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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY, 2007

El timbre sonó puntual como siempre, el ruido de las carpetas siendo arrimadas y los libros siendo metidos en las maletas y mochilas se sentía tan liberador que James no pudo evitar soltar un suspiro mientras guardaba su cuaderno de apuntes y arrojaba los dos bolígrafos dentro del maletín. Se cruzó la bufanda en el cuello y salió del salón apresurado. Fred se encontraba enfermo y Diana conversaba entretenida con sus amigas por lo que pudo escabullirse discretamente. Afuera el día estaba helado, definitivamente debía ser el día más frío del año, lo cual era bastante extraño tomando en cuenta que en un par de semanas comenzaría la primavera, sin embargo, Ciudad de los Reyes parecía no estar enterada.

 El cielo estaba blanco y moteado de enormes sombras grises, el cerro atrás del colegio estaba cubierto por neblina, esta rodeaba  postes,  palmeras y los edificios  que se veían más opacos que de costumbre, el césped había perdido su brillo y el aire en general estaba repleto de pequeñas partículas de agua las cuales daban la sensación de estar perpetuamente húmedo. James se ajustó la bufanda y se acomodó el gorro de lana gris, mientras bajaba por las escaleras y salía despreocupado por el corredor hacia el portón principal. Todos los salones se desocupaban de a poco, en las puertas grupos de muchachas se ponían gruesos gorros con los colores del uniforme escolar o simplemente se enroscaban en sus bufandas, solo un par de muchachos llevaban abrigos largos con la insignia del colegio zurcida en el pecho. Los profesores se apresuradas a despachar a todos cuidando que la garúa no entre a los salones y el portero en la salida despedía a los muchachos  enfundado en una enorme casaca acolchada y con su usual amplia sonrisa.

James se despidió correspondiéndole el saludo, cosa extraña en él quien era de los que usualmente pasaba de frente mirando al suelo.

Afuera los puestos ambulantes habían colocado plásticos sobre sus mercancías y todos se apresuraban a ir directo a sus casas, sin una charla corta con los amigos, sin quedarse a comprar una golosina, todos caminaban apresurados hacia la avenida, cuidándose de los charcos de agua y de las aceras resbalosas.

Pero él no, él cruzo el parque frente a la escuela cuidando que nadie lo viera, saltando los charcos e inhalando entusiasmado la humedad combinada con el aroma de los arbustos que, mojados, derramaban agua sucia sobre el concreto. Cruzó la calle y una intersección hasta que lo vio al fin, esperando apoyado en la pared con las manos en los  bolsillos. Franco estaba ahí, con el cabello húmedo, tiritando de frío, llevaba puesta sólo la chompa de la escuela y se había levantado el cuello de la camisa en un absurdo intento de querer calentarse, tenía los ojos plantados en el suelo, como buscando algo, hasta que alzó la mira y le sonrió. James cruzó la calle, atrás de él una moto-taxi pasó a gran velocidad salpicándole algo de lodo, no le importó, llegó hasta donde estaba Francisco y el impulso de abrazarlo le llamaba con tanta fuerza que sentía que no se podría contener, no podría detenerse de rodearlo con sus brazos y sentir su pecho estrecho tras la chompa de lana azul impregnada de las partículas de agua.

Él lo esperaba de pie junto al muro, su figura larga parecía algo endeble con el pie flexionado contra la pared y sus manos metidas en los bolsillos de los pantalones. Franco se inclinó y por un instante tuvo el mismo reflejo que James, ya se preparaba para extender los brazos y el aroma de su cabello húmedo se dejaba sentir tan cerca a él que lo exaltaba, pero se contuvo por un segundo, quiso asegurarse que no hubiera nadie más que ellos en la calle, que todos se encontrarán en sus casas bebiendo té caliente con el almuerzo o cubiertos de mantas en sus alcobas; no tenía tiempo, porque James ya estaba frente a él, con la cara fresca, las manos frías, no lo pensó más y lo abrazó algo cohibido al principio, pero con más soltura luego, para finalmente aferrarse a su cuerpo dispuesto a conseguir que ambos entren en calor, Francisco se inclinó y le dio un beso apenas rozando sus labios, pero aquel ínfimo contacto fue suficiente para sentir el sudor frío en su cuerpo. James lo apartó suavemente y miró hacia ambos lados de la calle, esta se encontraba desierta pero sentía que alguien los observaba, no podía sacarse de la cabeza aquella sensación.

