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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY, 1988

El cielo nublado había convertido la luna llena en sólo un manchón blanco que se deformada con el pasar de la gruesa capa de nubosidad cubriendo toda Ciudad de los Reyes como una manta  arrastrada por los vientos del mar provenientes desde Puerto Viejo.

Miguel respiró hondo, inhaló aquel olor salitroso que en aquel momento se sintió como un aliento colectivo a seguir adelante, hasta el final de la angosta calle del centro, los edificios que se elevaban a ambos flancos parecían arquearse frente a él y en sus portales se agrupaban decenas de jóvenes fumando cigarrillos o simplemente apoyados en las ventanas enrejadas. La música ahogada emanaba de todos lados y no veía la hora de encontrarse con Isabel y beber como hacía mucho no lo hacía.

Claro, no se quejaba, después de todo ya no era ningún chiquillo y hacía varios años ya había dejado de ser el enfant terrible que tanto divertía a sus amigos y que tanto había cautivado a Tony; no lo negaría, había disfrutado mucho toda la década anterior. Recordaba su época en la universidad y a pesar que las memorias se le superponían unas  sobre otras y la secuencia de los hechos era incierta, todas estos recuerdos se extendían frente a él en forma de alocados fines de semana junto a Isa recorriendo los bares decadentes del ya suficientemente decadente centro de la ciudad con sus imponentes calles que se enredaban sin sentido cercadas por edificios coloniales de portales barrocos y balcones de madera.

Esos días para él significaban beber en alguna calle de nombre desconocido rodeado de amigos y amigos de amigos, fumando, y riendo, sumergiéndose a ratos en agresivos debates sobre los temas más diversos y terminándolos cantando alguna canción mientras bajaban abrazados todos hacia las avenidas periféricas o caer de pronto en algún sótano invadido por el sonido de los sintetizadores haciendo retumbar los muros. Era absorbido por una multitud que cambiaba de forma mientras decenas de brazos surcaban el ambiente abrumador, él ahí se sumergía riendo a carcajadas mientras Isa subía a alguna tarima con la botella en la mano. Paredes tapizadas aparecían con brillos amarillentos y una rockola de tan solo veinte canciones tocaba el mismo bolero una y otra vez; a él no le importaba, porque en la esquina más apartada de un altillo de madera se besaba con algún filósofo mediocre o algún revolucionario de cantina.

Daba igual, aun no se sentía mayor, y pese a que sabía que aquellas épocas ya no volverían, no le causaban nostalgia, por aquellos años había aprendido a valorar lo que era quedarse una noche de viernes o sábado en casa simplemente mirando la televisión. Ahí, frente a él parada en una esquina antes de llegar a la plaza estaba Isabel enfundada en un abrigo azul eléctrico, con los brazos cruzados mientras miraba hacia el monumento iluminado en el centro. Ella sonrió al verlo y corrió a abrazarlo con la misma vivacidad de siempre.

Ambos siguieron caminando poniéndose al día desde la última vez que se habían visto "Recuerdas a..." mencionaba Isabel a lo que ante la rápida afirmación de Miguel ella agregaba "Sí, tenías razón, completamente..." y continuaba con la situación en su empleo en el ministerio de cultura, lo desastroso que era todo y sus planes a futuro, sus ganas de dejar aquella accidentada realidad, de dejar atrás las colas para comprar alimentos diariamente y el miserable sueldo que su empleo en el estado le proporcionaba.

 Creo que me iré Miguel, le dijo ¿Recuerdas a Daniela? Ajá, ella, la del lunar sobre el labio; ella misma,  se encuentra en España, el otro día hablamos por teléfono, ya sabes, todo muy casual, le hablé para ver si me podía facilitar un contacto que necesitaba para un proyecto, y así.  Terminamos hablando sobre todo el problema de la recesión, ella se entera de todo por los periódicos y los amigos con los que aún mantiene contacto acá. Se notaba realmente preocupada.

—No sabía que eran cercanas— le dijo Miguel con la suspicacia iluminándole el rostro.

—Sí, bueno, digamos que antes de que se fuera nos volvimos muy unidas, por supuesto no fue nada serio. Así que me comentó que hay mucha demanda para mi rama allá y deslizó la posibilidad de compartir piso, al menos momentáneamente. Así siguió Isabel mientras prendía un cigarrillo.

—Sabes que esa oferta viene con algo más, ¿cierto?

—Por supuesto —concluyó ella y se detuvo frente a un edificio de dos pisos que lucía abandonado, las paredes de la primera planta se encontraba tapiadas y arriba  el balcón de madera se caía a pedazos.

Isabel avanzó dos pasos hasta una puerta lateral, tocó dos veces y una ventanilla en la parte superior se abrió con un chirriante sonido, dos ojos aparecieron mirándolos fríamente.

Ella habló algo, susurro empinándose hacia adelante y el tipo cerró la ventanilla, tres ruidos secos hicieron vibrar la angosta puerta y seguidamente esta se abrió dejando ver a un hombre de reducida estatura y expresión agria.

—Pasen —les dijo.

Y así ambos descendieron por una escalera igual de angosta que la puerta; arriba, el techo se elevaba altísimo y dos bombillas iluminaban el alargado pasaje, abajo continuaban el camino con un corredor sin iluminación y al final un arco daba paso a una sala de la cual solo se veía que emanaba un humo blanquecino y esporádicas ráfagas de luces y faros de colores. Al atravesarlo Miguel se encontró ensordecido por la música a todo volumen, el lugar se hallaba medianamente lleno, varias parejas bailaban en el centro, seguía la música, un constante traqueteo al fondo, un sintetizador que mareaba en su  vaivén y el ambiente en general parecía despedir una sensación de alivio, de libertad, sensación que hacía mucho no tenía al estar sujeto al pesado trabajo de papeleo en el colegio además de la gestión para la implementación del comedor el cual todavía no tenía los fondos necesarios para su apertura, pese a la ayuda de varios vecinos de la zona quienes se habían comprometido a ayudarlo en su búsqueda, y es que, entendía que no era la coyuntura más idónea para solicitar al estado una ampliación de los fondos o buscar el patrocinio de alguna de las empresas que aún no sucumbían ante la crisis económica, aun así, cada día más niños llegaban apenas habiendo ingerido te desabrido y un austero pan de desayuno, o se iban con la única perspectiva de almorzar un caso de sopa de menudencias, él preguntaba a estos muchachos y la respuesta se rebobinaba, "¡sopa!" decían los muchachos "caldo de pollo, profe!", repetía otro, la tasa de niños con desnutrición y anemia se había disparado en aquellos últimos años en que la crisis había recrudecido, la hermana María era la más consciente de eso, esa era la razón por la que aquél proyecto debía salir lo más pronto posible a flote.

