Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Ciudad de Polvo por Dedalus

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

CDRY, 1988

La pieza de Miguel tenía dos ambientes, en uno se improvisaba un salón con dos catres de forros aterciopelados y anchos botones incrustados en el respaldar, una mesa de centro cuyos listones se hallaban despostillados y una cocina a diminuta que sólo usaba, según le dijo, para hervir agua. En la otra habitación solo había una cama de aspecto arcaico, casi virreinal y un colchón algo más angosto que la tarima, sobre el suelo yacía una lámpara y al otro extremo, un fierro amarronado que iba desde una de las vigas al muro, era aprovechado como  armario y de él prendían algunas camisas y dos chaquetas. Oscar se encontraba absorto en el vaivén de las prendas colgadas como títeres a un extremo, el polvillo parecía revestir completamente la habitación y aun así se notaba el esfuerzo que había hecho Miguel para dejar a aquel lugar limpio.

Las cajas seguían sobre un rincón y luego de haber comprado algo para comer en un mercado cercano, ambos se tiraron sobre el suelo a ordenar el contenido de los paquetes.

Él hablaba con una seguridad que lo asombraba, como si todo estuviese calculado y hubiera decidido hacía días donde metería todos aquellos cachivaches—álbumes de fotos, cuadernos de anotaciones, afiches, vinilos, chucherías y libros, una gran cantidad de libros —que se desbordaba de las cuatro cajas de cartón algo endeble en las esquinas. Él tomaba cada pieza y la contemplaba con una añoranza de alguien que ve toda una vida materializarse en un simple objeto, en una sola imagen o en alguna canción, luego, como percatándose de su breve letargo, volvía a disponer de todo con la misma determinación, "eso allí" decía, "alcánzame aquello" o "eso lo puedes dejar por allá" y así, nuevamente se zambullía en la ruma de memorias y se prendía de una nueva foto, de un nuevo juguete destartalado o de algún libro de tapa despintada.

Oscar lo miraba enternecido en un principio, había un deje lacerante tras la absorta expresión de Miguel que se le hacía hermoso, exquisitamente vulnerable; sin embargo, poco a poco cayó en cuenta que ese mismo asomo del casi completo desconocimiento que se proyectaba sobre el pasado de Miguel, no sólo le confería aquella aura dramática que lo estimulaba tanto, sino que a su vez lo alejaba y evitaba que en algún momento ambos trasciendan  más allá de los besos profundos que el intentaba darle durante los recesos. Se sintió desplazado, tal y como cuando Carlos y él comenzaron a hablar sin parar sobre sus aventuras en la universidad o de los amigos que tenían  y dejaron de tener, de todos las personas con las que se acostaron, de todas las bromas que se jugaban, de aquellas que nadie más entendía, de aquellos lugares que frecuentaban y que él nunca conoció. Nuevamente él sobraba.

Sin embargo, en aquel momento algo distrajo su atención, más incluso que las fotos viejas o los vinilos de bandas que el apenas había escuchado nombrar por los pasillos de la UNCR. Un libro de tapa fucsia y bordes celestes que se hallaba arrinconado en una esquina de la caja, bajo este, había una copia idéntica del mismo, tal vez está otra un poco mejor conservada. "Flores de Aguas negras" decía el título con una fuente discreta, sin embargo, más allá de la llamativa portada y de las grandes letras del encabezado, lo que llamó rápidamente la atención de Oscar fue el nombre del auto, este tomo el ejemplar y limpiándolo con el dorso de la mano volvió a leer, "Miguel Ortega-Arrué" decía, y levantó la vista esperando que Miguel dijese algo, pero este parecía algo avergonzado y a su vez sumido en el mismo estado catatónico de hacia un rato.

—Eso ya fue hace un tiempo... —le dijo tomando la otra copia. Oscar pasaba las páginas apenas dándose el tiempo de leer algunos versos y mirar de rato en rato a Miguel quien no se decidía a hablar más.

Qué no se había dicho de aquel libro, qué no habían hablado de los veinte poemas que lo componían, que si era subversivo, que si era inmoral, indecente o simplemente mediocre, lo cierto es que, al menos para él, este no sólo era las decenas de versos que se sucedían página tras páginas, más aún, cada palabra escrita allí —las cuales aún podía recitar de memoria —significaban tantos recuerdos, tantas discusiones, tantas noches en vela con Tony, eran sus  ideales plasmados allí, su juventud entera materializada en un libro algo maltratado, de páginas manchadas y hojas porosas. No sabía que decirle a Oscar ahora que había hallado el epítome de todo lo que había sido su vida hasta que Tony se fue en aquél tren y nunca más volvió.

 

***

Ciudad de los Reyes, 1977.

Hasta aquel momento el egresar de la escuela había sido un enorme alivio para él, aún lo recordaba clarísimo,  ¡Quién lo diría, luego de tantos años pidiendo que el suplicio acabara! Hasta aquel preciso instante no se había planteado nunca de forma seria que sería del futuro y mientras muchos de sus amigos estudiaban para postular a alguna universidad, a él solamente lo entusiasmaba el ya no tener que estar presente en la formación de la escuela todos los lunes y escuchar a la desentonada banda tocar el himno nacional.

La conversaciones por aquel entonces circulaban entre las carreras más rentables del momento y Miguel , de alguna forma participaba animado de aquellas conversaciones en comentar la viabilidad de estudiar ingeniería de minas y criticar a los que se inclinaban hacia arquitectura, porque, ¡A quien se le ocurre estudiar cómo construir edificios en una época en la que estos eran derribados por bombas y a las personas no les alcanzaba ni para pagar el alquiler de un departamento de una sola habitación! ¡La era de la construcción informal! Sentenciaba con un semblante totalmente distinto al peso de sus palabras.

Pero bastó solo que aquella palmera cayera para que el saliera del sueño en el que vivía  y viera la monstruosa pesadilla que era la realidad que le esperaba. Toda decisión que tomara desde ese punto tendría graves consecuencias en unos años  y, para él; que aún le suponía un dilema diario el decidir entre café o té, tomar una decisión de tales repercusiones se le hacía completamente inverosímil.