—Ahora tú eres el paranoico —le dijo Francisco mientras caminaban hacia la pampa.

—Después de lo del otro día no puedo evitarlo. —Francisco rio a carcajadas recordando las pisadas de la abuela de James subiendo las escaleras, estas eran tan lentas y la situación tan aterradora que la excitación del momento de deshizo en un instante, lo cual no importaba demasiado ya que esta igual se encontraba condenada a desparecer luego de que James lo metiese completamente desnudo bajo su cama mientras él salía a hablar con la señora Josefa.

— ¡Tuvimos suerte! si se le hubiera metido en la cabeza que había alguien mi cuarto créeme que no estarías aquí conversando conmigo—dijo James divertido de la expresión de Francisco al recordar que no pudieron hacer nada aquella noche y que tuvo que huir por la ventana trepando por las molduras de la fachada.

Franco lo tomó de la mano, pero inmediatamente James se soltó, se sentía inseguro, Francisco frunció el señor acomodándose el cuello de la camisa nuevamente y metió sus manos al bolsillo con una mueca orgullosa. "Perdón" le dijo James apretando los labios, para luego apelar a lo inseguro del lugar, Francisco solo asintió.

—Vamos a otro lado, entonces.

                                                                     ***

Ambos subieron al bus, con la ropa algo húmeda, adentro la luz pálida entraba por todas las ventanas y los rostros blancos de los pasajeros resaltaban con sus oscuros abrigos. Francisco sonreía entusiasmado por al fin poder estar junto a James sin la constante preocupación de que alguien los viera, sin tener que voltear a cada segundo, sin tener que esconderse tras los arbustos del parque Catalina Huanca.

El bus avanzó  entre el tráfico de la tarde, la línea 53 se dirigía hacia el sur de la ciudad atravesando amplias avenidas e intrincadas calles serpenteando a través de barriadas y suburbios; allí, los vendedores ambulantes arrastraban sus carretillas de comida, el humo se elevaba de las brasas de carbón mientras las vendedoras conversaban y reían entre ellas, saludaban a algún conocido, seguían su camino. Franco observaba como James se quedaba prendado en la ventana viendo a la calle rebosante de gente, a personas trepando en microbuses y escalando puentes. Deslizó su mano por debajo de su maletín —el cual había acomodado sobre sus piernas —y buscó la mano de él hasta sujetarla y sentir sus dedos fríos entrelazándose con los suyos.

Al llegar descendieron en la avenida central, bordeado por enormes edificios barrocos y algunos pisos de departamentos en forma de bloques grises puestos unos sobre otros. Los árboles al centro eran altísimos, James miró hacia sus copas comparándolos con los del parque cerca de la casa de Oliver, no había punto de comparación. Las veredas despedían aún la humedad de la garúa que acababa de menguar y Franco se anudó la bufanda al cuello.

—Ven, te quiero mostrar algo—le dijo tomándolo de la mano, James solo se dejó llevar.

Aquella tarde James sintió como si no se encontraran más en Ciudad de los Reyes, olvidó la escuela y el rostro de Diana junto a él en clases. Años más tarde evocaría a aquella tarde como uno de sus recuerdos más preciados de la adolescencia y, a pesar de haber olvidado los detalles más evidentes, como si fue un fin de semana o un día de clases, qué llevaba puesto o por qué fueron a aquel lugar en un principio, no podía dejar de sonreír cada vez que por su mente cruzaba aquel instante grabado aun en su memoria, aquella imagen de Francisco envuelto en la bufanda, con la nariz roja por el frío mirándolo y sonriéndole mientras le pasaba la mano por el hombro y lo abrazaba para  darle un beso en la frente. El viento soplaba con intensidad y arrastraba consigo un aroma a campo que en medio aun de aquella asquerosa ciudad se hacía inverosímil, pero prefería entregarse a sus sentidos a seguir sofocándose con la lógica.