Pero no era momento de pensar en eso, Isabel lo tomó de la mano y ambos salieron a la pista de baile riendo, la música parecía sonar más fuerte y dos destellos azules lo cegaron por un instante, la gente cantaba la canción que empezaba a terminar y el seguía bailando recordando cada uno de los pasos con los que no hacía mucho se defendía en los bares y discos del viejo centro, no había cambiado nada, todo seguía tal cual lo dejó. Cerró los ojos y se dejó llevar, ya había perdido la cuenta de cuantas canciones habían seguido, y es que los títulos habían pasado a segundo plano, solo sentía el repique y el ritmo de fondo que lo llevaba de un lado a otro, abría los ojos unos segundos viendo todo borroso (en gran parte por el humo) e Isabel aparecía como un fantasma bailando magníficamente,  cerró los ojos de nuevo y ocasionalmente sentía el rose de las manos, brazos y un ocasional choque con los otros bailarines solitarios o alguno de los pocos que bailaban en pareja.

Es así que en medio de aquella órbita imaginaria que había trazado alrededor de un centro que solo él veía, sintió los primero acordes la canción que comenzaba y luego la letra, alzó los brazos y siguió el ritmo bailando como si nadie lo viera, como si se encontrara solo en aquella sala sesgada de luces psicodélicas y cantaba, Seguía el compás de lado a lado, alzó una mano moviéndola de lado a lado para luego girar, y así a su alrededor se formó un pequeño campo, él  seguía con los ojos cerrados y la gente aplaudía, nada importaba en aquél momento, y a pesar de sentir la tensión de una realidad ineludible, se aferraba a la ilusión que los melosos sonidos de aquella canción le conferían.

Alguien lo tomo de la mano (era Isabel), se unió a bailar con él, se acercaban mucho, Miguel lo deducía por el calor que irradiaba su cuerpo, y su inconfundible risa la delató cuando empezó a bajar lentamente flexionando un poco las rodillas. Ella apoyó la mano sobre su hombro, la música acababa, "mira a quien me acabo de encontrar" le dijo. Y él seguía sin abrir los ojos, o al menos así permaneció por un par de segundos hasta que despegó los párpados lentamente, como si los ojos le ardieran luego de la confusión con todos aquellos faros.

A un extremo, con las manos en los bolsillos y la ancha sonrisa socarrona que siempre llevaba estampada en el rostro se encontraba Carlos que al verlo hizo un gesto de sorpresa con las manos extendidas, Miguel solo atinó abrazar a su viejo amigo mientras lo palmeaba fuertemente en la espalda.

¡Carloncho! ¿Eres tú? ¿Qué ha sido de tu vida, hermano? le dijo mientras ambos se separan e Isabel lo  tomaba por la cintura entusiasmada.

Era realmente sorprendente que lo años hubieran pasado tan rápido, Carlos se encontraba ahí, notablemente más envejecido, pero aún con la misma cara bonachona a pesar de la pinta desgarbada que siempre lo había caracterizado, ¿Cuánto había pasado? ¿Siete años? Tal vez algo menos, desde la época en la que se pasaban en vela noches enteras en el piso de Isabel revisando artículos y ensayos a publicar en una pequeña revista que distribuían en la universidad, eso sin contar las diversas colaboraciones que hacían con otras publicaciones de distintas casas de estudio.

Bien, bien, contestó Carlos prosiguiendo a contarles sus cada vez más escasas andadas en el ambiente cultural de la ciudad, el trabajo en el cual se había terminado por establecer (enseñaba en un colegio privado de la periferia norte) y que su ex esposa se encontraba embarazada de él (sí, así mismo) —pero como vas tú, Migue —le preguntó una vez hubo terminado de hablar de lo pesado de la situación en su casa desde que su hermano se había mudado al pequeño apartamento de alquiler en el que vivía cerca ahí. — ¿sigues escribiendo poesía?

Isabel miró a Miguel, siempre que se juntaban él por alguna razón evitaba el tema de la escritura,  respondía con monosílabos o explicaciones a medias. Lo cierto es que hacía años que no publicaba nada más que algún ocasional y tedioso estudio sobre temas exclusivamente teóricos. No sabía a ciencia cierta si seguía escribiendo o no, pero le daba algo de lastima el verlo recluido en aquel colegio público, lo veía ahora, ciertamente igual de atractivo como en la universidad, con sus cabellos castaños ondeados cayéndole sobre las orejas, sus pestañas largas y sus cejas delgadas que daban pie a su perfil recto y su boca pequeña; sí, no había cambiado mucho aparentemente, pero aun así, su mirada distaba mucho de ser la misma de hacía años. Era como si aquel brillo que despedía se hubiera opacado y ahora solo transmitiera sosiego y severidad, todo lo contrario a aquel muchacho que alcanzó rápidamente reconocimiento tras publicar algunos poemas en revistas universitarias de poco tiraje, para posteriormente publicar un poemario con muy buenas críticas. En nada se parecía al Miguel que solía pasar la semana dando conferencias en las dos universidades más importantes de la ciudad y terminar los jueves, viernes y sábados ebrio en alguna clausura o bebiendo en las calles de la ciudad vieja mientras la quenas parecían llorar y los tamborcillos retumbaban haciendo bailar a drogadas muchachas sobre las aceras repletas de colillas de cigarrillos. Definitivamente nunca pudo recuperarse luego de lo de Tony, pensó, y ahora Isabel repasó cada uno de esos recuerdos en un instante, las conferencias, las borracheras, las noches en vela en su casa, en todas junto a Miguel estaba Tony, siempre tranquilo, con aquel gesto de satisfacción que apenas le arqueaba la boca y le daba un aire de confianza.

No—le dijo —ando dedicado completamente al colegio.

¡Oh! Cierto, profesor nombrado, ¿eh? Al menos a uno de nosotros le fue bien en la rama educativa. Carlos volvió a palmear a Miguel.

Dos hombres se acercaron raudamente, ambos con sendas botellas de cerveza, uno fumaba un largo cigarrillo negro, iban riendo.

— ¡Increíble que el precio este así! —Renegaba el tipo alto y enjuto de cabello muy rizado— entiendo que la economía nacional se haya suicidado, pero vamos, esto es una exageración.

El otro reía y se disponía a decir algo hasta que alzó la vista y su mirada se cruzó con la de Miguel, sus ojos se abrieron mucho y se atoró con el humo del cigarrillo que había inhalado.

—Profesor Oscar —dijo Miguel, más que con una entonación de reproche, como una reafirmaron de que era realmente él.

—Profesor Miguel—dijo él devolviendo el mismo gesto.

— ¡Ah! Se conocen—dijo Carlos mirando a Miguel y sucesivamente a Oscar. —Muchachos—siguió dirigiéndose a sus dos amigos—ellos son Miguel e Isabel, dos muy buenos amigos de la universidad.