Febrero fue un mes duro, los días pasaban insípidos y el no sentía ganas ni de levantarse de la cama. Se aventuraba a soltar las sábanas cerca del medio día con el ruido de Irma (la señora que ayudaba a su madre con las tareas domésticas) limpiando la casa y los camiones cuyo cargamento rebotaba contra las paredes de metal y retumbaba en todo el barrio como pequeñas explosiones esparciéndose por todas las calles, estrellándose en las ventanas. El sol caía y el no percibía la transición entre la noche y el día, siempre vestía el desgastado polo de su padre que usaba para dormir y los shorts que había hecho cortando unos pantalones que se mancharon con alguna substancia difícil de quitar la cual ya había olvidado.

Lógicamente, y luego de medio mes de ataques de ansiedad, Miguel decidió inscribirse en una academia muy conocida en el centro de la ciudad, todo lo demás fue progresivo, los días  siguieron su curso a aquel quince de marzo de  1977 en que comenzaron las clases, así pasaron unos meses y con ellos medio año. En las mañanas solía salir muy temprano, tomaba el enorme bus oxidado con rumbo al centro donde esperaba a Isabel en el paradero y juntos iban a desayunar en un escondido mercado perdido en el laberinto de calles coloniales a punto de caer sobre sus cimientos.

 Las clases comenzaban a las ocho de la mañana en punto, sin embargo era a partir de las ocho y cuarto que los asientos se ocupaban lentamente, la puntualidad, a pesar de ser una norma, era ignorada por casi las tres cuartas partes del salón de clase. Tony pertenecía al cuarto restante.

Al llegar al salón él siempre se encontraba al frente de la clase, solo en casos extremadamente raros en el medio. Isabel y Miguel por otra parte se sentaban en las últimas bancas, soportando los ronquidos de los que sucumbían al sueño o las conversaciones de los que sencillamente no hallaban el sentido de estar allí, en ese abarrotado salón con otras ochenta almas.

Luego de las clases iban algunas veces a almorzar a una cafetería en el paseo Colón, aquella tarde en particular los tres habían acordado tener su "última cena", como Isabel la llamó. Faltaban solo unos días para llegar a septiembre y solo un par de semanas para el examen de la UNCR. Tony se encontraba tranquilo a pesar de que ya había dado el examen de admisión dos veces y su tío le había dejado en claro ese sería el último intento que él le costearía y que de no lograr ingresar, trabajaría en su taller de corte y confección que tenía a las afueras de la ciudad, cerca al distrito de San Juan. No lo odiaba por ello, pese a todo los roces que tenían sus personalidades y lo distintos que eran, en el fondo lo comprendía y sabía que él ya lo había ayudado mucho en lo referente a sus estudios. Toda la cólera y la frustración que podía sentir carecía de un objetivo y por lo tanto, según creía él, de validez.

Una regordeta señora se acercó a ellos mientras se limpiaba las manos en su percudido delantal blanco.

— ¿Que van a querer muchachos?—pregunto mientras sonreía haciendo brillar sus mejillas con el reflejo de los lamparines.

Luego de ordenar los tres menús económicos de siempre Isabel empezó a contarles sobre su inseguridad de matricularse al siguiente ciclo, o inscribirse en el de verano. Miguel le respondió entusiasmado instándola a que se inscribiera en el siguiente ciclo ya que no quería estar solo. Tony les escuchaba y asentía ligeramente cuando le comentaban algo, ya había hablado con ellos de sus situación, lo habían discutido mucho durante el último mes y era un tema que resurgía cada poco tiempo, más a pesar de que lo instaban a no perder la esperanza, estas charlas terminaban por deprimirlos a los tres por lo que la última vez habían acordado no volver a hacer referencia a sus situación y esperar a que las cosas se den. Llegado el momento afrontarían lo que sea que ocurra dentro de unas semanas.

La ansiedad, a medida que avanzaban los días se desvanecía, al igual que la esperanza. Para aquel momento, él ya se había resignado a cualquiera de las dos vertientes en que su vida entera había decantado.

¡Que rápido pasaba el tiempo! Aun recordaba el momento en que entro al salón de clases por primera vez, las piernas le temblaron al ver a tal cantidad de alumnado en un solo salón. Él venía de uno de los distritos periféricos de la ciudad, los colegios no solían tener tanto alumnado y era muy común, juntar dos grados en una sola aula.

No era del tipo de chico que preguntaba por goma de borrar para iniciar una conversación o de los que siempre andan con una sonrisa en el rostro, y eso era tal vez por lo que no contaba con muchos amigos. Apenas alguien intentaba comentar con el algún ejercicio matemático y el tema derivaba en su colegio de procedencia, la lengua le pesaba y su voluntad decaía, deseando que la voz del otro individuo se detuviera y su atención en él se disipara, al comprender que sus respuestas cortas y tajantes no eran propias de su personalidad, sino un directo "no quiero hablar".

No podía quejarse, había conocido a lo largo casi dos años a gran variedad de personas, algunos muy interesantes, otros de lo más irrelevantes. Sin embargo, y a pesar de todas sus manías, aquellos dos muchachos en frente de él se le arrimaron desde el primer día, y ahora estaban allí, casi medio año después.

Isabel reía estrepitosamente mientras Miguel le decía algo sobre un tal Ernesto, el cual siempre intentaba hablar con ella. Progresivamente el café se fue llenando de gente de las más variadas edades, los tintineos de los vasos eran cada vez más comunes junto con el sonido de las botellas de cerveza siendo abiertas o de los corchos de los vinos estallando y siendo servido en vasos en los que tan solo unos momentos antes había reposado alguna infusión fría, la habitación tomaba más vida y el ritmo de las pláticas se animaba cada vez más.

