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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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Notas del capitulo:

***

CDRY, 1988

— ¡Norma! Por enésima vez, ¡haz silencio! —rezongó Oscar mientras terminaba de escribir de cara a la pizarra, la muchacha, quien se había escabullido hasta el otro extremo del aula, volvió rápidamente hasta su haciendo en una esquina. Oscar puso el punto final a la oración que acaba de escribir, repaso con la vista el cuadro comparativo que había armado y se apresuró a comenzar la clase.

Aún se hallaba algo disgustado —alzó la voz nuevamente —no terminaba de digerir la plática que tuvo con el profesor Miguel el día anterior. "Algo irresponsable " había dicho, ¡ja! Como alguien tan apático cómo él podía verter un juicio de aquel tipo. Lo cierto es que no lo conocía, no más allá de sus charlas durante los almuerzos o sus ocasionales conversaciones cuando se cruzaban por los pasillos y jardines de la escuela. ¿Y ahora le decía que tal vez la rama educativa no era para él? Qué es lo que sabía él, después de todo, tampoco era profesor de vocación, ya le habían comentado que había sido otro de aquellos estudiantes de letras que terminan desviándose del camino y se funden en una escuela ante la mediocridad de sus carreras.

Al menos él aceptaba —pensó Oscar—que el ser profesor no era su vocación, sin embargo, esto no significaba que no pusiera todo su esfuerzo en llevar a cabo un buen trabajo y hacer entender a las tres docenas de mocosos que tenía a cargo, todos los temas de la asignatura. Miguel solo sabía criticar, con aquel deje de desgano en su voz, con aquella expresión de "no te lo tomes tan en serio" con aquella perturbadoramente cautivante forma que tenía de rascarse la nuca y mirar a otro lado, como si su expresión ofuscada frente a él no existiese y el atardecer afuera del cafetín fuera tan ensordecedor como para opacar sus intentos por defenderse.

Luego vino aquella risilla que terminó por hacerlo estallar, dejó el cubierto a un lado y retrocedió la silla con sus piernas. Él le sostuvo la mirada, recorrió su rostro unos instantes y pasó a preguntarle si se comería la mandarina que le habían dejado como postre.

—Profesor Oscar, ¿me permite un segundo? —le dijo Sonia desde la puerta a un extremo del aula. Oscar, quien no se había percatado de su presencia, asintió y retrocedió unos pasos para darle campo a la profesora. Ella avanzó sonriente y saludo a la clase, todos parecían a gusto de verla, Oscar no podía negar que había algo en ella que inmediatamente despertaba simpatía, era bella y aun así carecía de aquella peculiar aura de fragilidad que las mujeres de su complexión irradiaban, todo lo contrario, ella parecía moverse con la misma vitalidad que un atleta.

Así que mientras él sacaba las fichas que había armado para la clase ella les hablaba a los muchachos sobre el concurso de oratoria y debate que se organizaría en unas semanas, cada grado debía sacar un representante y estos a su vez competirían con los otros colegios del distrito, para luego pasar a la competencia nacional. Todos parecían algo entusiasmado, sobre todo luego de que la profesora mencionara que, sólo los representantes de cada colegio ganarían una bicicleta, mientras que él que gane a nivel distrital sería acreedor de una suma de dinero y un equipo de sonido.

Al dejar el aula todos se encontraban conversando sobre lo que harían con aquel dinero, cuán grande sería aquella radio o como serían aquella bicicletas. La regla de madera se estrelló contra el pizarrón y el estruendo saco a todos los muchachos de sus ilusiones y los trajo nuevamente en la clase.

—Bien, hora de volver a los modernistas. —continuó.

                                                                  ****

Aquella misma tarde el cafetín estaba lleno de profesores y auxiliares aglomerándose uno tras otros para tomar café y almorzar algo ligero antes de las clases vespertinas. El sopor de las tres parecía no haber llegado hasta la escuela, todos lucían tan frescos como en la mañana, tan parlanchines que hasta irritaba el constante murmurar, reír y preguntar. Allí estaba Oscar sentado frente a la profesora Sonia, quien almorzaba lentamente, cortaba la carne y la ensartaba con tal paciencia que hasta que el trozo de comida llegase a sus labios él ya se había enterado que, desde los tres años anteriores, los finalistas distritales habían sido de las clases a cargo de Miguel.

Ella masticó con la misma paciencia y luego de pasar un poco de jugo sonrió notablemente satisfecha, "Ese condenando siempre se lleva los primeros puestos—rio —sin embargo, debo reconocer que los muchachos que envía están muy bien preparados, este año creo que mandará a Lara, se me hace que al fin conseguirá, al menos, uno de los primeros puestos a nivel nacional. "

—Para nada, ya hablé con Lara, la meta es el primer puesto — intervino Miguel tras ellos, dejó su maletín a un lado y tomó asiento junto a Oscar quien inmediatamente dejó los cubiertos sobre el plato.

— ¿Se le quitó el hambre, profesor? —soltó rápidamente, a lo que Oscar, negando con la cabeza algo avergonzado se recompuso comentándole lo que la profesora Sonia acababa de contarle.

—Bueno, este año tendrá nueva competencia —agregó él, a lo que la profesora soltó una carcajada y agitó una de sus manos con sorna.

