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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY 2007

Las tardes de todos los miércoles desde hacía ya dos semanas eran las más esperadas, habían desplazado de lleno a la clase de Manú de los viernes, y no es que disfrutará menos de éstas, pero sin duda alguna el tenerlo junto a él  la tarde entera  después del almuerzo era todo lo que podía pedir. Andaba atrapado en una nube de ensoñación y era tan malo para disimularlo todo que no sólo James se percató de esto, sino Diana también, ocasión que no les faltó para burlarse, pero a él no le importaba, poco le preocupaba por aquellos días en los que soñaba todas las noches con el momento en que le decía a Manuel cuanto lo quería y este le correspondía con un beso. Inmediatamente se daba cuenta lo ridículo que era, pero no podía evitarlo, no podía contener a su mente de fantasear con cursilerías como aquellas, lo que hasta cierto punto lo preocupaba, pero llegaba al miércoles y se veía de nuevo adormecido por la espera y animado por el reloj del colegio avanzando, lento y desesperante, pero avanzando.

Por aquellos días habían decidido que no investigarían más sobre la vida de Miguel Ortega y que se remitirían a buscar el borrador del segundo poemario al cual su hermano hacía referencia en la carta, claro si es que aún este manuscrito existía. James pareció algo decepcionado, pero aceptó comprendiendo que era lo más ético, más aún luego de que él profesor Manuel fuera llamado nuevamente a la dirección y advertido que si seguía "rebuscando en el pasado" como luego les contó textualmente le habían dicho, pues, simplemente su contrato como profesor de literatura no sería renovado.

Así que, de momento, solo se remitían a revisar revistas literarias donde Miguel había publicado algunos artículos que le dieran alguna pista de qué pudo pasar con todas sus pertenencias y su obra inédita, por supuesto, Manú ocasionalmente le mandaba a leer algún libro los fines de semana o los miércoles después de dejar el café o la biblioteca donde trabajaban, "para que vayas comprendiendo mejor con lo que trabajamos" le decía, y el saboreaba cada una de sus palabras al sentirlo más cerca, el libro se convertía en una extensión de Manuel y su lectura se volvía tan amena como su compañía.

El timbre del receso sonó y Fred, aún un poco  adormecido por la noche en vela arrimó su carpeta y se paró con una pesadez tan extraña en él que llamó la atención de James. Ambos salieron conversando hacia el patio donde el tumor de medio colegio tumbado sobre las gradas y jardines los recibió bajo un día nublado que hacía resaltar el amplio patio de concreto como si fuera una superficie de hielo pulido.

"Entonces, lo que cree el profesor es que posiblemente su hermano sepa algo del segundo poemario que no se pudo publicar... “le decía Fred mientras caminaban por el corredor hacia el quiosco junto a la capilla." Es bastante probable que estuviera enterado, en la carta parecían bastante cercanos pero de ahí a tener los borradores, pues, el profe Manuel es escéptico a eso."  Entonces involuntariamente Fred sonrió recordando como la semana anterior el profesor le había invitado una hamburguesa mientras esperaban el bus y debido a los folios que tenía en una mano terminó manchándose la camisa  y el abrigo con la salsa tártara, su expresión frustrada fue demasiado para Fred quien en su cada vez más común torpeza dejó caer la suya al apresurarse a sostener los folios de Manuel quien, ante el intento de no mancharse más, se habían ladeado y estos se resbalaron del brazo. Al final a ambos solo les quedó reír y compartir la única hamburguesa que quedaba aún casi intacta.

"Vaya, sí que te han dejado webón " le dijo James, sorprendido de la expresión de su amigo, este solo rio a carcajadas, " qué hablas, Jamie, estas mal" le dijo algo avergonzado. Ambos siguieron por unas pequeñas escaleras y así continuaron por el corredor hacia el segundo patio, donde los jardines se hacían más frondosos y las palmeras, tan altas como las de las plazas del centro, se encontraban sin podar desde quien sabe qué año. "¿Y se les ha ocurrido ubicar al tal Oscar?" soltó James de pronto, habían acordado no tocar más el tema, pero ante la búsqueda del manuscrito, preguntarle a la presunta pareja de Miguel parecía lo más lógico."

Fred pensó unos instantes, "Sí, Manú me dijo que intentaría investigar sobre él y ver si podía contactarlo, lo cual es bastante difícil, recuerda que lo único que sabemos es que era muy cercano a Miguel y que se llamaba Oscar, es todo, ni siquiera un apellido", James asintió "lo sé, también leí la carta, ¿recuerdas?" le respondió, algo dubitativo a lo que iba a decir, porque desde que habían encontrado el libro no habían tocado el tema más allá de la primera impresión que les dejó la carta a Miguel. "Y el profe qué piensa, ¿también cree que eran pareja?"