Fue así como el almuerzo retrasado se convertía en cena. Afuera, a través de las ventanas de marco de madera, las personas pasaban fugaces por la avenida ajustándose los abrigos y bajando la cabeza. Al fondo, la estatua en el monumento del centro de la plaza se erguía alzando la bandera petrificada hacia las nubes, esta era iluminada por una docena de faros en su base.

—Muchachos, hay que brindar— dijo Tony de forma tan seria que ninguno de los dos pudo evitar reír.

— ¿Y a que debemos el honor, Antonio?—pregunto Miguel alzando su vaso, Tony sonrió de medio lado.

—Porque no desaparezcan en los meses siguientes y pase lo que pase no perdamos contacto— Isabel y Miguel cruzaron miradas por un instante, alzaron sus vasos y los chocaron los tres a la vez en el centro de la mesa.

— Si sabes que no importa el resultado del examen, igual vamos a estar contigo.— dijo Miguel mientras Tony le servía más del aguado vino en su vaso.

—En fin, aún falta un par de semanas y queda tiempo suficiente para dar una última repasada. —Contesto Tony mientras encendía un cigarrillo con gesto despreocupado.

El encendedor chasqueo frente a sus ojos y junto con él, casi inaudible sonido los farolillos de las paredes comenzaron a parpadear provocando el silencio de la sala entera. Los comensales alzaron la vista y miraron suplicantes los pequeños focos que sin más se apagaron. El café entero quedo a obscuras mientras Tony le daba una profunda calada a su cigarro sus dos amigos se unían a las demás mesas que protestaban vanamente hacia los lamparines de las paredes, como si estos pudieran sentir su rabia tan solo por algún momento.

Exhalo el humo que, diluyéndose en el aire, fue visible un instante iluminado por un bus repleto de pasajeros el cual su claxon se oía incluso dentro del café.

Los faros de los buses iluminaban desde afuera como si estuvieran proyectando una película hecha solo por siluetas  mientras Miguel acababa el último vaso de vino y las mesas se llenaban de velas de cera blanca pegadas a platos vacíos. Un aura extraña surgía con los apagones cada vez más comunes, por alguna extraña e ignorada razón la ausencia de luz provocaba el retorno automático del tiempo a épocas pre–electricidad, o al menos la sensación de aislamiento propia de algún  pequeñísimo pueblo perdido en la cordillera. Despertaba así un sentimiento de proximidad y confraternización en los familiares, vecinos, amigos, conocidos o quien sea que estuviera cerca en el momento que una torre de luz era dinamitada y grandes sectores de la ciudad quedaban a obscuras. Vecinos que en un día normal peleaban por la basura de sus portales o la bulla que hacían los hijos de cada uno en la puerta del otro se veían ante la nueva situación compartiendo velas o preguntando en las casas de los costados si es que no necesitaban pan para el lonche o agua caliente para el té.

Así el ambiente del café ya animado cambió radicalmente siendo envuelto por este misterioso ánimo, de pronto comentarios iban y venían saltando de mesa en mesa hablando con extraños y sin importarles los abismos de la edad o la clase social.

Isabel hablaba con una señora  sentada tras ella sobre el batallón de delincuentes que en ese preciso instante, repartidos por toda la ciudad, debían de estar lanzándose a las calles aprovechando la oscuridad. Tony y Miguel reían ante el intento de un señor con un anticuado bigote de cantar una canción popular. Los tres decidieron partir antes de que la gente se atiborrada en los paraderos ansiosas de encerrarse en sus casas hasta que la luz del día hiciera de la ciudad un ambiente ligeramente más seguro.

Iban caminando por la enorme avenida solo iluminada por la procesión de buses, Miguel reía divertido por un comentario de Isabel y Tony, arrojando su cigarrillo al suelo lo observaba con cautela.

Era realmente un chico muy apuesto, y asumía todo lo que este pensamiento acarreaba con él, sus labios delgados, rojos por el frío se torcían en su rostro cuando reía de una forma que hacía que el pecho de Tony se estrujara y el aire en los pulmones le faltara.

— ¿Tony, estas bien?— Pregunto Isabel — hoy has estado muy callado, entiendo que debes estar muy nervioso y todo, pero trata de distraerte un poco. No vas a lograr nada con ponerte así, vamos relaja esos hombros— dijo con una sonrisa en el rostro mientras ponía las manos en los hombros de Tony y hacia el ademán de masajearlos.

Miguel los miraba divertido mientras Tony se reía a carcajadas y trataba de apartar las manos de Isabel que se escabullían bajo su casaca provocándole cosquillas.

— ¡Consigan un cuarto!— dijo mientras le daba un golpecito a Tony, este sintió como sus mejillas se teñían de rojo y Isabel lo soltó inmediatamente.

Desde hacía ya mucho había observado aquellas abruptas reacciones de Tony, al comienzo solo las ignoraba atribuyéndoselas a su timidez, luego se percató de que la variable que siempre detonaba esos arranques de vergüenza era Miguel. Sabía perfectamente que Miguel era gay, si bien, nunca hubo un momento en el que éste tuviese que decirlo de forma literal, con la convivencia diaria ambos simplemente lo habían asimilado como el mismo hecho de que tuviese el cabello castaño o las mejillas pecosas. Tony estaba al corriente, sin embargo y pese a su obvio embobamiento por el muchacho en todos los meses que llevaban juntos no había tenido ningún tipo de acercamiento con él, siempre que hablan era de historia o literatura, o el último examen en la academia o de las elecciones, en general tenían un contacto bastante más académico que personal para ser compañeros de clase, claro, exceptuando las ocasionales bromas.

Tony era uno de los chicos más inteligentes que conocía, sus ojos en clase nunca se desviaban del pizarrón y de alguna forma toda la información quedaba retenida en su memoria sin hacer mayor esfuerzo o al menos algún repaso. Pero todo este conocimiento se desvanecía en los minutos previos a algún examen, empezaba a sudar empapándosele el rostro y con el pelo húmedo cayéndole en pegajosos mechones sobre la frente, agarraba el lápiz con torpeza y se desvivía haciendo los ejercicios hasta que uno salía mal, y luego otro, la memoria se le nublaba y no recordaba las respuestas de la hoja de cultura general. Un minuto antes de finalizar la prueba entregaba la hoja de respuestas llena de borrones algunas rasgaduras en los bordes.

