No le molesta caminar bajo la lluvia, tampoco es como si le importara mucho si se resfría, es más, lo disfruta como si fuera la única cosa que pudiera desear en el mundo, en su pequeño y distorsionado mundo, ese pequeño rincón oscuro denominado como Satélite.
Y aún en los lugares más inhóspitos del mundo puede haber un poco de diversión. Cuando era un pequeño que corría sin preocupación alguna, uno de sus pasatiempos favoritos además de jugar con sus mejores amigos era practicar su puntería con una pequeña e inofensiva pistola de agua y un par de latas vacías que encontraba en algunas edificaciones abandonadas.
Al inicio era terrible, incluso Jack, Crow y Kiryu ya tenían una lista de records por día, lista en que Yusei siempre quedaba al final sin algún punto.
-No puedes quejarte, además tú fuiste quien tuvo la idea, Yusei.
Para entonces el pequeño pelinegro ya estaba pateando rocas en su momento de frustración, por su lado Kiryu y Crow recargaban sus juguetes en baldes que llevaban consigo cuando buscaban un lugar donde nadie los molestara.
-Anda, inténtalo de nuevo.
Yusei le dedicó una mirada dubitativa a Jack.
-No voy a dejar que te rindas así de fácil.
Y le tendió el juguete que minutos atrás había lanzado a la nada. Se puso de pie tomando el objeto.
-Te vas a arrepentir de haberme alentado, Jack.
Finalmente le contestó.
Sin embargo al poco rato de intentar tirar las latas, se volteó a sus amigos con la clara disposición de mojarlos por sus chites de mal gusto, y así entre los cuatro comenzaron una guerra aleatoria donde perdía quien vaciara su reserva. Se unieron en equipos, Jack con Yusei y Crow con Kiryu.
El primer par se ocultó tras un par de cajas y en un movimiento para intentar avanzar al lado enemigo, Jack terminó por derramar un poco d agua sobre el hombro de Yusei, este sólo se estremeció por la temperatura y el cómo descendió por su espalda hasta ser absorbida por la ropa, el pequeño quejido que dejó salir apenas y fue acallado por las voces de sus amigos que ya iniciaban una carrera por no terminar empapados, aun así le tomó un par de segundos darse cuenta que sólo él quedaba ahí sentado sin saber exactamente porque.
Cuando la etapa de su infancia terminó y los intereses propios de la etapa adolescente se manifestaron, los días lluviosos se volvieron sus favoritos así que cuando comenzaban a caer las gotas se alejaba del grupo e iba directo a la edificación que fue alguna vez su zona de juegos.
Se quedaba bajó un boquete del techo y se dejaba empapar, su cuerpo se estremecía a cada gota que recorría un largo camino por su cuerpo, específicamente desde sus mejillas hasta su cuello, de sus hombros a la espalda o al pecho, de la pelvis a la entrepierna, de la cadera a las piernas y de las rodillas hasta los talones.
La ropa no importaba mucho, la sensación de adhesión era parte de la diversión.