la camisa del uniforme. Parecía tan… frágil e indefenso.

Un poco sorprendido por aquel repentino pensamiento, Kagami se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no pensaba en Kuroko de ese modo. Estaba tan acostumbrado a tenerlo a su lado, tan seguro de que él lo respaldaría y lo ayudaría cuando lo necesitara, tan habituado a depender de su fuerza que, sin saber cómo, acabó por olvidar completamente de que aquel chico era débil y poco resistente; que la diferencia de fuerza entre ambos era algo incomparable, y sin embargo, ya no le parecía un abismo tan insalvable como cuando lo conoció.

Kuroko le repetía a Kagami una y otra vez que era su luz y él mismo la sombra que lo respaldaba; no obstante, ya no estaba completamente de acuerdo con aquello. Desde que lo había conocido, después de aquel enfrentamiento estúpido de uno a uno que tuvieron hacía más de un año atrás, Kagami había sido incapaz de dejar de mirarlo, de seguirlo. Kuroko tal vez no fuera la estrella más grande y brillante del firmamento, de aquellas que hacían que clavases tus ojos en ellas, opacando a todo el resto; no, Kuroko era simplemente una de esas estrellas pequeñas pero constantes, aquellas que pocos conocen y distinguen, pero que, una vez las encuentras, no puedes dejar de notarlas.

Kuroko era su estrella. La única que veía en aquel firmamento infinito.

Kagami nuevamente permitió que sus dedos vagaran con suavidad sobre este, recorriendo la delicada piel desnuda y percibiendo el leve estremecimiento que recorrió a su novio al sentir sus caricias. Notando el latido constante del cálido pulso bajo su tacto, y descubriendo que aquello era todo lo que necesitaba en su mundo. Todo lo que necesitaba para perderse por completo.

El ligero suspiro que escapó de los labios de Kuroko rompió la pequeña ensoñación en la que llevaba minutos atrapado, obligándolo a volver a la realidad. Aún de espaldas a él, el chico respiraba pausadamente, un sube y baja tan constante como el tictac de un reloj; sin embargo, algo en su postura, en la ligera tensión que parecía afilar un poco sus hombros, le advirtió a Kagami que algo importante estaba a punto de suceder.

—Kagami-kun…, te amo.

Sorprendido, él inspiró aire bruscamente al oír aquella confesión que no esperaba para nada y dejó que la mano que segundos atrás estaba jugueteando con el cabello de Kuroko cayera sobre su pierna, sin importarle para nada el hecho de que esta le temblara ligeramente. ¿Cómo podría interesarse por algo tan insignificante cuando en ese momento sentía que su pecho estaba a punto de estallar a causa de una emoción que no era capaz de identificar?

Las palabras de Kuroko, simples y sencillas, seguían reverberando dentro de él como un eco; repitiéndose una y otra vez y logrando que su cerebro no fuera capaz de entenderlo del todo bien. Este lo amaba. Kuroko finalmente acababa de admitir que sus sentimientos eran algo más que amistad o admiración o aprecio, y aunque Kagami nunca dudó de conseguir su cariño, el que se lo dijera de esa forma, el que pudiera reconocerlo tan abiertamente, lo llenaba de una felicidad tan inmensa como abrumadora y dolorosa.

Inclinándose un poco hacia el chico, lo suficiente para rozar su pálido cabello con el rojizo suyo hasta que las delgadas hebras de ambos se mezclaron, Kagami depositó un suave beso en su cabeza y le susurró al oído:

—Yo también. Yo también.

El sonido de la campana anunciando el regreso a clases no pareció inmutarlos. Kuroko siguió recostado sobre sus piernas, tranquilo y relajado mientras el calor del cuerpo de Kagami rodeándolo lo protegía hasta que se quedó profundamente dormido; y a su vez, Kagami se dejó arrastrar por la felicidad de aquel momento y el recuerdo de aquellas dos pequeñas palabras que parecían haberle regalado el mundo.

 

——o——

 

A pesar del valor que había mostrado horas antes y de su autoconvicción de que no podía ser tan terrible como creía, Kagami sintió como el corazón le latía desbocado dentro del pecho a causa del miedo. Para ser más exactos, el miedo a enfrentarse a la madre de Kuroko.

Durante el entrenamiento se había repetido una y otra vez que aquel encuentro no debía ser tan violento como se temía. No era la primera vez que visitaría la casa del chico, y de hecho, la madre de Kuroko siempre se mostraba amable y atenta con él, pero, ¿seguiría mostrándose tan cordial ahora que estaba al tanto de la verdadera relación que mantenía con su hijo? Kagami no estaba tan seguro.

