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El Pozo por Nayen Lemunantu

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IV


 


—¡Mi vida es un puto asco! —Kotaro no había terminado de abrir la puerta cuando se encontró con el grito de Kazunari. Entró sin ningún tipo de preámbulos y se dejó caer en el sillón del living.


—Buenas noches a ti también, Kazunari-nii.


—Cuando te cuente lo que me pasó, Ko-chan, no lo vas a poder creer. ¡En serio! —respondió indiferente a la ironía con que había sido recibido—. Creo que soy el sujeto con peor suerte de esta ciudad. ¡No! Del país… ¡Del mundo! Tengo la peor suerte del mundo mundial.


—¿Eh? —Kotaro aún seguía al pie de la puerta, mirándolo sin ningún signo de comprender de lo que estaba hablando, como si estuviera en un sueño—. Espera, espera… ¡Estoy sacado de onda, Kazunari-nii! ¿Qué pasó? ¿Es sobre Nijimura-san? ¿Hablaron? Al final nunca me contaste qué pasó cuando te fuiste al baño esta mañana… ¿Y qué haces en mi casa? ¿No deberías estar en tu casa a esta hora? —lanzó una pregunta tras otra, sin dar tiempo al otro de responder—. Creí que tu vieja te tenía castigado, onda: casa, escuela, baile y casa otra vez. Igual, cero vida social.


—¡Que se joda mi vieja! —gritó fastidiado—. Ya sé que me voy a llevar un castigo monumental, pero es que necesitaba hablarte. En serio, no me vas a creer lo que tengo que decirte. Y ahora que lo pienso, tal vez debería irme a bendecir por un cura o algo así… Creo que estoy maldito —sentenció con voz demasiado seria.


—Kazunari-nii… —Kotaro cerró la puerta, caminó hasta el living arrastrando los pies y se sentó en la mesita de centro—. Tú no eres católico. ¡Es más! Ni siquiera eres budista.


—¡Ya sé! Eso no importa. Es que de verdad que mi mala suerte me está empezando a asustar. Así que no pierdo nada con intentarlo. —Kazunari se encogió de hombros y rebuscó entre su mochila hasta sacar la cajetilla de cigarros—. Supongo que puedo fumar —dijo dándole unos golpecitos a la caja contra el descansabrazos de cuero marrón—. ¿Estás solo, verdad?


—Sí, mi vieja aún no llega del trabajo —respondió Kotaro mientras se ponía de pie y abría las dos ventanas corredizas del living—. Y El Jefe ya sabes que llega tardísimo. —“El jefe” era como Kotaro llamaba a su papá—. Yo creo que el cabrón ese tiene otra familia. ¡¿Cómo, si no, explicas que llegue todos los días pasada la media noche?! Eso de que trabaje hasta tan tarde, no me lo creo.


—Bueno… eso depende del trabajo —respondió Kazunari con una sonrisa pícara curvándole los labios. Se llevó el cigarro a la boca y lo encendió con calma—. Tal vez por las noches el respetado señor Hayama es mejor conocido como Jazmín la Cachonda.


—¡No jodas!


Kazunari exhaló una gran bocanada de humo. Kotaro se sentó en el sillón frente a él. Ambos se miraron con mucha seriedad durante dos segundos y luego, sin previo aviso, soltaron una carcajada simultánea. Kotaro echó la cabeza hacia atrás y se destartaló de la risa en el sillón. Kazunari reía hasta acumular lágrimas en los ojos sin dejar de fumar.


—Okay… Dejando los conflictos de género del Jefe de lado… —Kotaro trataba de hablar y recuperar el aire a la vez—. ¿Qué rayos fue lo que te pasó?


—¿Recuerdas el tipo del fin de semana?


—¿Con el que viviste una noche de loca pasión? —preguntó burlón.


—¡Ese mismo!  —respondió Kazunari haciendo caso omiso del tono mordaz de la pregunta—. Pues te mueres… ¡No lo vas a creer ni aunque te lo cuente! Resultó que ese sujeto es mi profesor de baile.


—¡¿Qué?!


—Sí… ¿Te puedes creer mi mala suerte?


—Pero cómo… cuándo… por qué… ¿Esto puede pasar en la vida real?


—Supongo que son de la clase de cosas que sólo me pasan a mí. —Kazunari subió los pies sobre la mesita de centro, se acercó el cenicero de vidrio transparente al regazo y fumó tranquilo—. ¡Vaya vida de mierda que me gasto!


—Pero, ¿qué te dijo el sujeto ese? ¿Se acordaba de ti? ¿Te reconoció?


—¡Vaya que sí lo hizo! Se acordaba muy bien de todo, en realidad. —Kazunari juntó los labios hasta formar una perfecta O y exhaló pequeñas cantidades de humo, tratando de hacer aros, aunque sólo le salían figuras deformes—. El muy cabrón estuvo usándome de payaso desde que llegué. ¡Es un sujeto de lo más retorcido! Debe ser uno de esos depravados que van cargándose a quien se les cruza por el camino sólo para matar el aburrimiento. ¡Imagínate! Con el sujeto que me fui a topar.


—Bueno, no puedo decir que no te lo buscaste, Kazunari-nii. —Kotaro le lanzó una mirada preocupada, a pesar de que sus labios sonreían afables como siempre—. ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Le dirás a tu vieja que te retire?


