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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY, 2007

El almuerzo ya había terminado y había decidido escapar a dar un paseo a solas, aprovechando que a aquella hora la mayoría dormía la siesta, una costumbre local a la que se habían habituado rápidamente. Los jardines enormes y pequeños bosques le daban la impresión de estar en la jungla, se imaginaba andando en medio de helechos enormes, flores de colores exuberantes y altísimos árboles de gigantescas copas. Franco miro hacia al cielo y las ramas de los álamos y eucaliptos se estiraban, como celebrando al sol. Recordaba las historias que su padre le contaba sobre la selva, cuentos de criaturas del bosque, duendes, delfines que se transformaban sirenas y demonios alados que buscaban secuestrar niños; sonrió, definitivamente no eran historias aptas para un chiquillo de seis años, pero él por aquella época se encontraba fascinado con la figura de su padre, a quien apenas tenía oportunidad de ver en persona en determinadas ocasiones, ¡Había vuelto de la jungla! Lo imaginaba como uno de esos exploradores de  las películas, descubriendo ruinas y escapando de los nativos y traficantes. Ahora que lo pensaba, nunca supo cuál fue el motivo por el que su padre pasó casi toda una década en un lugar tan aislado, siempre que preguntaba su madre solo respondía "trabajo" pero, nunca le detallaba nada más allá de esta vaga respuesta.

En fin, no era en cualquier caso ahora que le preguntaría por su pasado, no lo había visto desde la última vez que fue borracho a su casa. A veces podía ser un completo imbécil. Sin embargo, en momentos así sentía que le hacía tanta falta hablar con él, tener al menos una figura en la cual apoyarse cuando veía todo a su alrededor tambalear.

Porque más allá de ser alcohólico o haber estado ausente gran parte de su niñez, era el tipo de persona a la que sentía que podía decirle lo que sea y siempre encontrar  apoyo, comprensión, o al menos una vaga indiferencia que lo tranquilizase, como un "no es para tanto". Sí, tal vez él sabría qué era lo correcto.

Justamente fue eso lo que pensó el día anterior luego de ver a James sangrar, retuvo el aliento para no dejar escapar ni una lágrima, tomó un par de bocanadas de aire para tranquilizarse y cruzó la malla para disculparse con él. Lo ayudó a ponerse de pie junto con Diana y lo ayudaron a limpiarse la sangre de la nariz con un pañuelo que Oliver les ofreció. Ronald con otra profesora pronto llegaron y se lo llevaron a la enfermería, todos fueron enviados a sus habitaciones.

Aun así, a pesar de haberle ofrecido sus disculpas (y de haber asentido él en respuesta) se seguía sintiendo culpable, le seguía doliendo cada vez que la imagen de él sangrando cruzaba nuevamente por su cabeza, una y otra vez, lo sorprendían sus ojos atónitos y su rostro pálido con aquel torrente rojo encendido bajo la nariz. No sabía que más hacer.

Siempre era él, él, en todos lados, tenía que ser algún tipo de obsesión, alguna fijación rara de la adolescencia, porque en sus quince años de existencia nunca había pensado tanto en una persona, nunca había deseado tanto verla, tocarla, nunca nadie le había parecido tan desesperantemente lejano teniéndolo a un par de aulas de distancia todos los días, de lunes a viernes de ocho de la mañana a una de la tarde. ¡Era extenuante!

Pocas veces había sentido tanta rabia, tanta frustración, vaya que, en su vida pensó agarrarse a golpes con otro sujeto, y en aquel instante en que vio a Fred tan cerca de James, lo único que quería era desfogarse, dejar toda aquella frustración salir. Su madre no podía creer cuando el director la llamó luego de la pelea para que lo lleve a casa "¿está seguro que fue él?" no dejaba de repetir, "seguro solo se estaba defendiendo". Pero el director, con su fétido aliento a alcohol que vagamente le recordaba al de su padre, le dejó en claro, él había sido el que comenzó la pelea, Franco no lo negó, es más, hasta cierto punto se sentía satisfecho de aquella sentencia.