Fred entonces recordó cómo le había hecho la misma pregunta a Manuel la semana anterior, justo después del incidente con la hamburguesas, el frío era intenso en el aquel distrito costero donde Manú lo había llevado a buscar en la biblioteca de una antigua casona cualquier pista que lo ayudara en su investigación. Y ahí, mientras esperaban el bus que lo llevaría de nuevo al distrito de Sta. Ana, Manuel se quedó observando los autos pasar, se cruzó el abrigo y asintió, "muy probablemente" le dijo, "así parece, tal vez te cueste trabajo entender ahora, Lara" le dijo Manú acomodándose el cabello, "pero a veces el amor viene en distintas formas y tal como tu sientes cariño o amor por tu novia—en caso la tengas —es posible que Miguel haya sentido lo mismo por este tal Oscar", Fred lo escuchaba en silencio, sentía como en su pecho el corazón le latía, y era casi como un tamborileo en todo su cuerpo, como si la resonancia lo sacudiera, "tal vez a tu edad sea algo difícil de entender, pero es algo normal, aún eres joven y no has conocido a muchas personas más allá de la escuela." Fred asintió, mudo, a pesar de que lo único que quería era decirle que entendía perfectamente todo, porque era el mismo sentimiento que lo invadía cada vez que lo veía en clase o en aquellas ruinosas bibliotecas a donde lo llevaba. Solo quería dejarle en claro que comprendía perfectamente a Miguel, porque el mismo sentimiento que expresaba en sus poemas era el que se condensaba en su pecho cada vez que hablaban.

"Sí, el profe Manuel también cree lo mismo " le contesto al fin Fred a James, quien sonrió con aquella expresión infantil que ponía a veces, " lo sabía" le dijo, sintiendo como si tan solo el hecho de que alguien hacía ya dos décadas hubiera estado en su misma situación lo validara de alguna manera. Esto lo contentó, rio mirando a Fred y éste pareció entender, pasó su largo brazo por su espalda y lo palmeó dos veces para luego  abrazarlo por el cuello, como cuando eran niños.

De pronto Fred sintió un golpe en el hombro izquierdo, lo brusco del choque hizo que trastabillara y James lo sostuvo para que no cayera, Franco siguió su camino, rígido, como si su cuerpo entero se encontrara tensado. “Ten más cuidado, idiota" le dijo Fred, fastidiado por el total desinterés del tipo por lo que había pasado, Francisco se detuvo, volteo a mirarlos y James sintió como se le heló la sangre al ver su rostro furioso, "Maricones" les dijo, vocalizando de tal manera que pareció escupir la palabra con todo el asco del mundo.

Fred inmediatamente avanzó hacia él, se irguió casi automáticamente y su rostro usualmente expresivo se encontraba serio, putamadre se le escapó de los labios a James, ya había visto a su amigo en aquel estado antes, pocas veces, pero en todas había terminado por moler a golpes a quien le hubiera faltado el respeto, la primera fue cuando iban en la primaria y un tipo de último grado les quitó el sumbayllu con el que jugaban, aquella vez su amigo incapaz de ganarle a golpes al regordete chico de último año cogió uno de los gruesas ramas que estaban en el parque y lo persiguió por toda la manzana mientras le gritaba la mayor cantidad de groserías que había escuchado hasta aquella edad.

Ahora ambos chocaron frente a él como dos animales furiosos, sus frentes colisionaron en una especie de rito salvaje, se veían a los ojos y el primero en empujarlo fue Franco quien acto seguido le propinó un golpe en la cara, Fred se cubrió con un brazo y con el otro le devolvió el golpe el cual le dio de lleno en el pómulo, James no sabía qué hacer, se quedó pasmado al ver el salvajismo de la escena, no es que no hubiera separado antes a algún amigo de una pelea, pero aquello le parecía tan improbable, tan inesperado que simplemente se había quedado mudo, las manos rígidas el cuello inmóvil. No, realmente no tenía idea de qué hacer y se sentía inútil frente a ambos.

Rápidamente se corrió la voz de la pelea en el patio de recreo, los muchachos se empinaban en los balcones para ver la gresca, la muchachas salían de los baños con los rostros mojados y sacudiéndose las manos mientras alrededor de ellos se había formado un círculo de curiosos gritando y animando (dependiendo del grado al que pertenecían) a ambos contrincantes.

Diana se encontraba en el taller de computación cuando escuchó el barullo, sus amigas  con las que conversaba mientras comían de sus  tuppers de plástico dejaron los cubiertos y se miraron entre ellas preguntándose qué es lo que pasaba, del corredor entró Esther gritando "¡Diana, son Fred y Francisco! ¡Se están peleando!". Todas las muchachas en el taller saltaron de sus sillas y corrieron a ver el espectáculo, Diana se empinó en el balcón y se horrorizó al ver la frente de Franco sangrando y a Fred sosteniéndolo del cuello, así que salto los escalones de dos en dos y bajo al corredor donde se encontraban ellos, apartaba a la gente y se escuchaban los gritos, apartaba a más sudorosos muchachos enfundados en sus chompas de lana y parecía nunca llegar hasta que se abrió una entrada hacia donde se encontraban ellos, empujó a Fred para luego jalar a Franco de la camisa y empujarlo al muro lateral, "¡Qué les pasa!" gritaba, "¡que les sucede, par de animales! ", volvió a gritar acomodándose el cabello que le había caído a la cara, Franco nuevamente intento lanzarse sobre Fred y éste se encontraba a punto de hacer lo propio pero Diana lo contuvo y James, saliendo de su letargo sujetó del brazo a su amigo intentando calmarlo. Inmediatamente la voz de Ronald resonó en todo el corredor, la multitud se disipó en un abrir y cerrar de ojos y solo quedaron los cuatro allí, inmóviles en medio del corredor, ambos muchachos con las camisas rasgadas, Diana con el cabello desordenado y James, aun procesando como todo ocurrió tan rápido. "A la dirección los cuatro" les gritó el cachaco con su habitual voz grave.