Isabel se preguntaba si esta misma inseguridad lo enmudecía cada vez que intentaba acercarse a Miguel. Pero, en aquel instante, viéndolos conversar tan animados a Tony no se le apreciaba un ápice de incomodidad, tenía una enorme sonrisa en su boca y caminaba tranquilo sorteando los huecos en el concreto de la acera.

 Sea lo que fuere ya no importaba, en el fondo los tres sabían que aquella sería una de las últimas ocasiones en las que estarían juntos, luego todo cambiaría. De nada servía dejarse llevar por la nostalgia o entrar en negaciones ridículas basadas en un futuro que para todos eran incierto. Lo único seguro era que sus vidas ya no coincidirían como en aquellos meses, la intimidad que habían adquirido pasando más de diez horas diarias juntos terminaría de desvaneciéndose progresivamente, por más que  acordaran reunirse todas las semanas, tarde o temprano estas se convertirían en meses, luego en años y de pronto Tony o Miguel serian una anécdota que contaría a la hora de la cena a sus hijos, algo del tipo "hoy me encontré con un viejo amigo, hace más de una década que no sabía nada de él".

La avenida, unos bloques hacia arriba congestionada, ahora se encontraba casi vacía, la obscuridad se hacía más atemorizante a medida que sus pasos aceleraban. La concurrencia de personas iba disminuyendo también y a lo lejos Isabel vio el letrero iluminado de su bus, ella dio un pequeño saltito inclinándose hacia la izquierda haciendo el ademán de buscar ver mejor.

—Chicos, ese es mi bus— dijo mientras alzaba la mano y la agitaba frenéticamente esperando que el conductor la viera a pesar de la lejanía.

El bus se detuvo echando una espesa nube de humo y haciendo ruidos extraños. Isabel se despidió de cada uno besándolos en la mejilla, le sonrió a Miguel y le dio un par de palmaditas en el hombro a Tony antes de subir al carro.

Inmediatamente este se había percatado del sentido que este gesto tenia, hacia un buen tiempo que Isabel lo venía observando, lo tanteaba con las palabras de la misma forma tan vaga y tenue como la que usaba cuando hablaba con un chico que le gustara. Usando los términos correctos, los enunciados más ambiguos y entonando la voz suave, calmada, como tratando de inspirar confianza.

Y es que el solo hecho de intentar hablar con Miguel sobre algo que se alejara de lo que comúnmente se habla con un amigo era ya para el como una declaración de que su vida entera estaba tomando otro rumbo y de que no habría vuelta atrás. Mientras seguían caminando veía el horizonte y solo se divisaban algunas ventanas iluminadas tenuemente por las luces de las velas, todo sumergido en es áspera obscuridad tergiversaba las cosas y las volvía anormales. Él veía de esta forma su situación y prefería mil veces caminar por la avenida Alfonso Ugarte al medio día, cuando todo es visible, cuando el sol refractado en los parabrisas de los ómnibus  destellaba en ambos carriles, cuando no tenía que pensar en cómo encontrar la ruta a seguir porque de forma automática el ya conocía la ruta. En la noche en cambio, sobre todo en una sin fluido eléctrico, todo parecía ser distinto y aquella histórica vía que conocía como la palma de su mano lo desorientaba. Su rango de visión no superaba los tres metros y la obscuridad del después era absolutamente aterradora, sin embargo, en medio de toda la inseguridad allí estaba Miguel, caminando suavemente a su costado, con sus hombros relajados y su mirada atenta a todo lo que sucedía a su alrededor. Él estaba allí con ese cabello castaño que brillaba con las esquivas ráfagas de luz, la mirada al frente y el humillo blanquecino de su aliento iluminado a penas por la escasa iluminación de la luna.

Muy en el fondo él sabía que aquel día culminaría todo, aquella mañana caminando sin complicaciones  había quedado muy atrás en sus recuerdos y, el atardecer, con sus tonos ocres y violetas había atravesado su vida sin dejarse sentir, porque, a pesar de estar consciente de que la noche estaba pronta a venir y que algún maníaco haría  volar las torres eléctricas de la ciudad dejando todo a obscuras, en algún punto, todo aquello le había dejado de preocupar y se había rendido dejándose llevar por la corriente de emociones que lo arrastraban desde hacía casi seis meses.

Lo miraba sonriente mientras este le conversaba sobre su hermano menor y sus excentricidades.

—El otro día entre al cuarto de Iván y lo encontré sentado en medio de la cama rodeado de revistas… te lo digo,  varias revistas, por suerte no vi nada que me dejase un trauma de por vida, pero en sí, la imagen fue tan desquiciada que no supe que responder, uno no espera ver a su hermano menor viendo esas cosas, estaba quemando incienso  y la casa entera se había llenado de ese hedor, solo atiné a decirle que apague aquella porquería y salí. Tony, a estas alturas ya nada me sorprende de Iván— Miguel continuaba recordando las fijaciones que había tenido su hermano desde que era niño, pero Tony escuchaba solo lo necesario para poder responder con palabras coherentes.

Sentía que las orejas se le congelaban  y sus manos nerviosas intentaron esconderse dentro de los bolsillos del jean gastado que vestía. Ambos llegaron a una banca y se sentaron a esperar sus respectivos buses. La afluencia de las personas había decrecido tanto al punto de ser casi nula y en menos de media hora la ciudad entera se había convertido en un pueblo fantasma.

Miguel se frotó las manos y sus miradas se cruzaron, él le sonrió y Tony aparto la vista rápidamente. Los latidos retumbaban en su pecho y la sensación de pérdida de control lo inundaba por completo. "Háblame, háblame de lo que sea" pensaba, "Háblame sobre las elecciones presidenciales o las ratas del congreso, pero háblame de algo"

— ¿Tony, estas ahí?—pregunto Miguel.

