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Hermosos y malditos por Kitana

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Notas del capitulo: Hola a todo el mundo!!! unnuevo capi de este maratonico fic XDD bueno aca lo dejo y por último aunque no menos importante, Willow!!! juro por todos los dioses que había contestado tu review,pero esta canija página no sé que hizo con mi respuesta que no se ve, una disculpa enorme, gracias por tus palabras, un beso, bye

 

El sol brillaba ya en el cielo. Con pereza, Mime se incorporó de la cama. Verdaderamente no tenía deseos de nada, de ver a nadie. Pero era domingo y recibiría la visita de su hermano. Seguía molesto con Hagen. Su hermano mayor simplemente le había arrancado todo al llevarlo a ese nuevo colegio. Había protestado, había gritado y llorado, pero Hagen no se desdijo ni le llevó de vuelta a casa.

 

Su hermano le había dicho que lo hacía por su bien, que no podía cuidarle siempre, y que Fleur no siempre estaría disponible para ayudarle. Pero él sabía que lo hacía por algo más. Mime sabía que todo ese enredo se debía a que no quería verle cerca de Sigfried. No entendía por qué su hermano se empeñaba en apartarlo de el.

 

La relación entre Hagen y Sigfried simplemente se había roto, no se tragaba eso de que solo se debía a la negativa de su hermano a aceptar su relación con Sigfried, por la forma en que los dos actuaban, estaba seguro de que se debía a algo más. Algo que nadie quería decirle.

 

Extrañaba a Sigfried, había llegado a enamorarse de él, había llegado a amarle con locura, a pesar de todo, de la diferencia de edades, ahora sabía que eran poco más de diez años los que el militar le llevaba, era mayor que Hagen... pero eso no le importaba. Había decidido mantenerse tranquilo en espera de que Sigfried cumpliera su promesa.

 

Sigfried le había dicho que en donde estuviera, él lo hallaría, que nada ni nadie los separaría, eso había dicho cuando le confiara que había escuchado a Hagen hablar con Fleur y contarle que lo llevaría a un nuevo colegio lejos de la ciudad.

 

Recordó aquella tarde, Hagen ni siquiera le dijo a donde iban, simplemente le hizo subir a la camioneta, él no sospechaba que ese sería el día en que le recluyera en ese colegio en el que se encontraba ahora. Ni siquiera le había dado oportunidad de despedirse  de sus amigos, le tenía recluido en ese colegio sin permitirle siquiera las visitas, sólo estaba autorizado a recibir correspondencia suya y ni soñar con usar el teléfono.

 

Se sentía desesperado. Cada día que pasaba ahí se le hacía peor que el anterior.

 

Con desgano, se dirigió al salón de lectura. Estaba demasiado cansado de todo como para buscarse un nuevo regaño al intentar salir del colegio...

 

Aproximadamente una hora después, alguien de la dirección se presentó para pedir que se presentara ante el subdirector. De mala gana, recogió sus cosas y abandonó el patio. ¿Qué iban a prohibirle esta vez? Fue su primer pensamiento al saber aquello. Hagen se las arreglaba para que todos los prefectos estuvieran al pendiente de todo lo que hacía y decía. Caminó por los corredores arrastrando los pies.

 

A su modo de ver las cosas, ese colegio no era  mejor que el Ateniense, pero, mientras fuera menor, debía ceñirse a lo que Hagen decidiera era lo mejor para él.

 

Llegó hasta la dirección. Estaba disgustado, su hermano con toda seguridad estaría sentado en mitad del despacho del subdirector con esa cara de pocos amigos de los últimos tiempos, quejándose de que no había sabido comportarse. Frunció el ceño involuntariamente. No entendía porque las cosas habían cambiado de tal manera entre ellos.

 

Quedó verdaderamente sorprendido al ver que el joven con uniforme militar que esperaba no era su hermano, sino un joven al que recordaba haber visto en compañía de su hermano, eso lo descolocó verdaderamente. Comenzó a pensar que algo muy grave debía haberle sucedido a su hermano como para que alguien más viniera a buscarlo.

 

- ¿Qué sucede? ¿Dónde esta Hagen? - dijo a penas cruzar la puerta.

- Quiero que te tranquilices y me escuches. - le dijo el subdirector. - Tu hermano tuvo un contratiempo, pero necesita verte.