***

20 de Julio de 1988. Caleta La Cruz, Piura

¿Cómo has estado, Miguel? Espero que todo esté mejor por allá, me dejó bastante preocupado lo que me contaste en tu última carta, supongo que ya habrás conseguido un lugar donde quedarte ¿o sigues en casa de Isabel? En fin, sea lo que sea, sabes que tienes mi apoyo incondicional y eso nunca va a cambiar, tú lo sabes mejor que nadie y yo entiendo mejor que cualquiera lo que es tener que tolerar a ese viejo déspota, sin mencionar las manías de mi madre, pero también ambos sabemos que detrás de esa imagen de rancio matrimonio clase mediero  que se empecinan en proyectar, se encuentran dos personas muy valiosas.

Aún recuerdo con mucha añoranza las vacaciones de medio año en la sierra, en aquella Casita que el Coronel tuvo que vender hace algunos años, aquella cabaña rústica en la que peleábamos por el agua caliente durante las noches y por el día nos pasábamos la mañana correteando por la pampa y las tarde jugando fútbol con los niños de la zona. Claro que de eso ya hace mucho tiempo, la última vez que hablé con mi mamá me dijo que el pueblo había sido abandonado por casi todos los pobladores debido a las constantes agresiones del Partido.

Es terrible todo lo que está pasando, si aún recuerdo cuando estábamos en la universidad y todo esto parecía cosa de muchachos, nadie tomaba en serio al grupo de mocosos que se bajaba torres de luz y salía a las calles a hacer pintas, vaya, aún me pregunto cómo todo llegó a este extremo, como la rabia se pudo haber esparcido tan rápido en cuestión de algunos años, es una peste. Más aún, me sorprende que ninguno logró anticipar todas las desgracias que vendrían después, todo era idealismo por aquella época, ninguno vio el borde del abismo avecinándose solo a unos metros.

Por suerte acá no hay terrorismo, te lo digo Miguelito, deberías convencer a mis padres a que vengan acá al menos por una temporada, de paso que le sacamos de la cabeza de una buena vez esa idea de volver de servicio al interior, con todo lo que está pasando es una locura. Solo con decirte que el primo de Jenny fue delegado allá, a Yanamarka, y el tipo volvió hace un par de meses completamente trastornado, tiene delirios de persecución, no deja de andar por el pueblo pendiente de quienes lo rodean, como si en cualquier momento alguien le fuese a saltar a abrirle el cuello.

Espero que se reconcilian pronto, Miguel, y que puedas convencerlos a ambos, acá Jenny y yo podemos acogerlos indefinidamente, y con lo que le gusta a mi madre la playa; vaya, claro que para esa mujer pasar más de dos semanas lejos del club y las casa de aquellas viejas secas que tiene por amigas es casi imposible, y el Coronel, esa es otra historia, se le haría bastante difícil quedarse en un pueblo en el que sólo una bodega dispone de teléfono y la conexión de por sí es pésima. Él, de quién la mayor parte de los recuerdos que conservo son de su rostro severo y boca procaz gritando al auricular del teléfono en su oficina. Pero aun así, nada cuesta intentar, al menos deslizar la posibilidad.

Espero también que la próxima vez que hablemos me cuentes más de aquel muchacho que me mencionaste la última vez, Oscar, todo un espécimen propio del caluroso norte, eh? Definitivamente nunca dejas de sorprender, Miguel. Pero bromas aparte, me encuentro muy feliz de que al fin te des la oportunidad de conocer a alguien más, vaya, tu sabes cuánto estimaba a Tony, era él quien me enseñaba álgebra cuando iba a postula a la universidad, ¿recuerdas? Y fue él con quien me emborraché por primera vez aquel día en que ganamos las olimpiadas de la academia. Aun así, es momento de dejarlo descansar. Ya han pasado cinco años, y a veces me pregunto que hubiera pensado él al ver sus ideales tan distorsionados, muerte, pueblos enteros desplazados, ciudades enteras en vilo, dudo que él lo hubiese soportado.

En fin, intentaré llamar la próxima vez que vaya a Piura, aunque no te aseguro que sea pronto, por ahora supongo que esta carta te llegará antes de que eso pase. Cuídate mucho, un abrazo muy fuerte y espero noticias tuyas pronto.

Pdta.: Jenny te manda saludos y dice que le debes una visita.