Su voz vagaba por la cabeza de Tony, pera esta no llegaba a tener sentido, el solo hecho de escucharle, de saber que estaba allí, y que el mundo conocido, el que Tony tenía tan bien dominado y por el que podía pasear con los ojos cerrados, ese mundo ya no estaba más allí, el medio día en la avenida había desaparecido ya hace mucho, casi medio año.

Miguel lo miraba esperando una respuesta, su rostro delgado y anguloso era iluminado por la tenue luz de la noche y el ocasional paso de algún vehículo, sus ojos grandes observándolo enmarcado con sus pobladas y gruesas cejas y su expresión siempre curiosa y de aire comprensivo lo intimidaban.

—Alguna vez has tenido esa sensación de miedo... no uno común, uno como cuando se es niño. Recuerdo una vez mi padre me llevo de viaje a visitar unos familiares cuando vivía en el interior, ellos tenían una casa alejada del pueblo, no había alumbrado público y la zona era muy accidentada. Muy cerca de la casa había un profundo barranco que colindaba a algunos cerros, abajo serpenteaba un río bordeado de algunos sembríos de caña. La ventana de mi habitación daba hacia allí, la vista era hermosa. Sin embargo al caer la noche toda cambiaba, el valle se convertía en un inmenso mar negro que se extendía hasta el horizonte y se mezclaba con el cielo, los montes que los rodeaban se asemejaban a olas gigantescas dirigiéndose a la casa de mis tíos. El mirar por la ventana me provocaba un profundo miedo, sentía una presión en el pecho y mi espalda se helaba erizándome los vellos de la nuca, pero, a pesar de que me aterraba y me quitaba el sueño pensar en aquella vista, todas las noches antes de ir a dormir me asomaba a la ventana para ver al enorme mar negro y sus olas monstruosas que se perdían en la obscuridad.

Ahora, casi una década después me encuentro en la misma situación, el mismo dilema. — Miguel lo escuchaba en silencio, respiraba lentamente, como intentando no hacer ruido.

—Miguel, es cada vez que estoy contigo que me vuelvo a sentir de aquella manera.

Tony bajo la mirada de forma automática y apretó los labios fuertemente, la cuestión de ser directo nunca se le había dado bien y de hecho, en aquel momento más que nunca deseaba ser todo lo impreciso posible, deseaba que Miguel no entendiera a lo que se refería, prefería que se quede con la duda de lo que pretendía con aquella anécdota de su pasado y que llegue el bus que lo llevaría a casa de su tío y que nunca más, a pesar de todos sus planes, volvieran a verse. Pero Tony sabía que este sentimiento era algo pasajero y que en tan solo unas horas, luego de dormir de corrido toda la noche pensando que había superado aquella desviada fijación, luego de soñar con los pasajes de su niñez, despertaría angustiado en la mañana con la imagen de Miguel en su cabeza, preguntándose qué es lo que estaría haciendo, que periódico estaría leyendo o si estaría tomando té o café, porque sabía que nunca podía decidirse en ese tipo de cosas.

Sin embargo Miguel aun yacía allí sentado a su costado, con la mirada perdida y una expresión indolente que se mezclaba con el frio de la noche y el viento con olor a mar que bajaba desde la plaza Dos de mayo y atravesaba la avenida hasta estrellarse en el monumento a Bolognesi en el fondo de esta. El viento helado sacudía sus cabellos, parpadeó un par de veces y dio un hondo suspiro haciendo subir y bajar su pecho.

Este simple acto hizo que el escaso autocontrol de Tony se empezara a desbordar, éste se levantó el cuello del abrigo, cruzo los brazos protegiendo sus manos del frío y cerró los ojos respirando hondo y agachando la cabeza. Aún con los ojos cerrados percibía el rostro inexpresivo que Miguel tendría en aquel momento, sentía la desesperación recorriéndole las extremidades, estas parecían moverse por sí solas, temblaban y hacían pequeños movimientos bruscos, imperceptibles para Miguel, pero extremadamente vergonzosos para Tony que deseaba con la poca fe que le quedaba abrir los ojos verse de pronto solo en medio de la noche, siendo así consiente solo él de su vergüenza, de su total desconocimiento del camino a casa.

Un leve peso se dejó caer sobre su espalda, un roce gentil, el tacto del brazo de Miguel rodeándole los hombros y su mirada que ahora había recobrado toda la compasión por la que Tony había sido atrapado anteriormente. Las lágrimas se resistían a salir de sus ojos que se desbordaban impotentes y su respiración se cortaba en accesos de llanto mientras se prendía del suéter de Miguel y hundía la cabeza en su pecho.

Miguel apoyó su mentón sobre el cabello negro de su amigo que parecía derrumbarse en sus brazos, trataba de sujetarlo sobre su regazo pero el parecía fragmentarse en cientos de piezas que se precipitaban a la acera. Jamás desde que lo conocía lo había visto perder el control, llegaba a estresarse mucho en los exámenes y simulacros, pero su temperamento calmado y ausente era una constante que pensó que lo definía fuera de la vida académica, o al menos era una de sus rasgos más resaltantes. Ahora, sin embargo, lo tenía allí incapaz de pronunciar una palabra sin ahogarse.

Solo atinó a abrazarlo y mirar al cielo que lentamente se iba despejando, la mancha blanquecina que hasta ese entonces había sido la luna escondida tras las nubes. Esta se fue revelando y tomando forma mientras Miguel no podía con la tristeza de ver a alguien tan digno como Tony en un estado tan deplorable.

No hay sentimiento más vergonzoso que la lástima, él lo sabía y se odiaba a si mismo cada vez que esta surgía en sus pensamientos, el rebajar a una persona por su situación, por triste que fuese era inaceptable y sin duda las personas que la fomentaban a adrede era la clase más baja de humano que pudiera existir, fácilmente comparables con los traidores.