—El nuevo te quiere retar, Miguelito—le dijo.

Miguel, más colorado de lo usual sonrió mientras le hacía una seña a la señora que atendía, una mujer bajita que nunca se desprendía de su delantal blanco con vuelos.

—Habrá que ver si esa nueva competencia da la talla—respondió sin siquiera mirarlo.

Oscar cogió nuevamente el tenedor y el cuchillo y comenzó a destrozar el bistec en su plato, Sonia le sirvió un vaso de jugo a Miguel y este, por primera vez desde que llegó, sonrió agradeciéndole, en aquel instante la señora bajita llegó con un plato de guiso y arroz.

— ¿Ya saben cuál va a ser el tema de la primera ronda?

—Definitivamente será algo de actualidad, como el año pasado con el tema de la visita del Papa, o el anterior, con lo de la crisis económica. —Sonia asintió dándole la razón, mascó un trozo de papa hervida y soltó los cubiertos inclinando la cabeza ligeramente hacia atrás.

—Sí, yo también pensé lo mismo—se adelantó Miguel, Oscar los observaba  rasgando el bistec con los dientes.

No le hubiese costado nada preguntar a lo que se referían, a pesar de haber entendido la inferencia que había hecho Sonia inmediatamente; el preguntar hubiera sido la intervención más lógica con la única motivación de que el tema de discusión al fin aterrizase en la mesa. Sin embargo, no lo hizo, y no porque careciese de interés sobre el tema, sino porque podía imaginarse claramente los juicios que cruzarían instantáneamente por la cabeza de Miguel apenas él abriera la boca para soltar la no tan inocente pregunta "¿a qué se refieren?".

Así que permaneció callado terminando su almuerzo y soportando dignamente el incómodo silencio que había surgido a raíz de su repentino mutismo.

 Estaba bastante claro que el tema en discusión sería algo relacionado a la intervención del ejército en la sierra, los supuestos abusos y la creciente violencia que el partido había encendido desde las aulas y ahora parecía descontrolase.

— ¿Ya pensaste a quien mandaras de tu clase, Oscar?—le preguntó Sonia derribando así la acuciante calma que los separaba.

Él se tomó su tiempo para responder, lógicamente su opción más sencilla era Jonás, sin embargo, había algo que no terminaba de convencerlo, y es que muy a pesar de las sobresalientes notas del muchacho, dudaba que este se desenvolviese tan bien en un debate como lo hacía en un examen de respuestas a marcar, luego estaba Ximena, una muchacha muy lista, pero ciertamente demasiado tímida, solo bastaba con verla salir a exponer para darse cuenta que la pobre no soportaría tan solo la idea de hablar frente a media escuela en la primera ronda del concurso. Y allí estaba su última opción, y tal vez la más descabellada, Norma.

Era una de sus alumnas más problemáticas, no había duda, se saltaba clases o llegaba tarde luego del receso, siempre mascando chicle, secándose el sudor con el pañuelo y con una burlona sonrisa en el rostro, sus  calificaciones distaban mucho de ser notables, al menos en las clases de sus colegas, y siempre llevaba consigo un aire de impertinencia que le había valido más de un viaje a la oficina de la Hna. María. Aun así, en su clase siempre se hallaba atenta, siempre levantaba la mano; sí, efectivamente era inquieta, pero también tenía una capacidad para argumentar sus ideas que terminaba dejando callados a los (supuestamente) más aventajados del salón. Sí, escogerla para el concurso parecía una insensatez, un error achacable, tal vez, a su poco tiempo en el trabajo o a su casi inexistente experiencia enseñando en escuelas, aun así, la decisión ya se encontraba tomada.

—Enviaré a Norma Medina—respondió. Sus colegas sólo lo miraron algo extrañados y siguieron almorzando.

***

Así fue como las semanas pasaron y el comenzó a quedarse con Norma en uno de los patios pequeños de la escuela. En un principio habían intentado practicar en el salón de clases, sin embargo, ella parecía inquieta y aburrida luego de tan solo un cuarto de hora y a Oscar, por otro lado, el hecho de encontrarse a solas, en un espacio cerrado, con una alumna, no dejaba de incomodarlo. Así que la idea de prepararla para el concurso en alguno de los jardines o patios les convino mejor a ambos apenas Oscar lo sugirió.

Norma era bastante terca, como cualquier muchacha de su edad, miraba de lado a lado, ignorando eventualmente lo que Oscar hablaba, a momentos incluso su insolencia rozaba lo intolerable y él debía alzar la voz para que su cabeza deje de divagar. Pero no todo era frustración, cada vez que llegaban al momento, veinte minutos antes de terminar la sesión, en qué ambos discutían sobre cualquier tema, cualquiera que se les ocurriese; ella se espabilaba y al fin lograba la concentración que hacía creer a Oscar que, tal vez, no había tomado una decisión apresurada.

Poco a poco, entonces, sesión tras sesión, ella fue ganando confianza y comenzó tomar como una posibilidad sería el poder quedar en alguno de los primeros puestos. Así, sus eventuales episodios de holgazanería y su insolencia fue reduciéndose, parecía prestar más atención en clase, había dejado de rayar la carpetas mientras él explicaba el tema de la asignatura o de llegar tarde —como siempre —luego del receso.