Ahora el sendero se hacía más estrecho, a su derecha los arbustos de geranios, con sus tallos acartonados le rozaron los dedos, el césped adquirió un calor inesperado, parecían brasas, los árboles gigantes vivos y la tarde iba adoptando aquel brillo ocre, casi dorado, que tiñe todo al caer el sol . Diana salió de uno de los senderos y lo saludó. Algo dubitativo, él le contestó el saludo con una sonrisa, metió las manos al bolsillo y siguió caminando junto a ella. Su rostro colorado y sus ojos vivos eran opacados por su melena que le caía rizada sobre los hombros más, sus bucles se hallaban más castaños de lo que recordaba. Le preguntó por el partido, qué habían hecho con el licor, qué había hecho durante la noche, si se encontraba satisfecho con la resolución a la que llegaron sus compañeros de declarar el juego como un empate, "claro”, le decía, "no me opongo, aquel último punto no estuvo del todo claro, ambos nos enredamos en la malla." Ella lo escuchaba, sonrió y una hoja se enredó en su cabello, un pequeño trozo de hoja seca similar en tamaño a un arroz, pero que le dio pie a detenerse y quitárselo, Diana lo observaba expectante, lanzó la hoja que planeó hasta la grava y ella lo tomó de la mano. Franco bajó la mirada, "Disculpa, discúlpame por todo" le dijo, "Sé que últimamente he estado raro, no te he prestado atención, lo siento, en serio."

Ella no dijo nada, solo le acarició el brazo con aquellas manos tan delicadas que a Francisco le hacían escarapelar el cuerpo, era como un escalofrío en su espalda y luego su rostro acercándose, cada vez más cerca para terminar en un beso corto, superficial.

De pronto risas se escucharon camino al río, carcajadas seguidas del sonido del agua salpicando y las pisadas sobre la ribera, las piedrecillas crujiendo, Diana lo tomó otra vez de la mano y ambos corrieron con los demás por una bifurcación del sendero hacia la ribera del río. Los muchachos saltaban de alegría mientras corrían tras ellos, la chicas, algunas con lentes de sol, otras solo con el cabello echo un moño iban también tras ellos esquivando la maleza con las sandalias en la manos. Abajo, una vez llegaron, todos habían saltado al río donde chapoteaban y salpicaban agua entre ellos, incluso un par de profesoras se remojada los pies en la orilla. Diana se quitó los zapatos y jaló a Francisco quien apenas tuvo tiempo de hacer lo mismo, el torrente de agua seguía su curso y sentía como  se colaba entre sus piernas, Oliver se lanzó sobre Juan intentando ahogarlo, Diana se encontraba contenta, sonreía como cuando la conoció mientras compraba un refresco durante el receso.

Él avanzó un poco más y ahí fue cuando lo vio, James nadaba con Diego hacia donde Oliver jugaba con Juan, ambos se lanzaron contra el más alto, lo hicieron perder el equilibrio y hundirse en el agua. James volteó hacia ellos un instante, se había sacado la camisa y solo llevaba puesto los shorts de educación física que se le había pegado al cuerpo por el peso del agua. Franco no pudo evitar sentir como su cuerpo le jugaba una mala pasada, intentó sumergirse pero era imposible, no podía remediarlo, tomó sus zapatos y huyó por entre los arbustos con el torso encorvado y una dolorosa erección asomándose bajo los pantalones de chándal arremangados.

***

La fogata chasqueaba por ratos, parecía gruñir como si se encontrara viva y ávida por comida, James veía las llamas bailar y cambiar de color de una amarillo intenso a un naranja oscuro en fracciones de segundo. Recordaba que justamente  el profesor Manu les había dado una de las copias del poemario de Miguel Ortega, y aquél brillo naranja en las flamas le recordaba tanto al poema que abría libro. Era  una combinación de colores tan fluida, pero a su vez, tan reconfortante, uno podía sentir el calor, la valentía y la inquietud de actuar, de no tener más temor, más dudas.