—Un gusto —les dijo el más alto—soy Martín—prosiguiendo a darse un apretón de manos con Miguel y besar en la mejilla a Isabel quien sonrió con el tipo de mirada que Miguel conocía bien.

—Isabel, encantada —les dijo ella mientras proseguía con saludar a Oscar quien sonrió y asintió brevemente.

—Yo soy Oscar, un gusto.

La charla prosiguió, trabajosamente en un principio, casi áspera, pero luego la inicial incomodidad que le causó a Miguel el encontrarse a alguien del trabajo en un lugar como ese fue atenuándose hasta desaparecer por completo. Isabel parecía conversar anonadada con Martín quien la hacía reír sin parar, efectivamente parecía un tipo bastante agradable. Él y Carlos hablaron un rato sobre las nuevas caras que habían surgido en la narrativa local y sobre un conversatorio al cual lo habían invitado a dar una ponencia en la semana siguiente, Oscar escuchaba y ocasionalmente daba su opinión sobre algún autor o señalaba otro nombre a lo cual ambos asentían. Posteriormente Carlos fue a saludar a un grupo de amigos que acababan de llegar, Miguel saludo a una de ellas la cual era una conocida y dejó que Carlos conversará con ellos, pidió otra cerveza y se percató que Oscar tomaba de su botella parado junto a él, mirando como las parejas bailaban saltando en el centro de la sala.

"No te voy a negar que esto es algo incómodo " le dijo riendo, Miguel también sonrió y luego de recibir su botella se apoyó en la barra. Debía reconocer que no se la había puesto nada fácil a aquel muchacho, desde un comienzo le fastidiaba algo en él cuando hablaba, como si tuviera algún rezago de  engreimiento en su voz, a pesar de que era consiente que no era el caso, no dejaba de picarle las ganas de contradecirlo. Y eso fue  justamente lo que había hecho desde qué Oscar comenzó a trabajar en la escuela, no lo culpaba por sentirse incómodo. Así que solo rio hacia el comentario, bueno, sé que no soy tu colega preferido, le dijo, pero ahora no estamos en el colegio, así que relájate, salud. Inclinó la botella y dio un trago largo.

                                                           ***

CDRY, 2007

La casa de Oliver se encontraba frente a un amplio parque de senderos de concreto y altos arboles de troncos gruesos, como extrañamente se veía en esa zona de la ciudad. Estos crecían torcidos enredándose entre sí y dando la ilusión en ciertas zonas de crear una especie de techo natural. James recordaba que su abuela lo había traído un par de veces ahí cuando era niño, ocho o siete años tal vez, no recordaba con exactitud, pero lo que si se dibujaba claramente en su memoria era la imagen aquellos frondosos árboles semejantes a gigantes que se mecían con el viento y parecían acariciarse los unos a los otros, parecían golpearse entre ellos y cada crujir de sus ramas; imaginaba, eran sus gruñidos.

Pero aquella noche la oscuridad los había engullido casi por completo, solo se escuchaban sus hojas siendo zarandeadas por el viento, como un tenue siseo que volaba desde el parque  dando de lleno a la fachada de la casa de Oliver de donde ya se escuchaba el rumor de las conversaciones y alguna que otra risa inoportuna. Las luces se encontraban apagadas y solo eran algunas lámparas las que alumbraban el lugar, o al menos eso parecía desde afuera contemplando las ventanas y las sombras que se formaban en estas.

Diana reía a carcajadas, con esa curiosa sonrisa que desde que la conoció se le hacía tan tierna. Era una especie de risa contenida en el diafragma la cual ella iba liberando de a poco, por momentos daba la impresión de que se ahogaba, y así, a pesar de sonar hasta ridícula a James se le hacia una de las sonrisas más lindas que había escuchado.

—Creo que ya deberíamos entrar, Jamie —le dijo mientras arrojaba el cigarrillo y lo pisaba con el taco de sus zapatos rojos. Se acomodó el cabello una vez más y luego de sonreír coquetamente avanzó hacia la puerta.

— ¿Dónde se encontrará Fred? —soltó de pronto; sin embargo, Diana ya había cruzado el dintel y no lo oyó.

Adentro, en la segunda planta de la casa, todos se encontraban bastante entretenidos y distaba mucho del tipo de reunión que se había imaginado, en efecto, tal como había intuido, la única iluminación eran algunas lámparas de mesa cubiertas con papel celofán de colores, los muebles habían sido arrimados hacia los extremos de la espaciosa sala de Oliver y las sillas del comedor puestas contra la pared improvisando así una pista de baile, sin embargo, nadie lo hacía. La mayoría se encontraban sentados bebiendo o apoyados en algunos de los muebles mientras conversaban riéndose, sin embargo, el ambiente no parecía apagado, la música sonaba fuerte y por un momento se le cruzó  por la cabeza si es que algún vecino no se iría a quejar.

En una esquina alejada de las luces de las lámparas alguien soltó una fuerte risotada que alcanzo por un segundo al tono de la música provocando una punzada en su oído, desde ahí una figura les agitaba las manos instándolos a que se acercaran.

— ¡Por aquí muchachos! ¡Ey! —soltó  otra figura poniéndose de pie.

Diana dio un pequeño salto y abrazó a Esther mientras James saludaba a los demás. Juan inmediatamente le ofreció un vaso de gaseosa combinado con algo, a lo que James solo se remitió a recibirlo.

Inmediatamente la conversación decantó en la expectativa si Denisse vendría o no, a lo que todos miraron a Juan. Diego lo palmeó en la espalda riéndose. No había visto en muchas ocasiones a aquella muchacha, en todo caso lo único que sabía era que iba en el tercer año y era muy guapa, siempre tenía ese aire altanero y avezado, llevaba la falda sobre la medida permitida, usaba maquillaje pese a los repetidos castigos que le imponía la auxiliar asignada a su curso, unos incluso decían que tenía una perforación en el ombligo donde llevaba un pequeño arete con un diamante de fantasía.

En todo caso, pocos muchachos de tercero habían venido, de hecho solo podía ver a dos o tres, tenía sus dudas respecto a la edad de chico con el que Oliver conversaba, había conocido chicos bajos, pero se le hacía imposible que un muchacho de quince años tuviera aquella altura, de hecho se le hacía incluso difícil creer que fuera de tercero.

—Di, ¿y Franco? —preguntó Esther, con la sonrisa tensada en los labios.

Pensé que vendría contigo, prosiguió. A lo que Diana acomodándose el cabello y enrollando uno de sus rizos con su dedo contestó: No, debía dar de cenar a su hermano, vendrá más tarde; no te preocupes, amiga, te veo muy ansiosa de verlo. La Bomba solo río pasándole el brazo por el hombro.