Una tarde luego de sus reuniones los martes, ambos subieron hacia el cafetín por un par de sándwiches y algo de beber, allí fue donde se encontraron con la profesora Sonia, quien, entre otras cosas, les contó quién era el estudiante al que Miguel enviaría al concurso. Oscar no pudo evitar el sentirse algo intimidado, hecho que Norma rápidamente percibió y tomó con humor, burlándose del estudiante en cuestión. Efraín Lara, un muchacho alto y enjuto, de rostro adusto y ojos inquietantemente maduros para su edad, era sin duda una de las grandes promesas de la escuela, presidente del consejo de estudiantes y primer puesto en casi todas las materias de su grado, había tenido oportunidad de leer un par de las editoriales que había escrito para el periódico mural de la escuela y, no lo negaría, era un muchacho brillante.

Norma realmente se estaba esforzando, cada vez argumentaba de forma más sólida y tenía una ironía al hablar que podía llegar a ser  intimidante, (y vaya que sus compañeros de clase lo sabían) sin embargo, tenía sus dudas acerca de si ella estaría lista para dar frente a un estudiante como Lara.

                                                                  ***

El día pronto llegó y, tal como la hermana María les había comunicado, las clases se suspendieron durante la tercera hora, las campanas sonaron inquietantes, dando mayor expectativa al concurso. Oscar se encontraba nervioso, como si el mismo fuese a concursar por aquella bicicleta que Norma ya se había mentalizado, estrenaría durante las vacaciones de medio año. Así, dejó la tiza en el escritorio y dio permiso a la clase para que se retirara, él hizo lo mismo, no sin antes procurar calmarse y dar dos hondos respiros que le hincharon el pecho y liberaron en algo la tensión en sus músculos.

Los profesores parecían más agitados de lo usual, no todos habían mandado a que sus alumnos participasen—solo los de las clases de cuarto y quinto — y aun así, cada uno de ellos  parecían ansiosos por saber quién sería el elegido para ir a la competencia distrital. Los alumnos también se hallaban inquietos, todos se encontraban sentados al rededor del patio, se empujaban los unos a los otros, conversaban y reían entusiasmados, cualquier cosa era preferible a tener que estar en clase; además, los grados superiores daban ánimos a sus compañeros mientras que la moderadora, una alumna de figura menuda y gruesa trenza envuelta en una cinta blanca, llamó a que tomasen  asiento e hicieran silencio. Este comentario, luego de la inicial gracia con la que fue recibido fue acatado por todos en su mayoría quienes enmudecieron al ver al auxiliar Ronald parado tras la muchacha.

Norma repasaba sus cartillas una y otra vez, miraba a Oscar de reojo y lo calmaba sonriendo o soltando alguna broma eventualmente. Él sonreía le daba ánimos, el primer turno terminó y tras ellos entraron dos más. Habían decidido comenzar por el último año, luego pasar a cuarto en una segunda ronda y por último los ganadores de ambos grupos se enfrentarían en una tercera ronda a realizarse la semana siguiente. El día se había abierto y las sombras se proyectaban perpendiculares, las sonrisas blancas de los niños se veían desde el otro extremo del patio y Miguel sonrió honestamente cuando sus miradas se cruzaron. Junto a él estaba Lara, tan magno como siempre, tenía una postura casi felina, orgullosa, imperturbable, el muchacho lo saludo con la cabeza y un "buenos días, profesor" salió de su boca como un balbuceo malhumorado, Norma, tras él, no pudo evitar remedarlo en voz baja, lo suficiente para que Oscar la escuchara y se le subieran los colores a la cabeza en un sobrehumano esfuerzo por evitar la risa. Lara la miró con su expresión gélida e hizo un gesto que por un instante se le hizo como calcado del mismo Miguel aquel día en que lo conoció, la barbilla alzada y los ojos desdeñosos, la sonrisa se le borró del rostro.

La siguiente ronda continuó y Lara salió al frente, Miguel lo acompañó despidiéndose con un casual "suerte" que cayó de sus labios con un tono de condescendencia irritante, ambos avanzaron hacia el patio y Norma le echó una mirada suspicaz que él no terminó de comprender. "Voy a dar una última repasada, profe" le dijo ella aún con un aire sonrosado en su rostro y lo ojos aún cómplices de un secreto que él no conocía.

Efraín, tal y como lo esperó, era de aquel tipo de contrincantes que argumentaba con una lógica tan fría que enmudeció a su compañero de grado, el cual, al ponerse nervioso, terminó por traspapelar sus cartillas y olvidar todo lo que había preparado para exponer durante los turnos en que tenía que replicar a Lara. La ronda terminó y ambos se dieron la mano para dar paso a los alumnos de cuarto.