Finalmente James entró a la estancia llena de libros de gruesos lomos, aquella biblioteca parecía bastante descuidada, pero los ejemplares de clásicos y de obras desconocidas se extendían de muro a muro y los estantes se alzaban hasta casi llegar al cielo raso.

—Esta es la biblioteca a la que te comenté que me traía mi papá cuando era pequeño, él solía sentarse allá, en donde ves aquellos escritorios, yo jugaba entre las estanterías, viendo las portadas de los libros y abriendo alguno ocasionalmente para buscar imágenes en él.—Franco avanzó posando el alfombrado que se sentía algo pegajoso. —Mira, si hay algún lugar donde puede estar el libro que buscabas aquella vez en la biblioteca del colegio, estoy seguro que es acá.

James quería decirle que ya habían encontrado el poemario de Miguel, sin embargo vio el entusiasmo en los ojos de Franco, un gesto que lo enterneció y una corriente le recorrió la espalda, como instándolo a morderse la lengua. Su disposición a llevarlo a recorrer todas aquellas estanterías  terminó por hacerlo callar, entonces pensó, "porqué hablar" y simplemente lo siguió escuchando mientras este le contaba lo que hacía por las tardes, que cuentos leía, en que recodos de aquel edificio se escondía y quienes eran los que trabajaban allí. Así es como se acercaron al bibliotecario que leía tras un largo escritorio y este levantó la vista percatándose de su presencia, miró a Franco por unos segundos y luego río poniéndose de pie.

— ¡Vaya como has crecido muchacho! —le dijo dándole un apretón de manos y palmeándolo en la espalda. —no recuerdo bien la última vez que viniste, pero estoy seguro que no medias más de  metro y medio,  mírate ahora, ya estas más alto que yo.

El señor miró a James y lo saludó también. Tenía un espeso bigote blanco con las puntas hacia arriba, el cabello canoso y se le ensortijaba tras las orejas, tenía además  puesta una boina a cuadros como la mayoría de hombres de su generación usaban para cubrir sus cabezas.

Así comenzaron la búsqueda, Francisco le explicó al señor Antenor qué era lo que buscaban y este se mostró bastante dispuesto, pero no fue hasta que James le dijo el nombre del autor que el anciano se detuvo de ordenar papeles tras su escritorio y se sentó en su silla mirando hacia el candelabro que colgaba al centro de la estancia. "Miguel Ortega..." repitió, "Sí, me parece haberlo escuchado antes", les dijo, luego de permanecer unos instantes más en silencio. "Yo comenzaría por la sección de poesía contemporánea, al final del pasillo a la izquierda" continuó, "váyanse adelantando, de paso me dan tiempo de pensar en donde he escuchado aquél nombre."

Ambos entonces se metieron entre los libreros y comenzaron a sacar títulos al azar y verificar sus autores, revisando piso por piso de aquellos altísimos estantes; tan altos que Franco no alcanzaba las filas superiores, "Como Fred no está aquí, él fácil llegaría" soltó James mientras buscaba en el librero del frente, Francisco pareció fastidiado con el comentario, "voy a buscar una escalera" le dijo, saliendo del corredor entre ambos libreros con aquel gesto de seriedad que ya había aprendido a reconocer en él.

Una hora después, James ya se encontraba exhausto y buscaba las palabras correctas para decirle a Franco la verdad, este se encontraba subido en las escalera, revisando los pisos superiores del estante cuando James se irguió de pronto, como si hubiera visto alguna araña entre los ejemplares viejos, puso un libro en su lugar y con el cuerpo rígido habló.

—Ya lo he encontrado. —Franco dejó caer el libro que sostenía en la mano y bajó a recuperarlo, lo tomó y mirando a James espero que este continuará. —Ya lo he encontrado—le repitió.

— ¡Genial! Muéstramelo—le contestó Franco impaciente.

—No, Francisco, ya lo he encontrado, hace  casi un mes, luego de las vacaciones de medio año, yo y Fred lo hallamos en la oficina del auxiliar Ronald. —Franco pareció bastante desilusionado ante esto, solo asintió dando un recorrido con la vista por los libreros y subió por la escalera a dejar en su lugar el libro que se le había caído.