Así la conversación siguió su curso y cada uno se alternaba para lanzar algún comentario acerca de la muchacha de tercero a Juan, quien intentaba relajar su semblante, pero solo lograba reírse nerviosamente, como los chicos cuando están enamorados, con esa sonrisa tiesa y avergonzada. Diana no tardo en señalar esto a lo que Esther, quien la tenía abrazada por la cintura,  remató su argumento con un “es cierto”.

El ambiente poco a poco se iba animando, las sillas y muebles ya se encontraban abarrotados por chicas jugando con su cabello, bebiendo de sus vasos descartables y muchachos con las manos en los bolsillos, parados apoyados en una pierna. De pronto sonó una canción bastante conocida, un poco antigua, pero fue el detonante perfecto para que la primera pareja salga al centro y comenzara a bailar mientras por un instante todos volteaban a verlos. Oliver hacia lo que podía girando y moviendo los brazos al compás de la canción mientras aquella muchacha a la que no conocía bailaba más bien relajada, siguiendo el ritmo sin ningún esfuerzo y sosteniendo una botella de seven up en su mano.

El cabello de aquella muchacha se mecía de lado a lado cayéndole de a ratos algún mechón sobre su rostro a lo cual ella, luego de dar un sorbo a su bebida se lo acomodaba tras su oreja y seguía contorneándose de una manera que en cualquier otro contexto hubiera lucido bastante ridícula, pero que, en aquella escena, con la sala iluminada por las lámparas de mesa y la mitad de los allí presente ya animados por el alcohol lucia como lo más natural del mundo.

James salió del breve letargo en el que todos habían caído y volteo hacia la ventana de aquella segunda planta desde donde se veía el parque entero tenuemente iluminado por algunos farolillos rústicos. La noche se había despejado y unas pocas estrellas empezaban a titilar mientras nuevamente la briza chocó contra la fachada de la casa de Oliver, colándose por las ventanas y dándole de lleno en el rostro a lo que él, por un instante creyó escuchar el gruñido de los árboles, pese la música.

Se empezaron a escuchar algunas palmadas y otra pareja salió a bailar junto a Oliver y la chica de la seven up, un barullo general se esparció mientras ambos muchachos se hacían los desentendidos y escondían sus rostros mirándose los pies entre ellos. Afuera se escuchaban unas pisadas en la calle llena de grava debido a una construcción cercana, eso sí lo escucho claramente y, sin el mayor asomo de duda, James se inclinó hacia la ventana y abajo, junto un auto estacionado se encontraba Francisco, quien alzo la vista hacia las ventanas, como asegurándose de algo. James esperó unos segundos hasta que este hubiese desviado la mirada y se reclinó ligeramente hacia la derecha donde las cortinas lo cubrían, desde allí vio como Franco prendía un cigarrillo y se recostaba sobre el auto fumando de cara al parque, como hacia tan solo un rato lo había hecho con Diana.

Expulsaba el humo con calma y mirando al cielo en cada pausa hasta llevarse el cigarrillo a la boca nuevamente. Veía su figura allí parada y lo único que le evocaba era una especia de intimidación, del mismo tipo que le generaba cuando hablaban, no  en una en forma negativa, sino una cierta ansiedad que hacía sentir sus manos hormiguear y le escocían los ojos cada vez que hacían contacto visual,  sin embargo, a pesar de todo esto, había ocasiones en la que percibía su vulnerabilidad tan clara que se le hacía imposible que una persona así lo pusiera tan nervioso, pero nuevamente él lo volteaba a ver y hacia que toda esta debilidad se evaporara. Como cuando lo vio fingiendo retorcerse de dolor frente a él auxilia  Ronald, con su voz grave sonando nerviosa y hasta débil mientras con una mano se frotaba el estómago. En aquel momento cuando Francisco salió de la nada y empezó a hablar:"él me ha acompañado, verá estoy sintiéndome algo mal" "sí, sí, ya me mandaron a la enfermería " " no, no necesito que me envíen a casa " casi tartamudeando, en aquel momento se dijo, ¿qué haces? ¿Qué haces? Pero no le importó y siguió, siguió mirándolo intentar convencer  al cachaco que los dejara volver a clase con la misma expresión triste de un sabueso viejo.

Y, sin embargo, en aquel momento se veía tan imponente, tan seguro de sí mismo con aquella casaca jean, acomodándose el cabello hacia atrás mientras fumaba su cigarrillo, como si todo estuviera bien, como si la vida entera no se extendiera frente ellos como una gran incógnita, después de todo, él aun iba en cuarto, aun no debía de haber pensado en nada de lo que a James lo mantenía despierto durante las noches.

— ¡Jamie! No te quedes allí, ven, vamos a bailar le dijo Diana mientras lo arrastraba hacia el centro de la sala donde Esther y Juancito ya bailaban agarrados de las manos.

James solo sonreía mientras Diana lo hacía dar vueltas y se agachaba meneando las caderas hasta donde su vestido negro le dejaba. Él la cogió de la mano y alzándola ambos giraron, todas las siluetas de los presentes se volvieron borrosas por un instante y de pronto el rostro de Diana apareció claramente, nuevamente cambiaron de posiciones y luego de tomarse las manos y dar unos pasos ella lo hizo girar nuevamente volviendo a provocar que todo se volviera borroso y que los focos de las lámparas se distorsionaran, nuevamente su rostro apareció más nítido que antes y a su costado Esther le bromeaba a Juancito que no debía preocuparse por Denisse, que ella no los vería. Lo cierto es que las probabilidades que la muchacha fuera eran pocas, más aún ya aquella hora.

De todas maneras, le divertía ver como Juan miraba a cada instante cuando alguien entraba por la puerta con la esperanza de que fuera aquella muchacha. Pocas veces había tenido la oportunidad de ver a sus amigos en esa situación, lo que por cierto lo había hecho recordar a Fred, quien aún no llegaba. Por un momento cruzo por su cabeza que se podría encontrar en casa de su prima, Mercedes, pero luego recordó que era viernes, y sus padres nunca iban a casa de sus tíos los viernes, por lo que parecía poco probable que el haya ido solo, tomando en cuenta lo mal que su tía lo trataba y la poca confianza que tenía con su tío, sin mencionar que él y Mercedes no era tampoco los más íntimos. En tal caso, era muy raro que después de tanta insistencia por parte de su amigo haya sido él quien no llegara, siendo el más “sociable” de los tres.

James retrocedió un par de pasos seguido apenas a unos centímetros por los pies de Diana quien luego de cogerlo de la mano y girar hizo lo mismo con él. Las luces de las lámparas de nuevo se unieron a la música y se distorsionaron por un instante mientras la sala entera parecía desaparecer en aquel rápido movimiento que desfiguró las caras de sus amigos y calló o al menos hizo que dejara de prestar atención al ruido de las conversaciones y las risas de aquellos muchachos—de ultimo año la mayoría —que parecían por un momento haber olvidado que tan solo faltaban un par de meses para la graduación, un par de meses para que todo aquel entorno en el que ahora bailaban y reían se disolviera con el sencillo acto de cambiar de posición el birrete. 