Desechando a un lado sus pensamientos sombríos, miró de reojo a Kuroko que caminaba en silencio a su lado. Su novio parecía bastante cansado, algo que él entendía a la perfección ya que aquella tarde Riko fue bastante dura con todo el equipo haciéndolos entrenar intensamente ya que al día siguiente no tendrían más que una práctica ligera y preparación táctica antes del partido que los esperaba el miércoles. Aun así, no pudo evitar preguntarse si aquel mutismo en el otro podría deberse a algo más, como los nervios.

—Oe, Kuroko —dijo en un intento de llamar su atención, arrepintiéndose casi de inmediato cuando los pálidos ojos del chico se posaron curiosos sobre él—. Sobre la cena de hoy…

—Será algo bastante tranquilo, no tienes que preocuparte mucho; solo mi madre, mi abuela y nosotros dos —le dijo este interrumpiendo sus palabras—. Mi padre no está en la ciudad, por trabajo. Regresará el viernes.

Un poco sorprendido, Kagami se dio cuenta de lo tonto que era al no haber pensado sobre ello. La impresión por lo que su novio le había revelado no le permitió concentrarse en nada más aparte del hecho de que la madre de Kuroko sabía que eran una pareja; en ningún momento se detuvo a pensar en lo que el padre del chico hubiera dicho o siquiera si este estaba enterado de ello.

—¿Él no lo sabe aún? —le preguntó dudoso—. Sobre… lo nuestro, quiero decir.

Kuroko negó con un gesto.

—Mamá me dijo que lo hablaría con él cuando regresara de su viaje y le explicaría todo. Y me aconsejó que fuese paciente y comprensivo con su reacción —respondió con su tranquilidad habitual, como si intentara mitigar su ansiedad; sin embargo, Kagami se percató de inmediato de que aquella espera estaba siendo bastante dura para su novio.

No necesitaba ser un genio para entender lo que aquellas palabras implicaban realmente: que probablemente el padre de Kuroko no se tomaría tan bien como su madre la idea de que su hijo fuera gay y estuviese saliendo con un chico. ¿Y no era lógico que fuera algo difícil de aceptar?, se preguntó. Él mismo temía lo que pensara su padre cuando se lo confesara, y eso que había pasado casi la mitad de su vida en América; no obstante, ver ese mismo miedo reflejado en el chico que amaba lo hacía algo mil veces más real y duro.

Alargando un brazo hasta alcanzarlo, Kagami sujetó a Kuroko del hombro y lo atrajo hacia él, rodeándolo por el cuello. Sin darle apenas tiempo a reaccionar, robó un fugaz beso de sus labios y no pudo evitar sonreír divertido al ver la mirada de pánico que el chico le devolvió mientras se escabullía de su abrazo y ponía algo de distancia entre ellos.

—¡Kagami-kun! —protestó alarmado, abandonando por completo su habitual falta de expresividad, observando conmocionado a su alrededor, seguramente para asegurarse de que nadie hubiese visto aquello—. ¡No puedes hacer algo así! ¡No aquí!

—¿Por qué no? —le preguntó Kagami ligeramente desafiante, logrando que el ceño del otro chico se frunciera de forma evidente y sus labios se convirtieran en una fina línea que dejaba clara su disconformidad.

—Porque no es correcto hacer algo así en plena calle, Kagami-kun.

—¿Porque es algo escandaloso? ¿Porque va en contra de lo que te han enseñado? ¿Porque somos dos chicos? ¿Hubiese sido más aceptable si fuera una mujer? —Haciendo caso omiso a su protesta, Kagami volvió a acercarse a este. Hundiendo los dedos de sus manos en el cabello de Kuroko, sujetó su cabeza para impedir que escapara y a la vez obligarlo a que lo mirara a los ojos, algo a lo que su novio parecía bastante reticente en ese momento—. Voy a hablar con mi padre sobre nosotros, Kuroko.

El chico lo miró con asombro al oírlo decir aquello.

—Nada de lo que hice fue para que tomaras una decisión así, Kagami-kun —se apresuró a aclararle—. Yo decidí hablar con mi madre porque creía que era una buena idea; porque necesitaba sincerarme.