 

***

CDRY, 1988

Miguel llenaba ávidamente los documentos que comenzaban a apilar se en sus escritorio, folios de folio se ladeaban a un costado y los registros de notas debían ser firmados por él lo más pronto posible. Llevaba un par de días sin dormir bien y no había podido estar con Oscar por más de cinco minutos desde aquella madrugada en su casa, lo cierto es que hacían varios días que no había tenido   tiempo para hablar,  solo lograban escabullirse de vez en cuando en los jardines y corredores, escondidos entre la maleza o la enrevesada arquitectura del edificio, Oscar lo besaba y lo envolvía en sus brazos, como temiendo que algo los separase, como si un mal presagio lo desesperarse y cada caricia se sentía rebosante de deseo, pero también de miedo y urgencia. No le había contado lo sucedido con sus padres, no es que se hubiera arrepentido en algo de sus acciones, pero no había esperado una reacción tan exagerada, al menos por parte de su madre a quien siempre juzgo como ligeramente menos rígida que el coronel Ortega. Estuvo equivocado.

La cena comenzó como de costumbre ambos lanzándole indirectas sobre su prolongada soltería y su trabajo el cual había perdido las causas filantrópicas por las cuales en un comienzo lo apoyaron a obtenerlo hacia algunos años. "Miguel, eso era solo un trabajo temporal" no dejaba de repetir su madre, "un hombre como tu debería aspirar a continuar creciendo, ¿cómo crees que vas a mantener a tu familia (cuando la tengas)?" y así, seguía la plática rondando los mismos tópicos, la ensalada se le hacía agria y la carne imposible de masticar hasta que no resistió más y respondió.

— ¿Como saben que no tengo pareja? —a lo que ellos reaccionaron sorprendidos, intercambiaron miradas, y le preguntaron quién era ella. Él se tomó su tiempo para beber un poco más de vino, intuyendo que sería el último trago que tomaría aquella noche, "no es ella" les dijo, ellos volvieron a parecer confundidos, "no es ella, es él, estoy con un hombre, a estas alturas creo que es algo que ya deberían tener bastante claro."

Lo siguiente se tornó algo complicado y es que, con el drama que hizo su madre fingiendo que le daba un acceso de asma y con los gritos de su padre dejando caer la copa de vino al piso de madera, no pudo comprender del todo lo que sucedió. La situación en sí había terminado en él llegando de improviso a casa de Isabel con una bolsa de pollo a la brasa y la mejilla enrojecida luego de esa bofetada que su padre le había propinado al reiterarle que tenía un hijo maricón. Estaba decidido, no volvería allí.

Miguel suspiro profundamente y giró su rostro hacia la ventana, el día se había despejado y el sol se encontraba en su máxima expresión traspasando sus rayos por las rejillas de la ventana, desde ahí se veían los jardines, con la alta palmera meciéndose a un lado.

Recordaba que en el antiguo parque del frente de su casa había una palmera similar a aquella. Esta era la altura de una casa de tres niveles, lo curioso era que en el barrio entero ninguna casa superaba los dos niveles. La frondosa palmera había estado allí desde que tenía memoria y, a pesar de todos los cambios por los que el parque había pasado con el tiempo, ella había permanecido desde mucho antes de que naciera, dando abrigo a las aves para construir sus nidos y alejarse de la intromisión de los niños que siempre andaban pendientes de estos para arrojarle piedras.

Hasta que una tarde, justo dos semanas después de haberse graduado de la escuela secundaria, la palmera cayó abruptamente empujada por un pequeño tractor municipal y alzando una densa polvareda visible por toda la cuadra. La por entonces alcaldesa había aprobado la noción de declarar a la antigua palmera como un riesgo hacia la población, debido a que con los años se había inclinado de forma peligrosa.

Y es así como, después de más de veinte años, la vieja palmera fue derribada y de alguna forma toda su autoconfianza cayó con ella,  tenía tan solo 17 años y tuvo que llegar Tony para lograr encontrar una suerte de estabilidad. Cómo saber que ahora que ya no estaba, poco más de diez años luego de aquel día en que todas las fachadas del barrio quedaron impregnadas de aquel polvillo mostaza, no podía dejar de sentirse estancado en la misma languidez, el mismo miedo paralizante que el de su adolescencia.

La puerta resonó y tras el desesperante chirriar de las bisagras oxidadas, Oscar entró apenas levantando la vista, con aquella sonrisa avergonzada que últimamente no dejaba de llevar en el rostro cada vez que lo veía, entró midiendo sus pasos, procurando no tumbar nada en la abarrotada oficina de la secretaria y se detuvo de pronto, como esperando una venia o una señal de que podía proceder. Miguel no pudo evitar sonreír ante tal despliegue y él aprovechó para tomarlo del brazo y estamparle un beso un beso que se desvió ligeramente de su inicial objetivo y terminó por recaer entre sus labios y su mejilla.

—Acá no, que la puerta está abierta y ya es mucha frescura —le dijo tratando de recuperar en algo la seriedad a pesar de la expresión picaresca que Oscar había puesto al ver su obvia turbación.