Es así que sonrió ampliamente, porque en el fondo y, a pesar de todas las conversaciones, las palabras reconfortantes; sabía que las cosas cambiarían inevitablemente, que tal vez Diana dejaría la ciudad para ir a estudiar a puerto viejo, que Fred, quien aún no llegaba, probablemente se pondría  a trabajar debido a que sus padres no estaban pasando su mejor momento económico y muchos de los chicos allí presentes, Diego , Juan, Esther , todos ellos tal vez terminarían desperdigados entre institutos de educación superior y academias preuniversitarias de donde en su mayoría nunca daría el salto a la universidad.

Pero aquella noche no importaba, nada de eso tenía relevancia en aquella sala que parecía cada vez más pequeña y donde las parejas seguían bailando sin importarles por un instante que el reloj  avanzaba y que los enamorados deberían despedirse a la una de la mañana, dos a más tardar, pero que recordarían esa noche de invierno no lo suficientemente fría, donde se besarían camino a la avenida principal, incluso  tal vez se rosarían acercándose entre ambos para conservar el calor. Esos se convertirían en sus últimos recuerdos de la escuela, el tipo de remembranza que contarían décadas después en una sobremesa o el tipo de anécdota la cual recordarían de sopetón y les haría entornar una sonrisa en los labios mientras esperan en la fila del bus camino al trabajo.

—Yo no tengo eso— pensó James, como si este hecho en particular se hubiera revelado ante él por primera vez, porque lo cierto es que ya había pensado en esto varias ocasiones, pero en aquel instante todo lo vio tan claro que la realidad lo abrumó por completo y algo dentro suyo sintió como si un enorme peso hubiera recaído de pronto en sus entrañas y su sangre se tornara densa, su pecho se descompuso, las piernas le fallaron pero logro mantener el equilibrio mientras todos los rostros en la habitación volvían a su lugar y esa masa en la que se habían convertido sus amigos desaparecía dando forma a sus siluetas y al rostro de Diana , sonriente como siempre, despreocupada, desentendida de todo lo que sucedía su alrededor. Y, tras ella, apoyado junto al dintel de la puerta Francisco lo miraba fijamente con el rostro, usualmente inexpresivo,  irritado mientras un chico le conversaba sobre algún asunto que parecía no interesarle demasiado. Lo miró  a los ojos, estos parecían fulgurar iluminados por la luz naranja que entraba de los postes de alumbrado público, no lo entendía, no comprendía aquel brillo colérico. Apartó la vista.

— ¡Oye tú! —Saltó Diana hacia Franco, abrazándolo y dándole un beso mientras se prendía de su casaca y le decía algo al oído.

—Vamos a tomar algo, guapo— le dijo la Bomba mientras lo sacaba del breve letargo en el que había caído. Y atravesaron la sala hasta donde se habían sentado sus amigos nuevamente quienes ahora se pasaban de mano en mano una botella de ron blanco.

Al otro extremo de la sala Franco seguía conversando con Diana, que lucía ligeramente fastidiada, además de Sara, quien iba en su cuarto también y que al parecer conocía al chico con el que Francisco había estado hablando al momento de entrar. Él tomó a Diana por la cintura y la atrajo a sí acercando sus rostros hasta casi  besarse, le mencionó unas palabras y le dio un fugaz beso que fue opacado por el comienzo de una estridente canción ochentera cuyo nombre no recordaba; esta hizo remover el estómago de James, provocó  una rápida punzada en el pecho y el deseo imperante de hacer algo, cualquier cosa; "I saw your eyes and you made me smile, for a little while, I was falling in love"  seguía la canción y él solo quería pararse, ir a bailar, lo que sea, simplemente sentía que no podía permanecer ahí, medio apoyado en el sofá viendo como Franco reía,  asentía, o se acomodaba el cabello y apoyaba su mano sobre el hombro de Diana.

Lo ponía nervioso la situación entera, y no eran celos de su amiga, porque jamás podría tenerlos (eso esperaba al menos) no, era simplemente pena, dolor, después de todo, no había ningún lazo que los uniera, así que el solo hecho de plantearse la existencia de estos seria descabellada; aun así, no soportaba seguir viéndolo. Y no, se negaba a ver celos en aquella reacción, era más una incomodidad o tal vez solo el simple hecho de que de pronto veía todo más animado, el ambiente del lugar más encendido, las luces más bajas, la música más fuerte y a sus amigos más sonrientes, ¿y por qué no lo estarían? Después de todo hacía mucho desde la última vez que los padres de Oliver no le dejaban la casa a él solo.

Así que bebió, y se apoyó en el hombro de Diego mientras reían y mencionaban las intervenciones de la Bomba en la clase de filosofía y la completa falta de interés de profesor por aparentar  que no le disgustaba tanto su trabajo. Sus rostros eran apenas iluminados por las lámparas cubiertas de celofán y sus voces cada vez sonaban más distantes, Esther se defendía ante los ataques de Diego. ¡Pero qué culpa tengo yo, chato, que el tipo no me quiera contestar mis dudas, digo para eso está¡ decía la muchacha al borde de la risa.

Aun así, la presencia de Francisco seguía irradiando aquella provocación que lo arrastraba a una posición en la que se sentía rebasado por estas dos instancias en las que debía desenvolverse, una allí, conversando con sus amigos y la otra  completamente centrada en Franco, porque a pesar de no haber intercambiado ninguna palabra hasta aquel momento había otro nivel de comunicación entre ambos que los había mantenido ligados en todo momento desde que atravesó la puerta.

Al girar recorrió la sala entera con la vista y no pudo encontrarlo, el muchacho con el que conversaba se encontraba solo en una esquina con Sara y cada vez ingresaba y salía más gente.

—Dudo que Fred venga, James— le dijo Juancito al oído, pero a pesar de la ligera turbación que le causó su voz  tan cercana, no dejó de escrutar el tumulto de cuerpos saltando en el centro de la sala.

—Voy a tomar aire—pensó—Voy a tomar aire— soltó de forma casi inaudible a lo que se levantó y salió por la puerta principal esquivando lo mejor que pudo a los ebrios bailarines. Allí esquivando sombras de movimientos torpes se topó casualmente con una menuda muchacha de cabello esponjoso, llevaba una blusa de tirantes y una falda revestida de tul.

—Ten más cuidado —le dijo lo suficientemente alto como para que pudiera percibir su entonación irritada, era Denisse.

—Perdona —fue lo único que dijo James antes de cruzar la puerta con el flequillo cubriéndole ligeramente los ojos.