Oscar se encontraba aún distraído cuando Miguel le dio dos palmadas en el hombro, "Cuidado le entra una mosca en la boca, profesor" le dijo, para así dirigirse a felicitar a Lara. El muchacho sonrió (por primera vez en todo el día) e inclinó la cabeza y el torso ligeramente, parecía disfrutar el leve abrazo de Miguel con un placer inusual en el insípido estudiante. Oscar sintió un ligero fastidio entumecerle los músculos, definitivamente aquél sujeto pensaba que ya tenía el primer puesto asegurado. La misma plena confianza de que todo estaba seguro se hallaba estampada en su rostro cada vez más encendido por el sol, tal y como la semana anterior, luego de que ambos se encontrasen en la sala de profesores. El lugar se hallaba vacío, cada paso que daba era como si  hubiera estampado violentamente los folders que traía en la mano contra el gran mesón de madera en el centro. Charlaron casualmente, casi sin verse a los ojos, ambos eran conscientes de que no se agradaban y que cualquier paso en falso detonaría en alguna tonta discusión.

El tema pronto recayó en el concurso, "sí, enviaré a Lara, es el más indicado para representar al colegio—le dijo —es un muchacho brillante y definitivamente dará un buen desempeño en las distritales" Oscar hizo un gesto de descontento ante  la seguridad con la que daba por sentado que su alumno ganaría, así que ante la pregunta forzada que escupió mientras arreglaba sus pertenencias: "¿y tú?", Oscar le habló de Norma con cierto recelo y mientras hablaba de sus grandes avances, él no hacían ningún esfuerzo en ocultar su incredulidad con gestos irónicos. Cuando al fin se propuso a salir y lo vio alejarse por la puerta, sintió las imperiosas ganas de lanzarse sobre él y agarrarlo a golpes, de tomarlo por la camisa celeste y zamaquearlo hasta que se borrase de su rostro aquella desesperante expresión de autosatisfacción y pedantería que le crispaba los nervios.

Llegó el turno de Norma, ella subió al estrado algo nerviosa, pero apenas tuvo el micrófono en la mano y los ojos sobre sus compañeros deshaciéndose en gritos de apoyo, aquella sonrisa palomilla le volvió al rostro y les agitó la mano desde allí. Ya más tranquila, más desenvuelta, su turno de hablar llegó y gesticuló con calma, por momentos soltaba alguna broma, algún comentario malicioso o simplemente hacía un gesto que hacía estallar a los demás en risa. Ella continuó como si las palabras fluyeran de su boca con una naturalidad sorprendente, bastante lejos del discurso robótico con el que Lara había ganado, ella hablaba como una muchacha de su edad, se expresaba desde ese punto, pero esto, lejos de ser una desventaja, la acercaba más a sus compañeros abarrotados en las gradas del patio, la hacían más honesta.

Cuando la moderadora dio su nombre como seleccionada para la última ronda, Norma no cabía en felicidad.

                                                                 ***

El timbre sonó y la multitud de estudiantes se apresuró a ponerse de pie y salir hacia el portón, de nada valieron las palabras de la moderadora que una y otra vez llamaba al orden, los muchachos se empujaron los unos a los otros hasta que un solo cúmulo guinda y gris se formó en el centro del patio y se estrelló de cara a la salida donde al fin el flujo se pudo liberar y el griterío amainó dejando sólo a un grupo de disgustados profesores caminando lentamente a hacia la sala de maestros.

Oscar, luego de haber despedido a una muy entusiasmada Norma, se pasó el maletín por el hombro y bajó por las gradas absorto en los posibles temas que se debatirían en la ronda final del concurso. El encerado reflejaba sus pisadas como un espejo y rozando ligeramente la pared de mampostería sonrió recordando el rostro de la muchacha diciéndole que aquel año el cuarto grado se llevaría el primer puesto. Él asintió, plenamente seguro, está vez, y la felicitó una vez más por su dedicación y perseverancia.

Al frente, un grupo de profesores conversaban a la sombra de una higuera, entre ellos Sonia lo llamó de lejos, pero al ver el gesto de reticencia que involuntariamente se le escapó, ella se acercó a felicitarlo por  la participación de su alumna, Miguel, por supuesto, sólo los miró desde allá junto a los otros profesores y, apenas volteando, continuó conversando como si nada sucediese.

—Es increíble lo que has logrado con esa muchacha —le dijo —estoy esperando verla debatir el martes con Lara y, aquí entre nos —se acercó, ahora susurrando—espero que le ganes a Miguelito, ya va siendo hora.

Él solo sonrió prudentemente mientras miraba al susodicho platicando y cubriéndose del sol con un cuaderno azul. La profesora Sonia al percatarse de la precaución con que éste se manejaba soltó una breve carcajada y lo tomó del hombro.

—No te preocupes, cuando lo conozcas mejor se te hará menos exasperante, es más, se me hace que tú y él se llevarán muy bien.—Oscar entorno los ojos incrédulamente y ante el gesto divertido de la profesora él también se permitió reír sin importarle que Miguel los observaba.

— ¿Va usted a almorzar, profesora? —le preguntó, a lo que asintiendo, Sonia le preguntó si no quería almorzar con ella.