James buscaba como salir de aquel incómodo momento en que había caído, no quería ser grosero, menos ante un gesto como aquél, pero tampoco podía negar la realidad y aquella era que ya Manuel tenía el libro en sus manos y que pronto terminaría el artículo, claro, si es que no surgía otro contratiempo en la investigación. Franco entonces comenzó a reír, James lo miró extrañado, "creo que ya no tiene importancia después de todo, pero creo que lo hallé" le dijo.

                                                                    ***

Ambos se encontraban sentados debajo de los arcos que daban paso a la plazuela interior de la biblioteca, esta parecía un vivero rodeado de buganvilias, arbustos e incluso una vid algo descuidada, al centro había una fuente seca con la estatua de un monolito mal replicado. Francisco pasaba las páginas y James solo le comentaba sus impresiones de los poemas que cada uno contenían, los pensamientos que le habían dejado y lo que el profesor Manuel les había dicho que significaba, claro, recordó, eso sí, todas las interpretaciones son válidas, le dijo James, eso fue lo primero que el profesor Manuel nos dejó en claro.

—Pero hay unas interpretaciones más válidas que otras, ¿cierto?—James solo sonrió y asintió.

— ¿puedes leer uno en voz alta? —le dijo James.

— ¿te refieres a declamar? Claro que puedo declamar, gane los juegos florales en mi anterior escuela, el premio fue una medalla de materiales reciclados, pero  me exoneraron de dos exámenes finales.

—Ya ves, anda, dale —lo animó James sonriendo y abrazando sus piernas mientras Franco se ponía de pie, dejaba su bufanda a un lado adoptando una pose dramática.

—Bueno, bueno, pero lo haré con el poema que gané el concurso. —le dijo a James que solo asintió varias veces reteniendo la risa.

Entonces Franco comenzó a declamar un conocido poema que se solía enseñar a los niños en la escuela primaria, movía los brazos y hacía gestos dramáticos impostando la voz y mirando a James con una seriedad que hacía más difícil aún para él contener la risa que se le escapaba de las mejillas. Finalmente se puso de rodillas en el clímax, su rostro parecía estar inmerso en el poema infantil y su voz se elevó más en el último verso, ambos se quedaron observando, James aplaudió riendo pero fue callado inmediatamente con un beso de Francisco.

— ¡Así que encontraron lo que buscaban! —les dijo el viejo bibliotecario  caminando a duras penas a través de la plazuela. Ambos se separaron avergonzados, los corazones en la boca, no podían hablar, no sabían que decir.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué tan mudos? —les dijo el señor Antenor quien les pidió el poemario a Francisco. Pasó algunas páginas mirando escuetamente los poemas y se quedó pensativo. En aquel instante alguien lo llamó desde la sala interior y salió a atender a una alta mujer que buscaba sacar copias un manual técnico.

— ¿nos vio? —preguntó James aterrorizado.

—No, parece que no, debe estar fallándole la vista con la edad. —James se acostó sobre la loza fría ante la respuesta de Franco, dio un largo suspiro.

Franco abrió el libro donde el viejo bibliotecario se lo había entregado y vio que habían unas anotaciones en el pie del poema número diecinueve "Nunca han sido dos personas más felices que nosotros, nadie ha amado tanto como nosotros". James, quien se encontraba ahora junto a él leyendo la anotación pestañeo un par de veces y se quedó observando la fuente seca.

                                                                  ***

La tarde cayó y la oscuridad avanzaba desde el mar rompiendo solo unos bloques hacia abajo, Francisco y James se despidieron del bibliotecario, no sin antes sacar una copia del poema diecinueve y la anotación en él. El ambiente frío afuera los golpeó y doblaron la calle. El viejo bibliotecario fue hasta la ventana a ver que estos salieran hacia la avenida principal, "tantos años y aún los muchachos seguían siendo iguales"  pensó, recordando los rostros sonrojados de ambos niños al haberlos encontrado besándose. Volvió a ver por la ventana y Francisco miraba a James con la expresión embobada, el viejo rio, no recordaba la última vez que vio a alguien así de enamorado.