Suspiró, cada vez pensaba más a menudo en Miguel, sentía que era el tipo de persona al que hubiera podido recurrir luego de lo que pasó en casa de Oliver, más aún luego de enterarse la relación que mantenía con aquel otro tipo, Oscar. Podría haber sido alguien al que hubiera podido contarle todas sus dudas sin miedo a sentirse juzgado. Cogió un pequeño trozo de yerba que crecía entre el césped, era una lástima  que ya no estuviera vivo, que ya no hubiera tenido tiempo de escribir más, o de vivir más. ¿Cómo habrá sido aquel tal Oscar" pensó, tendría que haber sido un sujeto ejemplar, igual de brillante que Miguel, era de la única forma que podía imaginárselos, tal vez un sujeto apuesto, no tanto, pero al menos atractivo, alto, tanto como se lo imaginaba a Miguel también. "¡Eh, Juan, no tomes mucho, recuerda lo que pasó en casa de Oliver la última vez!" le reprochó la Bomba  mientras le quitaba la botella de licor y la pasó discretamente a James, vigilando que los profesores, sentados en las gradas de la parte trasera del edificio no los fueran a ver. "Entonces, ¿no vas a decir nada al respecto?" James negó con la cabeza. "Vamos Jamie, tu eres tan consciente como yo de que aquel último punto fue trampa, yo mismo vi a ese sujeto saltar hacia ti como si te tuviera toda la cólera del mundo, el tipo solo quería golpearte", "no lo sé, Diego " contestó James para luego beber de la botella, "lo que importa es que ya ese asunto está cerrado, ¿no?". "Así es, ahora toma Dieguito que los demás estamos esperando " lo apresuró Esther." Dale, dale, fondo”. Todos rieron, la fogata creció un poco y todos acercaron sus manos para calentarse, sobre todo cuando aún se encontraban con algo de frío luego de bañarse en el río. James se acomodó la gorra de lana gris y Juan, echado sobre el regazo de Esther, empezó a hablar de lo poco que faltaba para que el año acabara. Esto incomodó algo a James quien a la siguiente ronda tomó un trago largo.

El tema de conversación fluyó, entonces, desde la virginidad de Juan hasta el recuerdo de la hermana María, cuestión por la que brindaron algo nostálgicos, después de todo, ella había sido la primera profesora en darles clase durante la secundaria, "Oye, Diego, recuerdas cuando casi te cagas en los pantalones y ella te sacó de la escuela a escondidas" soltó Juan. Todos rieron y Diego avergonzado se llevó las manos al estómago mientras estallaba en carcajadas.

"Hola chicos, ¿nos hacen espacio? " les dijo Diana, todos la quedaron observando, iba de la mano de Francisco. Un incómodo silencio entonces cortó las risas, "claro, siéntense" les dijo Esther mientras empujaba bruscamente a Juan hacia un lado, "Acomódense, muchachos, con confianza", Francisco solo asintió y se sentó junto a Diana, lucia algo tenso, su rostro, serio, como de costumbre, se veía tieso y gris ante la fogata. Al frente, James evitó el contacto visual.

Diego se encontraba notablemente incómodo, James se percató de esto desde que vio cómo su usual risa burlona se convirtió en una mueca extraña, como si se encontrara indigesto, pero el muchacho se contuvo y le ofreció a Franco un trago.

—Franco, ¿verdad?—le preguntó Juan, el mencionado solo asintió—eres nuevo ¿no? —Ante la expectativa de su respuesta Francisco no tuvo más remedio que contestar.

—Sí, vengo del Mariscal Castilla, el que está en la avenida principal.—dijo Franco a lo que los demás intercambiaron miradas, James solo frunció los labios algo incómodo, era bastante sabida la rivalidad que existía entre el colegio 0045 y el Mariscal castilla.

—Claro, tenemos un compañero de nuestra promoción que se tuvo que cambiar allá este año—dijo la bomba mientras se acomodaba la manta que usaba como chal intentando restar importancia a la situación. Él solo asintió.

— ¿Y cuando comenzaron a salir juntos, chicos? —preguntó al fin Juan, Esther sonrió discretamente.

—En abril —contestó Diana rápidamente. Todos hicieron un ademán de sorpresa y comenzaron con los sonidos burlones, excepto James, él solo sonrió ligeramente, Franco se percató de esto.

—O sea apenas entras a la escuela y te robaste a la más guapa del último año—le dijo Diego retomando su sonrisa socarrona— y yo que toda la secundaria he estado tras ella.

—No seas imprudente, idiota. —lo calló la Bomba.

Franco rio y el ambiente pareció haberse despejado cuando de pronto la botella de licor continuo circulando y todos conversaban de forma fluida, interrogaron a Franco por su antigua escuela, a Diana por que le había visto, de pronto la pareja se convirtió en el centro de atención. James se mantenía callado. Por momentos ambos cruzaban miradas y esto lo hacía sentir tan miserable, su amiga se encontraba cerca de él y no podía dejar de ver a su novio esporádicamente, se sentía asqueroso, pero dos rondas más de licor le hicieron relajar sus sentidos y pronto dejó de sentir aquel ardor cuando los ojos de Francisco, negros como las arboledas a esa hora de la noche, se cruzaban en su camino. Los muchachos reían, jugaban entre ellos, el licor se acababa y Franco, quien ya se encontraba más animado llamó a sus amigos de cuarto año (los pocos que aún no caían dormidos en el césped o en sus carpas) estos se unieron a la fogata de ellos, y sacaron otra botella más. "El auxiliar Ronald se ha quedado dormido" les dijo Lalo, un pequeño muchacho de rostro curioso, "pero igual tengan cuidado, se me hace que ese tipo puede oler el alcohol kilómetros a la redonda", Francisco rio.