—Donde sino, Miguel, no has vuelto a venir a mi cuarto desde aquella vez y no tienes tiempo para vernos afuera de esta condenada escuela. — Él fingió una pose contrariada, casi teatral, frunció el ceño y caminó negando con la cabeza, Miguel no pudo evitar soltar una carcajada.

—Y hoy ¿qué tienes que hacer?—soltó de pronto, Oscar inmediatamente giró el rostro.

—Nada, bueno, debo ir a la universidad en la noche, pero en la tarde nada. —Él se sentó sobre escritorio mientras esperaba que Miguel hablase.

—Me estoy mudando y me vendría bien algo de ayuda. —Oscar sonrió llevándose una mano al rostro — No, no, no te preocupes, no te haré cargar muebles, solo son algunas cajas, libros y recuerdos, luego podríamos comer algo.

El alzó nuevamente el rostro, recobrando aquella cara de muchacho travieso, Miguel, previniendo el comentario subido de tono que estaba a punto de soltar lo empujó hacia el pasadizo. "Anda, anda que te esperan en clases" le dijo mientras cerraba la puerta tras él y dejaba a Oscar sonriendo en el pasillo mientras se dirigía a su aula con la misma agilidad que un adolescente entusiasmado por su primera cita.

***

Aquella tarde luego de clases Miguel ya se hallaba listo para partir cuando Oscar entró a toda prisa a la sala de profesores, abrió su cubículo y tomó sus cosas apresurado y sin dejar un solo instante de hablar sobre la desesperante madre de uno de sus alumnos que no dejaba de importunarlo, siempre había algo mal, algo de más, mucha tarea, una disconformidad con la calificación de su hijo, algún compañero que lo fastidiaba, aquella mujer sin duda parecía no tener descanso para agobiarlo.

Miguel lo escuchaba sentado en la mesa central del amplio salón, "No te preocupes" fue lo único que le dijo, "es normal, ya te iras acostumbrando a los padres de familia difíciles". Oscar se acomodó el maletín y asintiendo se percató de que Miguel se hallaba algo distraído, él miraba hacia la ventana enrejada como embelesado, las piernas cruzadas y el torso apoyado completamente sobre el respaldar de la silla.

— ¿Vamos? —fue lo único que le dijo, a lo que su colega inmediatamente se recompuso y lo siguió hasta el corredor.

Afuera se encontraron con la profesora Sonia quien se dirigía a almorzar en aquél momento, ella con la afabilidad que siempre cargaba encima se despidió de ambos.

—Nos vemos el lunes, chicos, ya me voy a comer o me dejan sola. —les dijo mientras iba tras el Profesor Antenor y el profesor Julio.

Ambos siguieron el resto del camino a la avenida con relativa calma al llegar allí Miguel hizo para un taxi con un ligero meneo de su muñeca, el viento empujado por los vehículos pasando por la calle le hacía volar la corbata a rayas y una polvareda se levantó bajo las llantas de un diminuto coche amarillo, "Vamos" le dijo. El taxi avanzó y pronto se desvío hacia el carril del frente, las calles pasaban cada vez más rápido y cuando menos se percató ya habían llegado al barrio de Lince, a las afueras del centro de la ciudad. Descendieron frente a un edificio pálido y sin gracia, la recepción era casi idéntica a la de cualquier hotel en aquella zona y lo único que lo diferenciaba era el enorme intercomunicador con los nombres de las familias escritos sobre cinta masking tape.

Las puertas del ascensor se abrieron silenciosamente y apenas estas volvieron a cerrarse y luego del leve vértigo que sigue al movimiento de la cabina elevándose, Oscar coló su mano sobre los nalgas de Miguel, este inmediatamente reaccionó ante el contacto quitándome el brazo con firme empujón, el inmediatamente levantó las manos y se encogió de hombros.

"Está bien, está bien" le dijo avergonzado mientras Miguelito lo miraba fijamente enfadado, se ponía cada vez más colorado y fruncía  los labios que se le entornaban en las comisuras con una curvatura acalorante.

Al llegar a la segunda puerta en el corredor del quinto piso él dio dos fuertes golpes, Oscar esperó apoyado contra el muro, las manos dentro de la casaca de paño y la cabeza acostada hacia atrás. Isabel inmediatamente salió con una toalla en la cabeza y la blusa blanca a medio abotonar.

— ¡Ahí estas! Me dijiste que pasarías a las dos Miguel, ya van a ser las tres, tu no cambias... —Miguel ladeó la cabeza algo avergonzado y sonriendo apenas (los labios nuevamente fruncidos) hizo notar a Isabel de su presencia. Ella inmediatamente cambió de expresión y le mostró una enorme sonrisa de dientes grandes y labios delgados pintados de un rojo coralino.

—Pasen, muchachos, ya me tengo que ir pero al menos creo q les puedo invitar algo de tomar en lo que arreglan las cosas. —les dijo quitándose la toalla celeste enroscada como un turbante, su cabello húmedo se liberó y callo pesado sobre sus hombros, tenía un brillo deslumbrante y despedía un aroma a shampoo que Oscar disfrutó discretamente.