 De pronto los recuerdos aparecieron en su cabeza y la memoria que cada día le jugaba  malas pasadas le hizo al fin recordar que había otra persona a la que había visto con aquella misma expresión, como si la vida se le fuera en los ojos, como si cada suspiro fuera doloroso y el temblor de las manos les fuera a hacer perder el equilibrio, oh, vaya y como podía haberlo olvidado, era al profesor Oscar al que había visto con aquella expresión y ese era el motivo por el cual aquél poemario se le hacía tan conocido, era el libro de Miguel aquel muchacho a quien llevó allí hacia tantos años, fue una lástima lo que pasó luego, pensó. Vaya que todo era tan irónico, ver a aquel muchacho con esa misma expresión. Sonrió, pensando en lo curiosa que podía ser la vida.

***

CDRY, 1988

Miguel había acordado llevar los productos que el estado subvencionaba a las tres, pero con la congestión que se formaba en la entrada del distrito de santa Ana veía cada vez más irreal el llegar a tiempo. Giró a la izquierda la camioneta celeste y entró por la calle Huáscar que se extendía de forma paralela a la avenida principal. Las casas de un solo piso eran dejadas atrás por la camioneta que aprovechaba en devorar los pocos metros que le quedaban hasta llegar a una nueva congestión en un cruce transitado.

Desde que el comedor había comenzado a funcionar a plenitud su rutina había cambiado drásticamente, ahora debía salir del colegio apenas terminaban las clases a supervisar que todo se encontrase en orden, nada del otro mundo, comprobar que no hubieran pleitos en las colas para recibir el almuerzo o cerciorarse de que los niños inscritos en el programa especial —destinado principalmente a niños con anemia o con signos de desnutrición —terminasen todas sus raciones. Además de por supuesto tener que llevar una vez a la semana las provisiones en la camioneta de la hermana María.

No había sido sencillo el balancear su tiempo entre el trabajo en el colegio, el comedor y Oscar, quien cada vez soltaba más a menudo comentarios irónicos respecto a su extremo cansancio. Por aquellos días su habitación en la pensión del centro se veía abarrotada con las facturas del comedor, los cronogramas de pago, las fichas que usaba para sus clases y además los borradores que escribía por las noches. No pensaba que volver a escribir después de tanto tiempo se le dificultaría tanto. Llevaba varias semanas trabajando y solo había terminado unos pocos poemas con los que se sentía plenamente conforme, los demás habían ido a parar a la papelera junto a su diminuto escritorio. El marco de su ventana se definía más con el transcurrir de la madrugada y cuando menos se percatar a ya era hora de salir nuevamente hacia el colegio y luego al comedor, la semana se iba así en el estridente sonido de la campana de la escuela y el murmullo de los vecinos almorzando a prisa en las charolas de metal.

Abrió entonces la guantera en busca de un paquete de goma de mascar que recordaba haber visto allí, porque siempre había goma de mascar en la guantera los autos, aquella era una verdad universal, igual que el café recién pasado en el piso de Oscar o la infinita paciencia de la profesora Sonia, hay cosas a las que uno tiene que dar por sentadas. Buscó entonces algo con que engañar a su estómago, pero no halló nada. Se llevó las manos a las sienes, de pronto irritado por la interminable congestión y el sonido de los cláxones, la gente gritando y aquella nota que había aparecido pegada en la puerta del comedor, aquella maldita nota, suerte que nadie le había contado a Oscar aun, pero Miguel sabía que pasaría, tarde o temprano se enteraría. La fila de autos avanzo unos metros, ahora un perro ladraba desesperado en la esquina y su cabeza voló a cuando hacía unos años, él se encontraba en la universidad aun, el Partido había hecho su terrorífica aparición en Ciudad de los Reyes colgando perros muertos de los postes de alumbrado público. Jamás olvidaría aquella mañana en la que Isabel llego a la facultad con el rostro descompuesto y las manos de dedos largos, como ramas, temblando de forma casi ridícula. "¡Parecían muñecos! " no se cansaba de repetir, y así, en ese estado catatónico permaneció todo el día, a pesar de las dos tazas de manzanilla que Tony le trajo de la cafetería o el calmante que un compañero le hizo tomar, tuvieron que transcurrir algunas semanas para que ella se recupere por completo del impacto de haber visto todos los postes de la avenida Piérola con los cadáveres tiesos de aquellos pobres animales  colgando, claro que, la verdadera locura llegaría después.