- ¿Qué clase de contratiempo? - preguntó verdaderamente asustado.

- Nada grave, pero necesitamos que vengas conmigo, ya le he explicado al señor subdirector la situación y ha estado de acuerdo en que vengas conmigo. - dijo el joven militar.

- Esta bien, de acuerdo pero entiéndeme, ¡necesito saber que es lo que le pasó a mi hermano!

- Por el momento será mejor que no te lo diga. - susurró el militar bajando el rostro.

- Ve, no te preocupes más. - le dijo aquel hombre  con una amabilidad que le desconocía.

 

No perdió más tiempo, aferró su mochila y siguió a ese joven del que no podía recordar su nombre.

 

Abandonaron el colegio, Mime estaba convertido en un manojo de nervios, preguntándose que podía haber pasado como para que Hagen no se presentara a buscarlo en el colegio.  Mime pudo ver a través del cristal de la enorme camioneta en que viajaba como la silueta de su nuevo colegio se diluía lentamente, estaba verdaderamente preocupado por Hagen, arrepentido de todo lo que le había dicho en su última visita.

 

Estaba sinceramente angustiado, Hagen era su única familia luego de que sus padres murieran, no podía imaginarse siquiera que pudiera perderlo. El sonido de un teléfono le hizo salir de sus cavilaciones.

 

- Esta en la guantera, contesta, por favor. - dijo el joven que le acompañaba. Mime hizo lo que le pedía, abrió la guantera y contestó.

- ¿Hola? - dijo con voz apagada. Había alcanzado a escuchar una suave risa al otro lado de la línea.

- Hola Mime...

- ¿Sigfried?

- El mismo, ¿cómo estás?

- Preocupado, nadie quiere decirme lo que pasa con mi hermano. - se quejó el menor angustiado.

-  Ese cabeza dura esta bien, esto fue un simple ardid para sacarte del colegio sin que él lo supiera, Syd te traerá conmigo, descuida. - dijo el mayor tranquilizándole.

- Al menos debiste avisarme, sentí que el alma se me iba. - dijo Mime en tono de reproche.

- No quise asustarte, créeme, pero era preciso hacerlo todo con el mayor sigilo, no iba a poder distraer a tu hermano para siempre.

- Entiendo. - dijo el rubio sonriendo con serenidad.

 -Tranquilízate precioso mío, Syd sabe que hacer. -no tuvo tiempo de decir nada más, Sigfried ya había colgado.

 

No supo por qué, pero sonrió.  Al fin había sucedido algo bueno en su vida...

 

Horas más tarde, un furioso Hagen se presentaba en el despacho de su capitán, el rubio parecía a punto de causar una catástrofe. Cuando se plantó frente a Sigfried, se sintió hervir de furia al ver la manera en que se comportaba su superior, con una pasmosa calma que, a sus ojos, rayaba en la desfachatez.

- Buenas tardes Hagen, ¿a que debo tu visita? Creí que te encontrabas de permiso. - dijo sonriendo suavemente.

- Déjate de estupideces, que los dos sabemos por qué estoy aquí. ¿dónde esta mi hermano?

- Amigo, eres tú quien debería saberlo, es tu hermano, no el mío. - dijo Sigfried burlón.

- No soy tu amigo y deja de hacerte el tonto, ¡te exijo que me digas donde tienes a mi hermano! - Sigfried le miró, era obvio que Hagen ya sabia de la treta empleada para sacar a Mime del colegio.

- Ya que lo pones así... cuñado... te diré que no tengo intenciones de decirte donde esta, no es menester que lo sepas, confórmate con saber que se encuentra bien y que no ha sufrido ningún daño, ni lo sufrirá. Te dije que siempre consigo lo que quiero, y quiero a tu hermano para mí, esto pudo ser por las buenas, pero, te recuerdo que cada uno cosecha lo que siembra.

- A mi ya no me engañas... sé exactamente lo que escondes...

- ¿De qué hablas? - dijo Sigfried fingiéndose indignado.

- De lo que escondes, de todos tus negocios sucios, de tu familia... - el castaño se puso en pie, furioso, indignado.

- Cierra tu maldita boca. - dijo mientras se apresuraba a cerrar la puerta. Hagen se sorprendió, jamás había conocido esa faceta de su capitán.