—Pero no está tan alejado de la verdad, ¿cierto?—comento la Bomba, con la lengua algo enredada —mi padre me contó que solían emborrachar a los soldados de bajo rango para que hagan el trabajo sucio, ya saben en los años del terrorismo.

—No me extrañaría, Esther, esos eran unos hijosdeputa, mi madre me dijo que cuando llegaron al pueblo de mi abuela ejecutaron a todos los hombres con un balazo en la sien y violaron a las mujeres, una por una, hasta a las embarazadas, claro que... Lo mismo hizo el partido en otros lugares... —Diana tomó un trago y le dio un beso en la mejilla a Francisco para luego abrazarlo y esconder su rostro en su pecho.

James sintió un escalofrío, aquel también había sido el fin de Miguel Ortega, o tal vez peor; lo cierto era que la prensa de la época por extraño que pareciese no ahondó mucho en su muerte, simplemente pasó como  el deceso de un guerrillero más en un asalto del ejército. Su abuela también venía de unas de las zonas tomadas por el Partido por aquellos años, él mismo había crecido escuchando las atrocidades de la guerra. Sí, prefería pensar que aquel había sido el final del antiguo profesor de su colegio, un certero balazo en la sien. La pregunta era ahora, ¿Qué había pasado con Oscar? Porque si su muerte había sido llevada a cabo por el ejército era muy probable que Oscar también hubiese estado implicado con el partido, mientras que si fue el mismo SL quien lo ejecutó, lo más seguro es que hubiera sido por la naturaleza de su amor—James dio un suspiro — y en tal caso, Oscar también debió haber sido ejecutado.

¡Vamos a jugar algo! gritó de pronto Diego, a lo que la voz lenta de los demás apenas podía contestar, pero todos los muchachos parecían bastante animados, se pusieron de pie sobre la grama que de pronto se sintió algo húmeda, el fuego parecía algo más pequeño y la luna había salido en su esplendor iluminando las copas de los árboles y los arbustos por si mismos parecían vivos meciendo sus ramas. Diana corrió con Esther tomada de la mano "¡Diego la lleva!" gritó soltando la botella de licor sobre las mantas tiradas en el suelo. La brisa corrió fresca desde las quebradas, James se puso de pie riendo y corrió a buscar un escondite esquivando las flores plantadas a lo largo del sendero y los cipreses jóvenes aun enmarcando el fin de la pequeña explanada y el comienzo de la ladera que moría en una playa de rocas por donde fluía el río. Todos lucían torpes a la luz de la luna, apenas capaces de correr por el alcohol, se escondían tras de los árboles y maceteros del jardín, Diego contaba en voz alta y James miraba a todos lados viendo a sus amigos correr, viendo sombras moverse hacia el río y Ronald aún dormido en el recibidor trasero del edificio. Él corrió hacia la ladera, los cipreses parecían bambolearse llamándolo y la luna se sentía tan cerca que si estiraba la mano creía poder tocarla, pronto se topó con una de las ramas de un solitario ciprés y calló de espaldas por la pequeña ladera pudiendo apenas ponerse de pie y dar dos pasos hasta una arboleda rodeada de arbustos, reía carcajadas por lo dramático de su caída y ahí estaba él, sonriéndole de la forma más inocente que había visto en alguien.

Francisco le ofreció su mano para ayudarlo a trepar hacia una pequeña saliente del árbol rodeado de arbustos en donde se hallaba.

— ¿Estas bien? — le preguntó Francisco. James, una vez más, solo podía ver su sonrisa.

—Sí, sí, estoy bien —contestó algo atolondrado aún por la caída.

Diego empezó a buscar, descubriendo en primer lugar a Lalo y Sandra quienes solo habían caído borrachos sobre el césped camino a esconderse entre las flores. James se apoyó en el tronco del árbol, se tocó la cabeza, había perdido su gorra de lana, no importaba la buscaría luego. Francisco una vez más lo quedo observando y él sabía que hablaría, sabía que todo aquello no llegaría a nada bueno, pero se sorprendió al percatarse que no le importaba.

—He sido un imbécil contigo, yo... —James se sintió algo mareado — ¿seguro que te encuentras bien? —le dijo mientras lo tomaba del brazo algo magullado.