Ahora después de varios años seguían jodiendo, ¡jodiéndolo todo! Repasaba la nota que le habían dejado, "el que no apoya la revolución es enemigo del pueblo" decía, escrito en un oficio blanco con marcador azul. Todo muy rudimentario, aun así, no dejaba de erizarle los vellos el pensar que pudieran hacer algo con todos los vecinos almorzando allí adentro.

Pero no, no podía contarle a Oscar o la situación se complicaría más aún, ya tenía suficiente con la hermana María tras él repitiéndole como si fuera alguna de sus oraciones que haga parte a la policía de lo que sucedía, él ya se había agotado de responderle, ahora solo se remitía a negar con la cabeza, "¿qué haría la policía?" pensaba, "que podían hacer cuando ni siquiera sus propias estaciones podían proteger del Partido " solo hacia una semana los militantes del PCP habían tomado una comisaría y asesinado a dos policías dentro, era aterrador como desde el atentado de hacia unas semanas los ataques del partido se habían acrecentado en la ciudad y, la policía, se veía cada vez más indefensa ante lo que parecía cada vez mas una guerra.

El tráfico no avanzaba, pero al menos el perro se había callado y echado en uno de los portales, Miguel miró su reloj nuevamente, definitivamente no llegaría a las tres, así que en vista de que la fila de autos parecía no pretender moverse, apago el motor y encendió la radio, interferencia, la voz del locutor y las noticias de la de la tarde llenaron el auto, un nuevo atentado, otra estación de policías tomada, un grupo de estudiantes desaparecidos en Wilka, aquella era la provincia de los padres de Tony, pensó, cambió de estación, ahora los timbales de una salsa acallaron por un momento los gritos del exterior, Miguel cerró los ojos y apoyó la cabeza en el volante.

***

Aquella semana transcurrió sin mayores sobresaltos, el domingo Miguel y Oscar los pasaron envueltos en las frazadas hasta que la luz dejó de entrar por la ventana y el día llegó a su fin anunciando que era hora de alistarse para el día siguiente. Miguel salto de la cama y comenzó a vestirse, Oscar lo observaba con  el cabello desordenado y los ojos aún cansados, se puso de pie, su piel desnuda se tiñó de naranja al atravesar la luz proyectada por la ventana, "no te vayas" le dijo, "quédate a dormir", pero Miguel negó con la cabeza, no era prudente, tomando en cuenta la cantidad de padres de familia que conocía solo en aquel barrio, que se quedase toda la noche allí, además, aún debía terminar de pasar el inventario del comedor y revisar unos exámenes.

—Está bien— le dijo Oscar resignado —al menos déjame acompañarte a tu casa.

 —Pero no tiene sentido que me acompañes hasta allá por nada, aún es temprano, puedo ir en bus—le contesto Miguel mientras se arreglaba la camisa. —Da igual, así podemos tomar el lonche en tu cuarto, vamos, ya casi nunca pasamos tiempo solos.—Miguel rio pensando que en su cuarto de la pensión lo último que encontrarían sería intimidad, sobre todo con Tania entrando intempestivamente a su habitación para pedirle azúcar o Mariella cantando a todo pulmón uno de los boleros que tanto le gustaban. Pero de igual manera la idea de Oscar le agradaba, lo vio parado en calzoncillos frente a él, casi engullido por la penumbra, le sonrió y asintió.

—Está bien, vamos, total, toda la pensión ya sabe que estamos juntos después de tu espectáculo de la vez pasada. —Oscar sonrió y se apresuró a ponerse los pantalones.