 

Sigfried siempre se mostraba amable, atento, cortés, refinado, no como en ese momento. En ese momento, Sigfried era la viva imagen de la furia, del rencor.

 

- Escúchame bien, no vas a amedrentarme, sé lo que haces, sé quien es tu familia y voy a comprobar que estás en negocios sucios... - dijo Hagen. Sigfried se echó a reír, con una fría risa burlona le encaró.

- Quién debe escuchar eres tú, Benetsnatch. Dejé que siguieras con ese jueguito absurdo del investigador porque no me interesaba en lo mínimo, simplemente no ibas a encontrar nada, o al menos nada comprobable. No tengo motivos para acabar contigo, pero si me los das, créeme que no voy a dudarlo. - Hagen le miró estupefacto. - No creas que no me entero de nada, no creas ni por un segundo que puedes hacer algo sin que yo lo sepa. He seguido de cerca cada  uno de tus movimientos desde que te acercaste a nosotros.

- Entonces es cierto... él es tu hermano.

- Medio hermano. - aclaró el castaño con desdén - Pero eso no importa, la familia es la familia, y no voy a dejar que le toques un pelo, ¿me has entendido?

- ¿Me amenazas?

- Tómalo como quieras, y ten por seguro que desde este momento, le debes tu asquerosa vida a tu hermano. Sólo por él no te mato aquí mismo.

- Esto no se va a quedar así. Acudiré al comandante.

- Hazlo, y entonces me darás el pretexto que necesito para acusarte de corrupción. A diferencia de ti, yo si puedo probar que eres corrupto.

- ¡Infeliz! En toda mi carrera jamás he cometido ningún acto indigno.

- Estás muy seguro... pero yo podría hacer que te veas como el peor de los corruptos, no me retes Hagen, no me hagas olvidar que fuimos amigos.

 

Hagen lo miró con odio, ¿hasta donde llegaban los tentáculos de los Navokov? Ahora más que nunca estaba decidido a apartar a su hermano de ese hombre, y a Alcestes de Penrill.

 

Aquella tarde de domingo, Camus se encontraba a solas en la habitación que compartía con su esposo. Giovanni no se encontraba en casa, había tenido que salir a atender una emergencia por ordenes de Enzo, el viejo Altovelli estaba cada día más enfermo y dejaba más y más responsabilidades en manos de sus hijos, en especial de Giovanni. El joven empezaba a tomar el control de todo aquello que en vida hubiera controlado Luigi.

 

Camus sabía que eso podía ser un arma de doble filo, mientras su esposo se volvía importante, él estaría bien, sin embargo, la relevancia de su esposo podría significar un nuevo problema. A alguien podía ocurrírsele que era buena idea liarse con él. Y eso no era conveniente, nada conveniente.

 

Tenía que ser más cuidadoso y continuar con sus planes.

 

El primer paso estaba dado, Giovanni era un asiduo visitante de su cama cada noche. A veces solamente se aparecía por la casa para hacerle el amor y luego volvía a sus deberes.

 

Camus sabía que algo grande se avecinaba, la vigilancia en la casa había sido duplicada, Giovanni le había asignado un par de guardaespaldas de fijo y cada día pasaba menos tiempo en la casa.  No se le permitía salir sin su esposo, había visto a Death Mask llegar a la casa y llevarse cajas, extrañas cajas que le había dado la impresión de que servían para transportar cadáveres.

 

Había escuchado a su marido decir que los chinos comenzaban a moverse. No supo como interpretar aquello, pero a juzgar por el ceño fruncido de Giovanni, simplemente debía ser grave.

 

Estaba esperando por Giovanni, tenían cita con el médico que vigilaba su embarazo. Se sentía bien, pero había argumentado malestares para tener al menos un pretexto para salir. Empezaba a impacientarse, Giovanni no llegaba.

 

Cuando su esposo apareció, lo hizo de muy mal humor.

 

- ¿Estás listo? - Camus solo asintió, era obvio que Giovanni había tenido un mal día. - Entonces vamos de una vez, ese maldito médico tendrá que atenderte.

 

El francés ni chistó, empezaba a entender como manejar a su marido y no quería echarlo a perder. Se dejo arrastrar por un alterado Giovanni. Comenzaba a conocerlo, fuera lo que fuera, tenía que ser verdaderamente importante para tenerle así.