Afuera el frio de la noche liberó de su cuerpo toda tensión y  pronto el nudo que se había formado en su garganta aflojó, su respiración dejó ser tan violenta acompasándose al sonido ahogado de la música dentro de la sala. Prendió un cigarrillo y exhaló el humo apoyándose en la baranda del balcón, al otro extremo de la terraza una pareja se besaba despreocupadamente y echado en una silla acomodada junto a una planta ornamental el gato de Oliver lo miraba desconfiado enroscándose con los pelos erizados.

—Que tal frio, eh. —le dijo James dando otra pitada al torcido cigarrillo.

                                                                  ***

CDRY, 1988

Ya daban las dos de la mañana y la noche se encontraba en su punto más álgido con las luces más enceguecedoras rebotando en las paredes y las manos alzadas cantando a toda voz, luego, sucumbiendo ante la falta de aire debido al esfuerzo físico del continuo balanceo del cuerpo y el paso hacia atrás y los dos a delante del paso básico con el que muchos, ahí, en medio de la multitud, bailaban.

Miguel bailaba con Isabel, Martín y Oscar quien había sido arrastrado por ella hasta la pista de baile. Carlos, se encontraba bailando con Morelia, una amiga en común de la universidad que había llegado con el grupo de conocidos quienes también habían coincidido con ellos en aquel lugar. Isabel se  intercalaba a bailar con los tres y luego lo hacía en el centro, ya se encontraba algo bebida, al igual que Martín y él, pues, no sentía ningún tipo de adormecimiento, pero cuando alzaba la vista y veía los faros apuntar de una lado a otro y a la bola de espejos hacer girar y girar decenas de destellos blancos, pues; sí, suponía que también se encontraba algo ebrio. Oscar, sin embargo, mantenía la misma expresión apacible de siempre y continuaba bailando mesuradamente al contrario de ellos que cada vez giraban y saltaban más violentamente llevando los brazos en semicírculos y siguiendo la música.

"Oh, it's a happening thing, and it's happening to you" comenzaba una nueva canción y escuchó una exhalación conjunta que se perdió con el sonido de las guitarras eléctricas. Miguel miró la barra abarrotada de gente y al barman atareado llenando vasos de licor combinado con refrescos, poniendo botellas de cerveza humeantes. Cerró, los ojos, necesitaba aquello, realmente lo necesitaba. Más aún luego de la desastrosa cena con su familia aquella tarde en la que otra vez casi pierde completamente el control frente a su padre.

Estaba harto de la retahíla de quejas bajo la cual lo sumía cada vez más a menudo, estaba harto de sus exigencias y la indiferencia de su madre. Por eso no aguanto una vez más permanecer ahí sentado bajo la cara rígida y la mirada fría de su padre al otro extremo de la mesa, preguntándole sobre su vida, con quien salía,  cuando dejaría aquel colegio ubicado en el fin del mundo (era una exageración, no estaba tan apartado del centro de la ciudad), e insistiendo en su presencia para la próxima cena en casa de fulano de tal, donde quería presentarle a la hija de otro fulano el cual había sido su promoción en el ejército. Se acomodaba el bigote y lo miraba agudamente "¿Estas saliendo con alguien?".

No era muy difícil percatarse de que nunca le habían gustado las chicas, y de eso Miguel se había encargado conscientemente, esperando saltar la incómoda plática con ambos. Aun así, parecía que sus padres habían llegado a desarrollar un filtro a todo lo que se atravesara frente ellos en referencia a sus experiencias con otros chicos, las cuales, luego de lo de Tony, no habían sido muchas de hecho, no había habido ni una. Pero desde hacía ya un buen tiempo; desde que él había comenzado a trabajar en el colegio más precisamente, ambos habían vuelto a la carga con lo de "formar una familia". Comenzaba a cuestionarse seriamente si es que alguna vez se resignarían.

Su vista fue nublada por la luz cian de uno de los faros y recordó cómo se acostaba en la mullida cama de su habitación mientras Tony se echaba sobre él besándolo, tenía veinte años, y hasta su sonrisa se escuchaba distinta en retrospectiva, sentía el peso de cuerpo de su antiguo amigo sobre sí, sobre sus labios; su olor emanando de su ropa, de sus cabellos y su madre subiendo las escaleras y abriendo la puerta de su habitación. No pudo contener la risa mientras bailaba con Isabel.

                                                                  ***

CDRY, 2007

Las ventanas del auto estacionado frente a la casa de Oliver se encontraban cubiertas por una fina capa de garúa que con el tacto de sus dedos se condensaba en manchones de aguas grisácea. Exhaló el humo y este se perdió en la luz naranja de los faroles. Ya se encontraba ahí, era muy tarde para retirarse, pensaba Franco, y vaya que era lo que más deseaba en aquel  momento. Es más, deseaba irse lejos, cruzar la cordillera, perderse entre selvas de palmeras, entre meandros e islotes, no volver, olvidar todo. Pero ya se encontraba ahí.

Por momentos sentía tanta rabia, tanta cólera acumulada que los puños le temblaban y debían abrir y cerrar la mano hasta que sus dedos se relajaran. Respiró, y otra vez el humo se disolvió atravesado por la luz naranja.

Como a mediodía, cuando se encontraba en clase de historia, y miraba el pizarrón tratando de leer las letras pequeñas (no lo eran tanto en realidad), no quería a usar gafas, así que entrecerró los ojos un poco, pero lo poco que veía se perdía entre sus pensamientos, al igual que toda la noche, si tan solo hubiera tenido un par de horas de sueño, pero no, estuvo dando vueltas en su cama, giraba a la izquierda y allí proyectado en la pared de ladrillos veía a un muchacho con miedo en el rostro, con sus cosas regadas en el suelo y el uniforme lleno de polvo; giraba a la derecha y el mismo muchacho de tez pálida, y cabello castaño miraba ensimismado las copas de los árboles el primer día de clases. ¡Basta!  Decía  pero no podía detenerse,  las imágenes seguían y su cama parecía arder, las mantas parecían quemarle y ahora lo mismo le pasaba en plena clase de historia, ¡no podía creerlo! ¡Jamás le pasaban cosas así a él! Si tan solo hubiera podido dormir un poco, y seguía sin poder ver lo que decía en el pizarrón porque James nublaba su vista, tres salones a la izquierda, incluso desde ahí lograba  joderlo, porque eso era lo único que hacía su imagen, joderlo todo.

Así que se levantó de su pupitre y salió sin decir más ante el profesor que escondía su rostro tras un periódico desdoblado intentando ocultar su somnolencia. Saltó los dos escalones hacia el patio y cruzó este sintiendo cada pisada en el sendero, sentía la cólera recorriéndole las venas y los ojos centellando, furiosos. Alzó la mano y una ráfaga de hojas se desprendió, el ruido del zarandeo de las ramas lo relajó un poco, pero aún no era suficiente, subió otros dos escalones y llego al largo lavabo escondido tras los jardines, abrió el grifo y dejó que el agua le cayera en la cabeza, en el cuello, no le importaba mojarse, solo quería sentir el contacto frío recorriéndole la cabeza, descansar de ese quemante recuerdo que lo perseguía.

