32—Agonía y placer
¿Acaso te has vuelto loco?—fueron las palabras que llegaron a Wilfred Shmidt a mitad del pasillo, provenían de una habitación cercana y las había oído porque fueron dichas en un inusual tono fuerte para los habitantes de la casa. Al parecer el amo y señor de esta hablaba con alguien—Nuestro emperador ha elegido a tu hermano para una gran causa. ¿Planeas interponerte en los deseos del emperador?—
Padre, el emperador no ha elegido a Seto—dijo Ikabe, su voz sonaba algo desesperada por comprensión pero pareció dar contra un muro de ladrillos o mas bien contra la mano de su progenitor.
No te permito que vuelvas a interponerte en las decisiones de esta casa. Tal vez seas el próximo amo de esta casa pero por ahora tendrás que acatar mis órdenes. ¿Entiendes Ikabe?—dijo con tono duro el señor Kaiba.
Si padre—dijo el joven heredero con voz más desdichada que sumisa.
Al correrse la puerta de la habitación para darle paso, tanto el sirviente como el heredero pudieron ver al alemán parado en el pasillo. Ikabe salió de la habitación sin comentarios y pasó por el lado izquierdo de su amante sin dirigirle una mirada pero susurró muy bajito—En mi habitación, ahora—
En la cara de Shmidt se dibujó una media sonrisa y después de un momento le siguió.
No conocía ese mal habito tuyo—dijo Ikabe mientras doblaba prolijamente su cinturón.
¿Cuál de todos?—preguntó con sorna el alemán.
No me tomes el pelo, sabes bien de lo que hablo y no estoy para tus jueguitos—dijo el ojos grises volteando hacia él.
Entonces me retiro, si me disculpas…--dijo el ojos mieles mientras con aire decidido se dirigía hacia la puerta.
Wil, detente ya, no tengo ganas de estupideces—dijo el pelinegro sin acercarse si quiera.
El otro con la mano en la puerta se detuvo y sonrió nuevamente de medio lado—Y yo no tengo ganas de que se hable de cosas que no entiendo en mi presencia y se me ignore cuando pido una simple respuesta—dijo el alemán.
¿Hablas de lo de mi hermano?—preguntó algo sorprendido el mayor de estos. Usualmente Wilfred no era afecto a interferir en asuntos ajenos a menos que le competiesen y con un simple “es un asunto familiar” le hubiese bastado. ¿Por qué ahora tomaba tanto interés por el asunto de su hermano?
Se despertó otra vez con esa rara sensación en la cabeza. La sentía pesada y caliente.
De hecho todo él se sentía caliente.
¿Sería la mojadura del día anterior después de los ejercicios? Se preguntó con inquietud el joven castaño mientras enfocaba el techo de su habitación, detrás un panel de papel de arroz dejaba que parte de la luz de las lámparas del pasillo que siempre resplandecían por si alguien deseaba deambular nocturnamente. Miró de soslayo los paneles que de inmediato trajeron a su mente los recuerdos del reciente sueño y de inmediato conmovido y asustado se irguió para sentarse y descubrir de pronto la razón de su desvelo.
Una pequeña montaña se erguía entre sus muslos, solitaria se erizaba debajo de las cobijas del mullido futón mientras en su mente resonaban las palabras e imágenes últimas de su sueño que eran también recuerdos de una imagen vista no tanto tiempo atrás, mechones rubios contra mechones negros, respiraciones agitadas y un nombre dicho con agonía y placer.
Ikabe-