Su perfil se encontraba iluminado por la luna, su nariz perfilada, sus ojos negros se escondían en su cuencas y sus labios resecos le decían algo que no llegaba a comprender. Se encontraba embriagado de su aroma a loción combinada con el vaho del campo, no podía contenerse, no podía resistir el acuciante deseo de tenerlo cerca, de sentir su pecho tibio y su rostro, con aquella sonrisa cálida. James lo tomó de la casaca de drill y Francisco por un momento pareció titubear, pero inmediatamente apoyo sus dos manos en el tronco del árbol y besó a James con una urgencia que la necesidad de tomar aire le parecía un fastidio. Sentía su cuerpo estremeciéndose junto al suyo. James lo abrazó por la cintura sujetándose por la chompa gris que tenía bajo la casaca, él seguía apoyado en el árbol, sentía los dedos cuarteados pero le era imposible dejarlo. Ambos se deslizaron lentamente hasta quedar arrodillados cara a cara sobre la hierba muerta, sus manos se colaron debajo de la camisa de James y sintió su cintura, sus pezones. El aroma de la tierra, de las hojas secas lo invadía todo, su erección lo incomodaba cada vez más, así que  lo tumbó sobre el escaso césped que moteaba la tierra y las raíces del árbol. Se bajó los pantalones hasta las rodillas para luego tumbarse sobre él y volver a besarlo, volver a prenderse de sus muslos y sentir su sexo duro contra el de él. Pronto él también bajo el chándal que tenía hasta las rodillas, ambos frotaron sus miembros, James se separó y tumbó a Franco boca arriba, sonrió al ver el falo apuntando al cielo y la sombra que proyectaba a un lado, Francisco lo miró, como rogando a que lo hiciera de una vez y se agachó hacia su sexo, Franco lo tomó de la cabeza y escuchaba sus suspiros ahogados, no pasó mucho hasta que se vino salpicando los arbustos.

Arriba Diego encontró  a Juan y  Diana, mientras que Esther aún seguía escondida en una de las esquinas del edificio. James se apresuró a subirse el pantalón de chándal cuando Franco, con el pantalón ya abrochado y el cinturón colgando aún, lo tomó de la cintura nuevamente y lo tumbo donde hacía un momento él yacía, sacó su miembro duro de sus boxers blancos y empezó a masturbarlo, James hacía lo imposible para no gemir cubriéndose con una mano la boca y sosteniéndose de las raíces del árbol con la otra, pero Franco no se detenía y luego de acariciar su vientre y jugar con su pubis bajó con su mano libre hacia sus nalgas, entonces se llevó los dedos a la boca y bajó nuevamente a aquella zona, donde pronto James sintió un intruso dentro de él moviéndose, no podía más, sentía que estallaría en cualquier momento, Francisco se inclinó lo más que pudo y lo besó.

Diego escuchó el sonido de una rama crujiendo, ya el alcohol le había bajado y tenía más equilibrio que hacia un rato cuando sintió que el mundo entero se venía sobre él. Saltó entre las ramas de los cipreses, tiradas en el suelo, y las raíces de un árbol, la gorra de James se hallaba tirada a un lado, el ruido provenía de la ladera, bajo con cuidado hasta una arboleda cubierta por matas de flores y arbustos espinosos ubicada a unos metros. "Ahí debían estar" pensó mientras caminaba despacio, lo suficiente como para que no lo escucharan, se asomó entre las hojas confirmando por los murmullos lo que se imaginaba, "¡los tengo!" grito mientras sorprendía a Francisco y a James. Ambos sentados apoyados en el árbol, "está bien, está bien" fue lo único que dijo Franco con las manos en alto. De pronto escucharon la voz de la Bomba metros más arriba, "Diego…ya me cansé de jugar, puedes ganar..." grito la muchacha arrastrando las palabras.

 

Ciudad de los Reyes, 1988

Humo; negro y asfixiante se enrollada como un gusano, salía de las culatas de todos los autos atrapados en una enorme congestión que se extendía por toda  la  avenida hasta el fondo de la plaza donde el ángel en la punta del obelisco, con su belleza altiva parecía mirar casi burlándose de la terrosa ciudad que se desbordaba bajo él, llena de comercios ambulantes y autos de segunda.