—¿Y con qué excusa? —respondió arrugando el ceño—. No puedo decirle a mi vieja que me retire de las clasecitas de baile porque acabo de descubrir que cogí con el profesor. Supongo que no me queda otra más que bancármelas.


—Te compadezco…


Y después de escuchar durante quince minutos seguidos a Kazunari despotricar contra las fuerzas creadoras de universo, Kotaro supo que necesitaría como mínimo de un par de horas de videojuego para liberar la mala vibra que representaba ser el paño de lágrimas, o más bien, central de reclamos, de Kazunari Takao. Tarea que él convenientemente llamaba “el deber del mejor amigo”. Igual Kotaro creía que la mayoría del tiempo abusaba con eso del deber del mejor amigo.


Se puso de pie sin avisar nada y se encaminó a su cuarto. Ahí lo encontró Kazunari un par de minutos después, sentado en el suelo sobre un cojín frente al plasma que le había regalado El Jefe para su último cumpleaños, con la espalda apoyada en los laterales de la cama. El videojuego llevaba 76% de carga y Kotaro esperaba sin despegar los ojos de la barra de progreso mostrada en la pantalla. Tenía el controlador en las dos manos.


—¿Qué jugamos?


—Shadow Realms—respondió un taciturno Kotaro. La carga iba en 93%—. Creo que necesitas matar a unos cuantos demonios, Kazunari-nii. —Una enorme sonrisa le surcó los labios en ese momento.


Kazunari le devolvió la sonrisa y se sentó a lo indio a su lado, pensando en que Kotaro era el mejor amigo que podría haber encontrado. Sabía perfectamente lo que necesitaba y cómo ayudarlo, todo en el momento justo.


—No hay nada que matar demonios no pueda arreglar —reconoció mientras sonreía más calmado.


El juego terminó de cargar y la música de presentación sonó a todo volumen. Kazunari tenía el cuerpo inclinado hacia adelante, sosteniendo relajado el control con la mano derecha. Hace días tenían guardada esa partida, justo cuando aparece el demonio final: el Señor Oscuro, que aún no habían podido eliminar, ni cuando trabajaban perfectamente coordinados.


Kotaro había bromeado con que ese demonio debía ser efectivamente la encarnación virtual de Satán, porque matarlo les resultaba imposible. Y ese día no fue la excepción. Aunque lo atacaron de forma simultánea, el Señor Oscuro se encargó de repeler sus ataques con tanta eficacia, que el daño que pudieron infringirle fue casi nulo. Por el contrario, la barra contadora de energía de Kazunari se agotó por completo al momento de recibir el último ataque.


—¡¡Maldición!! —gritó cuando apareció el clásico game over en su personaje—. ¡No puedo creer que este cabrón me haya asesinado tan pronto!


—Mala suerte, Kazunari-nii —respondió Kotaro con una sonrisa demasiado plácida en el rostro para estar realmente apenado—. Yo me encargaré de vengarte. —Hizo un movimiento extraño con el cuerpo, mientras su personaje luchaba por esquivar un nuevo ataque, como si el moverse él ayudara de alguna forma.


—Ya lo quiero ver —contestó Kazunari, burlón.


Kotaro continuó luchando, concentrado en el juego. Esquivaba lo mejor que podía los ataques del enemigo, considerando la poca vida con que contaba y lo devastadores de los golpes del demonio frente a él. El enorme monstruo rugió una última vez y se movió con una celeridad sorprendente para su cuerpo, en cosa de instantes estaba justo sobre el personaje de Kotaro, golpeándolo de forma letal.


—¡¡No!! —Kotaro dejó caer el control al piso y se sostuvo la cabeza con ambas manos. Parecía muy afectado sólo por un videojuego.


Se oyó una risa espectral mientras la pantalla mostraba el cuerpo sin vida del personaje. Éste fue rodeado por demonios de todas las clases y tamaños antes de que entre todos arrastraran su cuerpo hacia las tinieblas, hasta que todos desaparecieron absorbidos por la oscuridad.


Las pesadillas son reales —dijo una voz en off dentro del juego, indicando que por esta partida, el Señor Oscuro había ganado la batalla.


El juego siguió reproduciendo las imágenes programadas para darle sentido a la historia. El demonio frente a ellos, disfrazado de un hombre común con traje negro, se deshizo en el aire en medio de una espesa nube oscura.


Kazunari miró la escena como hipnotizado.


—Hay días en los que tengo un sueño. Uno de esos sueños repetitivos —soltó de pronto, con los ojos fijos en la espesa oscuridad de la pantalla—. Últimamente lo he soñado mucho… Demasiadas veces en realidad. Me pregunto si no será alguna especie de mensaje.


—¿Un mensaje? —Kotaro lo miró con el ceño arrugado, sin comprender—. ¿Un mensaje de quién? ¿Un mensaje del de arriba? —dijo señalando hacia el techo con el dedo índice.


—No lo sé… es sólo una teoría. —Kazunari habló sin mirarlo—. No sé bien qué pensar.


—¿Y qué sueño es ese?


—Sueño que estoy en un pozo, tan hondo que cuando miro hacia arriba, sólo veo un mísero punto blanco donde debería estar el cielo azul. Las paredes del pozo se me vienen encima, tragándome con su oscuridad. —Dejó caer la cabeza hacia atrás y la recostó en la cama, quedó mirando el techo.


Kotaro no dijo una palabra.


—El pozo es tan profundo que ya no sé cómo salir —continuó—. Estoy atrapado, pero la salida es inalcanzable para mí. Ya toqué fondo. 


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