—Lo sé. Claro que lo sé. —Una sonrisa pesarosa se formó en sus labios—; y no he decidido hacerlo por eso, pero sí reconozco que el hecho de que hablaras con tu madre me ha hecho pensar en lo que podemos esperar de nuestro futuro y en lo que queremos realmente, Kuroko. Vamos a tener mil problemas y momentos difíciles antes de poder consolidar nuestra relación, ¿sabes? Pero hoy has dicho que me amas, y para mí eso ha significado mucho y me ha dado valor; porque yo te quiero como a nadie en este mundo, y si he de decidirme a arriesgarme por algo, lo haré por ti.

Con las mejillas un poco sonrosadas a causa de su confesión, Kuroko, cubriendo sus manos con las propias, asintió solemne.

—Y hablar con tu padre será una de esas dificultades —afirmó, dándolo claramente por sentado.

—Sí, será complicado, pero bueno, ¡qué demonios! Tendrá que hacerse a la idea de todos modos. —Kagami soltó finalmente a Kuroko y se pasó una mano, algo nerviosa, por el rojizo cabello, desordenándolo un poco—. Aunque seguramente primero va a querer molerme a golpes —comentó a la ligera, aunque en el fondo sabía que probablemente fuese verdad, algo que prefirió no confiarle al otro chico.

—Si quieres, podría acompañarte cuando decidas hablar con él, Kagami-kun. Quizá si estás con alguien sea más fácil —se ofreció Kuroko con completa amabilidad, pero él lo rechazó con un gesto.

—Creo que lo mejor será dejar las presentaciones para otra ocasión. No quiero que sobre el enfado que seguro tendrá, sienta terror al conocerte y ver como apareces y desapareces. Podría llegar a preguntarse si eres real o si he sido poseído por un fantasma o algo así. Si intentara exorcizarme…

—Eso no es gracioso, Kagami-kun —replicó su novio intentando mostrarse molesto, aunque él atisbó el pequeño dejo de una sonrisa en sus labios; además, que este no apartara su mano cuando le desordenó el pálido cabello celeste, era siempre una señal inequívoca de que su enfado no era real.

—Sí lo es. Muy gracioso. —Kagami lo sujetó de la manga del uniforme y obligó a su novio, sin mucho cuidado, a enfilar y tomar rumbo nuevamente hacia su casa—. Confía en mí y deja que yo me encargue de ese asunto, ¿quieres, Kuroko? Te prometo que no lo haré tan mal.

En aquella ocasión no obtuvo una réplica o protesta a modo de respuesta, sin embargo, Kagami no pudo evitar sorprenderse y emocionarse un poco cuando la mano de Kuroko buscó la suya, entrelazando sus dedos con fuerza. Y aunque aquel íntimo contacto no duró demasiado, solo lo justo hasta que apareció un grupo de estudiantes que los obligaron a separarse, aquello sirvió para transmitirle confianza. Para darle esperanza de que las cosas iban a salir bien.

El aviso de un mensaje en su móvil lo hizo salir de sus pensamientos, y al leerlo no pudo evitar sentirse un poco satisfecho. «Gracias» era la única palabra que había escrito Aomine, sin embargo Kagami comprendía el gran valor de todo lo que esta albergaba sin necesidad de ser dicho: la oportunidad de redimir los errores y tomar las decisiones correctas.

Tomando finalmente una decisión, rápidamente tecleó un mensaje en el móvil y lo envió antes de que pudiera arrepentirse. Con un suspiro de nervios y alivio, se dijo que ya estaba hecho.

—Ya estamos aquí —le dijo Kuroko sin volverse a verlo al tiempo que entraba en la casa y daba aviso de su llegada mientras se descalzaba.

Notando el nudo de ansiedad que le atenazaba el estómago, y sintiéndose como un condenado dirigiéndose hacia el patíbulo, Kagami cruzó el umbral armándose de valor; un valor que se esfumó de golpe cuando la madre de su novio apareció de repente frente a él, todavía con el delantal de cocina puesto y cierta nerviosa ansiedad reflejada en sus ojos.

—Bienvenidos —les dijo esta a ambos con una cálida sonrisa; sin embargo, cuando su mirada se posó sobre él, Kagami no pudo evitar notar el frío estremecimiento del temor atenazarle el pecho.