Tres cajas de mediano tamaño se apilaban sobre la mesa del diminuto comedor de Isabel, ella no dejaba de hablar desde el baño, la secadora casi opaca a por completo su voz, sin embargo ella seguía "Así que terminó todo en pleito aquel día ¿eh?" les decía, "Sí, Martín me contó que luego fueron a casa de Carloncho —rio —ese pendejo no cambia, con decirte que he perdido la cuenta de cuantas veces hemos terminado en su casa yo, Migue y un amigo más..." ella pareció algo cohibida luego de este comentario y no tardo en notar que Miguel lucia algo incómodo mientras revisaba las cajas sin embalar.

—En fin, de eso ya hace varios años, no pensé que Carlos siguiera siendo tan terrible como antes, ¡si te contará como era cuando lo conocí! —continuó Isabel ya con el cabello ordenado y la blusa acomodada dentro de la falda de sastre.

Ambos conversaron brevemente sobre el contenido de la caja, libros, manuales de redacción, novelas, literatura prohibida y poesía obscena en su mayoría, además álbumes, varios vinilos, un par de libros de pinturas entre otras cosas que la vista no le alcanzó a ver, Isabel seguía enumerando la pertenecía de alguna de las cosas que se  hallaban allí, "estos me los diste a guardar luego de tal cosa" le decía, "aquellos los compraste ese día que..." continuaba, hasta que finalmente mencionó "Esos son de Tony, pensé que sería mejor que los conserves tú". Un silencio prolongado siguió a las palabras de Isabel, Oscar los veía sentado desde el sofá, Miguel se apoyó del respaldar de una de las sillas y barriendo con la vista la mencionada caja asintió frunciendo los labios una vez más.

Isabel vio el reloj  que pendía de una de las columnas y dio un respingo rompiendo el incómodo ambiente con un "¡Mierda!" que salió de su boca con tal vozarrón que luego de que Oscar se recuperase del susto inicial, no pudo contener una breve carcajada ahogada con el dorso de su mano, Miguel desde el comedor sonrió también. Ella se despidió rápidamente disculpándose por no haberles convidado nada, tomó el bolso colgado en un perchero de madera y salió rápidamente mientras se llenaba la chaqueta de perfume y metía la retorcida botella nuevamente en la cartera negra.

—Bueno, será mejor que nosotros también vayamos saliendo —le dijo Miguel acomodándose el cabello y contemplando los paquetes.      

***

A medida que el auto se adentraba más hacia los límites del Cercado con Barrios Altos, las señoriales casonas de largos balcones se deterioraban más, era como ver a los edificios envejecer de a poco, cada cuadra le sumaba años a la siguiente y la fachada derruida de una calle lucía bellísima frente a los balcones a punto de colapsar de la siguiente. Las calles de aquella zona siempre se hallaban activas, gente caminando hacia la avenida Abancay, ancianos descansando en las plazas y carteristas rondando las esquinas, ya eran las tres y el humo del carbón de los puestos de anticuchos y menudencia frita comenzaba a dejarse sentir en el aire, se impregnaban en las casonas y estas lo recibían como humo de tabaco.

Oscar giro el rostro para ver a Miguel, este parecía feliz, contento inhalando el dióxido de carbono que emanaba del centro y el hollín de la ennegrecida parrilla de la anticuchera. El taxi siguió su ruta y los dejó en una esquina donde dos calles de ángulo cerrados se encontraban, Miguel bajó con una de las cajas y Fred descendió con las demás —porque claro, él podía solo con las dos, le había dicho, él podía llevar las más pesadas, le afirmó—caminando tras Miguelito quien entusiasmado sacó una llave de su morral y abrió la reja de una de las chamuscadas casas coloniales.

Al ingresar Oscar se sorprendió al ver la enorme escalera de un blanco marmoleo que se enrosca a hasta una segunda planta, el tragaluz se elevaban sobre ellos tres plantas hacia arriba conde un techo abovedado de vidrio opaco dejaba entrar la luz filtrada por los años de polvo acumulado en sus márgenes.

—Por aquí—le indicó Miguel haciéndolo subir por los inseguros peldaños de losas quebradas y barandales torcidos. Un constante murmullo los acompañaba y el llanto de un bebé en la parte trasera del solar parecía rivalizar con el griterío de los niños que salieron corriendo desde uno de los corredores al portón de fierro verde en la entrada.

— ¿O sea tu recién llegas y ya estás trayendo hombres a la casa? Que descarada, chica—escuchó decir a un sujeto apoyado en la baranda de la segunda planta, el tipo sonrió maliciosamente a Miguel y se cerró el batín fucsia que llevaba.

—Hola, Mariella, él es mi amigo, Oscar —le dijo Miguel, ella tenía el cuello larguísimo, las cejas completamente rapadas y delineadas con una fina raya que dramáticamente se curvaba a la altura de las sienes, Oscar la saludó algo desconfiado y siguió tras Miguel procurando que la caja que llevaba a cuestas no se le resbalara. Una vez ambos volvieron a hacer el mismo recorrido con las dos cajas restantes, Miguel pudo al fin correr el pestillo de su nueva pieza y dejarse caer sobre el colchón que yacía a un extremo.