Así escuchó el sonido de las ramas arañarse ente sí, y las palmeras bamboleando de lado a lado, casi alegres. James cruzaba sigilosamente la intersección de dos senderos, y toda sensación de alivio que el agua pudiera haberle traído se disipó con su lento andar  y el destello de su cabeza a un par de decenas de metros. Horas y horas de acumulada cólera lo volvieron a invadir y sus manos, tensas como nunca se cerraron temblorosamente, sin embargo, su rostro permanecía inexpresivo, expectante.

La voz del auxiliar Ronald  se levantó, y por un instante hasta el sonido de los árboles meciéndose pareció detenerse. James había sido cubierto por una fila de arbustos que se extendía hasta terminar el sendero, pero fácilmente podía imaginarse su expresión, sus rodillas temblorosas, su voz que se negaba a salir por sur garganta, el nerviosismo que le estaría invadiendo el cuerpo en aquel instante, y cuando se percató, ya había bajado las dos gradas y se encontraba casi corriendo por el pasadizo hasta la intersección en donde ambos hablaban.

En fin, ahora se encontraba allí, y ya no podía irse. Así que tiró el cigarrillo a un lado del auto y entro a la casa por el portón de la cochera, todo estaba oscuro y continuamente bajaban chicas y chicos emparejados por la escalera; subió, desanimándose cada vez más a cada peldaño.

Diana estaría ahí, hermosa como siempre, arreglada con algún vestido que resaltaría bellamente su figura, cualquier otro muchacho aprovecharía aquella noche; aquella oportunidad, lo sabía, sentía que era casi como un deber implícito el intentar llegar más lejos con ella, pero sucedía que simplemente no sabía si quería. Ahora estaría James ahí.

Como en la tarde cuando luego de que Ronald se hubiera marchado el silencio se impuso entre ambos por un par de segundos, un silencio pesado y fastidioso que sin embargo le dio pie a poder observarlo de cerca, parado junto al él con los ojos muy abiertos y los labios entrecerrados, como a punto de decir algo.

—Segunda vez que apareces en momento crucial —le dijo sonriendo de pronto —Gracias.

—No, no es nada —repetía Francisco —no es nada...—viendo sus zapatos lustrados, como si repitiera un mantra—no, está bien, está bien.

— ¡Para nada! Que va, por lo pronto al menos me hará sentir que estamos a mano si te invito el almuerzo, ¿bueno? Pásame la voz cualquier día que te quedes en la tarde, avísale a Diana (Franco sintió una punzada).

—Está bien —dijo, intentando reír a pesar de los sentimientos encontrados que se revoloteaban en su pecho y saltaban a su mente mezclados con el rostro de Diana, el primer día de clases, su insomnio y los sueños que le sobrevenían en las pocas horas que había logrado vencer a la vigilia. —Y a todo esto, ¿A dónde ibas?—le preguntó.

James pareció incomodarse por un instante, una fugaz mueca cruzó su rostro y desvío los ojos hacia la fila de salones al otro extremo del patio, donde una figura subía las escaleras.

—Es una larga historia, pero iba a la biblioteca —le dijo, mirándolo a los ojos a lo que Franco se sintió levemente turbado y tartamudeando logró preguntarle lo que iba a buscar.

—No es nada— le dijo James — solo un libro para un trabajo final, verás, me había olvidado completamente que era para mañana y el Profesor ya me había dicho que podía encontrarlo en la biblioteca así que...

Él solo había asentido, era raro que fuera a buscar un libro en pleno horario de clases, además, según el cronograma académico los trabajos finales se deberían haber entregado todos la semana anterior, siempre había sido así, al menos eso le habían dicho  sus compañeros que habían estado en aquella escuela desde la  primaria. Pero no dijo nada, y se contentó con ver como los labios de James se curvaban nuevamente y alzaba la mano para ponérsela como visera protegiéndose del sol, la manga de la camisa salía ligeramente dentro de la de la chompa azul, sus dedos largos flexionados y las articulaciones enrojecían.

— ¿Quieres acompañarme?—le dijo al fin, y el nudo en nudo en su garganta cedió haciéndolo sentir reconfortado por aquella abrupta señal de confianza, por aquella vaga señal de que, aun así fuera todo circunstancial, no le incomodaba su presencia, y más aún, la prefería.

Había llegado, frente a él la puerta con dintel de madera oscura  que daba paso a un ambiente alumbrado pobremente de donde se emitían varias voces hablando al mismo tiempo y una canción hiphop cuyo cantante Franco desconocía pero que últimamente escuchaba que la radio la pasaba casi siempre, cuando estaba en el bus, viendo a través de la ventana, cuando estaba haciendo fila en el comedor  para recibir su ración o cuando su madre lo llevaba a su taller a cortar hilos de las prendas recién hechas y hacer algunos encargos.

Así que subió el último escalón mientras se escuchaba La música ahogada  y ahí estaba parado Lalo en un pasadizo contiguo que daba a una terraza lateral al apartamento de Oliver. Este los saludo dándole un abrazo y palmeándolo un par de veces en el hombro, se notaba que estaba algo bebido, la música seguía en un una secuencia de gritos y un inglés demasiado enrevesado para entenderlo, Lalo le hablaba de una muchacha a la que él no conocía, quien le había dicho que no vendría a último momento, cuando ya se encontraba allí, en una fiesta donde no conocía a nadie, Francisco solo asentía y hacia el ademán de estar a punto de entrar pero Lalo seguía hablando y le puso la mano al hombro y le dijo: "Tú debes entender, las cosas que uno hace por las flacas; y ya vez, Franquito, como lo dejan a uno; más si son bonitas, te tratan como mierda" y siguió hablando esta vez más bajo lo que hizo que se tornara inentendible para Franco quien pasándole el brazo por el hombro lo metió a la sala donde la canción anterior terminaba y las parejas entraban en una suerte de caos en medio de aquella sala.

Adentro todos los asientos estaban ocupados, y en el centro varias  parejas se agrupaban bailando mientras aplaudían y alzaban los brazos animados por sus amigos que bebían aplastados en los cojines, taburetes y sillas que Oliver había puesto contra los muros.

Lalo se apoyó al muro contiguo a la puerta, golpeándose la cabeza con un ornamento que lucía como una máscara oriental, Franco evitó reírse pero no pudo evitar que una mueca divertida se formara en su rostro, así que desvió la vista hacia el ventanal y allí a medio camino entre ambos se encontraban bailando Diana con James.