—Yo… yo… Disculpe la intromisión —masculló torpemente, con el rostro ardiendo a causa de la vergüenza. Le tendió a la madre de Kuroko una bolsa con algunos pasteles que compraron de camino y cuando ella la tomó con un «gracias» por respuesta, Kagami no pudo evitar preguntarse cómo era posible sentirse tan aterrado e insignificante ante una mujer tan pequeña y menuda—. Yo… señora… eh… bueno, yo…

Durante los breves segundos que siguieron, ambos se observaron sin saber muy bien que hacer a continuación, temerosos de decir lo que no debían o dar un paso en falso que complicara aquella nueva etapa en su relación. Kagami sentía los ojos de Kuroko clavados en él, así como también percibía la silenciosa evaluación a la que su madre lo estaba sometiendo, como si intentara entenderlo y predecirlo, del mismo modo que habitualmente hacía su novio con él y el resto de las personas que lo conocían. Y no pudo evitar pensar que fracasaría; que no pasaría aquel examen y que esta acabaría por llegar a la conclusión de que él no era el chico adecuado para su hijo. Que lo mejor sería que terminaran su incipiente relación porque él era un completo desastre.

Hasta que ella finalmente sonrió y Kagami pudo volver a respirar.

Para su enorme sorpresa, sintió como aquellos delicados brazos lo rodeaban en un inesperado y cálido abrazo. Un gesto tan sincero y cargado de afecto que hizo que su corazón se agitara de forma dolorosa.

—Me alegro de que hayas podido venir hoy, Kagami-kun. Bienvenido —repitió esta. Poniendo finalmente algo de distancia entre ellos, la madre de Kuroko dio un par de pasos hacia atrás y le sonrió radiante al tiempo que ella misma enfilaba ya hacia el interior de la casa en una clara señal de invitación para que la siguieran—. Pasa y ponte cómodo. La cena ya está casi lista, así que, Tetsu, cariño, ¿por qué no le ofreces algo de beber a Kagami-kun? Seguramente estarán cansados después de la práctica y…

Al ver la sutil sonrisa que Kuroko, que sostenía a Nigô en brazos, le dedicó en ese momento, Kagami dejó de prestar atención a lo que la madre de este les estaba diciendo para centrarse solo en este.

No fueron necesarias las palabras, con aquella mirada y aquel simple gesto Kagami comprendió, sin problemas, lo agradecido y feliz que el chico se sentía de que aquel primer paso para ellos hubiera salido bien. Y él también se sentía de la misma forma.

Siguiéndolo en silencio, Kagami se aventuró dentro de aquel hogar con aquella cálida sensación todavía vibrando dentro de su pecho y, cuando oyó el pitido del mensaje de respuesta al que había enviado minutos antes, lo leyó con el corazón un poco acelerado y la firme determinación de estar tomando la decisión correcta y hacer las cosas bien.

«Llegaré en tres semanas. Hablaremos entonces», fue la respuesta de su padre a la petición de verlo cuanto antes. Porque tenía que hablar con él, Kagami lo sabía… Y tomar decisiones.

Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando vio a Kuroko reír ante el hecho de que el cachorro se estuviera debatiendo para que lo dejara nuevamente en el suelo y como este le lamía el rostro para conseguirlo, ante lo que la madre de su novio lo regañó suavemente.

Con paso firme, Kagami entró en la estancia intentando relajarse y permitiendo que, ante aquella simple felicidad, sus preocupaciones lo abandonaran unas cuantas horas.

Aún tenía tres semanas para encontrar los argumentos perfectos con los cuales explicarle a su padre lo que sentía por Kuroko y que, lamentablemente, por ello no iba a ser capaz de cumplir muchas de sus expectativas, porque la persona de la que se había enamorado era alguien que, estaba seguro, no iba a gustarle ni siquiera un poco.

Aquel era el comienzo de la cuenta regresiva.

Notas finales:

Hola a todos, no estaba muerta, he regresado. Lo primero, les deseo un muy feliz año y que este 2017 les llegue lleno de cosas buenas, y por supuesto, lamento esta demora taaan larga, sin embargo las responsabilidades de casi adulta me han tenido bastante ocupada como para dedicar tiempo a escribir (mejor dicho revisar y hacer la corrección, que es lo que más odio y me quita tiempo). Sin embargo ya iré retomando poco a poco el ritmo e ir corrigiendo y subiendo los capítulos que ya tengo acabados.

Espero les haya gustado este capítulo y espero que por lo menos la larga espera haya valido la pena. No recuerdo si lo comenté antes o no, pero Hilo Rojo está planificada como una historia de veinte capítulos, uno más si termina siendo necesario o uno menos si termino pensando en muchas cosas innecesarias, así que técnicamente solo deberían faltar ocho capítulos para concluir. Menos de la mitad, gracias a Dios.

Pues solo eso. Gracias por leer y gracias por seguir a quienes lo haya hecho y si alguien nuevo cae por aquí. Espero regresar pronto con la actualización..

Hasta la próxima.


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