Hacia un esfuerzo sobrehumano por no sentir pena por Tony, lo veía como un amigo confundido, tal vez asustado, pero no era cobardía, Tony no era así, no era un cobarde. No lo podía juzgar, después de todo se encontraba frente a uno de los temores más grandes del ser humano, él mismo.

Hasta aquel instante no había visto a Tony más que como un gran amigo, alguien a quien no hubiera podido sexualizar ni siquiera cuando lo vio en traje de baño o  sin camiseta y en short deportivo cuando jugaban un partido de fútbol durante las olimpiadas de la academia. Sin embargo, lo consideraba una persona muy atractiva, era alto, de espalda ancha y contextura delgada, su rostro trigueño estaba salpicado por dos lunares en la mejilla izquierda, era angosto, de quijada fuerte, y sus ojos severos casi se perdían tras su nariz recta y sus cejas gruesas.

Su corazón se retorció en el instante que él levanto el rostro de su pecho y lo miró con los ojos rojos, las lágrimas habían al fin retrocedido pero esta denotaba toda la tristeza, frustración y rabia que una persona de su edad podía contener. Soltó su suéter despacio y dirigió una de sus manos a su mejilla con tal cautela que la tensión entre sus dedos y su rostro los hizo fruncir los labios.

No pudo evitar estremecerse al sentir su aliento caliente en el cuello, y el olor a tabaco que había quedado impregnado en su abrigo. Lo miraba y sentía una presión extraña en el pecho, una opresión, tal vez causada por la situación en sí, o el frío. Sin embargo cualquiera de estas explicaciones que se formulaba carecía de importancia en un momento que se dejaba llevar por todo lo que acarreaba el estar tan cerca.

— ¿Es así como se siente querer a alguien?—pensaba Miguel mientras le correspondía el gesto poniendo la mano sobre su nuca y jugando con sus cabellos.

Sabía que nadie podía enamorarse en menos de cinco minutos, desde pequeño había considerado totalmente estúpido el argumento de las novelas que solía ver con su madre en el que solo bastaba un preciso instante, tan solo un momento de gloria máxima en el que los protagonistas caían en cuenta que se amaban y así, en tan solo unos segundos y un intercambio de miradas decidían quien era la persona con la que querían pasar el resto de sus días en la tierra. Se negaba a creer que el amor podía ser algo tan simple y que su vida entera estaba a la merced de una mirada. Pero no podía pensar que es lo que pasaría mañana o que es lo que sucedió desde que conoció a Tony, lo valoraba mucho, lo valoraba como amigo y al ser una de las personas más cultas que conocía sentía una gran admiración hacia él.

Era extraño, en todos esos meses nunca lo había visto cómo veía a los otros chicos de la academia, jamás se había fijado en sus atributos físicos, o había imaginado tener algún contacto con el más allá de alguna charla o compartir una cerveza luego de clases junto a Isabel . Era ahí, que lo veía vulnerable y expuesto frente a él que sentía la cada vez más acuciante necesidad de tenerlo más cerca, de sentir el aroma de su cabello y tacto de sus manos en sus mejillas.

Tony se acercó más a Miguel que lo miro a los ojos, expectante. Sus rostros estaban tan próximos que sus respiraciones eran completamente audibles y sus narices se rozaban entre ellas. Tony dio un último suspiro dejando atrás todo el cúmulo de remordimientos y el miedo que pudiera sentir, atrajo a Miguel hacia él y unieron sus labios adormecidos por el frío. Lo estrechó entre sus brazos y toda cercanía y proximidad que pudieran tener le pareció poca a Tony que inconscientemente había buscado toda la vida sentirse así, sentir aquel cuerpo contra su pecho, sus labios delgados, su torso definido y pequeño que parecía perderse en el tejido del suéter.

Las fuerzas se le fueron por un momento en el hondo suspiro que dio, el humillo blanco de su aliento se perdió en la poca distancia que los separaba. Un par de chicas pasaron tras ellos envueltas en bufandas y casacas de chándal, una de ellas se detuvo y lo quedo observando en la penumbra de la noche.

Tony volvió a la realidad y se recompuso sentándose con la espalda erguida en la banca, Miguel aún no caía en cuenta que eran observados. La chica se acercó mientras la otra sacaba unos papeles de su mochila.

—Hola—dijo mientras se acercaba hacia ellos cautelosa.

Un frio le recorrió toda la espalda y un abismo se avecinaba en frente de él, tal era el contraste de la situación que llego a olvidar completamente que acababa de ocurrir, que había abrazado a Miguel, que lo había besado. Nada de esto paso por su mente, esta se nubló con el terror a haber sido descubiertos y sintió la necesidad de salir corriendo, como si luego de ceder a un impulso este fuera recriminado inmediatamente al  haber sido descubierto.

La muchacha al acercarse a ellos saco rápidamente unos afiches de su mochila se los alcanzó como pudo y desapareció en la obscuridad con su acompañante sin previo aviso.

Al ver las pequeñas hojas fotocopiadas se dio cuenta que eran propaganda comunista, las letras eran tan pequeñas que no se alcanzaban a leer con la escasa luz de la luna, sin embargo el símbolo de la oz y el martillo en la parte superior del panfleto los alertó de su procedencia.

Un taxi irrumpió en la avenida he iluminó con sus faros delanteros el muro tras ellos donde una pinta  había sido hecha en tan solo cuestión de minutos. A lo lejos las sirenas de los patrulleros se escuchaban  y se hacían más fuertes progresivamente, en la acera del frente vieron siluetas fantasmales corriendo hacia la plaza dos de mayo, el lado opuesto a dónde venían los patrulleros, cada vez más gente se sumaba y la masa se fue haciendo más voluminosa, los portones de las casas que bordeaban la vía sonaban estridentes en golpes secos mientras sus dueños aseguraban los candados y cerraban sus ventanas.

