42-Reaparece
Muy bien, me voy—anunció el muchacho con mirada melada mientras se terminaba de anudar la corbata de su traje negro.
Creo que puedes esperar un rato más—dijo el de ojos grises hablándole por sobre la oreja desde atrás, luego lo empujó contra la pared cercana y lo volteó.
No. Ikabe, para ahora. Recién… acabamos de hacerlo—dijo el rubio con su cara de costado sobre la pared para poder hablar sin que sus labios fueran atrapados por el otro.
El pelinegro había puesto su mano sobre su ingle y amasaba fervorosamente la entrepierna—A mi me parece que tu cuerpo es mas honesto. ¿Estás disfrutando esto, verdad?—dijo, sintiendo como el falo del otro se endurecía bajo la tela del pantalón y sus labios y un poco sus dientes se movían por su cuello.
Una expresión de contención o tal vez de disgusto, cruzó la faz de Joseph Wheeler.
Escuchen, el trabajo de hoy es delicado—empezó diciendo Ikabe a todos los reunidos en su casa—La Asociación Ao ha estado intentando intensificar sus acciones en nuestro territorio. Debemos estar alerta porque de seguro planearán algo en contra de nosotros o en contra de nuestros dirigentes. Hoy nos toca hacer de resguardo para nuestra pequeña ojou-sama—
Ese había sido el informe de actividades del día en ese lugar abarrotado para los miembros de la organización que muchos conocían como “Del cuervo negro” y es por eso que Joseph estaba sentado en ese auto a unos metros detrás del que transportaba a la heredera del corporativo criminal.
Estaban cruzando la zona comercial de Ginza cuando de pronto, de la nada, un auto impactó con el lado derecho del auto en que ella viajaba. El cuerpo de Wheeler se tensó y como todos los demás salió de su auto portando una Glock 9mm en su caso mientras los demás portaban semi automáticas.
Con los demás corrió hacia el vehículo mientras Ikabe sacaba a la princesa de este pues él viajaba con ella, otro hombre y su chofer para mantenerla a buen resguardo.
Mientras los demás disparaban a mansalva, Joey corrió no perdiendo de vista el auto emboscador para después fijar su atención rápidamente en los alrededores, en las ventanas de edificios y la gente en la calle que ahora horrorizada miraba el accidente y a ellos. Mucha se alejaba en tropel y otra parecía paralizada, pero sus instintos le decían que alguien podía estar fingiendo para confundirse con esa gente y atacar cuando bajaran la guardia o aparecer de pronto entre la multitud que huía por la transitada vereda.
Tras unos segundos sus pensamientos fueron verificados por balas provenientes de la multitud, una dio al chofer en un hombro, otra en el torso del acompañante de Ikabe que les esperaba para formar un cerco, del auto anterior a la ojou sama no se sabía nada aún pues de ahí debieron retroceder para proporcionar escape seguro.
Joseph se puso rodilla en tierra cuando vio al atacante y le dio de lleno en un hombro pues la gente lo movía al pasar a su lado, después llego junto a Ikabe como sus compañeros, estos estaban ya disparando contra la multitud para evitar futuros ataques. Ikabe les ordenó a los gritos que parasen mientras todos corrían con la princesa que llevaba la cara agachada hacia adelante mientras corría mientras el nii-san le protegía la cabeza con el brazo y miraba a todos lados.
Llegaron al cruce y ahí vieron al otro auto, tras un camión de basura lo habían acribillado tal vez segundos antes del “accidente”. Ikabe torció el resto mientras Joseph miraba hacia un cine y le dijo con ademanes que entraran y este accedió.
Rato después de toda la conmoción, los 7 que formaban el grupo, salieron por la puerta trasera del cine, ya la policía estaba actuando en el frente por lo que lo más probable es que el enemigo huyera de la zona. Ikabe había llamado desde dentro a la central desde donde habían acordado mandar 2 autos a por ellos.
Bajo el alero que estaba en el estacionamiento descubierto tras el cine Ikabe le dijo a Joseph—Te has comportado como un verdadero profesional—Joey chasqueó la lengua mirando con fastidio el arma en su mano y pensando “A que he llegado”.
La joven se acercó un poco más a ambos mirando al rubio con mirada menos petulante de lo normal—Wheeler san, ya debí agradecerte antes y ahora va lo mismo. Por dos veces me has salvado, gracias—
El la miró y asintió, luego dijo—De nada—mientras pensaba que de todas formas debía protegerla o se hubiera enfrentado a un castigo terrible, no era fruto de su buen corazón sino de su instinto de supervivencia, se dijo.
El herido de su grupo había sido levantado por la policía y estaba hospitalizado en la clínica del norte. Ikabe y él debían visitar al tipo, aunque no era una tarea fácil pues tenía guardia policial en su puerta pues estaba arrestado, después de todo llevar armas consigo en Japón es un delito.
Programaron que Ikabe se pondría uniforme de enfermero, dado por un enfermero que aceptó un buen soborno y entraría para hablar con el otro, aunque confiaba en la lealtad del tipo.
Joseph estaba en un pasillo, miraba con cierta impaciencia el albo lugar esterilizado. Sentía una impaciencia poco común en él ahora y lo peor es que conocía la razón.
¿Qué? ¿Estas nervioso porque quisieras ir a visitar a tu amado Seto? No olvido que él está en este sanatorio pero creo que tu olvidas que aunque llegues a su puerta nadie te dejará ir más allá y aunque lo vieras, él no te podría ver a ti—dijo Ikabe después de salir de la habitación de staff donde se estaba cambiando.
Los ojos leonados le miraron con un poco de furia y el otro sonrió con contento por ese hecho, deseaba recordarle que nunca más lo vería aunque lo tuviera tan cerca porque le fastidiaba que el otro, aún con el tiempo transcurrido siguiera pensando en él. Después se fue saludándolo de lejos mientras le daba la espalda.
Cuando el pelinegro se hubo ido el ojos mieles endureció el rostro y agarrotó sus manos. Aunque se fastidiara nada podía hacer.
¿Tú aquí?—es lo que escuchó de pronto desde cerca en el mismo pasillo, por un momento no supo que era para él pues había otras personas pasando pero después de un momento su mente tuvo una idea irracional y dirigió sus ojos hacia el costado de donde provenía la voz.
Tenía puesto un traje impecablemente blanco que contrastaba con sus ojos sorprendentemente azul profundo y su cabellera castaña y lo miraba directamente a él, un nombre escapó de sus labios sin pensarlo.
—Seto—