Así, ambos entraron al mercado repleto de sacos de cereales y mostradores llenos de cadáveres de pollos. Sonia lo llevó a un pequeño puesto donde una anciana de cabello atado y delantal verde limón los atendió en el acto y les trajo dos casos de sopa, el vapor que despedían los cegó brevemente, aun así Sonia seguía hablando sobre lo problemático que era uno de sus padres de familia. Ella era definitivamente una de aquellas personas con la que uno podía sentarse a conversar horas y horas sin siquiera hacer una sola pausa para llevarse una cucharada a la boca o dar un sorbo a su bebida, pero aun así, y llevando a cabo un gran esfuerzo para detener la plática y poder comer, ambos terminaron sus almuerzos y se separaron en la avenida donde la profesora trepó a un colectivo dando un cómico salto y despidiéndose con un gesto que apenas logró devolver antes de que el vehículo acelerase.

Él, por su parte, siguió caminando cruzando el tráfico y adentrándose a un barrio de manzanas cuadriculadas y terreno plano.

La pensión de la señora Paquita estaba en la esquina entre las calles de Abascal y Waynacapaq, así, todo el barrio se componía una aberrante combinación entre calles con nombre de virreyes y calles con nombres de Incas, sin contar con los parques, los cuales llevaban  indiscriminadamente nombres de próceres independentistas o rebeldes indígenas. Pero las casa, a pesar de lo peculiar de la denominación de sus calles, eran bastante sencillas, simples edificios de dos o tres pisos, de fachadas pálidas y ventanas corredizas, austeras y hasta simplonas, la pensión no era la excepción.

Está era un edificio crema de cuatro plantas, cada una de ellas alquilada a una familia, excepto la última, esta se dividía en dos departamentos microscópicos, uno de ellos era el que Oscar había ocupado por azares de la suerte; la buena suerte —solía recalcar él a Carlos — y es que apenas conoció a la señora Paquita, una mujer alta de prominente busto y anchas caderas, está le pareció algo quisquillosa, pero tan pronto como la prominente mujer se enteró de que venían de la misma región del norte de Piura, ella se deshizo en sonrisas y, al tomar en consideración su situación de estudiante, cedió con el precio del alquiler.

Al llegar al fin a la casa crema disfrutó la sombra de las palmeras en un jardín junto a la acera, estas se empujaban entre ellas haciendo crujir sus hojas extendidas como abanicos. Frente a él, Betty y Tamara salían del edificio, ella lo saludó y la niña, con una sonrisa enorme imito a su madre quien dejó la puerta abierta para que entrase.

— ¿recién van a almorzar? —les preguntó él. Betty le respondió mostrando los dientes pequeños.

—Sí, acabo de llegar del trabajo y esta muchacha recién se digna a volver de la escuela, así que iremos a comer algo. —le dijo. Oscar se despidió de ambas con una sonrisa y subiendo las escaleras apenas tenía fuerza para sacar las llaves del maletín de cuero pelado.

Al cruzar la puerta lo primero que hizo fue lanzar los zapatos y el maletín indiscriminadamente, se desabotonó el cuello de la camisa y terminó por tumbarse sobre el sofá raído que había logrado recuperar de un mercadillo. La tarde cada vez entraba más y con ella el sol dejó de irradiar la tibieza que había cubierto la ciudad durante todo el día, el repentino ambiente frío terminó por hacerlo caer dormido profundamente, sólo abrió los ojos brevemente para cubrirse con una chompa abandonada hacia días sobre una silla y para luego quitarse el cinturón.

Así perdió la noción del tiempo, y cada vez que se desperezaba ligeramente, sus ganas de querer esconder la cabeza bajo los cojines podían más que el hambre o el frío. Fue el timbre del teléfono lo único que pudo levantarlo de su inconsciencia, pero más aún, lo que le comunicaron por el auricular terminó por despertarlo completamente. Rápidamente se volvió a colocar el cinturón y cogiendo la chompa que había usado como cobertor salió camino a la escuela.

Al llegar el ambiente se hallaba pesado, las caras serias e irritadas le dieron a entender que ya habían pasado los reproches y sermones, las lágrimas en la cara de Norma le dieron a entender que la sentencia ya había sido dada, él intentó hablar con la Hermana María, trato de convencerla de que aquella no era la forma indicada de hacer escarmentar a la muchacha, de que podían buscar otra forma de castigarla, como limpiar el colegio luego de clases o excluirla de la excursión de fin de año. La directora no cedió en lo más mínimo, se hallaba notablemente fastidiada, incluso Oscar pudo percibir ciertos atisbos de decepción escapándose de sus gestos de cuando en cuando.

—Ella debe aprender que cuando hace algo incorrecto siempre hay  consecuencias, no me puedo permitir pasar por alto esto, Profesor Oscar

Al salir de la dirección Norma estaba sentada en las bancas junto a la puerta, ella lo miró como esperando la llegada de alguna buena noticia, pero ante el silencio en el que permaneció Oscar, bajo la cabeza y contuvo el llanto. Sus padres no tardaron en llegar, su madre camino furibunda y apenas la vio tomó su brazo delgaducho y lo zarandeó, no dejaba de gritar, amenazar y maldecir hacia todos lados. Oscar habló con el padre, quien se encontraba más calmado, intentó ponerlo al tanto de la situación brevemente; sí, había estado tomando, sí, había estado con dos sujetos y uno de ellos era mayor de edad, sí, aquél ya está detenido. El señor, con la cara tiesa y la postura corva le agradeció e ingresó a la dirección, Oscar intentó calmar en vano a la madre de Norma, pero al menos logró que le soltase el brazo y dejara de gritar. Por lo del castigo no habría marcha atrás, ella estaría suspendida una semana y tenía prohibido participar en la última ronda del concurso de debate.