James giraba y Diana se mecía sobre sus piernas, ambos iluminados a contraluz por las lámparas de noche, teñidos de verde y rojo a ratos por las luces navidad que colgaban de un extremo, y de pronto volaban los rizos de Diana y eran multicolores en una vuelta entera tras la cual el rostro de James se revelaba más atractivo que nunca, sonriendo sinceramente, de forma espontánea; Franco sintió que el estómago se le descompensaba, y nuevamente una sensación de incomodidad, como si algo se hubiera desacomodado dentro de él al ver a James así , riendo junto a Diana, el verlos a ambos juntos, tan cercanos, haber sido ella el objetivo o causa de aquella risa espontánea lo hacía sentir más lejano, le latía la cabeza, además de la voz de Lalo quejándose y aquella música irritante que al fin terminaba.

Pronto aquella afección se convirtió en cólera, en rabia de estar excluido, de no poder tener aquella cercanía con James, de no poder bailar con él así, el mismo hecho de que lo haya hecho con Diana lo fastidiaba. James, por primera vez alzó la vista hacia donde se encontraba él y su risa pareció apagarse junto con los últimos acordes de la canción (esto le dolió aún más), pero la cólera no disminuía de su mirada, y, a pesar de que su cabeza decía "cambia de expresión, no hagas esto", su pecho gritaba y no podía ser silenciado, James apartó la vista, la canción terminó.

Diana al verlo corrió hacia él entusiasmada y tras ella una chica de cabello corto  enfundada en un vestido rojo se llevaba a James hacia donde se encontraban los muchachos de su clase. Diana apenas llegó lo besó en los labios y se prendió de su casaca, reclamándole al oído por su tardanza, él la tomo por la cintura y la atrajo hacia sí. Luego lo puso al día de lo que había sucedido hasta aquella hora (eran las doce y media, no debía haber pasado mucho) desplazó así a Lalo quien ahora conversaba animadamente con Sarita, la cual había aparecido de quien sabe dónde, igual de bebida que aquel muchacho.

Diana  siguió hablando, y él solo asentía o comentaba con un "vaya" o un "oh, ¿en serio?" acomodándose el cabello hacia atrás. Diana seguía, continuaba hablando, y así, en medio de aquel letargo reparó en la canción que sonaba y lo mucho que le encantaba a su madre, a pesar de que esta a su vez le recordaba mucho a su padre, fue la canción con la que se conocieron en un bar, hacía ya década y media; a comienzos  de los noventa, por supuesto que la canción era mucho más antigua. Siempre que la escuchaba inevitablemente le venía a su mente aquella escena, se imaginaba a sus padres, con muchos años menos viéndose a través de la a pista de baile, tal y como en la películas, cruzando miradas y acercándose al sonido de los sintetizadores.

Tomó a Diana de la mano y ambos se adentraron al centro del grupo de parejas que parecía volar mientras bailaban en círculos y de lado a lado, la malla de luces pendía tras ellos y por un momento pudo relajarse siguiendo la música, "I saw your eyes and you touched my mind, although it took a while, I was falling in love" continuaba la letra, Franco alzó los brazos siguiendo el ritmo, cerró los ojos y se dejó llevar por la nostalgia que en algún punto le era tan repelente como la confusión que parecía atormentarlo, pero a la que prefería diez veces antes esta última.

Se imaginó a sus padres aquella primera noche, que debió haber sentido cuando vio a su mamá a través de la pista de baile, iluminada por los faros multicolores, la cortadora blanca y láseres verdes, tal vez ella se encontraba con un grupo de amigos, con un trago en la mano. ¿Habrá sentido la misma sensación que tuvo el cuándo conoció a Diana? No, debió ser algo más —pensó — e inmediatamente se sintió mal por lo rápido que había caído en cuenta de aquello.

Entonces vino a su cabeza James dando dos pasos hacia el patio, iluminado por el sol del mediodía,  luego yéndose por las escaleras y él ahí, parado en el medio de la formación, atónito en perdido en su clase amontonándose para ir al aula. Él sumergido completamente en aquel momento que lo había aletargado con solo una mirada de aquel muchacho que fugazmente desapareció dejando atrás el murmullo de sus ahora compañeros y la interferencia del megáfono a través del cual una profesora de reducida estatura y potente voz intentaba organizarlos.

Y luego recordó como hacia unas horas, en la mañana, cuando  ambos se adentraron en la biblioteca que se extendía ante ellos como una cueva laberíntica retorciéndose entre estantes y estantes de libros de gruesos lomos y la bibliotecaria atenta como un halcón desde su escritorio frente a la puerta de ingreso, se sintió por un instante como cuando era niño y su padre lo llevaba de la mano entre altísimos estantes de una biblioteca donde iba a trabajar en sus asuntos, el correteaba sobre aquel piso alfombrado y ocasionalmente alguien del personal se ofrecía a leerle en lo que su padre terminaba de trabajar.

 James volteaba ocasionalmente, y miraba con sus ojos muy abiertos cada esquina, escrutando los títulos. "Es ahí" dijo de pronto "creo que ahí es donde estaba el libro que te comenté". Así que ambos entraron a aquella suerte de galería poco iluminada que se escondía en la parte posterior izquierda, en aquella parte de la biblioteca ni siquiera se habían tomado la molestia de resaltar los muros o al menos cubrir los bordes o regulares de los ladrillos de adobe o las hebras de quincha que se dejaban ver como pelusa saliendo de las paredes. Había tres estantes de metal que se elevaban hasta casi llegar al techo, uno en cada muro. Pero no encontraba nada, y se agachó junto con él a ayudarlo a buscar, pero nada había en aquel lugar más que algunos trabajos de tesis de autores que para él pasaban desapercibidos. El sitio se encontraba cubierto de polvo y telarañas, se notaba que nadie se acercaba a aquel rincón hacia años.

—Nada—dijo James —debieron habérselo llevado.

— ¿Pero por qué harían algo así? —le dijo él, recorriendo con la vista los nombre, sacando algún título y volviéndolo a colocar en su lugar.

—No sé, el  hecho es que no está. —Parecía algo decepcionado, se puso de pie, se llevó las manos a la cintura, como sopesando lo siguiente que haría.

—Y no has pensado en buscar a aquel autor que mencionas en otra biblioteca pública, mi padre me solía llevar a una bastante grande que se encuentra al sur, en el distrito de Barranco, no estaba en muy buenas condiciones incluso en aquella época, pero creo que ahí tendrías más oportunidades de encontrarlo.

En aquel momento los tacos de la bibliotecaria resonaron por toda la sala, empezó a llamarlos, James lo miró y ambos salieron. Luego de algunas breves explicaciones la estirada mujer no los interrogó más y ambos se encontraban nuevamente en el corredor de piso de cemento pulido y paredes de ladrillo.

 

                                            

 

 

 


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