 

Llegaron donde el médico seguidos por dos de los guardaespaldas de Giovanni, él también iba fuertemente armado. Cuando entraron al consultorio del médico, Giovanni intercambió algunas palabras con sus guardaespaldas en su lengua natal, Camus no alcanzó a comprender del todo, pero se preocupó cuando vio que su esposo se llevaba la mano al bolsillo donde siempre llevaba oculta un arma.

 

- Buenas tardes. - dijo el médico. Giovanni mantenía la mano oculta en el bolsillo y aferraba a Camus con fuerza. El francés se quedo quieto mientras su esposo se hacía cargo de la situación, no había que ser un genio para darse cuenta de que las cosas empezaban a tornarse peligrosas.

 

Salido de los dioses sabían donde, un hombre de notorios rasgos orientales, surgió de detrás del médico, comenzó a disparar. Camus simplemente no supo que hacer, Giovanni le arrojó al piso y sacó su arma. Al francés aquellos segundos le parecieron una eternidad.

 

De pronto se hizo el silencio, Camus pudo sentir como su corazón latía violentamente en su pecho. Empezó a sentir que le faltaba el aire, de pronto, todo se volvió negro y no supo más de si...

 

Cuando despertó, se encontró en una habitación de hospital.

- Quédate quieto. - reconoció de inmediato la voz de Giovanni.

- ¿Dónde estamos? - preguntó mientras intentaba incorporarse. Giovanni se lo impidió.

- Te dije que te quedaras quieto. El médico dijo que debes quedarte aquí.  - le respondió con dureza.  Camus intentó protestar, pero la agria mirada de su esposo le disuadió. Hasta ese momento se percató de que Giovanni llevaba un brazo en cabestrillo.

- ¿Te hirieron?

- Sí, esos malditos amarillos... - siseó el italiano con desprecio. Camus lo miró compungido.

- ¿Por qué...?

- Solo fue una advertencia... si de verdad hubieran querido matarnos, lo habrían hecho. - dijo Giovanni sin mirarlo. - Vamos a tener que quedarnos aquí un tiempo, es seguro, pero en cuanto te repongas, vamos a enviarte a casa.

- ¿A que te refieres?

- Te sacaremos de aquí, y vamos a enviarte a Sicilia, con Alessandro y mi hermana Ángela. El viejo y yo vamos a quedarnos a enfrentar a esos infelices.

- ¿Fueron ellos los que mataron a Luigi?

- ¿A ti que te importa? Aún si lo supieras, no podrías hacer nada.

- Sólo dímelo.

- No fueron ellos, fue un chiquillo loco que era su amante, justo como tú. - le dijo burlón. Camus frunció el ceño molesto.

- No pienso ir a Sicilia.

- No te he pedido tu opinión, la decisión esta tomada, mientras dure esta guerra, tú desapareces. El viejo no quiere arriesgarse a perder al heredero de Luigi. - dijo Giovanni con amargura.

- Giovanni, yo... - dijo Camus tomando la mano de su esposo.

- Deja las cursilerías, no vas a convencerme de que quieres quedarte solo por mí. No te lo creería. - le dijo apartando bruscamente la mano. - Tengo que irme, esta misma noche vamos a ajustarle las cuentas a los amarillos. - dijo dándole la espalda.

 

Camus lo miró irse, no quería apartarse de él, se recriminó a sí mismo ese enfermizo a pego que comenzaba a desarrollar por su esposo.

 

- Deberías ser más inteligente y no cometer el mismo error dos veces... - se dijo mientras intentaba conciliar el sueño. No era bueno comenzar a sentir cosas por Giovanni, no era lo más conveniente en esa situación.

 

Por el momento decidió no pensar más en ello, tenía que hallar la forma de impedir que le llevaran a Sicilia.

 

El amanecer estaba a punto de llegar. Dohko Yuanshi, líder indiscutible de la mafia china en la ciudad se encontraba en su despacho. Frente a él, una mujer de unos treinta y tantos le rendía informe de lo sucedido hasta ese momento.

 

- Fue como dijiste, empezaron a peinar toda la ciudad, los lugares que saben controlamos, y los muy torpes descuidaron sus hogares. - dijo ella con una sonrisa.

- Entonces, ¿está hecho?

- Sí,  aunque no creo que se queden con la afrenta.