***

El lunes siguiente la escuela entera ya estaba enterada de lo que había sucedido, más aún, como era propio de cualquier colegio de nivel secundario, habían surgido varias versiones —muchas de ellas ridículas y obscenas —de la ya histórica borrachera que se habían dado Norma y dos amigas suyas. Oscar intentó llevar la clase como de costumbre, solo dio algunas palabras escuetas ante la duda general del salón por saber lo que había sucedido, más allá de eso no dijo nada. Los muchachos también parecían bastante decepcionados por el hecho de que Norma no fuese a participar en el concurso de debate, pero la hermana María había sido clara y, luego del viernes él decidió no mencionar más el tema. Hasta ahora la hermana María había sido muy condescendiente  con él (con sus tardanzas, su falta de experiencia y agnosticismo), no quería abusar de aquella benevolencia al contradecirla en su decisión.

Había pensado mucho acerca de su inicial frustración, había hablado con el padre de norma un par de veces más y converso con la profesora Sonia sobre la posibilidad de que la Hermana María cambiase de idea. Nada parecia funcionar, el padre de Norma no quería saber nada sobre las actividades extracurriculares de su hija y Sonia, pues ella le dio pocas esperanzas a que la Hermana María ceda por su cuenta.

—Ella puede ser una persona muy comprensiva y tolerante, pero cuando toma una decisión también puede ser bastante terca. —le dijo la profesora.

Las clases culminaron con normalidad y Oscar no tomó ni dos minutos para organizar sus cosas y salir tan rápido como pudo de la sala de maestros, no tenía ánimos para soportar ninguna conversación tediosa con alguno de los ya de por sí sosos profesores de aquella escuela. Se ciñó la correa del maletín y se acomodaba las mangas de la camisa bajando por el corredor junto a los jardines cuando, tras él, alguien lo llamó. La sola mención de su nombre en aquel instante se le hizo antipática, pero más aún, la persona que se encontraba de pie tras él terminó por irritarlo.

— ¿Cómo está, profesor? ¿Qué tal se encuentra Norma, ha hablado con ella? —le dijo Miguel quien, pese a su aparente sincera preocupación no terminó de convencer a un fastidiado Oscar quien de mala manera le respondió con un seco "sí" y se dispuso a irse, no sin antes sobreponerse unos segundos y felicitarlo por su victoria automática en el concurso. "Parece que este año también se llevará el primer puesto, profesor" le dijo adoptando el mismo gesto, la misma entonación sarcástica y casi pedante que adoptaba Miguel cada vez que él habría la boca. “Felicitaciones”.

El profesor Miguel pareció sorprendido y se quedó en silencio, Oscar, de pronto avergonzado por lo brusco que había sido, simplemente siguió su camino hacia el portón principal, la mirada de Miguel le quemaba la espalda, todo él se sentía en ebullición. Afuera la calma de la calle apaciguo en algo su respiración agitada y sus latidos desacompasados,  quería llegar a casa y dormir, lanzarse sobre el sofá y no despertar. El gris y mostaza de la pista repleta de hoyos terminó por hacerle escocerle los ojos, el día estaba claro a pesar de la gruesa capa de nubes que cubría la ciudad, la frustración parecía haber retornado más fuerte y Oscar aún no comprendía cómo es que todo aquello lo afectaba tanto.

Al día siguiente no tuvo ánimos de despertarse, los párpados le pesaban terriblemente y las sábanas parecían no querer ceder y se enredaban en sus piernas. No tenía la menor motivación para levantarse pero el miedo a quedarse sin empleo y la inherente preocupación que el sentido común evitaba pasar por alto lo obligó a saltar de la cama sin darle más vueltas al asunto.

Grande fue su sorpresa al llegar a clase cuando Norma se encontraba como siempre, sentada sobre una de las carpetas del fondo del aula mientras hablaba con un grupo de muchachas, todas atentas a la narración de la supuesta desterrada. Ella al verlo entrar a clase le mostró una sonrisa amplia y corrió a saludarlo, Oscar, quien aún no comprendía bien lo que sucedía, correspondió al saludo y solo asintió cuando la muchacha le dijo en voz baja que la hermana María al final, había reevaluado su decisión. Oscar mandó a todos a sus asientos y se dispuso a comenzar la clase.

En el receso Norma le comentó que el día anterior llamaron a su casa de la dirección y la Hermana María le había dicho a su madre que ella podría volver a la escuela. Oscar la miro extrañado, definitivamente esto no era propio de la directora, "¿Le dijo algo sobre el concurso?" preguntó a la muchacha, ella volvió a sonreír ampliamente y asintió, "Dice que podré participar".

Ese mismo día confirmó la información en la dirección y retomaron las prácticas con Norma. El tema del debate ya se había decidido con anterioridad, se hablaría sobre la intervención militar en la sierra sur, un tema que sin duda daría paso al conflicto con El Partido. La postura de Norma sería a favor y, frente a lo sensible del problema en general ella debía ser bastante precavida en cuanto a lo que dijera, ella se encontraba en muy buena disposición hasta que llegaron al final de la sesión. Pronto pareció decaerse ligeramente y su sonrisa pendenciera se esfumó para abrir los labios rígidos de la vergüenza y disculparse por lo que había sucedido el Martes. Oscar le recalcó que lo que había hecho había sido en extremo irresponsable y peligroso, pero luego le restó importancia a lo sucedido y le dio ánimos para el debate final.