Miguel miró el reloj nuevamente, llegaría tarde, pensó,  miró a la ventana, un tipo tocaba el claxon una y otra y otra vez, "una más y estallo" pasó por su cabeza, volvió a mirar el reloj, "llegaré tarde". Se acomodó los puños de la camisa, miró otra vez por la ventana y ahora el mismo sujeto gritaba una retahíla de groserías al conductor de un microbús que se intentaba meter en su camino. Oscar lo estaría esperando, habían quedado en encontrarse hacia diez minutos, pero él tenía la costumbre de llegar media hora antes y sentarse a esperarlo con un libro en el regazo, ya le había dicho que no haga eso, que lo hacía sentir terriblemente mal el encontrarlo allí esperando, más aún al llegar siempre él algo tarde (lo aceptaba, se le iba la hora sin darse cuenta) pero no entendía, y nuevamente volvía a hacer lo mismo, le decía, "Migue, nos vemos en la plaza" y cuando llegaba apurado corriendo lo encontraba sentado en la banca sonriente, le decía "Migue, nos vemos para almorzar" misma historia. Ah, claro, pero cuando se trataba de dictar clases, tenía que verlo uno llegando agitado por la carrera que se pegaba desde la avenida a la escuela para llegar a tiempo. Ahora, sin embargo, era distinto, era él quien iba retrasado ¡y ya iba media hora! El tiempo seguía corriendo, la imagen de él sentado en algún banco esperándolo lo fastidiaba, lo fastidiaba de sobremanera.

 Así que saltó del asiento y bajo del bus, acomodándose el bolso donde llevaba dos folios con la resolución del proyecto del comedor popular que había recogido en la oficina de educación estatal en el centro, caminó rápido, saltando los ocasionales huecos en la acera. La imagen de él esperando allí volvió de nuevo a su cabeza, su sonrisa inocentona, casi fastidiosa en su sinceridad, sus manos enredándose nerviosas siempre con algo entre los dedos, escondido, un clavel arrancado fugazmente de los jardines o alguna piedrecilla de forma extraña que encontraba camino allí, siempre lo aguardaba con algo escondido y al momento de llegar se ponía de pie y con los gestos de un niño que acaba de hacer alguna travesura le daba lo que guardaba como si se tratara de un secreto que había que mantener oculto a los ojos de todos, como si el hecho de que alguien lo viera dándole una florecilla roja le quitaría todo el sentido al acto en sí. Y en aquel momento al ver su rostro sonrojado él se derrumbaba, y sentía que su pecho explosionaría pero inmediatamente la misma tensión volvía y por su mente pasaban aquellas imágenes que hacía años había visto por la tv mientras sus entrañas se oprimía hasta no dejarlo respirar. "No de nuevo" pensaba "no puede pasar otra vez", así que tomaba el presente y manteniendo una sonrisa,  sin parecer demasiado entusiasmado, lo guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta o simplemente se desprendía de éste a la primera oportunidad que Oscar se distraía.

¿Qué tendría hoy entre las manos?, vio el reloj nuevamente, ¡cuarenta minutos de retraso! Pensó llevándose una mano a la cabeza mientras el viento bajó con fuerza y los árboles grises  desprendían algunas hojas muertas que zarandeándose volaron hacia la pista y caían sobre los capós de los autos atrapados por el tráfico. Por aquí y allá las personas gritaban, se peleaban, hablaban entre ellas en voz alta, el siguió a través del cruce cebra.

—la guerra se cierne sobre esta ciudad y nadie parece importarle—pensó — la sangre de decenas de pueblos masacrados en la sierra fluyen  a  Ciudad de los Reyes y nadie parece ni percibirlo; pintas en cerros y casas aparecen todos los días, pero nadie parece ver. Miguel Ortega hizo una mueca de asco.

Dobló en una esquina y entro por una calle angosta llena de hostales a punto de derrumbarse y prostitutas intentando matar el frío a cada pitada al cigarro que daban." ¡Cuatro!", dijo en voz alta Miguel, ¡cuatro de la tarde! Llevaba una hora atrasado y Oscar muy probablemente debía de haberlo estado esperando desde las dos y media. Ahora volvió a atravesar un cruce peatonal y se encontraba en la plaza San Martin, solo unas cuadras más y llegaría al café donde habían acordado verse.