- No me importa, enfrentaré las consecuencias de esto.

- Sabía que dirías eso. - dijo la mujer con una sonrisa.

- Bien hecho Sonya. Tú y los tuyos tendrán su recompensa.

- Nos basta con saber que contamos con el favor del Tigre de Shangai. - le respondió ella con una misteriosa sonrisa.

- Siempre has contado con ello, además de con mi amistad. - dijo Dohko con una misteriosa sonrisa.

- Como comprenderás, es hora de que mi gente y yo volvamos a las sombras.

- Entiendo, y espero poder verte pronto en mejores circunstancias. - Sonya le dirigió una reverencia y desapareció del lugar.

 

Dohko se quedó sentado mirando al cielo.

 

- Está hecho... aunque no sé si haya sido la mejor decisión, es la venganza que reclamaba todo mi ser.  - dijo. Abrió el cajón del macizo escritorio de roble ante el que estaba sentado y de él sacó una vieja fotografía en la que podía vérsele en su juventud, una joven y hermosa mujer le abrazaba, ambos rostros sonreían.  - Shun rei... - susurró mientras las yemas de sus dedos acariciaban suavemente el rostro de la joven en la fotografía. Le pareció sentir que las pequeñas manos de su primera esposa acariciaban su rostro, con esa delicadeza y amor que solo esas manos podían transmitir.

 

Un par de rebeldes lágrimas recorrieron sus mejillas al recordar aquella nefasta mañana de abril en que la había perdido.

 

Por aquellos días, ya le conocían como el Tigre, el más joven de los miembros de la tríada que controlaba a la mafia china en Atenas, se había ganado el mote a fuerza de enfrentamientos aún con sus propios compañeros. Quizá el más notorio de sus enfrentamientos  había sido el que sostuviera con los más cercanos colaboradores  del jefe de los italianos, Enzo Altovelli, en aquel entonces un hombre relativamente joven, conocido por su brutalidad para con sus adversarios.

 

Dohko había salido indemne de aquella pelea y por si fuera poco, había conseguido liquidar al brazo derecho de Altovelli, su hermano menor, Salvatore.  Aquello le ganó el respeto entre los suyos, y el odio de Enzo Altovelli. El mafioso había jurado sobre la tumba de su hermano que haría pagar a Yuanshi por aquella muerte, había jurado cobrar sangre por sangre. Para Dohko aquello no había tenido importancia, no pocos le habían amenazado de aquella manera, no era el primero y tampoco iba a ser el último.

 

Meses después, contrajo matrimonio con Shun rei, había olvidado la amenaza vertida por Altovelli.

 

Dos semanas después de su boda se arrepentiría de haberlo olvidado.

 

Shun rei se encontraba en la cocina, preparándose  para recibir a su esposo. Escuchó entrar a alguien, no se altero, pensando que se tratada de Dohko, no puso atención. La sorprendieron por la espalda, la drogaron y secuestraron. Su cuerpo apareció tres días después, con huellas de tortura y con un mensaje para Dohko gravado en la espalda con navaja.

 

Contrario a lo que se creía,  Dohko optó por volver a Shangai. No hizo ni dijo nada al respecto, a pesar de las constantes murmuraciones. Había esperado poco más de diecisiete años para regresar a vengarse.

 

A la mañana siguiente, la noticia de ocho columnas en toda Atenas fue el homicidio perpetrado en la mansión de los Altovelli. El anciano jefe de la familia  más poderosa de la mafia italiana en la ciudad, había sido asesinado por desconocidos, al igual que cada uno de los ocupantes de aquella casona del siglo XIX.

 

Dohko se encontraba en su casa, desayunando con su esposo cuando se enteró de aquello.

- ¿Sabes Dion? He pensado que sería un buen momento para hacer ese viaje del que tanto hemos hablado. - dijo Dohko mientras Dion se sentaba a su lado luego de ofrecerle café.

- ¿De verdad? - dijo el joven sin poder esconder la emoción que aquello le producía.

- Sí, es el mejor momento para ello, se acerca el invierno y me gustaría pasarlo en algún sitio cálido.

- Entonces comenzaré a prepararlo todo. - dijo Dion emocionado.

 

Dohko sonrió, era el momento de dejar atrás al Tigre y comenzar esa nueva vida que tanto había deseado durante todos esos años.

 

 


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