Al salir de la escuela una presión en el estómago le hizo recordar que no había comido nada consistente desde el día anterior, tenía clases en algunas horas y no podía darse el lujo de faltar más o, peor aún, quedarse dormido en medio del aula. Por lo que torció su camino varias cuadras y terminó entrando al mismo mercadillo donde hacía unos días la profesora Sonia lo había llevado, allí, tal como lo temía, se encontraban un grupo de profesores almorzando; él, pese a todos sus esfuerzos por pasar desapercibido, comprar algo para comer y devorarlo en el bus, fue visto escabulléndose por Sonia. Está lo llamó desde el otro extremo de la entrada y Oscar no tuvo más remedio que almorzar con ellos.

—Vi que comenzaron hoy mismo a volver a practicar con Norma para el concurso —le dijo Sonia —se ve que no pierdes el tiempo.

—Ah, claro, ¿la muchacha que encontraron en aquella moto, no? Todo un caso, estas cosas no se veían antes... —dijo el profesor Antenor, quien, al percatarse del rostro enfadado de Oscar, cambió el tono de su comentario. —que bien que vaya a poder concursar, lo hizo muy bien la semana pasada.

—Nada más esperemos no se les ocurra y a celebrar de la misma manera esta vez —soltó la profesora Violeta, una mujer mayor y de expresión ácida.

—En fin—trató de desviar la atención Sonia —me sorprende que la Hermana María allá decidido terminar el castigo así como así.

Oscar inmediatamente volvió a prestar atención en la plática y dejó el tenedor sobre el pequeño plato de la entrada. La profesora Violeta le dio la razón a Sonia y el profesor Antenor, acomodando su robusto cuerpo en la enclenque silla de plástico negó con la cabeza.

—Es que no creo que haya sido por nada, coleguita —Sonia sonrió expectante a que hablara. —ayer yo me quedé hasta más tarde ayudando a la secretaria con unos papeles y vi al Miguel metido en la dirección buen rato, con decirte que yo me he quedado hasta las cinco y a esa hora todavía seguía allí, no sé qué tanto hablaban con la hermana María, pero se me hace que tiene que ver con lo de su alumna, Oscar.

Él no supo que contestar, sobre todo al recordar la forma tosca en la que le contesto al profesor Miguel el día anterior, Sonia, percatándose de su estado catatónico, tomó la palabra y posteriormente llamó a la mesera para que les trajeran los platos de fondo.

***

Viernes llegó con su efecto báquico en los estudiantes, todos más  inquietos, casi posesos por el las ansias del fin de semana, incontrolables por sus ganas de libertad. Nuevamente las clases se suspendieron temprano y, nuevamente todos ellos fueron enviados al patio. Esta vez el día no estaba tan cálido y la luz opaca le dio la impresión de que auguraba algo terrible.

Norma ya se hallaba lista, estaba entusiasmada y no podía permanecer quieta tan solo un minuto, jugaba con sus notas y se ponía de pie, da vueltas en la sala de profesores y veía a todos entrar y salir. Fue allí cuando Miguel entró abruptamente, Oscar lo quedo observando esperando que este se percatase de su presencia, pero el avanzo sin levantar la vista y se dirige directamente a su casillero. Norma se puso de pie y lo saludo con la sonrías amplia y las manos en la espalda, él, saliendo de su letargo sonrió metiendo en su maletín unos fólderes y reparó en Oscar.

— Así que aquí andabas, ya tienen que ir subiendo al estrado, que tengas mucha suerte. —le dijo a la muchacha. Oscar se puso de pie le agradeció por haberles avisado.

—No se preocupen, vayan avanzando. —respondió el profesor Miguel sin levantar la vista de su maletín.

Oscar se sintió algo afectado, y es que, ¿realmente había sido para tanto? Se preguntaba,  aquella duda lo carcomía, lo irritaba, tanto así que terminó mandando a Norma sola al estrado, para así volver el a la sala de maestros. Miguel ya no estaba allí.

El debate comenzó y su salón de Oscar no hacía silencio, los muchachos gritaban apoyando a Norma y de paso no desaprovechaban la situación para soltar alguna gamberrada. Oscar tuvo que pararse junto a ellos para que estos al fin hicieran silencio.

Lara fue el que inició luego de unas breves palabras de la moderadora, igual que en la fecha anterior el muchacho habló claro y conciso, por un minuto incluso Oscar pensó que se había memorizado un texto escrito, sin embargo, había ciertas cosas  que no se podían fingir y la forma de expresarse de aquel mocoso petulante era sin duda una de ellas, sin mencionar, claro, que la posibilidad de que Miguel hubiese permitido que su alumno hiciese eso era sumamente remota.