A unos dos metros de Miguel un hombre no mayor de treinta años pasó como una aparición, frente a ellos, este seguía la dirección de las demás siluetas en la otra acera y corría como si el demonio estuviera tras sus pasos. Desde lo lejos una ráfaga de disparos se dejó sentir en toda la vía, atravesó la noche de forma abrupta, más aun que las sirenas de los patrulleros o los cláxones de los buses.

Ambos emprendieron la huida siguiendo los pasos del hombre y las siluetas que escapaban de, en el mejor de los casos, una estadía en la carceleta, incomunicado, toda la noche.

Salieron de la recta avenida al cielo amplio de la plaza donde el monumento del ángel en la cima de la columna contrastaba con el cielo violáceo y las nubes que lo matizan. Miguel respiraba agitado y Tony miro hacia atrás temiendo que algún militar perdido los detuviera. El siempre portaba sus documentos, pero Miguel era menor de edad aun, y no iban a tener contemplaciones con él.

Recorrió con la vista rápidamente el círculo que formaban los edificios que rodeaban la glorieta, estos eran todos iguales, enormes edificios de estilo francés construidos en los años veinte. Divisó varios metros más allá que uno de las puertas auxiliares de la réplica que daba hacia una avenida alterna estaba abierta aún.

Ambos corrieron jadeantes hasta ese túnel negro que se escondía entre los detalles la construcción, este daba a un pasadizo en el que apenas se divisaba una escalera descuidada y sucia. Tony cogió a Miguel del brazo y se escondieron bajo la escalera, podían ver directo a la puerta que resaltaba como un rectángulo ligeramente más iluminado al otro extremo del pasillo.

El sonido de sus suspiros y el calor que emanaba de sus alientos se perdía en el helado interior mientras a lo lejos escuchaban las fuertes pisadas de los soldados que corrían a través de la plaza ahora desierta. El tiempo transcurrió lento y la temperatura interior no era mayor a la de la glorieta que era azotada por los gélidos vientos del pacífico provenientes desde Puerto Viejo. 

Tony sentía el frio trepándole por las piernas, los dedos se le entumecían y trato de compactar su cuerpo hacia la pared, cuya superficie se sentía rugosa y descuidada. Miguel, que se encontraba a su lado había rodeado sus piernas con ambas manos, los dos allí parecían dos bultos olvidados en el recibidor de aquel viejo edificio y en cierto punto así fue como se sintió Miguel, aislado de la realidad, de los soldados y de sus botas enormes pisando el concreto rajado de las aceras, se olvidó de los cortes de luz y del examen de admisión; del futuro, ya no le preocupaba nada. El estar junto a Tony, escondidos, amenazados por un peligro real y tangible fuera de las portadas de los periódicos o de los noticieros, el sentirlo cerca y cómplice, un aliado, lo volvió el objeto de un sentimiento de unidad que iba más allá de la amistad.

Por primera vez contemplo a su amigo como un hombre, pensaba en sus maneras, su forma de actuar a veces tosca y torpe, su andar seguro y recto con los músculos tensos y la espalda erguida, pero la mirada caída hacia el suelo, cuidando no tropezarse y dudando antes de girar cabeza al ver algo que llamase su atención. Su risa traviesa y bigote púber que en un principio le había parecido ridículo ahora se le antojaba gracioso y hasta tierno. Como cuando se encontraban en el cafetín de la plaza Bolognesi o en la academia se sentaba con las piernas muy abiertas y una mano apoyada sobre su rodilla, como restregándole a todo mundo que era plenamente consciente de su masculinidad y que sabía los efectos que podía causar, alguno de sus gestos rosaban con la arrogancia. No era fornido, tenía una complexión delgada que casi llegaba al exceso pero su espalda ancha evitaba que luciera como un alfeñique. Y a pesar de ello bastaba que hablara, sin importar del tema y por mas rebuscado que este fuera, para caer en cuenta que no había más malicia en el que en un niño pequeño.

No sabía que pensar, miraba el suelo de lozas prácticamente invisible y sentía ganas de abrazar a Tony pero no quería apresurar las cosas, cualquier movimiento que hiciera en aquel punto significaría comprometerse a algo posterior, sería reconocer un sentimiento que apenas descubría inconsistente había estado oculto en algún lugar de su mente, algo de lo que se encontraba totalmente inseguro y sobre lo que no quería pensar en aquel instante. Lo único que debería preocuparle es la reacción de sus padres cuando llegase a su casa, en aquel preciso instante se imaginaba a su madre quejándose de lo irresponsable que era y que seguro se encontraría de farra en algún lado, mientras su padre, el Coronel ya estaría montando en cólera, para variar.

Acordaron esperar al menos diez minutos para salir de aquel hueco, afuera ya no oían ruidos los buses había vuelto a circular,  pero entrando por cualquier calle en la que cupieran para así poder escapar de las tediosas revisiones en las que sin duda se llevarían a la mitad de sus pasajeros, y de los cuales la mayor parte habrían sido detenidos antes de pagar el pasaje.

Tony se froto las manos y cortó de forma abrupta el sonido casi inaudible que surge cuando todo queda en silencio, como una interferencia en los pensamientos un ligero rumor que a momentos se sentía imaginario y otros tan real como como el cuerpo de Miguel a su costado a quien la vida se le iba tratando de reconocer el patrón de las baldosas del suelo, alguna vez lujosas y brillantes y ahora tan opacas que incluso con la luz apropiada perdían toda gracia que alguna vez pudieran tener.

—Era terriblemente lamentable como algunas cosas envejecían—pensó Miguel.

Todo se volvía opaco,  gris,  justo como aquella ciudad cuyos edificios alguna vez estuvieron pintados por vivos colores ahora pálidos y terrosos. Los lujosos edificios como en el que estaban escondidos habían perdido toda su utilidad y cada día que pasaba y cada temblor que los remedia los acercaba más a convertirse en ruinas y luego,  progresivamente en polvo.