 

CDRY, 2007

El bus, enorme, como pocos por aquella zona de la ciudad, había aparcado junto al colegio. Tras él una caravana de vehículos similares llegó, uno a uno soltando humo por la angosta calle que entraba desde la avenida al parque frente al cual él colegio se ubicaba. Varios padres de familia se apoyaban en las vallas o esperaban en las bancas a que sus hijos subieran y los buses que los llevarían a su destino. Se sentía un ambiente general de tranquilidad, a pesar del ajetreo de las madres preocupadas por constatar que no faltase nada al pequeño equipaje que llevaban todos, James no entendía el porqué de tal alboroto, después de todo eran tan solo tres días.

Al frente, Diana se despedía de su madre mientras esta le daba su mochila notablemente pesada, la muchacha lo vio y lo saludo con la mano antes de acercarse a él, "¿y ese milagro que llegas temprano?" le dijo, él iba replicar algo pero inmediatamente recordó como en el viaje anterior el bus había tenido que detenerse en plena ruta para que él pudiera subir. "esta vez puse tres alarmas" se remitió a decir.

Pronto todos abordaron los buses, las risas y los gritos daban paso a los motores encendiéndose y a los buses avanzados en caravana hacia la avenida, la escuela quedaba atrás junto con el tumulto de padres, que luego de unos pasos tras el último bus simplemente volvieron a sus casas. "¿Y Fred?" preguntó Diana, apenas pasando bajo un puente y entrando a la autopista, llevaba su mochila en las piernas y apoyó la cabeza contra el cristal, "No lo dejaron venir" contestó James, "se lo prohibieron como castigo por la pelea". Diana frunció el ceño, y dubitativa sacó de su mochila una manzana, "Que raro, me pareció ver que subió Francisco en el bus de atrás". James, quien no había desayunado y su estómago comenzaba a fastidiarle asintió, "Sí, según lo que me dijo Fred él no había tenido castigo por lo que era nuevo y era la primera falta que cometía, recuerda que Fred..."

—"Claro, claro, claro, la pelea con Verrocal el año pasado, cómo olvidarlo"— lo cortó Diana, ambos rieron.

El Bus amarillo, tal como las movilidades escolares de las series de televisión, avanzaba por la carretera sorteando autos y camiones de seis ruedas, por la ventanilla la ciudad pasaba en un flujo incesante de casas, árboles, cables de tendido eléctrico y enormes nubes descendiendo al horizonte donde cada vez se alzaban más cerros, poco a poco se adentraba a la cordillera y las casas descendían en altura mientras que los árboles parecían extender sus ramas a cada kilómetro que avanzaban y el verde, como liberando sus brazos, se dejó ver en todo su esplendor cuando bordearon el margen del río.

"Sabes, ese día hablé con Francisco luego de clases. Lo encontré a la hora de salida esperándome en la pampa camino a la avenida, todavía la herida le sangraba un poco y lucia algo magullado. Se disculpó conmigo y me pidió que volviéramos a intentarlo, no sé qué pensar Jamie", Diana volvió a apoyar su cabeza en la ventana, James la escuchaba pero lo único que podía pensar era en el beso que Franco le dio cuando volvió a buscar su casaca a la casa de Oliver. "Me gusta mucho, James" dijo, mientras terminaba su manzana, "Oh, ¿quieres una?"

El viaje continuo por otras dos horas hasta que el mar de casas de la ciudad dio paso a montañas estériles y valles que a medida que subían se hacían más frondosos, las nubes parecían encontrarse más cerca y el cielo pronto se despejó mostrando su azul enceguecedor. Frente a ellos apareció el pequeño pueblo de San Miguel con sus casitas de tejas y sus fachadas de barro, la plaza limpia estaba llena de flores y los árboles de sombra desprendían pequeñas hojas que caían a la pista como garúa. El bus cruzó el pueblo y descendió por una calle empinada hasta el enorme portón del lugar donde el colegio llevaría a cabo el retiro de estudiantes, una casona republicana refaccionada, la cual en el pueblo llamaban "El Castillo" por sus peculiares acabados germánicos, capricho del suizo que mandó a construir aquel lugar en el siglo XIX.

El enorme solar constaba de un edificio principal donde había aulas de usos múltiples, un comedor con largas mesas de madera, tal como el de los internados ingleses, además de la cocina, y biblioteca, en la segunda planta habían dormitorios destinados para las monjas y los profesores, además de un ala izquierda que de afuera lucia como otra casa acoplada, allí se encontraban las habitaciones destinadas para las alumnas, mientras que todos los varones dormirían en un edificio ubicado en la parte posterior del solar, atravesando un pequeño bosque de eucaliptos y pinos. Allí se instalaban cerca de dos docenas de habitaciones con camas múltiples, por lo que la repartición era siempre un problema. Además, los baños eran comunitarios, James ya preveía el caos en el que se convertiría eso en la noche. Ambos edificios estaban rodeados de vegetación y algunos juegos infantiles, bajando una especie de gruta se encontraban las escaleras de piedra que llevaban al río y de allí, cruzando el torrente de agua transparente, se extendían plantaciones de chirimoya, palta y otras frutas.