Norma por otro lado no se quedó atrás, y es qué, con un tema tan delicado, Oscar ya le había advertido que debía medirse con su ironía para no parecer insensible ante lo que veían sucediendo en el país entero, ella entendió perfectamente y, el hecho de que su hermano estuviera en Yanamarka (se encontraba haciendo su servicio allí) contribuyó a que tuviera sus ideas más claras.

Cada uno replicaba la respuesta del otro y con calma —en un principio — cada uno se las ingeniaba para rebatir a su oponente, por un instante incluso Oscar olvidó que ambos eran solo dos muchachos de secundaria. Sin embargo, a cada ronda que transcurría pudo notar que Lara parecía ponerse más prepotente, cada vez sus respuestas se desviaba más y más de premisas como, "se están cometiendo muchos abusos" a "el estado busca oprimir cualquier señal de rebelión ante un sistema injusto", cada vez sus respuestas se volvían más incendiarias, más explícitamente políticas, sus gestos se hacían más violentos, su voz ganaba volumen. Norma, por supuesto, no se intimido y siguió hablando, pero Lara ahora ya no esperaba a que la moderadora le cediese el turno, la muchacha ya no podía hablar siquiera y la discusión ahora sólo se regía por quien alzaba más la voz.

Miguel, quien se encontraba al frente, rápidamente se dirigió al estrado, pero el auxiliar Ronald llegó antes y detuvo la discusión inmediatamente. Los micrófonos fueron apagados y todos en el patio hablaban, los murmullos no lo dejaban escuchar nada, solo veía a Miguel y Ronald intercambiando unas palabras, el rostro mortificado de Miguel —Oscar corrió hacia el estrado —y finalmente el gesto inflexible de Ronald, quien al fin se retiró dejándole los micrófonos al profesor.

Lara seguía aún exaltado, pero ahora se mantenía en completo silencio conteniendo su cólera en una mueca casi infantil mientras Miguel hablaba con la hermana María y un séquito de profesores que apenas había subido tras ella. Oscar tomó por el hombro a Norma y la muchacha, algo avergonzado no dijo nada, después de todo, la incomodidad se hallaba plasmada en todos lados, en cada rostro y cada mueca forzada, cualquier cosa que se dijese estaba de más.

La premiación pasó así, casi como un actuación, una puesta en escena cómica donde lo único real fue la enorme sonrisa de Norma al recibir la bicicleta con un enorme moño aguamarina en el timón. Continuaron los aplausos, un breve discurso de la hermana a María y, finalmente, así como todos se habían ubicado en las gradas, estas se fueron desocupado, salón por salón, y grado a grado, cada uno de los muchachos abandonó la escuela.

Norma empujó ella misma la bicicleta hasta el portón de ingreso, no dejó que nadie más la ayude hasta que allí su madre (ahora radiante al enterarse del logro de su hija) la sostuvo por ella. La muchacha giró y con una sonrisa enorme de despido de Oscar, "Ya ve profe, le dije que este año sería cuarto año el que iría a las distritales." Él solo correspondió a la sonrisa y felicitando la una vez más la despidió junto a su madre, ambas se fueron caminando con el gran premio por el borde de la calle hasta que el viento lleno de polvo y los alumnos que aún deambulaban en las inmediaciones, terminaron por ocultarlas.

Al volver al patio este se hallaba completamente desierto, la hermana María se encontraba ya en la dirección conversando con Ronald y tratando de minimizar las opiniones de Lara como un caso aislado o simple alienación que no debía ser confundida con una verdadera militancia en El Partido, después de todo, eran sólo niños. Los profesores, por otro lado debían haberse retirado a sus casas, tan presurosos a disfrutar del fin de semana como sus mismos alumnos. Miguel, sin embargo, seguía sentado allí, en una fila de banquetas apoyadas en el pasadizo que daba a la dirección, irremediablemente ambos cruzaron miradas y Oscar siguió avanzando hacia él, terminando de decidir si era buena idea el agradecerle por haber intercedido frente a la hermana María para que Norma pudiese participar. No terminaba de decidir del todo si debía disculparse por haber sido tosco con él hacía unos días o por, en general, haber tenido una concepción errada de él, después de todo, alguien que había tenido ese gesto no podía ser tan malo; alguien que, en vez de reprender a su alumno ante semejante falta lo tranquiliza y despide con una par de palmadas en la espalda y una sonrisa de "no te preocupes, yo me encargo", alguien así definitivamente no podía ser cruel.

Así que ambos se encontraron y Miguel alzó el rostro, recuperando la expresión digna y petulante que hasta hacía unos segundos Oscar no reconocía más en él.

—Felicidades, profesor, Norma estuvo espectacular, fácilmente podría discutir con algún universitario y dejarlo callado. —le dijo permitiéndose reír un poco a pesar de la obvia tensión bajo la cual se encontraba. Oscar asintió y, apretando los labios se preparó para comenzar a hablar, a su cabeza regresaron todas las formas que en   tan solo el trayecto del patio al corredor, había pensado para disculparse con él. Sin embargo de sus labios no salió más que un escueto "Gracias" y una sonrisa incómoda que se diluyó con un "hasta luego". Miguel entorno los labios apenas y permaneció allí, esperando a que el auxiliar Ronald, el cachaco (como le decían los muchachos) saliese al fin de la dirección y fuera su turno de él para ingresar. 


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