Afuera ambos caminaron uno junto al otro, eventualmente cruzándose con alguna cara conocida, bajaba la humedad en forma de garúa y los vecinos salían a comprar pan, la avenida estaba negra, los postes parecían no iluminar, solo brillar con sus faros suspendidos. Tomaron el bus y se sentaron juntos en el último asiento, Oscar deslizaba su mano y Miguel la sujetaba con fuerza, sonreían, la ventana llena de gotas fragmentaron la visión del distrito de Santa Ana quedando atrás, los cerros llenos de casas y los cerros inhabitados desaparecían para ahora dar pie a altas casonas coloniales ruinosas, arqueadas hacia las aceras, el humo de los puestos de comida se mezclaba con la neblina, los árboles más viejos de la ciudad se retorcían dando la bienvenida y un aroma salado corroía el aire pesado.

Pero pronto una luz azulina y luego rojiza atravesó la ventana, algunas personas salían a sus balcones, faltaban un par de cuadras para bajar del bus y una patrulla los detuvo haciendo descender a todos, no entendían que pasaba, ambos se miran y escuchaban fragmentos de conversaciones, "se han metido a una casa", "han disparado, casi la matan" "casi matan a la loca de la casona verde", "lo buscaban a él creo."

Miguel no llegaba a entender del todo lo que pasaba pero sabía que algo malo había sucedido en la pensión y una horrible sensación en el pecho lo arrastró a correr hacia allá, el policía no lo detuvo y tras él fue Oscar quien tuvo que mostrar su identificación antes de poder deshacerse de los dos policías que ahora revisaban a los demás pasajeros del colectivo. Miguel daba grandes zancadas hasta que llegó a la pensión donde un patrullero se hallaba aparcado  frente al portal. Entró sin prestar atención a los policías y los vecinos asustados, arriba Tania le limpiaba con una gaza una la sangre a Mariella quien se encontraba sentada en su cama dando parte a un policía mientras sostenía temblorosa un cigarrillo, al costado la puerta de su habitación se encontraba derribada. No quiso entrar, al menos por el momento, así que se acercó a Mari y la abrazó.

Así fue como tuvo que dejar la pensión esa misma noche, él solo pensar que pudieron haber lastimado a Mariela le hacía escarapelar la piel, así que metido todo a una mochila, solo lo más indispensable, y volvió con Oscar a Santa Ana. Una vez en el taxi, envuelto en aquel aroma a cuero y esa aura caliente que irradiaba el motor, no pudo evitar soltar un leve sollozo mientras veía por la ventana a Tania despedirlo, automáticamente trato de tragarse ese espasmo, pero Oscar se percató y lo tomo de la mano ocasionando que su cuerpo tiemble como si el auto ya estuviese en movimiento. Las semanas siguientes siguió frecuentando la pensión pero eventualmente sus visitas por la tarde fueron decreciendo hasta que perdieron contacto, lo último que Tania y Mariella supieron de él fue aquella nota en el periódico, Tania casi se desmaya al ver el nombre de Miguel en uno de los tabloides colgados del puesto de revistas. “Desaparecido" leía una y otra vez, "presunto terrorista" volvió a leer, no lo podía creer, ¿cómo, muchacho como él?

Esa noche sin embargo Tania aún no caía en cuenta de lo riesgoso de la situación, incluso creyó exagerado el hecho de que Miguel haya optado por mudarse tan intempestivamente, pero daba igual, después de todo, aquella pensión no era lugar para un profesor.

Al llegar al cuarto de Oscar simplemente dejaron sus cosas en un rincón y ambos se desnudaron para meterse a la cama, Oscar lo abrazo hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para sentir los latidos en su pecho y la depresión del mismo al exhalar. Miguel se encontraba ahora más tranquilo, pero sabía que aquello no había terminado, tenía claro que el partido no dejaría de hostigarlo, y peor aún, sabía que Oscar lo comprendía también, era cuestión de tiempo para que este lo bombardee de preguntas y terminaría teniendo que contarle sobre los acercamientos del PCP al comedor y la nota que luego dejaron, al menos se enteraría por él mismo, pensaba Miguel, cerrando los ojos y escuchando el pecho de Oscar quien se hallaba profundamente dormido; sí, al menos se enteraría por el mismo.


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