El medio día se fue en un abrir y cerrar de ojos, luego del almuerzo y la  posterior siesta escuchó el silbido de Juan llamándolo desde afuera de la vieja construcción, él agitaba la mano instándolo a que baje, atrás, los muchachos de ambos grados se dirigían a las canchas de voleibol, allí las risas y los gritos se mezclaban con el rumor del río metros más abajo. El trato era simple quien ganara el partido de dos sets se quedaría con la botella de ron que Lalo, de cuarto año, había escondido en la mochila además de las dos cantimploras llenas de vodka que Diego había conseguido robar de su padre. Así es como cada grado escogió a sus mejores jugadores quienes los representarían en el juego. Arriba de una pequeña colina, donde se encontraban ubicadas algunas bancas de madera, Ronald y dos profesoras los observaban sin saber de la apuesta.

James y Esther rápidamente fueron elegidos y ubicados en la línea de ataque, Diana, se encontraba atrás como recepción junto con Juan y Renato, un tipo de la última sección que según lo que había escuchado había repetido tres veces de año. En el otro equipo, Sandra y Francisco fueron ubicados también en la línea delantera. A los muchachos que estaban en la línea posterior James no pudo reconocerlos, a pesar de que uno de ellos saludó a Esther.

Oliver, quien por votación unánime se encontraba de árbitro, dio inicio al juego y el primer servicio lo tuvo el equipo de cuarto. Desde un principio se veía claramente lo reñido que el juego se avecinaba, la pelota descendía como un proyectil y era elevada a duras penas por Diana, Esther bloqueaba los ataques de Franco pero este, cada vez cogiendo más confianza, se las arreglaba para colar el balón a su cancha. Avanzó el partido y Franco no dejaba de asestar puntos a la  defensa ya agotada del equipo del último año. La pelota era lanzada y con un rápido golpe cruzó la malla, James hacia lo posible por bloquear los ataques pero  aquel instante en que ambos se encontraban en el aire y sus miradas se cruzaban lo distraía, lo hacía titubear y mientras su cuerpo caía, la pelota se le escapaba de entre las manos y, finalmente, el punto estaba hecho.

Él vio el rostro de Franco y este le devolvió la mirada, la misma que tenía cuando peleó con Fred, lucia furioso. Ahora, se preguntaba, ¿esto me intimida? ¿Realmente me voy a dejar asustar solo porque un tipo me mire mal? Y volvía a intentar bloquear sus ataques, la bomba hacia lo mismo con los intentos de Sandra de asestar un punto, la pelota fue recepcionada por Diana que también se había percatado de la tensión. Esther le pasó el balón a James y este lo lanzó hacia el otro equipo anotando. Poco a poco el equipo de James fue recuperándose en el marcador, los muchachos alrededor de la cancha se animaban cada vez más y Franco comenzaba a pelear con su equipo por no recibir bien los ataques. El primer set lo ganó el equipo de Franco, el segundo el de James, solo quedaba un tercer set para definir quién sería el ganador de las dos botellas de licor. Iban parejos, cada punto que James o Esther anotaban, Franco hacia otro más, Sandra se limitaba ahora solo a pasarle la pelota y bloquear los ataques de la Bomba, quien ya entusiasmada no dejaba de bromear con Sandra.

Francisco, sin embargo se hallaba serio, veía como cada vez se acercaban más a los puntos finales y se quedaban atrás. Se sentía fastidiado, sobre todo con James, porque era culpa suya todo lo que le había pasado últimamente, era por él que Diana lo había dejado aquel día, era él quien le causaba los problemas para dormir y todas las dudas que rondaba su cabeza, todos los miedos, to esa bruma que se esparcía entre él y lo que tenía planeado para su vida, todo esto ahora se veía cada vez más imposible. La pelota se elevó otra vez y era el punto final, ambos equipos ahora se encontraban empatados, el que anotara el siguiente sería el ganador, sus compañeros contenían la respiración y Oliver se mordía las uñas mientras veía como el balón pasaba sobre la malla, la bomba colocó la pelota y era la oportunidad perfecta para que James atacara, Franco corrió a bloquear el evidente ataque sobre su cancha, solo sentía desesperación en aquel momento, solo sentía la necesidad urgente de moverse, de defenderse. El sonido del balón siendo golpeado y ambos estrellándose en el aire dejó a todos en silencio, sintió como la malla se enredada en sus manos y se rasgaba en un extremo, sintió el cuerpo de James siendo despedido y luego cayendo de espaldas, Franco logró permanecer de pie y la pelota cayó dentro de la cancha del equipo de último año, habían ganado. Sus amigos celebraban, pero él, al ver a James aun en el suelo con la nariz sangrando, solo sintió una terrible vergüenza y ganas de llorar.

Notas finales:

Se agradecen los comentarios y sugerencias, saludos a todxs :)


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