Observó  el contorno del perfil de Tony casi imperceptible, lejos de la obscuridad se encontraba su presencia joven,  su porte seguro y fuerte.  El también  envejecería y al final nada de esto tendría algún sentido,  todo lo que vivían se sentía como una ilusión fugaz, entonces ¿Cuál era el motivo de todo? Más aún, dudaba que hubiera un motivo,  lo único seguro en aquel momento  era que Tony le quería, que ese sentimiento  estaba allí, y que vivía ajeno al tiempo exterior, era lo único estable a lo que podía aferrarse en aquel momento.

Casi resistiéndose, la cabeza de Miguel se fue ladeando, se deslizó desde el muro posterior y calló  suavemente sobre el hombro de Tony que hacía un esfuerzo sobrehumano por no moverse de forma brusca y torpe.  Así apoyó  el su mejilla sobre los cabellos de Miguel que habían adquirido el vago olor salobre que envolvía la ciudad en las noches. Tony no entendía la iniciativa de su amigo,  solo se limitó a perderse en aquel aroma y trataba de capturar ese gesto en su memoria.

Transcurrido un tiempo prudente salieron con movimientos lentos del edificio semiabandonado, caminaron por la avenida colmena como fugitivos,  deteniéndose cada cinco minutos a observar si alguien los seguía y escondiéndose en los detalles de las fachadas de los edificios cada vez que escuchaban un ruido, algún alboroto, por más lejano que este fuese, porque, en aquellas horas era imposible confiar en los sentidos,  uno podía escuchar algún ruido lejano y ser este emitido tan solo en la calle siguiente o en la otra punta de la ciudad.

La noche aún se mantenía hostil frente a ellos,  todavía tenían que conseguir transporte y la amenaza de que los detengan estaba aún presente. Pero parecía haber perdido relevancia para Tony que estaba disfrutando cada segundo,  cada susto al ver pasar algún vagabundo  frente a ellos o cada desilusión —fingida en su caso— cuando el bus que se acercaba a lo lejos por la avenida  resultaba  ser uno distinto al que los llevaría a uno de los dos a sus casas.

Se sentía feliz,  y pocas veces recordaba haberse sentido de aquella manera, el entusiasmo  le hacía desear hablar,  contarle todo lo que pasaba por su cabeza a Miguel, pero sabía que todo lo que tenía que ser dicho aquella noche ya había sido dicho.  Habían llegado al momento justo en el que se lleva al tope de comentarios y revelaciones trascendentes que se pueden hacer en una noche sin caer en lo  excesivo.

Más tarde Tony soñó con la casa de sus tíos en el interior, vio por la ventana otra vez, el inmenso mar negro con los montes al fondo estaba allí tal como lo recordaba, pero la sensación de miedo se había desvanecido, solo la fascinación permanecía mezclada con una enorme satisfacción y alegría  que no podía contener y sentía que le emanaba de los poros como si un aura cálida lo rodease.

***

1983, Ciudad de los Reyes

El sonido de la contestadora automática chilló alertando la presencia de un nuevo mensaje. La casa se encontraba vacía, su padre no volvía a la capital hacia casi un mes, su madre pasaba todo el día en el club y la noche en cualquier otro lugar. El agudo ruido del aparato dio paso al mensaje, era Isabel, Miguel permaneció acostado en su cama, mirando al muro blanco de su habitación

"Miguel, ¿dónde estás? ¿Por qué no contestas mis llamadas? Ya me enteré de todo, salió en las noticias, —ella empezó a llorar —lo siento, en serio, de verdad lamento todo esto, para mí también es difícil, Migue, era mi amigo, los conozco a ambos desde la academia, y ahora esto, no lo vi venir, después de todo lo que pasó, no puedo creer que esto haya pasado, no lo vi venir... Llámame, por favor, no puede ser nada bueno que pases por esto tu solo, llámame."

Miguel se puso de pie, como una autómata, encendió la radio y la música inundo la habitación diluyendo la pesadez residual que dejan las lágrimas en un ambiente cerrado. Afuera el cielo se arrastraba hacia la noche y atrás de él la  radio sonaba con una interferencia, "Take me out... Tonight... When there's people and there's..."  seguía la canción mientras en su cabeza todas aquellas imágenes que venían atormentándolo hacia días volvían por él, eran las imágenes del noticiero "todo el pueblo fue incendiado, muchos de los campesinos fueron fusilados en la plaza central, otros perecieron atrapados en las casas..."  y se superponían las fotos de los periódicos mostrando las pilas de cadáveres carbonizados, hombres y mujeres irreconocibles, sentía que el pecho se le rasgada y aparecía nuevamente Tony en su memoria "solo será un par de meses, Migue" —le había dicho —"ahora que mi padre ya no está, debo ayudar a mi madre con la cosecha además de algunos temas, trataré de convencerla para que venga a vivir a la capital, allá ya no es seguro ", luego, su sonrisa se perdió a medida que el tren avanzaba y dejaba atrás la estación donde Miguel lo despidió con la mirada preocupada hasta que ya no pudo verlo más y el temblor bajo sus pies se hizo tan imperceptible que hasta el paso de los autos en la calle aledaña retumbaba más que las pesadas ruedas sobre las rieles. Ahora sabía que aquella sonrisa ya no regresaría nunca más de su viaje a las tierras altas, que ya no volvería a percibir aquel aroma que lo embriagaba al sumergirse en su pecho y rodearlo con sus brazos.

 Ahora, solo quedaba aquella última imagen que vio en un semanario dominical (uno de los primeros en informar la tragedia) donde un suéter ensangrentado yacía hecho girones junto a tres cuerpos regados en el portal de una casa de adobe. Aquel suéter crema (aún lo tenía impreso en su memoria y nunca lo olvidaría) era el mismo que Tony había olvidado en su casa la primera vez que pasaron la noche juntos, justo luego de haber pasado el examen de ingreso a la UNCR y ese suéter, era también, el que le había visto puesto la última vez que lo vio.

La música llegaba a su fin, Miguel se apoyó en el marco de la ventana y lo supo claramente, nunca volvería a escribir. O al menos, eso pensó.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).