Los edificios neoclásicos se veían imponentes iluminados por la pálida luz de aquella tarde, las fuentes lanzaban los chorros de agua que reverberaban en el aire y luego se precipitaban con un burbujeo, la brisa sacudió los árboles y la estatua en el centro permaneció rígida frente a la combinación de viento frío y garúa que comenzaba a caer. Las palomas se arremolinan en su base y las losas de piedra no dejaban de repicar al sonido de los tacones que pisaban sobre ellas. "¿Cómo podía dejar esto?" pensaba, como abandonar toda esta miseria, veía los portales, mendigos, los edificios abandonados, solo carcazas, las carretillas de frutas con la interferencia en sus megáfonos anunciando su buenos precios... y tenía ganas de decirle a su hermano, "no puedo irme, no puedo dejar todo esto, porque en el fondo me gusta".

 Imaginaba la casa blanca de su hermano, perdida en algún remoto pueblo de pescadores  e inmediatamente le daba claustrofobia, no lo soportaría, no había forma, además su padre (tal y como lo había previsto Iván) había sido vuelto a convocar por el ejército para realizar acciones de apoyo, por lo pronto en la ciudad, pero la posibilidad de que lo manden al interior no era nada escasa. Su madre, por otra parte, pues, ella realmente no tenía nada que la retenga, excepto su círculo de amigas, el club y su jardín.

Nuevamente dobló ahora hacia el centro de la plaza cruzando apurado, al otro extremo un taxi frenó intempestivamente y una mujer gritó ofuscada golpeándole el auto con un manotazo. En el centro las flores amarillas se veían coloridas en contraste con los detalles blancos, vaya que le gustaba a Oscar este lugar, cada vez que se veían en el centro inevitablemente pasaban por aquí y veía a las bancas, la estatuas y las fuentes con tal añoranza que incluso él se sentía melancólico. ¿Y por qué pensaba en esto? Se preguntó, porqué su mente repetía una y otra vez su sonrisa avergonzada al cruzarse con él en el colegio o cuando lo encontraba almorzando en el quiosco cerca de la capilla, porqué es que seguía preocupado por llegar tarde. Sí, sabía perfectamente porqué, después de todo, ya había pasado por lo mismo muchos años antes, y aun así se negaba a reconocer que todo estaba pasando de nuevo, diez años después, y todo era igual, la presión en el pecho, el castañeo de sus dientes al encontrarse, la alegría que se esparcía dentro de él, como si corriera por sus venas, cada vez que él lo abrazaba. ¿Entonces qué pasaba? Caminaba cada vez más despacio intentando pensar en las cosas que le disgustaba de Oscar, nadie es perfecto, pensaba, algún defecto debe tener, algún grotesco defecto que me haga desencantarme de él.

Pero nada surgía en su mente, y era consciente de que  habían vivido aquel último mes con tal intensidad que  casi todas las noches las había pasado  en su pequeño apartamento cerca a la escuela, cosa que le había traído de por si grandes problemas y era en parte el detonante de la abrupta salida de casa de sus padres, sin embargo, no negaría el hecho de que Oscar solo le había brindado el motivo perfecto para poder al fin hacer lo que veía posponiendo desde sus épocas en la universidad, dejar la casa de sus padres.

— ¡Oiga! ¡oiga! — gritó alguien, Miguel volteo asustado y una mujer también volteó llevándose inmediatamente las manos a la boca "que descuido”, dijo mientras recogía su cartera, "gracias por avisarme, señor". Miguel continuó caminando, ahora cruzaba cerca del monumento tan gris como la ciudad, carcomido ligeramente por la humedad, ciertos ángulos se veían con una capa de óxido. Las palomas se juntaron, ahora que ya se había alejado algo, de nuevo en la base del monumento, chocando  las unas con las otras, presurosas por dar aunque sea un picotazo a una mohosa hogaza de pan. Sí, debía de terminar aquella situación con su padre de una vez, sentenció, al menos con él, su madre adoptaría cualquiera sea la posición de él, siempre había sido así, desde la época en que Iván y él eran niños.

Ahora ya eran las cuatro y cuarto, y ya comenzaba a dudar que Oscar lo siguiera esperando en el café, nadie espera tanto, pensaba, nadie aguarda tanto a ciegas, así porque sí. El sonido del taco de sus zapatos bien lustrado se detuvo en un último chasquido al llegar al borde de la plaza, los autos pasaban frente a él como una triste procesión envuelta en humo. Pero, ¿porque se lo había dicho? Solo se  había planteado lo mismo hacía muchos años, en una sola ocasión, por un solo motivo y ese motivo ya se encontraba enterrado en alguna tumba anónima en la periferia de algún pueblo en el ande, quién sabe, tal vez dentro algún pequeño cañón donde el silencio reposaba inamovible, donde la cordillera comienza a levantarse; o tal vez en alguna pampa llena de ichu, como la que se extendía frente a la casa que su padre tenía en la sierra, cubierto por capas de tierra seca y solo escuchando el retumbar de la tempestad en Marzo.

— ¿Dónde estarás, Tony? —pensó.

 Alzó la vista hacia lo blanco del cielo y respiró hondo, hondo, porque es lo único que le restaba hacer, llenar el pecho hasta que sentía que este le iba a estallar, y luego expulsar el aire, botando con él también todo la tristeza al recordar aquél suéter crema manchado de sangre. La luz del semáforo cambió nuevamente, cruzó.

En aquella intersección las personas se aglomeraban cada una intentando seguir su camino, en un extremo un puesto de periódicos era mecido por el viento y a un costado un cambista contaba billetes con una velocidad asombrosa. Algo sintió esta vez, sin embargo, de forma distinta, seguía doliéndole recordar todo aquello, le hacía inmediatamente humedecer los ojos el recordar aquellas imágenes. Pero adentro algo era diferente, el dolor era el mismo, tal vez algo opacado por el paso de los años, preso seguía ahí. Y aun así, se sentía más capaz de dominarlo, de sobrellevarlo y tal vez algún día dejarlo atrás, desprenderse de aquella carga que le había sido conferida aquel día en que vio aquellas imágenes, las fotos de la matanza publicadas en el periódico  acrecentando la morbosidad de media ciudad.

De pronto un rumor hizo que la multitud cruzando la pista y esquivando obstáculos en la acera se detuviera y mirara hacia los lados, fue en menos de un segundo que este rumor, similar al que precede a un temblor , detuvo el tiempo excepto para las palomas que emprendieron rauda huida hacia el cielo. El ruido llegó, en una amalgama de cristales quebrados, paredes crujiendo y un estallido sordo seguido por un breve periodo donde los oídos se le taparon y solo un chillido constante quedó en su oído izquierdo. Todos corrían, los taxistas salieron de sus autos, gritos, caos, Miguel se sostuvo de un farolillo que aún seguía vibrando luego de la explosión, pronto se había formado un torrente de gente que emergía de la bocacalle hasta la plaza, junto con una columna de humo que seguía la misma dirección.

Su pecho se oprimió nuevamente, corrió hacia la boca calle y adentro solo se veía la columna de humo y la gente emergiendo de este desesperada, se llevó las manos a la cabeza, retrocedió dos pasos, "Oscar" dijo con la voz quebrándose, "Oscar" repitió mientras la imagen de su rostro se mezclaba con la del suéter crema ensangrentado, volvió a repetir su nombre, miro a las copas de los árboles a punto de ser alcanzados por la columna de humo. Era la muerte de Tony de nuevo en su cabeza, era Oscar allí, tras esa columna, era su padre recriminándole por todo y era él, no siendo capaz de soportar aquél dolor una vez más.

El día parecía más oscuro que nunca, más oscuro que la ciudad y las sirenas entonaban su canto desesperante por todas las calles aledañas a la plaza, acompañadas por el llanto de mujeres quitándose la ceniza del cabello y los gritos de hombres con las manos en la cabeza llamando a la calma. Volteó hacia la calle mirando las cornisas de los edificios, se sujetó del farol y siguió el recorrido del humo en forma inversa, este se enredaban y parecía tener vida, siguió bajando la vista hacia el origen del estallido, allí donde ahora ya no se veía nada más que aquel humo negro desde donde emergían ocasionalmente figuras tambaleándose.

 Allí lo vio, con la casaca negra ahora blanca por la ceniza, el cabello desordenado y la cara llena de polvo, caminaba arrastrando ligeramente el pie derecho,  era él y el alivio le reconfortó el cuerpo como si se lo hubieran vertido directo en el pecho, Oscar intentó sonreír al verlo, se acercó más, Miguel fue a ayudarlo y se pasó su brazo por el hombro, así lo ayudó a caminar en dirección a la plaza donde la gente se tendía en el pasto a tomar aire. Él lo miró, con la cara blanca, metió la mano al bolsillo interior de su casaca y sacó clavel diminuto, aun no terminaba de abrirse, pero ya se veían sus pétalos de un rojo vivido como la intensidad de su mirada, Miguel tomó el clavel sin detenerse, en aquel momento algo se desprendió de él, algo, cayó siendo dejado en aquella intersección donde ya había llegado un camión de bomberos y dos ambulancias. Ahora solo veía el rostro de Oscar extrañamente tranquilo en medio de aquel infierno.


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